Capítulo 18
Por una vez es el sonido de los pajaritos y no el de esos dos gallos mafiosos lo que me despierta por la mañana. Me desperezo con los ojos aún cerrados mientras una inmensa sonrisa se dibuja en mi cara. ¡Está claro que el amor nos vuelve idiotas! Me río de mí misma, pues solo me falta pensar que los pájaros cantan por mí, que a mi paso crecen flores y tararear... eres tú mi príncipe azul que yo soñé, la-ra-ri-la-ra-ra-ra- ri-la-la-la-la-la-la-ri-ri-ri-riiiii...
Un ruido en la ventana me saca de golpe de mi absurda ensoñación y miro hacia ella asustada. Los jabalís no saltan, ¿verdad? Me acerco sigilosamente y muevo la cortina con cuidado... Ángel me mira desde el otro lado del cristal con cara de no entender por qué parezco acojonada. Va a pensar que soy tonta.
—Hola... — digo sin mucho convencimiento mientras abro.
—Buenos días, dormilona. ¿A qué venía mirar con tanta discreción? ¿Acaso hay muchos que llamen a tu ventana?
Sonrío ante su ocurrencia.
—Pues quitando tú y un jabalí... bueno aunque el jabalí no tocó a mi ventana, ni tampoco os estoy comparando a ti y al...
Por suerte, se encarama al borde y me calla con un beso. Menos mal, podría estar diciendo tonterías todo el día. Se demora un poco y cuando por fin se separa, comienza de nuevo.
— Buenos días, dormilona.
Agradezco la segunda oportunidad.
— Buenos días a ti también.
— Vístete. Tenemos trabajo que hacer.
No sé de qué me está hablando hasta que me fijo en la ropa que lleva puesta: camiseta, pantalones de trabajo y botas.
— No lo dirás en serio... —Se me escapa una risa nerviosa.
—Tus animales te esperan.
Pues sí. Lo dice en serio.
—Es que yo... y los animales...
—Ya va siendo hora de que aprendas. Además ¿cuánto tiempo crees que pueden estar tus vacas sin ordeñar?
Como si yo tuviera que saber esa respuesta. Viste la cara con su sonrisa más encantadora y sé que estoy perdida.
—¿Y el desayuno? —intento.
—Después. Venga date prisa. —Se baja de la ventana—. Te espero en el establo.
Me acerco al armario y me tomo unos minutos para decidir qué ropa no me importa echar a perder. Estoy segura de que cuando acabemos, no querré lavarla, ¡querré quemarla! Finalmente me pongo un pantalón de chándal y una camiseta que tiene varias manchas de tinte. Miro de reojo mis botas Hunter, pero me niego a rebajarlas a ese nivel. Gracias a Dios, la sangre aún me llega al cerebro y soy capaz de pensar en otra opción. ¡Me pondré las de mi aita! No creo que se queje ya que él las usa para eso y aunque me queden grandes, siempre será mejor que mancillar las mías.
Salgo de casa andando como un pato mareado y sé que cuando me vea Ángel pensará que me falta un tornillo, aunque después de lo de anoche con el sushi, creo que me va conociendo un poco. Además, él me ha metido en este lío.
Esquivo a unas cuantas gallinas y justo cuando llego a la altura del establo, sale de él con Pili y Mili. Las vacas le siguen obedientes, seguramente al verle con el cubo y el banco ya se imaginan qué va a pasar. Lo que no se esperan es que sea yo la manazas que se encargue de ordeñarlas.
—Ven, siéntate —me dice dando unas palmaditas en el taburete.
Me retuerzo las manos, nerviosa, esto no me acaba de convencer...
"No seas cobarde, solo es una vaca". Me dejo convencer por mi voz interior y finalmente me siento.
—¿Y ahora? —Le miro interrogante—. No creo que me lo vaya a explicar ella...
Ángel suelta una carcajada y me alegro de que me encuentre tan graciosa, pero el caso es que hablo en serio: no sé qué hacer con la maldita vaca.
Se acerca a mí por detrás y me rodea con los brazos colocando sus manos sobre las mías. "Bien, esto se pone interesante".
—Deja que te guíe, ya verás lo fácil que resulta.
Lleva mis manos sobre las ubres de la vaca y esta da un cierto respingo. "Sabe que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Lo sabe". Intento concentrarme en la tarea y Ángel comienza a apretar y tirar de mis manos con un movimiento rítmico. Miro cómo la leche sale disparada en chorros dentro del cubo y de pronto un acto tan básico como ese, me parece genial. ¡Estoy ordeñando una vaca! Ángel separa sus manos y me hace un gesto para que continúe yo sola. Curiosamente, lo hago, pierdo el ritmo alguna que otra vez y más de un chorro sale disparado fuera del cubo, pero aun así, en este momento, me siento conectada a ese animal. A los pocos minutos me saca de mi ensimismamiento.
