Capítulo 19
Y llegó la boda. Después de una maldita semana repleta de exámenes en la que básicamente lo único que he hecho ha sido comer, dormir y estudiar, por fin es sábado.
Me miro en el espejo sorprendida por la transformación que he conseguido después de un rato de chapa y pintura. El vestido me queda como un guante, ni muy ceñido ni muy suelto y tan elegante como uno comprado en la más cara boutique. "Gracias bisabuela". En el pelo llevo una diadema de plata envejecida con pequeñas piedras de color azabache que mi madre encontró en uno de los cajones de la cómoda que había en el desván. Se me olvidó mirar ahí y ella se llevó una grata sorpresa al encontrar un joyero con lo que hemos supuesto que son las "joyas de la familia". Nada que nos haga ricos, por supuesto, pero mi madre se emocionó al pensar que pertenecieron a las mujeres de la familia. Y aquí estoy yo, reutilizando la diadema, que hace que le dé a mi look un aspecto de lo más vintage. He tenido la suerte de que mi madre haya sido capaz de hacerme un recogido helénico, con el cabello enroscado y pequeñas trenzas intercaladas que parece una verdadera obra de ingeniería. No quiero saber cómo se habrán apañado el resto de las invitadas pues no me sorprendió ni lo más mínimo descubrir que en el pueblo solo hay una peluquera, que tiene el local encima del Bar Manolo y que por supuesto se había quedado sin hueco hacía ya más de seis meses. No es de extrañar teniendo en cuenta que más de medio pueblo está invitado a la boda. Vamos, que o van a peinarse a otro pueblo o cada uno se apaña en su casa.
Cojo el pequeño bolso y sopeso qué guardar en su interior. Como todo bolso de boda que se precie, el espacio es más bien escaso, obligándome a elegir qué prefiero llevar. ¿Móvil? Por supuesto. ¿Pañuelos de papel? Por si la emoción nos hace llorar. ¿Dinero? Por si acaso. Y ya no entra más, ni maquillaje para retocarme, ni unas bailarinas de repuesto, ni un chicle. Me gustaría saber ese conjuro que usa Hermione en Harry Potter y que hace que su bolsito no tenga fondo, pero como no he estudiado magia en Hogwarts, tendré que conformarme con no llevar nada más. Salgo de la habitación y choco con mi padre que pasea por el pasillo nervioso.
—¿Qué pasa?
—Nada, que sois unas tardonas y yo no tengo paciencia.
Le miro de arriba a abajo y me encanta verle de traje y corbata. Todo un señor.
—Qué elegante estás aita.
Una sonrisa orgullosa brota en su cara haciendo que su gesto se relaje.
—¡A que sí! Tu viejo aún tiene buena planta.
—No te llames viejo —digo dándole una palmadita en el pecho—. Sabes que estás hecho un chaval.
—Y tú estás muy guapa hija. Toda una mujer ya... así que espero que los chicos se comporten hoy, no vaya a ser que tenga que intercambiar "palabras" con alguno.
Ya me extrañaba a mí, que mi aita no pensara como lo que es: un padre. Y por eso precisamente le pedí a Ángel que mantuviera las distancias en la boda. No le entusiasmó la idea pero no conoce a mi padre enfadado...
Mi madre aparece por las escaleras y puedo ver cómo él la mira boquiabierto. No es para menos. El conjunto que se compró le favorece muchísimo y ella no ha tenido problemas con el pelo ya que lo lleva tan corto que prácticamente no tiene que peinarse.
—Oh Uxue hija, que guapa estás.
—Mira quién fue a hablar —respondo sonriendo—. Aita, me parece que es a ella a la que vas a tener que vigilar. Igual le sale algún pretendiente por ahí.
Mi padre pone gesto de fastidio y sé que está sopesando las posibilidades de que eso ocurra.
—No esperes que me separe de ti en todo el día —le dice mientras le da un beso en la mejilla.
¡Qué bonito es el amor!
