Capítulo 36 🎬
Con ayuda de algunos contactos logro subir al avión y pasar desapercibida, una vez allí suspiro y siento que al fin estoy a salvo. Es una locura horrible, pensé que esto de huir y esconderse había acabado, pero a lo mejor solo fue un descanso y nunca podré ser del todo alguien normal.
Observo a la gente ingresar al avión, colocar sus maletas en los espacios diseñados para ello, reír, hablar entre ellos, sacarse fotos... ¿Es tan difícil ser normal? ¿Es tan imposible?
Me voy con un sabor agridulce en la boca, con la certeza de que lo que estoy haciendo es lo correcto y con una especie de intuición que me dice que lo necesito, que este espacio es prioritario en mi vida en este momento, pero también con un sabor amargo provocado por la separación con Rami, pero, sobre todo, por lo mal que quedaron las cosas entre nosotros.
Es decir, no estamos peleados, pero de pronto la distancia se hizo tangible. Me dolió lo que sucedió y no tanto porque las cosas salieran a la luz, sino por la manera en que lo hicieron. No sé si es desilusión, porque no soy tan ingenua como para creer que él podría salir indemne de todo ese mundo en el que se está metiendo, pero una parte de mí quería creer que era posible.
No soy quién para juzgar, nadie lo es en realidad, pero menos alguien como yo. He subido y bajado, he cometido muchísimos errores, me he dejado llevar por esa burbuja de fama, de gloria, de drogas, alcohol y sexo. He perdido el control de mi propio cuerpo y, lo que es peor, de mi propia mente, y sé lo que es mentirse a una misma repitiéndose a cada rato que todavía lo tienes, que todavía eres capaz de controlarte cuando lo desees. Sé lo que es cruzar esa línea tan invisible y elástica que te lleva al abandono total de cualquier concepto de moral, y, sobre todo, asegurarte a ti misma y a los demás que eso es algo normal si te agrada, que no te hace daño, que te hace feliz y que es algo que está bien si no haces daño a nadie más, creer que los demás no lo comprenden por ser algo así como seres inferiores o moralistas fanáticos.
Sé lo fácil que es entrar y lo difícil que es salir, lo mucho que se pierde en el camino sin darte cuenta, fragmentos de tu alma, de tu esencia, que van quedando por el camino. Y no solo eso, también he sido testigo en carne propia de cómo ciertas experiencias se te adhieren al alma como si fueran moho verdoso y viscoso, se te quedan allí como un recuerdo palpable que intentas tapar con capas y capas de pintura, situaciones que te hacen cambiar para siempre, perder un poco (o quizás bastante) de aquella inocencia que todos tenemos dentro.
Y no quiero eso para él, pero no puedo decirle qué hacer, no soy su madre y no quiero serlo.
Pierdo la vista en la pequeña ventanilla del avión mientras la gente sigue subiendo y trato de pensar en el viaje, en los planes que tengo en los lugares que conoceré.
El avión comienza a moverse y yo reviso por última vez mi teléfono antes de apagarlo. Tengo un mensaje de Luana y otro de mi hermana, ambas me desean buen viaje y me recuerdan aprovechar este espacio para mí y olvidar un poco los problemas que quedan aquí. Mi hermana me dice que no cargue con problemas que no puedo solucionar en mi maleta, que los deje aquí que me estarán esperando a mi regreso. Sonrío, porque tiene razón, pero no es tan sencillo como parece.
También hay un mensaje de Ramiro, dudo si lo abro, pero finalmente lo hago.
«Deseo que este viaje sea para ti todo lo que estás esperando y encuentres aquello que tu alma tanto anhela para que puedas ser feliz como te mereces. Perdón por no haber sabido ser la persona que necesitabas, te amo y espero verte cuando regreses...».
Sonrío, porque a pesar de todo sigue siendo él, porque también lo amo y porque no tiene idea de lo que dice. Claro que ha sido la persona que necesitaba, lo ha sido tanto y tan bien que me ha llevado a comprender lo mucho que me necesito yo misma, y es gracias a eso que haré este viaje, que no se trata tanto del destino al que iré sino más bien de mi propio centro, porque es ahí a donde quiero llegar.
«Te veré en la presentación de la película esa para la cual estamos haciendo los vestidos, cuídate... yo también te amo».
Escribo antes de apagar el aparato, entonces cierro los ojos y suspiro mientras la azafata comienza con las explicaciones.
Muchas horas y con varias escalas de por medio, llego al fin a mi destino. Lo primero que me encanta es que aquí nadie sabe de mí y poder caminar entre la gente sin tener que esconderme es algo que pensé que no podría hacer jamás.
Luego de leer varias guías de viajes y experiencias de otros turistas, he decidido alojarme en Canguu, una zona de Bali que parecía ser bastante recomendada. Está cerca del mar y medianamente bien ubicada para llegar a otros puntos turísticos. El hotel en el que me hospedo es bonito, me han recibido con mucha amabilidad y todo parece muy agradable.
