Capítulo 7 🎬
La noticia me ha sentado como un balde de agua helada. Ha sido un buen día y cuando venía de regreso a mi camerino con la sensación de que había tenido un buen comienzo, me encontré con Constanza. Al verla supe que la conversación no iba a ser buena, no quería hablarle, pero tampoco iba a huir. No soy yo la que tengo que huir.
Está embarazada de Eduardo, de unos cuatro meses... tiempo en el cual él aún andaba conmigo. No sé qué es lo que me duele, que me humillen todavía más, que se hayan burlado así de mí, que esté embarazada... ¡Qué injusto!
Y el tonto de Ramiro escuchó la maldita conversación, y encima me ha dicho que no se irá hasta verme bien. ¿Qué le pasa? ¿Qué le importa? ¿Acaso no sabe que aquí a nadie le importa nadie? Lleva media hora sentado en el suelo y yo me doy por vencida, no sé por qué... abro la puerta.
—Sabes que si vendes esa información a los periodistas te podrías ganar un buen billete —digo cuando lo veo entrar.
Él cierra la puerta y se acerca, se sienta en el suelo y pega la espalda por la pared, no está demasiado cerca, pero puedo verlo en la penumbra.
—Me ganaré un buen billete con esta película —dice y suspira.
—¿Y qué? La gente siempre quiere más...
—Yo no quiero más, solo quiero lo suficiente —responde—, y lo que he ganado con mi esfuerzo, dedicación y trabajo. Nada que se forje sobre el sufrimiento ajeno dará frutos —añade.
Lo miro, tiene principios y valores. No sé qué hace aquí.
Me quedo en silencio y él no dice nada.
—¿Por qué no vas a tu casa? —pregunto.
—Ya te lo he dicho, no me iré hasta verte mejor.
—Estoy bien —miento.
—No... no se te ve bien... —responde y me mira.
De pronto sus ojos me buscan y me observa con compasión, estoy horrible y seguro me veo patética.
—No me mires —pido.
—¿Por qué? —inquiere y me vuelve a mirar.
—Porque me veo mal ahora...
Él sonríe.
—Ya te he visto llorar en películas —dice con diversión y yo no puedo evitar sonreír.
—Eso no es lo mismo, tonto —respondo.
—Lo sé... pero te ves igual —añade y se encoge de hombros.
—Quiero odiarte —digo y él levanta las cejas como si no comprendiera.
—¿Por?
—Porque sí... porque en este momento necesito descargar mi ira con alguien —digo y él se encoge de hombros.
—Entonces hagamos un juego de roles —dice.
—¿Eh?
—Yo seré Eduardo y tu dime todo lo que tienes ganas —afirma.
—No —respondo ante aquella locura.
—Te hará bien —insiste.
Asiento y lo miro, me imagino que se transforma en Eduardo y suspiro.
—Si no me querías más podrías habérmelo dicho antes, no era necesario hacer lo que me hiciste... no era necesario que me dejaras por alguien más y me hundieras más de lo que ya estoy —digo con la voz cargada de dolor.
—Lo siento —responde él—, las cosas simplemente se dieron.
Niego y me levanto del sofá, eso suena como algo que diría Eduardo y como algo que me sacaría de las casillas.
—Eres un imbécil —susurro con dolor—. No entiendo, no entiendo por qué lo hiciste y por qué con ella... ¿Acaso no sabías que era la única amiga que tenía? —pregunto y siento las lágrimas derramarse por mis mejillas—. Podría haberte perdido a ti con facilidad, pero ella... ella me importaba.
La voz se me quiebra y comprendo mi dolor. Es su traición lo que me duele en realidad.
Él no responde.
—Tengo tantas ganas de pegarte —digo.
—Hazlo —responde él y yo lo miro.
—No...
—Hazlo, sácate las ganas —añade.
Cierro los puños y pienso en hacerlo, pero entonces me tiro sobre el sofá y comienzo a llenar de golpes la almohada.
Él me observa y espera un rato, luego con voz firme habla.
—¡Corten!
Como si estuviera grabando una escena, me detengo. Lo miro, él sonríe.
—¿Estás más liviana? —pregunta.
—No lo sé...
Me siento extraña.
Él se acerca a mí y me mira con intensidad.
—Ahora voy a abrazarte —dice con la voz suave.
—¿Por qué harías algo como eso? No tenemos ninguna especie de relación —respondo aturdida y asustada. No me gustan los abrazos.
—Somos compañeros de trabajo... y hay momentos en la vida en que el alma necesita un abrazo. Los abrazos son como los cargadores de los celulares, te dan fuerzas, te cargan pilas.
Yo no discuto, no sé por qué, solo lo dejo.
Él envuelve sus brazos alrededor de mi cuerpo y yo siento su calor contra el mío. No me gustan los abrazos, pero este no se siente mal. Es como un abrigo en un día de frío, quizás él tiene razón y a veces lo necesitamos. Incluso así, yo no le respondo, es solo él quien me envuelve, mis brazos caen inertes a cada lado de mi cuerpo.
