Capítulo 2


 Me despierto con la luz de la ventana y me tapo la cabeza con la almohada. No quiero levantarme. Todavía no.

Oigo ruido por la casa, lo que significa que mis padres ya están manos a la obra. Miro el móvil con los ojos aún entrecerrados y son solo las nueve. ¡De un sábado! Me quiero morir. Echo un vistazo a los iconos de notificación: Facebook, Twitter, Instagram, Tik tok, Whatsapp... qué pereza. Tengo que estar más despierta para poder hacerme cargo de ello.

Me tumbo boca arriba en la cama y miro la lámpara de la habitación. Es horrorosa. Antigua, de esas de bronce con un montón de brazos y tulipas de cristal. Seguro que no era bonita ni en sus buenos tiempos, así que ahora mucho menos. Pensaba que estas cosas ya no existían. Me armo de valor y me siento en la cama dispuesta a mirar a mi alrededor. Me horroriza lo que veo. Todos los muebles son de madera, antiguos. La cama, las mesillas, el armario, la cómoda. Aunque hay varias cosas que me gustan. La habitación es grande, sorprendentemente es más amplia que la que yo tenía. La cama es doble, así que en eso también salgo ganando. Hay un bonito tocador con espejo ovalado, de esos que están de moda ahora y lo mejor con diferencia es la bancada que hay debajo de la ventana. Será un sitio genial para sentarme a leer.

Me levanto y camino descalza por el suelo de madera desgastado. Cojo de una esquina el tapete de ganchillo que cubre la cómoda y sé que eso será lo primero que tire a la basura. Bueno, quizás después de que me encargue de la habitación, no quede mal del todo. Me siento en la bancada y suspiro mirando alrededor, pensando en las posibilidades.

Oigo un murmullo en el exterior, un rumor que me suena familiar y que me obliga a girarme, a apartar la cortina y mirar al otro lado de la ventana. Abro la boca, sorprendida, alucinada, pasmada y lo único que acierto a decir es: "Joder, no puede ser". solo digo tacos cuando estoy sola, o alguna vez con amigos, así que me alegro de que mis padres no me hayan oído porque me querrían lavar la boca con jabón. Pero es que la sorpresa se merecía como poco un taco como ese.

Me incorporo en la bancada sobre una rodilla y abro la ventana. Mis ojos todavía no se creen lo que estoy viendo. Es el mar. El mar en toda su inmensidad... Estoy tan embobada que me encaramo al alféizar y salgo de la casa. Voy descalza y en camisón, pero me da igual. solo me importa lo que estoy viendo y es el mar.

Doy varios pasos por la hierba hasta el borde en el que parece acabarse todo y veo que una altura de unos cinco pisos separa nuestra casa de una pequeña playa. Siento un poco de vértigo al mirar hacia abajo y distingo un serpenteante camino que lleva hasta la arena. ¿Cómo se les olvidó a mis padres comentarme un detalle como ese? Podré ver el mar desde la ventana de mi habitación y bajar a la playa en verano, así visto quizás no esté tan mal después de todo vivir aquí. La brisa me envuelve y noto un escalofrío. Estamos en mayo y aunque haga calor el aire del mar es húmedo. Me doy la vuelta dispuesta a volver a entrar por la ventana y al girarme tengo la sensación de que hay alguien mirándome. Deslizo la vista hacia mi derecha y veo a un chico vestido con ropa de trabajo y un cubo en cada mano que me observa con curiosidad. Recuerdo el hecho de que estoy en camisón, con las bragas transparentándose a través de él y no sé dónde meterme. Para colmo, en vez de cortarse un poco, deja los cubos en el suelo, se apoya en la valla que separa su terreno del mío y me observa divertido. Me cruzo de brazos rabiosa y acelero el paso para llegar cuanto antes a la ventana. Allí ya no estoy en su campo de visión y respiro tranquila antes de intentar encaramarme a la ventana.

¡Maldita sea! Resulta que es más difícil entrar que salir. Al salir, me ayudaba la bancada, pero para entrar, la ventana me pilla un poco alta y no tengo forma de coger impulso.

¿Y ahora qué hago? Me asomo con cuidado y veo que sigue apoyado, como si supiera que tendría que volver a pasar y estuviera esperando. Un ruido llama su atención y mientras busca su origen con la mirada, aprovecho para fijarme mejor en él.

