Capítulo 4
Llego a casa deseosa de cambiarme de ropa, pues los pantalones me están chorreando agua, y la nariz me moquea un poco. No quiero pensar en que me haya resfriado. Paso por la cocina y veo a mis padres que se afanan en preparar la comida.
—¿Qué tal la misa? —pregunto con sorna.
Mi padre me mira con cara de pocos amigos.
—Me ha hecho recordar por qué no iba —protesta.
Mi madre le da un codazo en las costillas.
—No te quejes. Ha estado bien —responde esbozando una sonrisa—. Además el cura es un chico muy joven y entusiasta que merece la pena escuchar. Sí que me ha dado la impresión de que a la gente más mayor no le gusta que sea tan joven, pero bueno, corren nuevos tiempos para la iglesia.
—Me voy a cambiar —anuncio, para no continuar escuchando a mi madre.
Entro en mi habitación y me quito la ropa mientras pienso en ese pobre cura, destinado a la parroquia de un pequeño pueblo con sus costumbres y tradiciones, sin poder hacer otra cosa que amoldarse a lo ya establecido. Busco en mi armario y me pongo un vestido azul con una chaquetita de punto. Me siento en el tocador para peinarme y mientras me cepillo la melena, no puedo evitar recordar el momento en el que el chico me recogió el pelo para que no se me mojara. Fue un gesto de lo más normal, pero otro no lo hubiera hecho y eso es lo que lo hace importante. Intento olvidarme de ello y termino de arreglarme a toda prisa.
Salgo de la habitación y ayudo a poner la mesa mientras pregunto por nuestros invitados.
—Ama, ¿cómo es que nunca me has hablado de esta casa ni de la prima Maruja?
Mi madre estruja el trapo que tiene entre las manos, mientras piensa por dónde empezar.
—Nunca hemos tenido mucha relación con ellos. Tu abuela vivió aquí bastantes años, esta era la casa de su familia, pero de joven se fue a Bilbao a buscar trabajo y allí conoció a tu abuelo. Se casaron y me tuvieron a mí. Cuando yo era pequeña solíamos venir de vacaciones pero con el tiempo, las visitas cada vez se fueron espaciando más. Tu abuelo murió y después hubo que cuidar de tu abuela durante muchos años, hasta que ella también nos dejó. Aquí tengo unos cuantos primos aunque con la que más trato he tenido ha sido con Maruja. También está mi primo Ovidio, mi prima Esperanza... vamos, que tienes unos cuantos primos segundos por la zona.
—¿Los vecinos de aquí al lado son familia nuestra? —Me sale la pregunta sin más, pero necesito saber si ese chico es primo mío aunque sea de tercera generación.
—¿Los vecinos? No, cielo. Ella era amiga mía y salíamos juntas cuando pasaba el verano aquí.
Respiro aliviada, aunque no sé por qué me importa tanto.
De pronto mi padre me mira como si hubiera recordado algo.
—Tengo algo para ti.
Me saca a empujones de casa y me lleva al garaje, que está pegando al establo. Abre la puerta y saca de dentro una bicicleta de paseo retro, con cesto de rejilla delantero y pintada de un morado metalizado que la convierte en una joya.
—¿Dónde la has conseguido?
—La verdad es que es una antigualla restaurada. Tengo un amigo que me debía un favor y este es el resultado. ¿Te gusta?
—¿Qué si me gusta? Es genial.
Mi padre sonríe entusiasmado e intento recordar cuándo ha sido la última vez que le he visto así. Desde que perdió su trabajo cada vez ha estado más deprimido, incluso huraño y yo llegué a considerar su actitud algo normal, pero al verle sonreír ahora, me ha hecho recordar los buenos tiempos y cruzo los dedos para que la decisión de venir aquí haga que las cosas cambien de una vez por todas y él vuelva a ser el de antes.
—Me alegro, ya que te hará falta para ir al instituto todos los días.
Algo era. La bici tenía trampa.
—¿En bici?
—No hay autobús escolar, así que es la mejor forma para que no tengas que estar pendiente de que te llevemos nosotros. Cuando las cosas estén un poco mejor, te compraremos una moto, ¿de acuerdo? Además el colegio no está lejos de aquí, con la bici no tardarás nada.
Suspiro resignada. Me parece que no tengo muchas más opciones.
—Mira, ahí llega la prima Maruja.
La prima Maruja es la típica mujer oronda que se pone faldas de goma en la cintura para no tener que moderarse a la hora de comer. También es de las que le gusta achucharte hasta que te ha roto tres costillas y dejarte marcado el carmín en ambas mejillas. Habla muy rápido y aunque intenta hacerlo en castellano, continuamente se le escapan palabras en gallego que hace que me sea totalmente imposible entender nada de lo que dice. Su marido se llama Néstor y desde el principio tengo la sensación de que se trata de un buen hombre. Nos sonríe con sinceridad y habla muy tranquilo, todo lo contrario que su mujer que nos inunda con su apabullante verborrea. Por último está mi prima segunda Paula, que tiene toda la pinta de que dentro de unos años será igual que su madre. Y cuando digo igual, es igual. Eso sí, parece la mar de simpática.
Después de comer, Paula y yo vamos a mi cuarto para dejar a nuestros padres hablar de temas aburridos. Me tumbo en la cama mientras ella inspecciona toda la habitación.
—Lo sé, los muebles son horrorosos, pero son los que había aquí. No queríamos cargar con muchas cosas, ya sabes.
—No te creas que mi habitación es mejor, aquí tenemos costumbre de aprovechar las cosas, generación tras generación. Oye, ¿cómo ves lo de vivir aquí? Tú eres chica de ciudad y esto tiene que parecer mucho cambio.
No se hace una idea.
—Demasiado. Sobre todo echo de menos a mis amigas.
Busco el móvil y le enseño unas cuantas fotos, explicándole quién es cada una de ellas.
—Vaya, parecéis muy unidas...
—Sí, allí, las cuadrillas son así.
Sigue pasando las fotos por la pantalla y se detiene en una en la que está el impresentable de Miguel besuqueándome. Nota mental: tengo que borrar todo rastro de ese idiota.
—¿Y este? ¿No me dirás que has dejado al novio allí?
—No, para nada. Es mi ex y es un gilipollas.
Hace zoom en la foto y sonríe.
—Pues es una pena porque está realmente bueno.
Por eso me enrollé con él. Si hubiera sabido como era en realidad, no me hubiera liado con él ni por darme el gustazo.
—Y tú, ¿tienes novio?
Niega rotundamente.
—No, que va. Bueno, hay un chico —Se le iluminan los ojos— con el que me he liado un par de veces pero de momento no es nada serio.
Me gusta que me lo cuente, porque eso significa que aunque me acabe de conocer, no desconfía de mí.
—Ya me dirás quién es. Por cierto, mi padre dice que tengo que ir al instituto en bicicleta, dime que no está muy lejos, por favor.
Me mira extrañada.
—No, está aquí cerca. Yo también voy en bici. Cuando cumpla los diecisiete me comprarán un ciclomotor. Si quieres podemos acercarnos andando y luego nos recogen en coche.
Me parece buena idea ya que no tenemos nada mejor que hacer durante toda la tarde, así que se lo comentamos a nuestros padres y salimos a la carretera. Cuando empezamos a andar, miro inconscientemente hacia la casa de mis vecinos y Paula se da cuenta de ello.
—¿Les has conocido ya?
—solo al chico pero ni siquiera sé su nombre.
Paula mira también la casa antes de informarme.
—Se llama Ángel. De todas las casas del pueblo, justo tenías que ir a vivir al lado de él.
Me suena raro su tono pero no entiendo dónde está el problema.
—¿Es el chico que te gusta?
Ahora me mira extrañada.
—¿Él? No. Ya sé que es muy guapo y todo eso, pero es un poco raro.
No sé a qué se puede referir.
—¿Raro en qué sentido?
—Siempre está un poco al margen, pasa de tratar con la mayoría de nosotros. Es muy solitario y suele meterse en problemas. No ha salido nunca con una chica de aquí. Al principio pensábamos que era gay, después empezamos a verle con alguna, pero siempre tienen pinta de ser de ciudad. Será que las demás somos muy paletas para él. Bueno, tú misma tendrás oportunidad de comprobar lo que digo. Está en nuestra clase.
Por algún motivo me había parecido mayor que yo.
—¿Tiene nuestra edad?
—No. Es un año mayor, lo que pasa es que el año pasado tuvo un accidente de moto y perdió todo el curso. Casi se mata. Dijeron que había tomado drogas y que estaba borracho. No sé, ya te digo que se suele meter en problemas.