—Y ahora, ¿me vais a decir a dónde vamos a las once de la mañana? ¿La boda no es a las doce y media?
Mi madre se dirige a la entrada.
—Sí, pero aquí es tradición pasar antes por casa de los novios. Así que tenemos que ir a la de Aloia ahora, después iremos a la iglesia.
Los pueblos y sus tradiciones. Después de lo del santo, no me extraño de nada. Santo al que miro de reojo al salir por la puerta, para asegurarme de que sigue entero. Menos mal, no quedaría nada bien que los nuevos no fueran capaces de cuidar una caja de madera y cristal. Si nos llegamos a cargar el santo, seguro que más de uno nos retiraría la palabra o peor aún igual nos expulsarían del pueblo. Por suerte no ha pasado nada raro, mañana se lo devolveremos al cura y el problema será para los siguientes.
Montamos en el coche y mi padre toma el camino que lleva a casa de Paula, no tardamos en pasar la suya de largo y un par de minutos después aparcamos cerca de otra propiedad, donde ya hay más de una docena de coches. Al acercarnos a la casa se oye barullo de gente y risas lo que confirma que en ese lugar están de fiesta. Sigo a mis padres un poco perdida pues entre que no conozco prácticamente a nadie y que no sé cómo van aquí las bodas... tenía que haberle preguntado a Paula. Pronto se acerca gente a saludar y para cuando queremos darnos cuenta a mi padre le han arrastrado a la zona de la bodega donde al parecer están los hombres tomando unos vinos y picando algo. A nosotras nos llevan a la habitación de la novia donde están terminando de prepararla y después de saludar a una nerviosa joven, nos sirven un cóctel en el salón.
—Son las once y diez de la mañana y estamos bebiendo, ama —le susurro mientras me fijo que algunas tienen pinta de llevar ya más de una copa encima.
Mi madre sonríe y me dice entre dientes.
—Ya sabes cómo son en algunos pueblos, las fiestas son a base de comer y beber.
—No es que lo critique pero a este ritmo, para cuando lleguemos al restaurante vamos a estar todos borrachos.
En ese momento entran por la puerta la prima Maruja y Paula. Entiendo que a Nestor le han mandado a la bodega con el resto de los hombres. Para cuando Maruja llega a nuestro lado ya ha apurado una copa y comido dos canapés, ¡y eso que la distancia que nos separaba era bien corta!
—Hay que ver qué mujeres más guapas tenemos en nuestra familia. —Nos piropea mirándonos de arriba a abajo —. Yo he preferido ponerme más cómoda que elegante.
Esto último lo dice señalando la cinturilla de goma de su falda de flores, y eso confirma que alguna viene dispuesta a disfrutar de la comida. Paula se acerca a mí.
—Paula, el vestido te queda genial.
—Gracias, pero estos tacones me están matando ya y me los acabo de poner —protesta—. Voy a tomar un par de copas a ver si así se me adormecen los pies.
Se acerca a la mesa de los cócteles y se bebe otro de un trago. De tal madre, tal hija.
En la siguiente hora, el salón se llena de mujeres hasta límites insospechados lo que me hace pensar que está invitado el pueblo al completo mas parte de los alrededores.
Muchas traen el regalo de bodas y descubro cosas tan dispares como una fuente con forma de cisnes que parece haber salido de un bazar oriental, hasta una colcha con las iniciales grabadas. ¿Pero todavía se regalan estas cosas? Siento que he retrocedido al siglo pasado. Nosotros no nos complicamos y cogimos algo de la lista de bodas y ahora que lo pienso ni siquiera le he preguntado a mi madre qué eligió.
A través de la ventana oímos a los hombres en el patio cantando, prueba inequívoca de que la cantidad de Ribeiro que han consumido ya, supera los límites permitidos. De pronto, la madre de la novia aparece en el salón y comienza a meternos prisa para que vayamos a la iglesia. Obedientes, salimos todas en tropel y nos reunimos con el resto abajo. El jaleo es increíble, gente buscando a los suyos, gente que aún no se ha saludado... poco a poco nos dirigimos a nuestros coches y como una ordenada fila de hormigas nos dirigimos a la iglesia. En nuestro caso, mi madre decide ponerse al volante, ya que ella solo ha tomado una copa y cuando nos reunimos con mi padre, la sonrisa floja y el rostro enrojecido nos confirma que tiene más vino en sangre del que bebe en un mes. Por suerte, la cola de coches va a 20 km por hora así que las probabilidades de tener un accidente en una carretera secundaria como esta, son prácticamente nulas.
—¡Me encantan estas bodas! —sentencia mi padre.
Me paso toda la ceremonia buscando entre la gente a Ángel, extrañada de no haberle visto todavía. Finalmente desisto, llegando a la conclusión de que seguramente vaya directo al restaurante.
La misa resulta de lo más animada ya que al entusiasmo del cura, responde una más que achispada congregación. Vamos, que nunca había visto semejante alegría a la hora de entonar los cánticos y el pobre cura, acostumbrado a que no le sigan la corriente, incluso se anima a hacer palmas. Toda una fiesta.
Aloia y Amadeo, los novios, disfrutan del entusiasmo que demuestran todos y se juran amor eterno, haciendo que más de uno derrame una lagrimita. Cuando se dan el beso tras convertirse en marido y mujer, la iglesia al completo irrumpe en aplausos y vítores.
Salimos, y antes de que sepa cómo o quién, tengo un puñado de arroz en la mano. Nos preparamos para tirárselo a los novios en cuanto salgan por la puerta y ellos imaginando lo que les espera salen cubriéndose la cara con las manos. Esto hubiera servido si no fuera porque dos amigos del novio se han parapetado en el campanario y para cuando queremos darnos cuenta, están vaciando sobre la infeliz pareja un saco de arroz de más de diez kilos. El resto de los invitados nos quedamos congelados con nuestro ridículo puñado de arroz en la mano y lo soltamos sin más, pues ya no tiene ningún sentido lanzarlo. Amigos para esto. Para colmo, también se les ha ocurrido envolver el coche del novio con film transparente dejándolo tan bien cubierto que ahora no hay forma de encontrar por dónde empezar a tirar.
Mientras algunos se dedican a desempaquetar el coche, felicitamos a los recién casados y nos sacamos las fotos más rápidas de la historia: la gente quiere ir a comer, y a beber, así que se trata de perder el menor tiempo posible.
De nuevo, una interminable fila de coches nos dirigimos al restaurante que está a unos pocos kilómetros, entre nuestro pueblo y el siguiente. Al bajarnos del coche, veo a Ángel en la entrada del restaurante apoyado en la barandilla consultando su móvil. Lleva un traje negro que le queda impecable, camisa gris clara y corbata estrecha negra. Me doy cuenta de que estoy con la boca abierta como una tonta y la vibración de mi teléfono me saca de mi ensimismamiento.
—Si querías dejarme sin respiración, lo has conseguido.
No puedo evitar sonreír ante su mensaje. Iría ahora mismo y... mejor no sigo pensando lo que me gustaría hacer después de verle tan guapo.
—Y tú estás muy elegante.
Levanta la mirada del móvil y me sonríe. En ese momento sus padres llegan a su lado y se adentran en el restaurante. Quizás no haya sido tan buena idea eso de ignorarnos... quedan un montón de horas por delante.
Como el cóctel fue en casa de los novios, directamente entramos al comedor. Tal y como imaginábamos, estamos con Paula y sus padres en una de las mesas. Nos sentamos y no tardo en localizar a Ángel a unas cuantas de distancia. Me dirige una mirada fugaz y después se centra en charlar con los que le acompañan en su mesa.