Tiene el pelo castaño y la piel morena, me imagino que todos aquí tendrán mejor color que yo, que parezco que he salido de Crepúsculo. Es lo que pasa cuando vives en Bilbao, un sitio en el que llueve tanto. Parece más alto que yo, pero no mucho y hay algo en él que me resulta interesante aunque no sé decir el qué. Es guapo, sí... es guapo. Y es mi vecino.

Aun así es un descarado y no sé si me cae bien. De todas formas algo me dice que tendré tiempo de comprobarlo.

Como veo que no parece dispuesto a irse, decido dar la vuelta a la casa por el otro lado para llegar a la puerta principal. No tengo otra opción.

Cuando entro, mis padres están desembalando unas cajas en el mismo pasillo y ambos se paran extrañados al verme en la puerta principal.

—Pensábamos que estabas en tu habitación —afirma mi madre.

—Tú lo has dicho. Estaba. He salido a admirar el paisaje. Aita, ¿Cómo no me habíais dicho que la casa estaba frente al mar?

Me sonríe con tristeza.

—Bueno, era una sorpresa. Después de todo lo que estás pasando, sabíamos que te gustaría despertarte y ver el mar.

Por una vez ha acertado.

—Desayuna algo y ponte manos a la obra. El lunes tienes que ir a clase y solo tenemos estos dos días para organizar la casa.

Me da repelús pensar que tengo que ir a un instituto nuevo en el que no conozco a nadie, así que no quiero pensar en ello. Ya me enfrentaré a mis miedos cuando no tenga más remedio.

Miro la puerta de la izquierda y veo que es la cocina. Entro en ella y busco a mi alrededor. Habrá que probar suerte. Después de abrir al menos cuatro puertas y tres cajones, he conseguido un vaso de leche y unas galletas. Como recolectora no tengo precio. Entre que no sé dónde está nada y que la mayoría de los cajones continúan vacíos, estoy orgullosa de haber conseguido mi desayuno. Me siento a la mesa que está en una de las esquinas y miro la cocina. Muy rural. Los muebles están pintados de azul claro, el fregadero es un pilón de estos que antes todo el mundo tenía en casa y aunque hay una vitrocerámica, me llama poderosamente la atención, la chapa de hierro macizo que tiene toda la pinta de funcionar con leña. Una cosa de estas puede durar eternamente, da igual que no haya electricidad, ni gas, ni butano, con tener algo que quemar dentro, voila! se puede cocinar. De verdad que lo considero un gran invento. En las ciudades, se va la luz y estamos echados a perder. Aquí con una chapa, todo solucionado. Ni frío, ni hambre.

Me doy prisa pues pienso en todas las cosas que tengo que hacer y sé que en dos días no voy a poder hacer milagros. Paso por el baño como una exhalación y por mi habitación para cambiarme de ropa. Justo cuando me voy a poner manos a la obra oigo ruido fuera y me acerco a la puerta principal. Es el camión de la mudanza. Por lo menos podré organizar mis cosas. Vuelvo a mi habitación y miro por la ventana el mar...

No puedo evitarlo y saco una foto para Instagram. "Mis nuevas vistas". No tardo en obtener unas cuantas respuestas. "Vaya, ¿de verdad?". "¡Qué bonito!". "Así va a ser difícil que nos eches de menos". Y un sinfín más.

Me asomo y veo a los de la mudanza apilando cajas y muebles en la entrada. Buf, me da pereza solo de pensarlo. Decido esperar a que terminen, antes de comenzar a buscar entre las cajas y recuperar mis cosas.

Quizás sería una buena idea que echara un vistazo a la casa. Me acerco de nuevo a la entrada y miro tras la puerta doble que hay frente de la cocina. Es el salón y es bastante grande. Tiene un mueble antiguo, un sofá de descolorido estampado de flores y un par de butacas. En la otra parte, una mesa de comedor rústica con ocho sillas.

Salgo del salón y continúo por el pasillo. La puerta contigua a la cocina, el baño. Cuando entré la primera vez, pensé que no era gran cosa, pero teniendo en cuenta que seguramente sea para mí sola y que además tiene bañera, no voy a quejarme.

