Capítulo 14 🎬
No puedo decirle que no cuando me mira de esa manera, se suponía que Vero y yo tendríamos una videollamada esta noche, pero siento que Oriana me necesita... a lo mejor se siente sola. Sus ojos miel me envuelven en un ruego silencioso, y no es como que yo deseara no estar con ella en este momento, no puedo negarme.
Salimos de la cafetería de la misma manera en que entramos, vamos hasta su auto y de ahí a su casa. Don Beto me sonríe cuando ingresamos y yo le saludo como si nos conociéramos de siempre. Entramos a la casa y vamos hasta la sala. Oriana se sienta en un sofá y yo me recuesto en una hamaca individual que está cerca del ventanal.
—Me encanta esto —digo y me balanceo—, cuando tenga una mansión como la tuya también la compraré.
Ella sonríe y niega.
—A veces pareces un niño pequeño —bromea y yo asiento.
—Me gusta guardar un poco del niño que alguna vez fui... es divertido.
—Diría lo mismo si hubiese vivido mi infancia alguna vez —responde.
—A ver, cuéntame... ¿qué cosas te hubiese gustado hacer que la fama te lo impidió?
Ella suspira y pierde la vista en el techo, se saca los zapatos y levanta los pies sobre el sofá. Está vestida con una blusa negra y una falda con vuelo de color rojo. Se ve hermosa.
—Me gustaría hacer cosas sencillas, ir a dar un paseo por la feria de artesanía de la plaza del centro, caminar descalza por la playa, salir un día a la calle con ropa vieja —añade entre risas—, sin maquillaje y despeinada... Tomar un helado en cualquier esquina... andar en bicicleta en la costanera —se encoje de hombros—, cosas que hace cualquier persona que tiene una vida normal.
Yo asiento y me dispongo a pensar cómo puedo hacerle realidad alguna de esas cosas que desea hacer. Quedamos en silencio un rato hasta que ella me mira, hay picardía en su mirada.
—Cuéntame de tus primeras veces —dice—. ¿Primer beso?
Yo sonrío.
—¿El afiche de Oriana Iglesias no cuenta? —inquiero con diversión y ella niega.
—Me hubiese gustado ser tu primer beso, Ramiro —Me guiña un ojo y yo me echo a reír.
—No sabes la de veces que lo imaginé, me gustaba idear situaciones... de pronto te encontraba en la calle. Hay un sitio en mi pueblo, es un paseo y es muy bonito, en días festivos lo llenan de luces y de adornos. Es colorido y luminoso, en primavera llegan muchos colibríes. Imaginaba que tú aparecías allí, bajabas en tu nave como Annya, venías de la luna. Yo estaba solo en ese sitio y tú me mirabas, te acercabas y me dabas un beso —niego con diversión, ya no tengo vergüenza de contárselo—. Era tan iluso, ¿qué harías tú caminando por una de las calles de mi pueblo?
Ella se sonríe con diversión y niega.
—Mi primer beso fue en la televisión —dice de pronto—. En una serie que hice cuando tenía como quince.
—Sí, la recuerdo. ¿Y cómo fue? —quiero saber y ella se encoge de hombros.
—Ya sabes, bien técnico... pero fue triste, como toda niña de esa edad soñaba con el primer beso, uno que fuera especial con alguien especial... y pues, este chico no lo era. No era mala persona, pero yo no sentía nada y... encima debimos repetirlo varias veces porque yo no le seguía el ritmo y... fue vergonzoso, realmente —dice en medio de un suspiro.
—Lo siento... es feo que te roben esas experiencias...
Ella se encoge de hombros.
—Mi primer beso fue con Vero...
—¿Acaso no era como una hermana? —pregunta ella y me siento halagado de que recuerde lo que le dije.
—Sí, pero en ese momento estábamos algo confundidos, ya sabes, teníamos dieciséis y habíamos ido a un baile de la escuela. Las cosas se dieron... Luego intentamos ser novios por unos meses, pero un día ella vino y me dijo que no podíamos seguir con eso pues no se sentía correcto, que nos conocíamos demasiado como para ser novios... y lo dejamos... y seguimos con la amistad.
—Pero si lo mejor es conocerse así para ser pareja, ¿o no? —pregunta confundida.
—Supongo, pero no sé si a esa edad comprendes esas cosas...
—Y sí, puede ser... ¿Tu primera vez? —me pregunta.
—Con una chica de una compañía de teatro de otra ciudad. Nos habíamos conocido en la Semana Nacional del Teatro, estábamos allí con nuestros grupos. Nos hicimos amigos y pasamos mucho tiempo juntos esa semana, éramos muy compatibles químicamente —sonrío—, se sentían las chispas en el aire. Y pues, el último día... lo hicimos...
—Oh, ¿y luego?
—Nada, mantuvimos el contacto por correo electrónico y mensajes, pero el tiempo lo enfrió.
—Vaya... La mía fue con un chico de producción. Yo tenía diecisiete y él veintidós, era un pasante. No fue una experiencia alucinante, él estaba seguro de que yo ya tenía experiencia y no le quise decir que no, por lo que ni se tomó su tiempo, fue algo rápido en el camerino... Llevábamos días echándonos miraditas. Después me tocó lidiar con miles de hombres mayores queriendo propasarse conmigo, actores, directores, productores, guionistas, lo que se te ocurra... —dice y suspira—, era una constante guerra. Algunos hasta me prometían protagónicos o papeles importantes...
—¿Y aceptabas esos tratos? —pregunto.
—¿Si te digo que sí te desilusionarás? —inquiere y me clava la mirada.
—No, no tengo por qué hacerlo —respondo y ella sonríe.
—No, no los aceptaba... cuando eso aún tenía valores y sueños, quería hacer bien las cosas... Luego llegó Aldo y todo se convirtió en él... hasta que nos separamos.
—¿Y entonces?
—Y allí me perdí... bastante —admite y suspira.
Hay un secreto allí que le duele, lo puedo sentir y lo puedo ver en sus ojos cuando habla de esa relación.
—Háblame de cuando te convertiste en famosa —digo y ella parece perderse en sus recuerdos.
—Era una niña y la fama parecía un bocado delicioso. Me imaginaba firmando autógrafos en las calles o siendo reconocida por todo el mundo. Eso sucedió más rápido de lo que imaginé, la serie de La niña que vino de la luna arrasó con todo, a la segunda temporada todo el mundo me conocía. Comencé a dar entrevistas y a disfrutar de momentos mágicos. Pero también llegaron las restricciones, no podía salir con mis amigas ni ir a un cumpleaños, me sacaron de la escuela y comenzamos a viajar, me decían qué ponerme, cómo hablar, qué decir y qué no. Se volvió tedioso muy pronto. Íbamos de viaje y no podía conocer los lugares, debía estar siempre en el hotel encerrada... era horrible.
—Oh...
—Una vez me escapé de la habitación y fui a la pileta del hotel, justo había un grupo de chicos de una escuela que habían ido de vacaciones, fue un desastre, me reconocieron y empezaron a acercarse. Me pedían fotos y me hacían preguntas que yo no sabía responder, solo tenía trece años y no sabía cómo reaccionar ante todo aquello. A mi padre le preocupaba que me perdiera en drogas y cosas, así como tantos actores, así que decidió que lo mejor sería que yo no tuviera contacto con nadie del ambiente más que para trabajar. En síntesis, no tenía amigos reales ni amigos que vivían mi realidad, como los chicos que actuaban conmigo, porque mi padre no los consideraba saludables...
—Qué triste tu vida...
—Y lo peor es que siempre que me quejaba, me decían que debería estar agradecida, que miles de niñas desearían estar en mi lugar...
—Me hubiera gustado entonces que mis deseos se hicieran realidad y nos encontráramos en aquella época en algún sitio, te hubiese tomado de la mano y te habría llevado a disfrutar de un día perfecto y común, uno en el que fueras solo tú.
—Lo dudo, tu admiración era demasiado grande como para ver tras la máscara de la estrella —dice y yo asiento.
—Tienes razón, además era muy pequeño para ti, te hubieras reído en mis narices —añado y ella asiente.
—En esa época aún no estaba tan —piensa la palabra—, rota como ahora... habría sido menos huraña, pero lo de la edad es cierto, aún ahora me pareces un niño...
—No digas eso que me ofendes —digo y llevo mi mano al pecho.
—No lo digo como ofensa, te ves tierno, dulce... hay en tu sonrisa y en tu mirada un dejo de niño, eso les gusta a las chicas —informa y me guiña un ojo—, además, guardas aún esa inocencia cargada de sueños e ilusiones.
—Pero puedo no ser nada inocente si me lo pides —bromeo.
—No lo dudo ni un poquito —responde y me guiña un ojo—. ¿Cómo estuvo el beso hoy? —pregunta y yo me sorprendo.
—Qué te puedo decir... ha estado bien...
—¿Solo bien? —Ella parece divertirse—. Para mí ha sido el mejor de todos los que he dado en ficción —dice y yo sonrío.
—No te burles.
—¿Por qué siempre crees que me burlo? Estoy diciendo la verdad...
—Bueno... pues, yo no tengo mucho para comparar porque es el primero que doy en ficción, pero tú sabes lo que haces —digo y ella vuelve a sonreír. Me agrada que eso pasa mucho cuando estamos juntos, ya que el resto del tiempo, cuando estamos en el set trabajando o esperando para grabar, ella no lo hace.
Pasamos las horas hablando, de cualquier cosa, de su casa, la mía o las paredes, del clima, la hamaca o sus premios por actuación. La noche se hace corta para nosotros, pero cuando miro el reloj son las cuatro de la madrugada. Tenemos que estar en el set a las ocho.
—Creo que es hora de ir a la cama —digo.
—¿Cómo vas a ir a tu casa?
—Caminaré.
—No, ¿por qué no duermes aquí y mañana temprano vamos para que te cambies antes de ir al set? —inquiere—. Está el cuarto de huéspedes... —añade por cualquier duda.
—No parece mala idea —digo porque en realidad no es cerca para caminar a estas horas—. Y el sábado me iré a comprar la moto. ¿Me acompañas? —pregunto.
—No lo creo —dice ella con una risita divertida—. ¿Te imaginas lo que dirían las revistas si nos vieran?
—Hmmm, tienes razón. ¿Qué haces los fines de semana? —pregunto mientras me levanto para ir a la habitación.
—Nada, estoy aquí, leo, veo películas o hago cualquier cosa...
No respondo porque una idea loca ingresa a mi mente. Ella se acerca y me da un beso en la mejilla.
—Buenas noches, Colombo —dice y yo sonrío.
—Buenas noches, Ori.
Y voy a la habitación, me acuesto en la cama y me pregunto qué clase de sueño estoy viviendo, en qué realidad me encuentro, en qué mundo paralelo me he colado. Soy un chico afortunado.
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