Pronto los camareros comienzan a servir enormes bandejas con marisco: langostinos, nécoras, cigalas... no podía ser de otra forma estando en Galicia. Me gusta el marisco, pero soy de las que me lleno solo de pensar en la comida, así que cuando llevo apenas unos cuantos langostinos ya me veo obligada a bajar el ritmo. En cambio, me fijo en que la mayoría, deben tener el estómago del tamaño de un elefante pues siguen comiendo una bandeja tras otra. Esto es como la multiplicación de los panes y los peces y miro de reojo al cura por si está poniendo en práctica algún truco del que no nos haya hecho partícipes. Pierdo la noción del tiempo y la cuenta de las bandejas cuando nos traen vieiras rellenas y langosta. ¿Más marisco? ¿De verdad? ¿Ya han dejado algo en el mar? Acabamos de cargarnos todo el ecosistema marino de una sentada, estoy convencida. Todos se abalanzan como si no hubieran comido nada y yo apenas puedo dar dos bocados a la langosta. Ahora entiendo la falda con goma de la prima Maruja. La miro con atención, me preocupaba que no callara durante toda la comida, pero está tan entretenida engullendo que apenas ha cruzado unas pocas palabras con nosotros.
En las siguientes horas continuamos comiendo y llego a pensar que el menú no tiene fin. Merluza en salsa, entrecot con guarnición... cuando llegamos al postre casi aplaudo de la alegría y todo, llevamos cinco horas sentados y comienzo a estar más que harta. Quiero moverme ya, quiero bailar... ¡Lo que sea con tal de dejar de ver comida!
Los novios parten la tarta entre los aplausos de los comensales y nos sirven no solo una generosa ración sino que la acompañan de unas tulipas de galleta rellenas de helado. ¡Con lo que me gusta el dulce! Pero no puedo mirar con buenos ojos el plato ya que mi estómago me está diciendo que como le obligue a digerir algo más, me hará pasar una noche en el infierno. Para colmo los camareros sacan unas bandejas llenas de pequeños pastelitos y miro a mi madre con cara de no entender.
—Aquí hay comida para todo un año —le digo en voz baja.
—Pues no te digo entonces que el menú cuesta apenas 60 euros por persona.
—¡¡Qué!! —exclamo más alto de lo que me gustaría. Bajo de nuevo la voz—. Si es menos de la mitad de lo que costaría en Bilbao... increíble.
Me recuesto en la silla y me tomo un licor de hierbas que me acaban de servir. Dicen que es digestivo... doy un trago y no puedo evitar toser. Claro que es digestivo, te debe disolver la comida que tienes en el estómago instantáneamente. Me fijo en la copa de mi aita y por el color parece...
—¿Eso es un Patxaran?
—Sí...
—Jo, si hubiera sabido que tenían... —por lo menos el Patxarán me gusta aunque también esté fuerte.
—Tienes 16 —me sermonea— ni siquiera te deberías estar tomando ese de hierbas y no quiero saber cuándo has bebido tú Patxaran.
A veces se me olvida que no tengo edad para beber. Aun así al final apuro mi licor de hierbas y consigo rellenar un par de veces mi copa de cava. Vamos, que para la hora del baile estoy un poco contenta y digo un poco, porque comparando con la mayoría que están como cubas, estoy estupendamente.
Los novios abren el baile y la gente no tarda en unirse a ellos. Miro de reojo a Ángel que ahora está hablando animadamente con una chica que no conozco. Durante la comida le he pillado observándome cada vez que dirigía la mirada hacia su mesa pero de pronto parece que se ha buscado entretenimiento. Siento una punzada de celos, sin embargo soy consciente de que la culpa es mía por mi absurda imposición de mantener la distancia.
Me sirvo otra copa aprovechando que mis padres están en la pista bailando y me la bebo de un trago. Miro a mi lado a Paula que está seriamente perjudicada, no sé si por la comida o el alcohol. Ha apoyado la mejilla en la mesa e incluso tiene el rimel un poco corrido.
—Paula, ¿estás bien?
—Nunca mezcles mucho marisco y alcohol... —responde con voz pastosa.
—¿Necesitas algo?
Mueve la cabeza negando con un movimiento torpe.
