Miro la puerta de la clase y barajo la posibilidad de echar a correr. Estoy acojonada. Agradezco que Paula me haya pasado a buscar por casa esta mañana para no dejarme sola, pero la cuestión es que en estos momentos me gustaría poder huir. Bien lejos. Noto como tira de mi brazo pero eso no ayuda y al final, en contra de lo que mi cuerpo desea, me veo arrastrada al interior del aula.
Desde que pisamos el patio, no hemos dejado de cruzarnos con gente que me ha saludado por mi nombre, como si me conocieran de toda la vida y el resto me miraban con curiosidad. Ahora al entrar en la clase, los que ya ocupan sus asientos me miran con interés y yo busco un sitio donde poder esconderme. Pero ese sitio no existe.
—Deberías sentarte allí atrás. —Me señala Paula—. Es de los pocos pupitres que hay libres y así no podrán estar mirándote toda la mañana.
Me alegro de que piense en mi incomodidad ante la situación y corro a sentarme deseando pasar lo más desapercibida posible. Miro el horario para parecer ocupada mientras el resto de los alumnos van llegando y descubro que la primera hora es la de mates. Odio las mates.
Suena el timbre en el momento en que quito el volumen al móvil y veo al profesor frente a la pizarra, buscando entre los asientos hasta que repara en mí.
—Buenos días a todos. Hoy damos la bienvenida a una alumna nueva... —Consulta la hoja que tiene entre las manos—. Ux...
Vaya. Qué raro. Tiene mi nombre mal apuntado.
—Se llama Uxue —le corrige un chico de segunda fila. Me mira sonriente y me guiña un ojo.
Me noto enrojecer por el descaro del muchacho y miro de nuevo al profesor.
—¿Es Uxue? —me pregunta.
—Sí, u-x-u-e — le deletreo.
—Oh, perdón. Ha habido algún problema a la hora de escribirlo. Habrá sido la secretaria al incluir tu currículum académico. Lo corregiremos —Me sonríe y me fijo en lo blancos que tiene los dientes. Casi hacen daño a la vista—. Espero que puedas coger el ritmo a estas alturas del curso. Para lo que necesites, puedes hablar con cualquiera de tus profesores, incluido yo.
Le sonrío por educación, pero hay algo en él que no me encaja. Es bajito, lleva gafas y seguro que cuando iba al colegio era un empollón. Con esa pinta no le pega haberse hecho un blanqueamiento dental. No tiene ningún sentido.
Me hundo un poco más en mi asiento, dispuesta a dejar que se olviden de mí durante el resto de la mañana, cuando la puerta se abre. Ángel entra y se dirige al fondo de la clase. Suelta su mochila en el suelo y se sienta en la mesa que hay a mi izquierda. No me doy cuenta de lo atenta que le estoy mirando hasta que él repara en mí y levanta las cejas sorprendido de encontrarme a su lado.
—Señor García. Llega tarde.
—Lo sé. Disculpe las molestias profesor. No era mi intención interrumpirle. —Mientras habla no deja de mirarme y sus palabras destilan cierta burla.
—De acuerdo. Sigamos.
Consigo despegar la vista de él y busco en el libro dónde están las funciones. Saco el cuaderno y comienzo a garabatear números pero eso no impide que le mire de reojo. Veo que ha sacado el libro de matemáticas, pero en vez de estar haciendo los ejercicios, está leyendo otro libro por debajo de la mesa. Parece una novela de bolsillo y si me ha sorprendido la forma en la que le ha hablado al profesor, en plan pasota, más me sorprende ahora, verle leyendo un libro. Es como que una cosa no fuera con la otra. Si vas de rebelde, no puedes ir de culto. Cada vez tengo más claro que Paula tenía razón cuando decía que era un chico raro.
Ángel levanta la vista y me pilla de nuevo mirándole. Clavo los ojos en el cuaderno e intento centrarme en las funciones que tengo delante, mientras me impongo la norma de no mirarle más. No quiero que piense que estoy colada por él o algo por el estilo.