Tenía la sensación de que era todo lo contrario. Hasta ahora me había parecido de lo más tranquilo. Vuelve a mí el recuerdo de sus manos sujetando mi pelo con delicadeza y pienso que hay algo en todo esto que no encaja.
Seguimos andando un buen trecho, cada vez más cuesta abajo y a lo lejos distingo el pueblo, a orillas del mar. No se puede negar que el lugar es precioso y me alegro de estar rodeada de árboles y verde, ya que eso también me ayuda a que no eche tanto de menos mi ciudad. Durante el camino, Paula me habla de sus amigas, de los chicos de clase y demás, intentando que me ponga al día. Me sorprendo al enterarme de que solo hay un colegio en varios kilómetros a la redonda al que asisten todos los que están en edad escolar de la zona, es decir, desde los dos años hasta los diecisiete. ¡Y solo una clase por curso! Ahora me alegro infinitamente de que el colegio esté cerca de casa, si estuviera en otro pueblo, sería aún peor. Veo el edificio con un pequeño patio, una zona para fútbol y baloncesto y un recinto para que jueguen los más pequeños. Una pregunta me ronda la mente.
—¿Cuántos somos en clase?
Paula calcula mentalmente.
—Creo que unos 27.
Me da la sensación de que la vida social aquí está un poco limitada. ¿Y le extraña que Ángel se busque las novias fuera? Tiene que estar harto de ver a la misma gente todos los días. He de reconocer, que las chicas de mi cuadrilla, son amigas de toda la vida, pero además, trataba con mucha otra gente, en el instituto y los fines de semana.
—¡Genial! Aquí os debéis conocer todos muy bien —digo no sin cierta ironía.
Llegamos al centro del pueblo y está de lo más tranquilo. Hay un par de bares en la plaza del ayuntamiento y en frente está la iglesia. Más allá hay un pequeño puerto, lleno de barquitas de pesca y siguiendo hacia la derecha llegamos a un paseo con playa.
—Aquí se hacen muchas fiestas en verano. También suelen hacer sesiones de cine al aire libre y ferias. Ya verás qué divertido.
—¿Y el resto del año? ¿Qué hacéis los fines de semana?
Nos sentamos en el muro del paseo con los pies colgando hacia la playa.
—Hay veces que vamos a la ciudad. Está a unos veinte kilómetros, así que no se tarda nada. Allí hay una zona de pubs que está muy bien. Otras, organizamos alguna fiesta. Sobre todo en el granero de Diego. No lo utilizan y como está separado de la casa, es un buen sitio para poder poner música sin molestar a los vecinos.
—¿Y sus padres no os vigilan?
Paula se ríe.
—La verdad es que no. Nunca ha habido ningún problema gordo, así que han llegado a un punto en el que confían en nosotros.
—Pero tenéis litros y así.
Se encoge de hombros.
—Sí, claro. Por suerte sus padres son muy liberales. Creen que somos consecuentes con nuestros actos, así que no se meten. Oye, déjame buscarte en redes.. ¿Tik-tok? ¿Twitter? ¿Insta? ¿Face? —Saca su móvil y comienza a teclear—. A ver, que te busco... Uxue... ¿Cuál es tu apellido?
—Etxeberria.
Me mira con el ceño fruncido y me pasa el móvil.
—Mejor lo escribes tú.
Me da la risa. Se me olvida lo complicado que puede resultar para quien no está acostumbrado. Una vez me he localizado se lo doy de nuevo.
—Vale, ya estás fichada.
Miro en mi móvil y hago lo que corresponde.
—Ok.
Me mira pensativa y se acerca más a mí, me rodea con el brazo y coloca el móvil frente a nosotras dispuesta a hacer un selfie.
—¡Sonríe!
Pongo la mejor cara que puedo y espero a oír el clic. Me suelta y teclea a toda velocidad.
—Os presento a nuestra nueva compañera de clase.
Antes de que me dé tiempo a impedirlo, ha subido la foto. Bien, me parece que mañana ya no seré una desconocida.
—¿Hay algo que creas que deba saber antes de mañana? —pregunto por si las moscas.
—No, me caes genial y estoy segura de que vas a encajar de maravilla.