Miro de nuevo hacia la mesa de Ángel pero no está, durante un instante pienso que igual se ha ido sin embargo no tardo en localizarle en la pista bailando con la chica de antes. ¡Bailando con la chica de antes! No puedo evitar que mi cabreo vaya en aumento. Sus ojos se encuentran con los míos y levanta las cejas en un gesto que entiendo perfectamente. Me está diciendo, "tú lo has querido así, podrías ser la que estuviera en su lugar". Aprieto los labios, disgustada y cojo de nuevo la botella de cava para servirme una nueva copa. Está vacía para mi desgracia. Miro alrededor intentando encontrar alguna llena e inconscientemente me levanto y comienzo a caminar entre las mesas con mi copa vacía en busca de algo con qué llenarla. En una mesa veo que hay una por la mitad y me apresuro a servirme. Cuando estoy a mitad del trago una voz me interrumpe.
—Ey, ladrona. Esa botella corresponde a esta mesa.
Miro sorprendida al chico que está a mi lado, pero por suerte, me sonríe abiertamente.
—Lo siento. —Le sonrío de vuelta—. Necesitaba una copa y en mi mesa ya no quedaba...
—Soy Manuel. Primo del novio.
—Soy Uxue. —¿Qué soy de la novia?— Y soy algo de la novia.
Manuel suelta una suave carcajada.
—¿No es un poco raro que no sepas cuál es tu parentesco con la novia? —Me observa interesado.
Me pierdo durante un segundo en sus ojos de un azul grisáceo que me recuerda el mar cuando está revuelto. El alcohol tampoco ayuda a tener la mente despierta.
—Llevo poco tiempo aquí. —Sonrío como una tonta—. Creo que es prima segunda mía, o de mi madre, no sé, algo así.
Hablando con este chico me doy cuenta de que estoy más borracha de lo que pensaba, debo parecer idiota además.
—¿Has venido sola? —me pregunta.
Vaya interrogatorio.
—Con mis padres. —Les señalo en la pista—. Esos dos de ahí que bailan tan compenetrados. Fred Astair y Ginger Rogers.
—Y además tienes sentido del humor... —comenta para sí mismo como si estuviera evaluando mis posibles virtudes—. Aunque yo me refería a ver si habías venido con pareja.
Vale, definitivamente el alcohol me hace menos avispada. Miro a Ángel que sigue con la tía esa enganchada al cuello y vuelvo al tal Manuel.
—Hay alguien... —Veo su gesto de decepción y ni yo misma entiendo por qué añado— pero no es algo serio.
Me sonríe de nuevo y le devuelvo la sonrisa como una idiota. ¿Por qué le he dicho eso? ¿Por fastidiar a Ángel? ¿Por él? El chico es guapo pero ¿tan fácilmente puedo dejar de lado lo que siento por Ángel?
—¿Quieres bailar?
"Di que no, no bailes con él. No empeores las cosas".
—Sí, claro —respondo pisoteando mi propia voz interior.
Nos acercamos a la pista y comenzamos a bailar. No me puedo quejar, es lo suficientemente respetuoso como para no pegarse a mí como una lapa y tiene las manos escrupulosamente colocadas en mi cintura. Mejor, igual Ángel no salta, pero mi padre le cortaría las manos si las pone donde no debe.
—Así que llevas poco tiempo aquí —comenta retomando la conversación.
—Sí, apenas mes y medio. Todavía estoy acostumbrándome.
Me mira a los ojos y me pone un poquito nerviosa su mirada curiosa.
—¿Tanto cambio te ha supuesto?
—Bueno, de vivir en una ciudad como Bilbao a acabar en un pueblo de la costa gallega... sí, puedo decir que hay diferencia.
Se ríe como si supiera de lo que hablo.
—Entiendo lo que dices. Yo paso gran parte del tiempo en la ciudad estudiando y los fines de semana que vengo a casa se me hace raro.
—¿Vives en el pueblo?