—Suficiente. Lo has hecho muy bien.
Me levanto del taburete con una sonrisa triunfal en la cara. Me siento como si hubiera escalado el Everest, como si hubiera cruzado un océano nadando, como... ¡como si hubiera ordeñado una vaca!
Me echo a sus brazos y él responde a mi entusiasmo.
—Gracias por obligarme a hacerlo. ¡Ha sido genial!
—Espero que digas lo mismo después de haber limpiado la pocilga —responde mientras me besa el cuello.
Mientras estoy bajo el chorro del agua de la ducha pienso en cuánta razón tenía. Lo de las vacas estuvo bien, pero lo de limpiar el establo... eso ya fue otra historia. Así que ahora me estoy frotando el cuerpo de forma compulsiva porque tengo la sensación de que el olor a estiércol se va a quedar pegado a mi piel para toda la vida. ¡Menos mal que mis padres vuelven hoy! Como nueva experiencia he de reconocer que ha estado bien, pero de eso a que se convierta en una costumbre...
Me visto con ropa cómoda y voy a la cocina dispuesta a preparar café, pues Ángel ha quedado en traer más bollos de canela y desayunar conmigo. Miro el cubo de leche recién ordeñada pero prefiero no experimentar, ya me dirá lo que hay que hacer con ella.
Justo cuando el café está listo, Ángel asoma la cabeza por la entrada de la cocina, ¡ni que lo hubiera olido! Deja los bollos y se acerca a besarme.
—Hola de nuevo —saluda al separar sus labios de los míos. De pronto arruga la nariz y olisquea cerca de mi cabello.
¡Oh, no! Sigo oliendo a... cuando empiezo a enrojecer de pura vergüenza, Ángel comienza a reírse a carcajadas. Le doy un empujón un poco molesta.
—Vaya, estás de lo más gracioso hoy.
—Tú haces que esté de buen humor.
Un cosquilleo recorre mi cuerpo pues eso que acaba de decir me parece de lo más bonito que me han dicho nunca. Nada de "nena qué buena estás" ni chorradas por el estilo..."tú haces que esté de buen humor". Y él hace que yo esté feliz como una perdiz.
Mientras mordisqueo un bollo le señalo el cubo de leche.
—¿Qué se supone que hay que hacer con ella?
Sonríe mientras niega con la cabeza. No acaba de entender que soy una "analfabeta rural".
—Primero hay que ponerla a hervir. Puedes guardarla o puedes hacer algún postre con ella. Tienes suficiente...
Ja. Un postre. Ahora sí que alucina.
—¿Postre? —Doy un sorbo al café y decido sincerarme con él—. Se te olvida que soy una chica de ciudad. Pertenezco a las nuevas generaciones que saben mucho de tecnología pero de otras cosas, no.
—¿Y?
Me tendré que explicar mejor.
—Pues que yo sé ir a comprar al super... y coger cosas ya hechas. De esas que solo hay que sacar de la nevera y como mucho calentar.
Ángel abre los ojos como platos. ¿Tan raro suena lo que estoy diciendo?
—¿No sabes cocinar?
—En el sentido amplio de la palabra... no. Lo único que sé hacer es pasta con tomate, justo lo que cocinaré hoy para mis padres. ¿Acaso es un problema? —Por un momento pienso que igual es el típico machista, de esos que esperan que su mujer limpie y cocine—. Soy una chica de mi tiempo, me dedico a estudiar no a cocinar. ¿Acaso tú sabes?
Le miro desafiante intentando descubrir si realmente algo como esto puede suponer un problema.
—Claro que sé. Mi madre se ha molestado en enseñarme.
Lo dice un poco enfadado, creo que se ha ofendido por mi insinuación hacia su posible machismo. Se levanta y busca un puchero donde poner a hervir la leche.
—¡Eso es genial! —Intento arreglar—. Mis padres nunca se han preocupado de que aprendiera... me estoy dando cuenta de que mis amigas y yo somos unas niñatas que no nos hemos preocupado más que de estudiar y salir de fiesta.
—Solucionemoslo entonces. —Me coge de la mano y me acerca al puchero—. Vas a prepararles a tus padres un arroz con leche. No tiene ninguna complicación y se llevarán una sorpresa.
¿Cómo no sentirme afortunada? