Capítulo 10 🎬

Mi madre dice que soy testarudo, que cuando algo se me mete en la cabeza no hay quién me lo saque. Eso puede ser tan bueno como malo, depende de cuál es el enfoque, de hecho, pienso que casi todo puede ser bueno o malo de acuerdo con el sitio desde donde observamos.

Ser testarudo es lo que me ha permitido estar aquí hoy, cuando uno tiene quince o dieciséis años y dice que al terminar la escuela quiere estudiar actuación, profesionalizarse y trabajar de eso, las personas tienden a reaccionar de distintas maneras. Algunos se ríen y te miran con condescendencia, como si les parecieras tierno con esa idea tan alocada, otros enarcan la ceja y te preguntan por qué no piensas en algo con más futuro... hay miles de reacciones, pero casi nadie te felicita por esa opción. Sin embargo, siempre lo tuve claro, siempre supe que lo único que hace latir mi corazón de esta forma es actuar, es mi pasión, es mi vocación y ahora es mi profesión. No permití que nadie me hiciera dudar de mi instinto y de mis sueños.

Tampoco dejaré que nadie me diga si mis intentos por acercarme a Oriana valen o no la pena.

Y es que la gente le pone miles de etiquetas, los compañeros, en su mayoría, le tienen miedo y por eso no se le acercan. A mí el miedo me parece una coraza, algo que la mantiene alejada. Yo no le tengo miedo.

Estos días me ha ignorado, debo admitir que al inicio me confundió, creía que habíamos avanzado ese día que estuvimos en su camerino, pero al parecer decidió retroceder.

—No entiendo por qué quieres acercarte —me dice Verónica cuando hacemos una videollamada—, por lo que me cuentas es una desagradable...

—No, para mí es agradable, y en realidad me genera mucha curiosidad conocer a la Oriana que hay atrás del personaje. Estaba muy seguro de que la conocía, pero ella me abrió los ojos, no la conozco, solo sé lo que ella ha mostrado a todos y eso puede ser solo una fachada...

—Por supuesto, Rami, no creo que ningún famoso sea en realidad lo que nosotros vemos de ellos. Además, yo creo que cada uno se hace su propia idea de cómo es la persona a la que admira...

—Sí... entonces me he propuesto conocer a la verdadera Oriana...

—Y eso es peligroso —comenta Vero.

—¿Por?

—Los ídolos siempre decepcionan —añade—, porque nosotros los ponemos en lo alto y, como ya te dije, solo son personas normales. También hacen tonterías, también tienen mal olor en los pies —rio.

—¿Siempre tienes que ser tan gráfica? —pregunto y ella sonríe. Su risa es deliciosa.

—Sí, porque necesito que te des cuenta de que esa mujer puede romper tu castillito de cristal, Rami. Tú la has idolatrado por años y la has subido demasiado alto. ¿No será mejor dejarla allí? A lo mejor si la bajas no te gusta lo que ves... —suspira.

—Sí, puede ser... aunque no lo creo... y para ser sincero, siento que está muy sola allá arriba, y por más arriba que uno esté la soledad es mala, Vero...

—No tiene caso que te diga nada más, te conozco y terminarás haciendo lo que desees, solo espero que cuides tu corazón —añade.

—Lo haré, gracias por estar siempre.

Ella asiente y un rato después nos despedimos.

Es mediodía y hoy no me toca grabar, saldré a comer algo y luego volveré para estudiar mis guiones. Mañana es nuestra primera escena íntima y tengo que tratar de calmar mis ansias.

Camino por las calles y observo a la gente sumida en sus actividades, todavía nadie me reconoce, según Marco eso cambiará muy pronto, pero la verdad es que disfruto del anonimato. Pienso en Oriana y lo difícil que ha de ser no poder salir a dar una vuelta por las calles, tomar un helado en la esquina o sentarse en una plaza. Ha vivido así toda su vida, por lo que asumo que se ha perdido muchas experiencias que para otros son normales. No sé qué tanto podría extrañar eso, pero espero no saberlo, no quiero llegar a ese punto.