Veo esa cara redonda llena de pecas, sonriéndome con tanta sinceridad que no puedo hacer otra cosa más que creerla. Miro su pelo castaño rizado.
—¿Sabes? Me encanta tu pelo. Siempre he querido tenerlo así.
—¿Te encanta? —Se ríe—. Espera a verme un día de lluvia. Seguro que cambias de opinión.
Al final, no llamamos a nuestros padres y volvemos andando. A medio camino me arrepiento de esa decisión, pues la ida había sido cuesta abajo y por lo tanto la vuelta es cuesta arriba. Me noto arder las mejillas y creo que con esto ya he hecho ejercicio suficiente por un mes. No sé cómo lo voy a hacer con la bicicleta pues no me creo capaz de dar ni una sola pedalada por la empinada cuesta. Espero que por lo menos me sirva para poner mi culo como una piedra.
Cuando llegamos a la altura de las dos casas, veo que en el patio delantero de los vecinos está Aquiles, observando las gallinas con interés. Paula también se fija.
—Por cierto, cuidado con el perro de Ángel. Cualquier día se va a comer a alguien de un bocado. Es el mismísimo demonio.
Miro de nuevo al precioso Golden Retriever con su cabeza ladeada y la lengua fuera y no sé por qué yo veo un animal totalmente diferente. Incluso las gallinas ven un animal diferente. Si pensaran que es peligroso, no estarían frente a él comiendo tan tranquilas.
Por la noche tumbada en la cama, pienso en lo que me espera mañana. Al regresar, Paula me dio una torre de libros impresionante y un horario para que me organice. No puedo hacer otra cosa más que resoplar. Cojo el móvil para mirar si tengo algún Whatsapp de mis amigas, pero lo que me encuentro son un montón de notificaciones y nuevos contactos. Hace horas que tuve que quitar el volumen al móvil, porque desde que a Paula se le ocurrió publicar nuestra foto en el paseo de la playa, no dejo de recibir mensajes y comentarios de los que supongo serán compañeros de clase, amigos y conocidos de ella. Está claro que están deseosos de darme la bienvenida, aunque yo creo que lo que pasa es que se aburren un poco y yo voy a ser el juguete nuevo.
Entro en el Whatsapp y veo que mi amiga Naiara está en línea.
"Wapa ¿Ya te has olvidado de mí?".
"No, tonta. Además justo ahora te iba a escribir. ¿Qué me cuentas?".
"Mejor tú primero. ¿Qué tal ayer noche? Ya echo de menos estar ahí de juerga con vosotras".
"Eso seguro, porque somos las mejores. Bueeeno, pues no hice mucho. solo me enrolle con... ¡adivina!".
Conociéndola seguro que se ha ligado a Xabi. Era su último interés.
"No me digas que has conseguido que caiga Xabi...".
Recibo una carita sonriente como respuesta.
"Serás cabrona...".
"¿Y tú? ¿Hay algo de fiesta por ahí?".
"De momento nada de nada".
"¿Y algún chico interesante???"
Sin poderlo evitar pienso en Ángel. Es cierto que de momento no he conocido a ningún chico más pero también he de reconocer que al pensar en él siento cierto gusanillo en el estómago.
"Creo que he conocido al chico malo del pueblo".
"No. ¿¿¿Tu??? Pero no será un capullo como Miguel ¿no?"
"No lo sé".
"¿Le has stalkeado un poco?".
Dos días en el campo y estoy perdiendo facultades. Eso es por estar solo con esta mierda de móvil y sin poder usar el portátil.
"No. Voy a investigar. Ya te contaré. Muxus".
Como solo sé su nombre, me va a resultar imposible localizarle en el buscador, así que comienzo a indagar en los perfiles de mis "nuevos amigos". La misión se complica más de lo que esperaba, pues no aparece como amigo de ninguna de las personas que visito. Esto de stalkear a alguien no se me da nada bien. Cuando ya me voy a dar por vencida, le encuentro en la página de un chico llamado Juanjo. Estoy a punto de cantar victoria pero me encuentro con que su perfil no es público. Genial. Tanto esfuerzo para nada. Observo divertida que en su foto no aparece él sino Aquiles. Está claro que ese perro es muy importante para él. Envío el último mensaje del día.
"La investigación no ha dado sus frutos. Perfil privado. Grrr".
Me giro en la cama y antes de que pueda pensar más ya me he quedado dormida.
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