—Sí, bueno, ahora estoy en una residencia de estudiantes, pero vengo muchos fines de semana, para ver a mis padres y a mis amigos.
Estudia en la ciudad...
—¿Universitario? —pregunto con interés.
—Estoy en primer año. Arquitectura.
Me quedo mirándole como una tonta, no sé por qué parece fácil pensar, que si vives en un pueblo todas tus aspiraciones son dedicarte a la vida en el campo. Obviamente, nada más lejos de la realidad.
—Vaya... eso está muy bien.
Arquea las cejas satisfecho.
—¿Te he impresionado? Entonces he conseguido lo que buscaba.
Una mujer llega a su lado y nos interrumpe. Le dice algo en voz baja y él me mira algo apurado.
—Lo siento, tengo que irme. Mis padres... soy yo el que les tengo que llevar en coche a casa. Una pena.
—Tranquilo, el deber es lo primero. Gracias por la charla y el baile.
Él me da un beso en la mejilla y me pongo roja hasta las orejas.
—Gracias a ti por hacer esta boda más entretenida. Espero que coincidamos otro día.
Se aleja y me despido con la mano, no soy capaz de añadir nada más. Me quedo sin saber qué hacer, veo a Ángel sentado en su mesa con la chica a su lado. Ella está hablando pero él no le presta atención, me mira a mí y su ceño fruncido me dice que no está pensando nada bueno. Huyo hacia mi mesa como una cobarde y me siento al lado de Paula. Esta tiene la frente perlada de sudor y el color de su rostro no es bueno.
—¿Estás bien?
—Estoy mareada... ¿me acompañas al baño?
Por supuesto. Para eso son las amigas, ¿no? La ayudo a levantarse y salimos del salón buscando el baño. Por suerte está en esa misma planta y no tardamos en llegar a él. Paula entra en una de las puertas precipitadamente y no tardo en oír el inconfundible sonido del vómito. Bueno, seguramente se encuentre mejor en cuanto vacíe el estómago. Lo que no sé es cómo su madre puede seguir dando brincos por la pista, cuando ha comido y bebido el triple que nosotras.
Al salir del baño me mira con cara de "quien me mandaría a mí" y yo me encojo de hombros.
—¿Todas las bodas son así aquí? —Quiero saberlo para estar preparada la próxima vez.
—Sí, todas. Comer y beber. Beber y comer. Ah, y bailar.
Se enjuaga la boca y se moja la cara hasta quitarse el maquillaje emborronado. Por último se quita los tacones.
—¿Mejor?
—Menos mal que no tenía intenciones de ligar con nadie porque mírame qué pintas... ¡Quiero irme a mi casa a dormir! Y sé que mis padres aún tienen correa para largo...
Espero que esa correa no sea hasta las tantas de la noche.
—Bueno, te podemos dejar en casa cuando nos vayamos nosotros si ellos quieren seguir aquí...
—¡Genial!
Salimos del baño y al pasar por la puerta de entrada ve a alguien en el exterior.
—Voy a saludar a Miguel que está ahí fuera fumando, puede que el aire fresco me ayude a espabilarme.
—Vale, yo vuelvo dentro.
Cuando atravieso la puerta, alguien me tira del brazo arrastrándome detrás de unos biombos que separan la zona de almacenaje del resto del salón. Me revuelvo asustada hasta que veo que es Ángel.
—Ya va siendo hora de que nos saludemos, ¿no? ¿O de verdad piensas ignorarme todo el día?
—Hola —le contesto haciéndome la difícil. No se me va a olvidar que estaba bailando con otra—, ¿Te lo estás pasando bien?
Entrecierra los ojos analizando mis palabras.
—¿Por qué noto cierta ironía en ese tono?
Ironía. Ja.
—Era una pregunta de lo más inocente... por ser cordial y eso.
Me rodea la cintura con los brazos. Está sin chaqueta, con la camisa remangada y la corbata aflojada. Ese toque informal le queda genial.
—¡Ah, vale! Ahora somos cordiales... de acuerdo. ¿Qué tal bailando con Manuel?