Camino hasta un restaurante pequeño y me siento, hay un televisor cerca del mostrador y está prendido en uno de esos programas de chimento, no le presto atención. Hago mi pedido y luego aguardo. Entonces veo su foto, están hablando de ella. Aparece también la foto de Constanza y Eduardo.

Me acerco un poco para escuchar de qué va el chisme

—Constanza Salazar acaba de confirmar que está embarazada de casi cinco meses de Eduardo Barceló. Con esto todas las dudas que podíamos tener aún, quedan completamente aclaradas, esos dos tenían una relación mientras Eduardo estaba aún con Oriana Iglesias —dice la mujer orgullosa de los cabos que acaba de atar.

—Si a Oriana Iglesias le han puesto los cuernos, creo que podríamos decir que ninguna está a salvo —bromea la coconductora.

Yo cierro los puños, enfadado, ¿cómo es que algo así les da risa?

—La verdad es que Oriana está con mala racha, entre las críticas de su última película y su vida personal, no sería raro que vuelva a caer en depresión...

—Pero ahora está grabando una nueva película junto a el chico revelación, Ramiro Colombo. Si yo fuera ella, con solo tener que besarlo en alguna escena estaría más que contenta —bromea.

Suspiro.

—Y de vuelta con Constanza y Eduardo, no sería raro que pronto formalicen, hay un fuerte rumor de que así será... —afirma.

Pido que me pongan la comida para llevar y voy camino al estudio, aunque hoy no me toca sé que ella está ahí, me gustaría asegurarme de que está bien, no sé si sabe que ya la noticia se hizo pública.

La encuentro con facilidad, está de camino a su camerino por lo que la sigo.

—¡Ori! —la llamo.

—Ahora no, Ramiro —dice y se mete a la habitación cerrando la puerta. Un rato después sale con sus cosas y va camino al estacionamiento.

—¿Te vas? —pregunto mientras la sigo.

—No, solo salí a dar una vuelta por el estacionamiento —responde irónica.

—¿Terminaste por hoy? —inquiero porque sé que no es así.

—No... pero me tomaré la tarde.

—Algo me dice que no has avisado a nadie de ello —susurro y la veo ingresar a su vehículo.

—Nos vemos mañana —se despide.

—¿No quieres hablar?

—¿No te has dado cuenta de cuál es la respuesta a esa pregunta? —inquiere y pone en marcha el vehículo.

En ese momento pasa Miguel por la zona, ha venido a buscar algo y yo tengo una gran idea.

—Préstame tu moto —le pido—, te la devolveré, lo prometo.

Miguel se encoje de hombros y me da la llave.

Me subo y salgo a toda velocidad con la intención de seguirla. La encuentro y me mantengo a cierta distancia, unos diez minutos después la veo ingresar a una casa que está en un barrio alejado del centro, es un barrio residencial.

El portón se cierra tras ella y la veo perderse en un enorme jardín.

Me acerco al portón y veo a un guardia.

—Buenas tardes, ¿podría hablar con la señorita Oriana? —inquiero y él me mira como si hubiera visto un fantasma.

—¿Quién la busca? —pregunta.

—Soy Ramiro Colombo —digo.

—Lo anunciaré —asiente antes de ingresar a su caseta en busca del teléfono.

Un sonido fuerte me hace sobresaltar, es un trueno. Con toda esta corredera no me he dado cuenta lo feo que está el tiempo, se viene una tormenta.

El guardia sale de la caseta y niega.

—Dice que no quiere verlo —responde.

—Bueno, dígale que esperaré aquí en la vereda hasta que tenga ganas.

El guardia frunce el ceño con curiosidad y luego asiente, va a buscar el teléfono y vuelve a llamar. Yo coloco la motocicleta en un pequeño sitio techado y me siento en la vereda dispuesto a esperar.

El viento sopla con fuerza y las palmeras del jardín de la casa de enfrente se contorsionan de un lado al otro. Suspiro, me voy a mojar.

Casi media hora después la lluvia comienza a caer, son gotas enormes que no tardan ni diez minutos en empaparme por completo. A mí me da igual, me encanta la lluvia. De chico solía jugar en el patio cuando llovía, mi madre enloquecía, pero yo era feliz. Pienso que la lluvia carga energías en el alma.