Durante el resto de la mañana paso por la misma situación una y otra vez. Cada profesor que entra me llama "Ux" pues todos tienen la hoja con el mismo error y cada una de las veces, alguien corrige el error por mí. Al final parece una broma de mal gusto.
Cuando terminan las clases y vamos camino de casa, Paula quiere saber mi valoración del primer día.
—Bueno, todo el mundo ha sido muy amable. Aunque en el descanso me he visto un poco acosada con tanta gente presentándose a la vez y si te digo la verdad, en estos momentos no sé a quién conozco y a quién no.
—Bah, tranquila. Somos pocos, así que no tardarás mucho en recordar el nombre de todos.
—Creo que lo que más me costará será acostumbrarme a oíros hablar. Algunos tienen el acento muy marcado y me cuesta más entenderles.
—¿A mí me entiendes bien? —me pregunta preocupada.
—Te entiendo perfectamente. Es más, me gusta vuestro acento, suena cantarín.
Intento seguirle el ritmo con la bici, pero se nota que ella está acostumbrada a hacer el trayecto a diario y yo, estando aún a medio camino, creo que voy a morir. Llegamos a una bifurcación y se detiene un momento.
—Voy por aquí. Hoy he hecho el camino más largo para que no llegaras sola al colegio pero me pilla mejor ir por este desvío. Mi casa es aquella que ves allí al fondo. Lo digo para cuando quieras pasar un rato.
—Gracias por todo.
Lo menos que puedo hacer es darle las gracias ya que ella no tiene ninguna obligación de hacerse cargo de mí.
—Uy, de nada. Además tu presencia me ayuda a ganar popularidad. Eres lo más interesante que nos ha pasado desde que Anxo se cayó con la moto por un terraplén y se rompió la mitad de los dientes.
Me río.
—Enseguida dejaré de ser la novedad, ya verás.
—Algo me dice que no. No te imaginas la pila de mensajes que recibí ayer preguntando a ver si estabas libre.
Me da un sofoco al pensar que algunos quieran ya algo conmigo.¡Si no me conocen! Paula se pone en marcha otra vez y cuando se ha alejado unas pedaladas me grita.
—¡Mañana nos vemos!
Continúo por la cuesta y cada vez me es más difícil avanzar. Oigo el ruido de un motor y una moto me adelanta por la izquierda a toda velocidad. No estoy segura pero juraría que es Ángel. Así llegará a casa en un momento y a mí todavía me queda un largo trecho. Como seguir lamentándome no me va a servir de nada, me afano en pedalear y cuando rato después llego a casa creo que me voy a desmayar. Estoy sedienta, sudando por todos los poros de mi cuerpo y rezo a Dios para que con el tiempo cada vez me sea más fácil hacer esto a diario. Para colmo mis padres están de un humor estupendo y se pasan toda la comida entre risas. ¡Cómo se nota que ellos no tienen que desplazarse en bicicleta!
Paso gran parte de la tarde en mi habitación estudiando y cuando comienzo a agobiarme entre esas cuatro paredes, abro la ventana para que entre un poco de aire fresco. Miro el mar y creo que nunca me cansaré de esa maravillosa vista. Mordisqueo sin piedad el boli que tengo en la mano y decido que las horas de estudio han acabado ya. Observo el alfeizar y creo que mi primera tarea es buscar algo que me sirva de escalón. No digo que vaya a utilizar la ventana a menudo, pero nunca se sabe. Salgo por ella y busco a mi alrededor tratando de encontrar algo que me pueda servir. Me muevo por el lateral de la casa, pero no termino de ver algo que pueda utilizar, hasta que me fijo en un grupo de troncos apilados fuera del establo. Puede que alguno me sirva. Me acerco y busco el idóneo para mi fin. De entre todos elijo medio tronco de árbol y no con poco esfuerzo consigo arrastrarlo hasta debajo de mi ventana. Hago una prueba y esta vez consigo auparme sin problema. ¡Perfecto! Un problema solucionado. Todavía queda un rato de sol, así que cojo un libro de la estantería y decido bajar a la playa. A diferencia del día anterior, a estas horas el sol la calienta suavemente y es agradable pasear por ella. Camino durante un rato mojándome los pies, después leo y por último me tumbo en la arena escuchando únicamente el ruido de las olas.