Suspiro y cierro mis ojos, me dejo llevar en esa sensación de calma y en su fragancia a menta.
—Todo estará bien —promete.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque todo al final siempre está bien —responde.
—¿En qué mundo? —inquiero apenas con un hilo de voz.
—Aquí y en la luna —dice—, y tú vienes de la luna.
Yo sonrío. Este chico está más loco que una cabra, pero su locura es refrescante.
Me aparto y él me suelta.
—Entonces ¿eres un fan? —inquiero ante la mención de mi película infantil, solo los verdaderos seguidores recuerdan esa época.
—Desde siempre y para siempre —añade y sus ojos brillan con ilusión.
Yo niego.
—Tienes que dejar de verme así, Ramiro, no soy esa persona... Es peligroso...
—¿Qué cosa? —pregunta él y vuelve a sentarse en el suelo.
—Los fans no ven la realidad como es, ponen al ídolo en un pedestal y le agregan cualidades que no tiene, cualidades que a él o ella le gustaría ser o tener. Una vez uno de mis agentes me dijo que jamás me hiciera amiga de un fan, que eso no funcionaría, yo no podría ser quien soy y ella terminaría odiándome. Los fans y los ídolos nunca deben cruzar esa línea.
—Eso es horrible, la persona que te dijo eso no tiene corazón, no hay nada que haga más feliz a un fan que acercarse a su ídolo —responde con total tranquilidad.
—Tú eres demasiado nuevo y al parecer no comprendes ciertas cosas aún. Pero si vamos a trabajar juntos debes sacarme de ese pedestal, o sino no lograremos trasmitir a las personas lo que la película debe trasmitir.
—Igual Luca está embobado con Ivanna y también la tiene en un pedestal, así que mucha diferencia no hay —bromea.
Yo sonrío.
—Te vas a desilusionar de mí, yo no soy para nada todo eso que tú imaginas.
Él no dice nada, solo sonríe.
—Ya me siento mejor —susurro—, gracias...
—No vale la pena... un tipo que no te supo valorar y una amiga que te traicionó no valen la pena.
—Lo sé, con la mente, pero igual duele —digo con sinceridad. No sé hace cuanto que no exteriorizo mi sentir—, aunque en realidad no sé qué es lo que duele... Llevo tiempo sin sentir nada, a lo mejor solo es la sorpresa... —afirmo.
—Es normal que duela —responde él y me mira con algo parecido a la ternura—, pero con el tiempo uno aprende que dejar ir a los que no nos hacen bien es lo mejor, son solo obstáculos en nuestros caminos y los obstáculos deben ser removidos o superados.
—Lo tendré en cuenta —digo y asiento.
Me siento como niña chiquita ahora mismo, y él se ve muy muy grande. Todo lo contrario de cuando lo vi por primera vez. Se han invertido los roles al parecer.
—No le digas a nadie que me has visto así, te lo suplico —digo y él sonríe.
—No le contaré a nadie que no eres tan dura y malvada como te muestras ni que no tienes el corazón de hielo —afirma en tono de broma.
—Lo tengo, sí, solo que hoy lo han roto un poquito más... el hielo se quiebra fácil —digo.
Él niega.
—El hielo puede ser muy resistente, hay gente que patina sobre lagos congelados —dice y a mí aquello me da risa—, lo que pasa es que hay que saber cómo tratarlo y dónde no hacer presión.
—Estás loco —digo de nuevo.
—Muy loco —responde él—. Y eso es lo que me ayuda a vivir feliz en un mundo de cuerdos —afirma.
—Hora de ir a casa, Ramiro Colombo, mañana hay que trabajar.
—¿Prometes que irás a descansar? —pregunta—. Si no tendré que sentarme en tu vereda para asegurarme, y seguro que tienes guardias que me sacarán a patadas.
—Un fan loco —respondo con diversión.
—Uno muy muy loco... te asombraría saber que tengo posters y fotos tuyas por toda mi habitación —añade.
Sonrío ante aquella broma y niego.
—No me asustes —bromeo.
—No soy un acosador, no te preocupes, no te haré daño. Solo soy un fan loco e inofensivo —responde y vuelvo a sonreír.
Creo que me duele la mejilla de tanto hacerlo, llevo años sin sonreír tanto de forma natural.
—Iré a descansar —prometo.
—Muy bien, mañana sabré si no me has mentido.
—¿Cómo lo sabrás? —inquiero con curiosidad.
—Porque si no descansas se te notarán las ojeras —dice y yo niego.
—Siempre tengo ojeras.
—Es porque no descansas como debes —insiste.
—Bien... ya, vamos —digo y él asiente.
—Hasta mañana, Oriana Iglesias.
—Hasta mañana, Ramiro Colombo.
Feliz Navidad, espero que hayan pasado muy bien. Disfruten la última semana del año. Besitos.
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