Capítulo 6 🎬

Hoy me sonrió, hace un rato, cuando llegó para iniciar las grabaciones. Yo estaba realmente nervioso, pero ella me sonrió y las piernas se me aflojaron. Trato de disimular mi estado cuando estoy cerca, no quiero que piense que soy un fanático desquiciado o algo así. Tengo que ser astuto y no dejarme llevar por Ramiro fan.

Aprovecho para dejar todo eso fluir a la hora de grabar, ya que Luca debe estar nervioso ante la presencia imponente de Ivanna, que es básicamente lo que me sucede.

Cuando hicimos las tomas, era como si dos personas estuvieran en mi cabeza, por un lado, estaba actuando y repetía mis líneas y todo eso, por el otro, era como si yo mismo me dijera «¿Te das cuenta? ¡Estás grabando con Oriana Iglesias!».

Luego de nuestra escena hemos grabado algunas por separado para aprovechar la locación. Entonces, nos han dicho que podíamos descansar. Fui por dos cafés y le acerqué uno justo cuando iba a su camerino. Por un instante me dio miedo a que me escupiera, pero no lo hizo, me lo agradeció.

Feliz por aquello, le regalé una sonrisa.

—¿Quién eres, Ramiro Colombo? —me pregunta.

—Pues... un apasionado de las tablas —respondo.

—Teatro... nunca actué en teatro —dice pensativa.

—Deberías probar algún día es... es una pasión —añado y suspiro.

Ella me observa, es como si buscara ver más allá de mis ojos, su expresión no dice nada, su mirada me atraviesa.

—Quizás... —suspira—. Ten cuidado —susurra entonces y se acerca un poco más a mí. El aroma de su perfume se cuela por mis fosas nasales, creo que tiene algún toque floral, podría ser alguna flor exótica—, no permitas que este ambiente te robe esa pasión —añade como si me estuviera alertando.

—No lo creo, en todo caso la alimenta —respondo.

Ella ríe, es una risa entre irónica y burlona.

—Iré a descansar un rato, tú deberías hacer lo mismo, estas jornadas pueden ser extenuantes —informa.

Asiento, no digo nada más.

Voy a mi camerino y me recuesto un rato en el sofá, su aroma se me ha quedado impregnado en la nariz. Es hermosa, mucho más hermosa en persona que cuando se la ve en televisión. Me gustaría conocerla más, hablar con ella, que supiera lo mucho que la admiro y valoro su trabajo.

Todavía me quedan muchas más escenas que grabar con ella y quizá tenga más tiempo para poder acercarme. Espero ganarme su confianza con el pasar del tiempo y poder conocerla más y mejor.

Me tomo una selfie y se la mando a Verónica.

«¡Qué bello se ve tu camerino! ¡Toda una estrella!».

Yo sonrío.

«Sí, está muy bonito y confortable. Todo está siendo como un sueño, ¿sabes? No sé cuándo tendré que despertar, pero por el momento, a disfrutar».

«Te lo mereces, Rami, te mereces eso y mucho más. ¿Ya hay chicas apostadas en la entrada para pillarte al llegar y pedirte una foto?».

«No, todavía... y espero que no lleguen aún». Bromeo.

«Con tal de que no termines enamorado de una fan psicótica...».

«¿Enamorado? ¿Yo?». Pregunto y ella me manda caritas que se ríe.

«¿Y la super estrella? ¿Cómo va? ¿Ya te habla o todavía no estás a su nivel?».

«Hemos hablado poco, pero se ha mostrado respetuosa. No creo que todo lo que dicen de ella sea cierto».

«Cuando el río suena... tú solo mantén las distancias, dentro de lo que se puede...».

«Tranquila, sé cuidarme». Respondo divertido.

Hablamos un rato más sobre lo que anda sucediendo en mi pueblo y luego nos despedimos, tengo que volver al set para grabar más escenas.

Por la tarde no vuelvo a ver a Oriana, ella está grabando otras escenas en un set cercano. Esto es lento, puede llevar muchas horas grabar una pequeña escena.

Al final de la tarde el director da por terminado el trabajo del día, voy hacia mi camerino para cambiarme y retirarme a descansar, mañana tendremos otro día agitado. Cuando estoy por llegar la veo, está cerca, con alguien, una mujer. Camino hacia allí porque está de paso a mi camerino y entonces la escucho.

—Quería que te enteraras por mí y no por nadie más —dice Constanza Salazar, la reconozco al estar más cerca—, estoy embarazada, de cuatro meses.

Puedo ver la cara de Oriana perder todo su color, sin embargo, solo tarda minutos en reponerse.

—Eso es tu problema, no mío... yo ya no tengo nada que ver ni contigo ni con Eduardo.

Constanza asiente y se marcha. No hay ninguna pizca de arrepentimiento en sus facciones. Yo me he quedado en mi sitio, no sé por qué, quizá porque me da miedo que a Oriana le suceda algo.

—¿Qué oíste? —me dice al verme.

—N-nada —respondo.

Ella se acerca hacia mí como si fuera una tigresa y yo una pequeña liebre. Doy un par de pasos hacia atrás.

—¡No puedes abrir tu boca, ¿entendiste?! —exclama y luego mira a todos lados por si alguien esté escuchando. No hay nadie, ya todos se han ido.

—No voy a decir nada, no te preocupes —respondo.

—¿Por qué escuchas las conversaciones ajenas? ¿Qué haces aquí? —dice nerviosa y exasperada. Quiere explotar y creo que lo hará por mí.

—Yo solo pasaba, iba a mi camerino y... lo siento, no pude evitar escuchar...

—Si abres la maldita boca te voy a hundir, ¿comprendes? —me dice casi en un susurro, pero tan frío y amenazador que siento que me tiemblan las piernas—. Voy a acabarte antes de que inicies —añade.

Yo asiento.

Sus ojos están rojos, pareciera que se está conteniendo las lágrimas, hay dolor en sus facciones.

—No voy a decir nada, Oriana, confía en mí —digo con tono conciliador.

Ella asiente, sé que ya no aguanta porque los ojos se le llenan de líquido. Da media vuelta como para correr a su camerino y entonces algo en mí hace tomarla del brazo.

—Suéltame —dice ella e intenta zafarse.

—Oriana, ¿estás bien? —Sé que es una pregunta estúpida, sé que no lo está, pero no sé qué más decirle o cómo hablarle ante lo que acabo de oír.

Ella me mira, por un instante parece dudar si decirme algo o no, pero luego da media vuelta y va hasta su camerino, ingresa y cierra la puerta. Yo la dejo ir, espero un rato. Dudo.

Quiero ir tras ella, pero ¿quién soy yo para acercarme en un momento como este? Solo llevamos un día de grabación y ni siquiera nos conocemos. Yo la conozco, pero ella a mí no.

Aun así no puedo moverme, voy hasta su camerino y golpeo.

—Vete —dice clara y concisa.

—Me quedaré aquí hasta que te sientas mejor —respondo—, solo quiero saber que estás bien.

—¡Déjame sola! —exclama.

—No lo haré, en momentos así no es bueno estar solo —digo y entonces me siento por la pared, al lado de la puerta. Estoy dispuesto a quedarme aquí hasta verla salir de mejor.

Media hora después, la puerta se abre, pero ella no sale. Entonces, comprendiendo lo que quiere me pongo de pie e ingreso. Está en penumbras, hay una tenue luz que viene del baño y me permite verla recostada en el sofá, tiene el rostro bañado en lágrimas y se ve como una niña pequeña y rota.

Por primera vez desde que la conozco y la admiro, la veo chiquita, la veo humana.

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