Me dan una guía turística y la información básica de la estadía. Me dicen que cuentan con alquileres de motos, aquello hace que recuerde a Rami de inmediato, él, su moto y nuestras escapadas los sábados. Me explican que el tráfico es un poco caótico y que con la moto podría moverme con facilidad, aunque es importante usar casco y todas las recomendaciones básicas de seguridad.
Al principio me parece una locura, nadie jamás pensaría que Oriana Iglesias andaría en moto por la ciudad, ¿no? Más bien debería tener un chofer o algo de ese estilo, pero entonces caigo en cuenta de que es justamente lo que deseo, experimentar mis límites, arriesgarme a aquello que no conozco, ir más allá de lo que es seguro.
—¡Quiero una moto! —exclamo incluso antes de que la persona termine de hablar. Ni siquiera soy consciente de haberlo dicho.
—Por supuesto —añade con emoción.
Así es como comienzo mis días en una ciudad completamente desconocida, con una cultura distinta, con gente que no me conoce y con miles de lugares por conocer.
Visito el Tanah Lot, es un templo ubicado sobre una roca sobre el mar y en el hotel me dijeron que no me perdiera de presenciar un atardecer en este lugar. Hay bastante gente porque es la hora más concurrida, pero la verdad es que incluso así se percibe una paz que trasciende cualquier cosa que haya experimentado antes. La vista es preciosa y la experiencia me resulta enriquecedora.
También visito varias playas, me han dicho que no son las más bonitas de Bali ya que no son de agua clara y arena blanca, me han dicho incluso a donde ir si busco esa clase de playas, pero la cuestión es que ya he estado en muchas playas de esas paradisíacas y esta vez quiero algo diferente. Me siento un poco como esa comparativa, si yo fuera una playa no sería precisamente una de arena blanca y aguas turquesas, ¿será ese suficiente motivo para que la gente no me elija?
Al llegar a la primera playa me doy cuenta de que no es así, de que sigue siendo bella, de que su belleza es diferente y especial y de que está llena de gente que disfruta de un día distendido sobre sus arenas y en sus aguas. Y ese pensamiento me hace bien.
Paso los días analizando mi vida al tiempo que conozco nuevos lugares. Visito varias playas y me lleno de nuevas experiencias, hay días que no hago nada más que dormir o leer un libro, otros estoy más pensativa, a veces incluso lloro, me dejo ir en medio de la tristeza acompañada por un atardecer o un amanecer, otros me lleno de esperanzas de un futuro prometedor, de un mañana que aún desconozco.
Una tarde, en Pasut Beach, me siento en la arena a observar a los turistas que llegan para sacarse una foto con una palmera inclinada hacia el mar. No lo comprendía, pero escuché a alguien decir que la curvatura de ese árbol hacía que las fotos fueran perfectas. Me quedé con la vista perdida en la palmera inclinada mientras las personas se sacaban todo tipo de fotos con ella, incluso montándose encima o colgándose de ella. No pude evitar pensar en cómo cambia la perspectiva de las cosas solo con darle un giro a las ideas.
Siempre se escucha el refrán de que «el árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza». La moraleja de ese dicho es que el que se desvía ya no puede volver al camino, está como manchado. Los árboles deben ser rectos y mirar al cielo, ¿cierto? ¿Podría decirse de mí que soy un árbol que creció torcido?
Es probable.
¿Podría decirse de mí que nunca me enderezaré?
Observo la palmera y sonrío. Hay miles de palmeras aquí y en todo el mundo, sin embargo, esta llama la atención porque ha crecido mal. A lo mejor en el mundo de los árboles es discriminada, me imagino a otras palmeras burlándose de ella por no ir hacia el cielo sino hacia el mar. Sin embargo, la gente se toma fotos con ella y mencionan que las fotos son hermosas... ¿No será eso?
¿Aún puedo ser bella a pesar de haber crecido torcida? Y no me refiero a la belleza física. ¿Será que aún puedo resultar interesante a pesar de los errores cometidos, los dolores atravesados y las manchas pegadas a mi alma? ¿Será que si fuera una palmera la gente querría tomarse fotos conmigo?
Sonrío, porque de hecho la gente se quiere tomar fotos conmigo, pero no me refiero a eso precisamente, sino a algo más profundo.
Y su nombre regresa a mi mente: Ramiro. Él me vio, me idealizó como la palmera más hermosa y fantástica del mundo de las palmeras y luego, cuando me conoció, supo que estaba torcida. Y no le importó, no dejó de quererme por eso ni me rechazó, me quiso incluso más... como estos turistas que visitan esta palmera.
Le pido a uno que me tome una foto con ella, me monto encima y con el atardecer de fondo mi figura queda oscura.
Parece una postal. Y lo es para mí, una postal del día en el que comencé a amar mi tronco torcido.
Me gusta mucho este capítulo, espero que ustedes también lo disfruten :)
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