Una lengüetada me deja un rastro de babas por toda la mejilla y antes de abrir los ojos ya me imagino quién es el culpable. Acaricio su hocico sin mirar y hasta que no me deja cierto espacio, no me incorporo.
—Hola Aquiles —le saludo en voz baja—. Me parece que tú y yo vamos a vernos muy a menudo por aquí.
La verdad es que no me importa tener que compartir la playa. Si estuviera siempre vacía, sería un poco aburrido.
—¿Has venido solo? —le pregunto, como si hubiera alguna posibilidad de que contestara. Oigo silbar y veo a lo lejos la figura de mi huraño vecino. Aquiles levanta las orejas pero no le hace caso.
—Así me gusta, Aquiles. Me prefieres a mí, a que sí. —Le rasco la papada y él se deja hacer encantado.
Oigo de nuevo a Ángel silbar, esta vez de forma insistente y aunque Aquiles parece remolonear un poco, finalmente regresa a su lado. Él continúa mirándome pero en ningún momento decide acercarse. Me da tanta rabia que cojo mi libro y continúo leyendo. Será idiota, si quería dejar claro que no le intereso ni lo más mínimo, lo ha conseguido. No estoy pidiendo que cada vez que me vea, se acerque a darme conversación, pero qué menos que saludar. ¿Tanto le costaba hacerme un gesto con la mano? ¿Eso al menos? Hasta su perro es más educado que él.
Estoy tan cabreada que cierro el libro de golpe incapaz de seguir leyendo. Cojo el móvil y le tecleo a Naiara: "Ya he averiguado algo de él. ¡¡¡Es un imbécil!!!". Recibo como respuesta una larguísima carcajada.
"No le veo la gracia".
"A ver cuando me mandas una foto de él. Me pica la curiosidad".
Será cotilla.
"Nunca".
Recojo mis cosas y camino de vuelta a casa. Cuando me acerco a mi ventana y estoy a punto de saltar, oigo voces en la parte delantera. Me asomo y veo a mis padres hablando con otra pareja y detrás de ellos Ángel sujetando a Aquiles mientras este enseña los dientes. Así visto, la verdad es que da miedo. Están hablando de algo divertido pues veo a mi madre reírse y antes de que pueda desaparecer y refugiarme en mi habitación, Aquiles me ve, se suelta de un tirón y corre a mi lado, buscando una caricia. Todos se giran siguiendo al perro y puedo leer en sus rostros la sorpresa.
—Uxue cielo, estos son los vecinos —me indica mi madre.
—Hola —respondo un poco cortada. Aquiles en cambio está la mar de a gusto dándome lengüetadas en los dedos.
—Qué curioso —afirma la madre de Ángel—, con lo arisco que es, está claro que le has gustado. Nunca le habíamos visto comportarse así con nadie más que con Ángel, ¿verdad hijo?
Él se limita a asentir mientras entrecierra los ojos como si estuviera analizándome. Por más que busque no va a saber cuál es el motivo por el que su perro me adora. Que se fastidie. Como no tengo ganas de seguir haciendo el paripé, decido escaquearme.
—Encantada de conoceros. Tengo un par de cosas que hacer antes de la cena.
Me giro y emprendo el camino de vuelta a mi ventana. Aquiles me sigue sin despegar el morro de mi mano, así que antes de saltar me agacho a su lado para despedirme.
—Venga, vuelve con tu dueño. Tengo que entrar en casa ya.
El perro me mira con cara de no entender, algo de lo más normal teniendo en cuenta que no hablamos el mismo idioma, y continúa sentado moviendo la cola. Cuando creo que ya se va a quedar a vivir conmigo, Ángel aparece por la esquina de la casa y nos mira con cara de pocos amigos.
—Vamos Aquiles. Déjala en paz. Algunas veces eres un pesado.
Mi peludo amigo le mira atentamente pero parece no estar por la labor.
