Capítulo 38 🎬
Lo bueno de viajar es que te ayuda a salir de tu zona de confort, pero hacerlo como yo lo hice no solo me ha ayudado, sino que me ha forzado a ir más allá de mis propios límites en cosas que incluso parecen sencillas, pero que en realidad no lo son. Me he enfrentado a las calles desconocidas y al tránsito caótico en una moto, he aprendido a surfear, o al menos a mantenerme unos minutos en pie sobre la tabla, he visitado templos, he aprendido a meditar y a escuchar todo lo que el silencio puede decir y he dejado de intentar acallar ese silencio con ruidos externos.
El silencio siempre me dio miedo, porque cuando el exterior calla el interior habla, y yo no quería escuchar todo lo que mi voz interna tenía para decirme. Mi voz interna siempre fue como una madre regañona de esas a las que nunca le das gusto y siempre te recuerdan que todo lo haces mal, siempre haciéndome sentir frustrada, fracasada, poco querida, usada, manipulada. No sé cómo y cuándo se ha formado en mi interior, pero sé que cuando llegaba a casa agotada luego de un día de rodaje o cuando despertaba luego de una resaca o una noche de fiesta y descontrol, estaba allí, siempre presente para echarme en cara una y otra vez todo lo que hice mal, llevarme de paseo por todos mis fracasos y acabar recordándome que no merecía que nadie me quisiera, por eso nadie me quería.
En Bali la gente es muy espiritual, hay varios templos privados y públicos a lo largo de toda la isla, algunos son muy antiguos y todos están cargados de ofrendas que las personas dejan como símbolo de agradecimiento o para la prosperidad. La espiritualidad te traspasa por la sencillez con la que viven y la hospitalidad, son muy agradecidos y tiene muchas ceremonias en las que refuerzan sus creencias. Yo he vivido la vida en mundo completamente contrapuesto, en uno donde la espiritualidad casi no era visible y aquí he comprendido que se debe hallar un balance entre el mundo mental, físico y espiritual.
Un balance.
En la calma de esos templos o sentada en un atardecer en la playa dejé que el silencio me inundara y decidí dejar de huir de él. Comprendí que muchas de las cosas de las cuales llené mis días muchas veces no tenían otro propósito que acallar esa voz que tanto me lastimaba, por eso llegué a temer a la soledad, la quietud y el silencio.
Y me animé a dejar mi mente en blanco, y aunque al principio oí la voz diciéndome que nada de lo que hacía tenía sentido porque era demasiado tarde para mí, con el pasar de los días la voz se hizo cada vez más difusa hasta convertirse en un ruido sordo de esos que funcionan para arrullarte. Y de pronto el mar comenzó a sonar más fuerte y el silencio me inundó y me dio paz.
Entonces entendí que esa voz no era más que la voz del miedo y la frustración, una voz que se había formado a lo largo de los años influida por personas que no merecían que yo los escuchara o por situaciones que en realidad no me definían.
Tenía que buscar una nueva voz, una más amigable y respetuosa, una que no me regañara, sino que me ayudara a ser consciente y a estar presente de las decisiones que tomo en la vida, una que es capaz de comprender que no todas las veces lo haré bien, pero que incluso cuando me equivoque seguiré valiendo la pena, que incluso cuando caiga siempre podré volver a levantarme, que cada día es una oportunidad, un nuevo amanecer. Una voz que me hable también con orgullo de las cosas que hago bien, una que no necesite una validación externa, una que no se deje influir por nadie más.
Y esa voz está en mí, siempre ha estado, solo que he hecho tanto ruido que nunca le he prestado atención, quizá porque creía no merecerla, pero no es así, y en el medio del silencio la he comenzado a oír. Una voz dulce y suave que me recuerda que soy fuerte, que he pasado por muchas cosas y no he desistido, que lucho cada día, que no he dejado que nadie me pisotee y que cuando lo han hecho, al final, he ganado yo, porque el simple hecho de seguir aquí es una victoria para mí. La voz me dice que merezco cosas buenas a pesar de todo lo malo que pude haber hecho alguna vez, que soy lo que soy gracias a lo que he vivido y me recuerda a cada instante que valgo la pena.
Es la voz de mi interior, es mi propia voz, la que he acallado por años.
Me siento feliz, plena, brillante. Luana dice que se nota en mis fotos que estoy renovada, Renata dice que me veo fantástica y en este tiempo no hemos dejado de hablar y conocernos cada vez más. Tenemos muchas cosas en común y cosas que nos hacen muy distintas, pero incluso esas cosas nos unen porque hacen que nos complementemos. Estoy feliz de renovar este vínculo con mi hermana y sé que ella se siente igual, le digo lo mucho que la quiero y ella a mí, parecemos dos tontas llenándonos el chat de corazones y frases dulces, pero supongo que lo necesitamos y nos hace bien. Estoy orgullosa de ella y ella de mí, ¿y qué hay más hermoso que eso?
Mi sobrina está creciendo y la extraño muchísimo, le he comprado millones de cosas y cada vez que lo hago le mando una foto a Renata. Ella ya me ha regañado y me ha dicho que pagaré un montón en exceso de equipaje, pero no me importa. No me importa llevar exceso de equipaje físico porque tengo la sensación de que me iré de aquí demasiado liviana.
Ramiro está todos los días en mis pensamientos, en cada momento en el que veo algo hermoso que quisiera compartir con él, cuando veo a alguna pareja, cuando recuerdo nuestros momentos, cuando pienso en el futuro. Lo amo, pero tengo la sensación de que la distancia entre nosotros se ha hecho incluso mucho mayor ahora, y eso es algo que sigue dándome miedo, que sigue perturbando un poco la paz que he conseguido aquí.
Luana me contó que fue a hablar con ella y que le recomendó hacer lo mismo que estoy haciendo yo dentro de sus posibilidades, encontrarse a sí mismo, decidir qué es lo que quiere. Me parece genial, aunque no niego que me genera un poco de temor, pero creo que se lo merece, ser feliz, ha vivido meses esforzándose por sacarme del hueco en el que estaba, me ha abierto un mundo de posibilidades, ha confiado en mí enseñándome a mí a hacerlo también, pero él no merece vivir a mi sombra, debe ser él por él y para él, no por mí ni por nadie más.
Es un gran hombre y se merece una gran vida.
Y el tiempo pasa y la vida sigue y hoy estoy de nuevo en el avión, con una maleta más de las que traje cuando comencé este viaje, pero con tanto menos en el alma que me siento casi etérea. Es como si flotara, y no puedo evitar sentir temor de que todo sea solo una ilusión que se esfumará apenas toque el suelo de mi vieja vida, pero supongo que es parte del proceso, aprender a vivir con las posibilidades y la incertidumbre, aprender a hacer camino, como dice la poesía de Antonio Machado: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar».
Perdón que no llegué ayer, tengo a la mitad de mi familia enferma... y hoy ya caí también yo... Besos.
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