Vaya, que tonta. Tenía que haber dado por hecho que Ángel le conocía. "Recuerda Uxue, esto es un pueblo. Todos se conocen".
—¿Y tú qué tal bailando con... como se llame? —respondo con una pregunta como dicen que hacen los gallegos.
—¿Con Sara? Bien.
—Con Manuel también bien —respondo levantando la barbilla.
No sé quién de los dos es más orgulloso.
—Te recuerdo que tú fuiste la que me dijo que mantuviera las distancias aquí. Hubiera preferido bailar contigo toda la noche y lo sabes.
Me acerca más a él sujetando mis caderas con fuerza y dejando sus labios a pocos centímetros de los míos.
—Sin embargo yo no estoy tan seguro de que tú hubieras preferido cambiar a Manuel por mí... se te veía muy a gusto.
—¿Celoso?
—Un poco.
Me sorprende que lo reconozca, pues yo jamás confesaría que había sentido una punzada de celos al verle bailar con Sara.
—Es fácil... si tú no bailas con otras... yo no bailo con otros. ¿De acuerdo?
—Quizás la próxima vez te plantees ir de boda conmigo y nos ahorramos todas estas tonterías ¿de acuerdo?
No espera a que le conteste y hace desaparecer la poca distancia que quedaba entre los dos. Pierdo la noción del tiempo e incluso la del lugar. Por unos minutos me olvido que estoy en una boda, escondida detrás de un biombo, besándome con un chico que es capaz de hacerme pasar por todas las emociones posibles: celos, enfado, orgullo y sobre todo amor. No quiero pensar que le quiero, no me doy tan fácil a alguien pero aunque hace un rato estaba tonteando con Manuel, sé que el único que me importa es Ángel.
Me cuesta separarme y él remolonea un poco antes de soltarme.
—Deberíamos salir de aquí antes de que nos pille alguien. —Me paso las manos por el pelo intentando colocar los mechones que se me han soltado.
—¿Tú primero? —Hace un gesto con la mano dejándome el camino libre.
Le doy un rápido beso en los labios y salgo de detrás del biombo sin pensármelo mucho. Para mi desgracia una conga se interpone en mi camino y me enganchan a ella. Miro a Ángel con cara de desesperación mientras el ser ríe a carcajadas. "Le parecerá divertido" pienso mientras me dejo arrastrar por esa larga cola de gente en pleno desfase.
Cuando por la noche estoy en la cama, le envío un mensaje a Naiara ya que me mataría si no le contara inmediatamente que tal la boda. Le resumo el día en unas pocas frases y como está de fiesta me contesta inmediatamente.
"O estoy muy borracha o ese sitio es la caña. La próxima vez avísame con tiempo que yo me apunto a una mariscada de esas".
Pensando lo mal que estaba Paula, está claro que los excesos no son buenos y Nai es de muchos excesos...
Miro el regalo de boda que me han dado y que he dejado sobre el escritorio. Es un jarrón lleno de flores secas, bonito sí, pero lo gracioso ha sido ver a los invitados irse con el enorme jarrón debajo del brazo.
Hoy he aprendido algo más, las bodas en este pueblo son únicas.
MULTIMEDIA: Lela, popular canción gallega.
Traducción:
"Están las nubes llorando
Por un amor que murió
Estan las calles mojadas
De tanto como llovió
Lela, lela
Lelina por quien yo muero
quiero mirarte
En las pupilas de tus ojos
No me dejes
Y ten compasión de mi
sin ti no puedo
sin ti no puedo vivir
Dame el aliento de tus palabras
Dame celme con tu corazón
Dame el fuego de tus ojos
Dame vida con tu dulce amor"
¡Por fin llegó la boda! Espero que os haya resultado divertido el capítulo, sobre todo después de lo que os he hecho esperar.
Gracias por estar ahí. Si os ha gustado, ya sabéis, dejad vuestro voto y comentario.
Besitosss.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top