Ángel resopla demostrando que la paciencia no es lo suyo. Me mira a mí, mira al perro y por último la ventana abierta. Se fija en el tronco apoyado en el borde, y por primera vez desde que le conozco, esboza algo parecido a una sonrisa.
—Sabes que tu casa tiene puerta, ¿verdad?
¡Qué gracioso!
—Sí, pero así tengo un acceso propio que puedo utilizar a mi antojo.
Arquea las cejas como si aprobara mi respuesta. Parece dispuesto a añadir algo más, pero al final prefiere callarse. Me da que no es muy hablador.
Se acerca a Aquiles y le coge del collar para tirar de él. Primero se hace el remolón, pero finalmente se pone en marcha. Espero oír por lo menos un adiós. Nada. Definitivamente la educación no es lo suyo. Salto dentro de mi habitación y me tiro sobre la cama. Me podía haber tocado un vecino más simpático. Ya he tenido mala suerte. Encima que aquí están las casas lejos unas de otras, a quien tengo más a mano, pasa olímpicamente de mí.
Me llevo una grata sorpresa durante la cena, ya que mientras estaba en la playa, nos han instalado Internet. Doy gracias, esta vez al Espíritu Santo, porque solo hayan sido dos días de espera en vez de una semana y maldigo a mis padres por no habérmelo dicho antes. Como tres bocados y me retiro a mi cuarto para poder conectar el portátil. Es verdad que con el móvil estoy conectada, pero me voy a quedar cegata de leer en una pantalla tan pequeña. Además, ya echaba de menos Netflix. Me paso más de una hora viendo las fotos que han colgado mis amigas durante el fin de semana, incluidas algunas de Naiara enrollándose con Xabi y me entra una nostalgia horrorosa. Para cuando me quiero dar cuenta estoy llorando a moco tendido y me pregunto cuánto tiempo tendrá que pasar antes de que deje de sentirme así. Esto es una mierda.
Para colmo veo notificaciones de nuevos comentarios en algunas de mis fotos y al entrar para verlo, me encuentro con que son gente que ni siquiera conozco, aunque por lo que indago, sí son conocidos de algunos de mis nuevos compañeros de clase. No me importa tanto el que me hayan llamado "Zorra" en la foto de carnavales de este año, al fin y al cabo el vestido era un poco de putón. Me preocupa un tal Julio que deja un comentario en mi muro: "Las vascas sois tan bordes que por eso te has venido a buscar el novio fuera, porque allí ya os conocen". Ya estamos, con los tópicos. Así que sin cortarme entro en su perfil y escribo "Y tu eres el gallego que estaba en la luna, ¿no? ¡Idiota!". Por suerte, no todos los comentarios son desagradables y me alegro de que las amigas de Paula se muestren simpáticas conmigo.
Cuando voy a cerrar el portátil veo que tengo una nueva solicitud de amistad en el Facebook y al pinchar sobre el icono la sorpresa es tal que si no hubiera estado sentada me habría caído de culo. La solicitud es de Ángel y eso me descoloca por completo. No entiendo cuál puede ser el motivo. Cuando nos hemos visto, prácticamente no me ha dirigido la palabra y la única vez en que se tomó molestias conmigo fue porque su perro me hizo comer arena, literalmente. Aunque hay algo aún más importante y es que si me ha mandado esa solicitud, es porque me ha buscado en la red. ¿Por qué, si me ha demostrado que pasa de mí totalmente? Da igual, por más que me estruje el cerebro, no voy a encontrar la respuesta.
Uxue ha superado su primer día de clase... no ha ido tan mal después de todo, ¿no os parece? ¿Y Julio? ¿Por qué en todas partes siempre hay algún idiota haciendo comentarios desafortunados? Por suerte Uxue no se corta a la hora de responderle, jajaja
Aunque quien realmente le cabrea es Ángel, ¿por qué se comporta así con ella? Parece que no le interesa ni lo más mínimo se su amigo pero entonces... ¿por qué le envía una solicitud de amistad? ¿Entendéis algo? Seguid leyendo, quizás en el próximo capítulo descubráis algo más.
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