Una hora después, el guardia sale con un paraguas.

—Señor —llama—, siento mucho que tenga que esperar allí —dice y hace un gesto como si de verdad aquello lo atormentara, pero la señorita me dijo que no lo deje guarecerse.

Río, quiere que me vaya, hace hasta lo imposible por alejarme.

—¡No se preocupe! —respondo y me recuesto sobre el suelo.

La lluvia cae sobre mi cara y yo cierro los ojos para sentir las gotas resbalando por mi piel. No pienso moverme de aquí hasta que Oriana me atienda.

Media hora más y el guardia vuelve a salir.

—Dice la señorita Iglesias que pase —añade.

Yo sonrío, me pongo de pie y le pido que le eche un vistazo a la moto. Él asiente y me deja entrar. La casa es enorme, hay un camino de piedra que lleva hasta la puerta principal, en frente hay dos autos estacionados. La puerta principal se abre y la veo allí, trae puesto un short corto y una blusita con flores que deja un centímetro de su abdomen al descubierto. Está descalza y se ha desatado el cabello.

—¡Loco! ¡Loco desquiciado! —exclama.

—¡Loquísimo, loco de atar! —respondo.

Ella me deja pasar y me da una toalla.

—Sécate, mojarás toda la casa —añade de mal humor—. ¿Qué es lo que quieres? ¿Para qué me has seguido? —inquiere.

—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien...

—¿Y por eso has esperado afuera toda la tarde bajo la lluvia?

—¿Tú sabes lo hermoso que es mojarse bajo la lluvia? —inquiero, ella frunce el ceño—. Sí, por eso he esperado —respondo.

Ella niega.

Yo sigo chorreando, es imposible que me seque tanta agua con una toalla. Entonces la miro, ella me observa como si quisiera comprender algo, como si buscara respuestas.

—Tengo una idea. ¿Hace cuánto que no haces algo loco y espontáneo? —inquiero.

—Nunca hago nada loco y espontáneo —responde.

—Es hora de cambiar eso —digo y la tomo de la mano.

—¿Qué demonios? Ramir...

No la dejo terminar, la estiro hacia afuera y nos llevo al centro del patio, bajo la lluvia.

—¡Estás loco! ¡Me estoy mojando! —grita.

Yo no la suelto, le doy vueltas y más vueltas y aunque al inicio parecía querer fulminarme, comienza a reír.

Ahora la suelto, abro los brazos y comienzo a girar. La lluvia es cada vez más intensa y golpea nuestros rostros. Ella me imita y gira con los brazos extendidos. Nos dejamos caer al césped y hacemos el ángel, pero sobre los charcos de agua en vez de en la nieve.

Un relámpago ilumina el cielo y el sonido del trueno nos saca de la ensoñación, ella grita asustada y yo río.

—Vamos adentro —digo y ella asiente.

Corremos y entramos gritando a la casa, estamos empapados y el agua nos chorrea por todos lados. Ella se detiene ante mí y me mira, sus ojos brillan y su sonrisa es inmensa.

—Te ves hermosa cuando sonríes —le digo.

Ella no responde, sigue mirándome como si buscara algo en el fondo de mis ojos.

—Ve a cambiarte —susurro sin querer cortar con el halo de magia que nos envuelve—. No quiero que te enfermes por mi culpa.

—Te traeré algo de ropa y una toalla seca, puedes ducharte en el cuarto de huéspedes y cambiarte, le diré a Sara que ponga tu ropa en la secadora y que nos prepare un café.

—Perfecto, eso suena genial —respondo.

Ella desaparece y vuelve en unos minutos. Me da un pantalón de algodón de color negro y una camiseta azul.

—Espero que te quede, es todo lo que he encontrado —dice y yo asiento—. Sígueme...

La sigo por las escaleras y me muestra la segunda puerta, yo ingreso y antes de cerrar la puerta, ella me regala otra sonrisa.

Y yo creo que al menos hoy, todo ha valido la pena.

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