Después el pasillo gira a la derecha, aunque antes está la puerta de mi habitación, frente a la puerta de entrada. Al girar quedan a mi izquierda las escaleras que suben al piso de arriba y en frente una puerta que descubro, pertenece a un pequeño cuarto de la colada. Cierro la puerta y subo al piso de arriba. Giro hasta llegar a un pasillo que deja dos puertas en el lado izquierdo y dos en el derecho. La primera es otro cuarto de baño, muy similar al de la planta baja. Lo siguiente, una pequeña salita de estar, con unas estanterías, un sofá bastante hecho polvo y una máquina de coser de esas de pedal. Vamos, de antes de la guerra. Doy la vuelta en el pasillo dispuesta a cotillear en las dos puertas que quedan y al abrir la primera me doy el susto de mi vida al encontrarme con mi madre.

—Uxue, hija. Qué susto.

Está doblando ropa sobre la cama y veo que es el dormitorio de mis padres.

—Pensaba que estabas abajo.

—Oh, no quería molestar a los de la mudanza mientras vaciaban el camión.

Ya somos dos.

—Estaba viendo la casa.

—Ya, claro —responde concentrada en su tarea—. Con lo tarde que llegamos ayer, no pudimos enseñarte nada.

—Ya casi he terminado. —Me acerco a la otra puerta y miro con curiosidad. Detrás de ella hay una cama individual, será un pequeño cuarto de invitados.

Mi madre se asoma por la puerta y señala el techo.

—Queda el desván, pero mejor lo dejamos para más adelante. Está lleno de trastos y te agradeceré que un día me ayudes a organizarlo un poco.

Miro al techo despistada y veo una trampilla con escalera escondida en él. Me da mal rollo solo de pensarlo pues tiene toda la pinta de ser como los que salen en las películas de terror. Estas en las que hay espíritus en la casa dando la tabarra a los que viven en ella. ¡Tendrá que obligarme para hacerme subir ahí!

Bajamos juntas y veo que los de la mudanza ya se van. Sí que se han dado prisa. Comienzo a buscar las cajas que tienen mi nombre y las voy llevando a mi habitación. Han colocado en ella las baldas de hierro forjado en las que suelen estar mis libros y que son de los pocos muebles que hemos traído de nuestra casa.

Abro la primera y tengo la suerte de encontrar los altavoces para mi móvil. Perfecto, un poco de música es lo que necesito. Los enchufo, busco Imagine Dragons dejo que suene a todo volumen. "Esto es otra cosa". Me paso el resto del día sacando mis cosas de las cajas, descansando solo para comer y poco más. Me da la risa al ver la decoración de mi habitación. Es como que las cosas modernas no encajan en ese entorno: Los altavoces, mi portátil... ¡Mi portátil! Salgo del cuarto en busca de mis padres. Los encuentro en el salón colocando la tele, hay que ver lo "genial" que queda un plasma de 40 pulgadas en un mueble antiguo como ese. Me miran al oírme entrar tan aireada.

—¿Ocurre algo? —pregunta mi padre inocentemente.

—¿Y el Wifi?

Les da la risa. Yo en cambio no le encuentro la gracia.

—Tranquila. Tienen que venir a instalarlo. Tardarán unos días.

Unos días sin Internet, ¡genial! Será mi suicidio social definitivo.

—¿Sabéis lo que son unos días sin conexión?

Está claro que unos padres nunca van a entender la repercusión de algo así. Ellos sobrevivieron durante mucho tiempo a una existencia sin Internet.

—Tienes el móvil.

Ya. Claro. Eso si no falla la cobertura... cosa que no me extrañaría teniendo en cuenta que estoy en medio del monte. Bueno, siempre será mejor que nada. Y si solo es unos días... Vuelvo a mi habitación resignada y mando whatsapp a mis amigas. "Unos días sin Wifi. Ya echo de menos la civilización".

Primera sorpresa para Uxue... desde su ventana ¡se ve el mar! ¿A quién no le gustaría despertarse y encontrarse con esas vistas?

Segunda sorpresa... su vecino, que no se corta a la hora de darle un repaso.

Tercera sorpresa... sobrevivir sin Wifi. Bufff, qué difícil es la vida en un pueblo. ;D

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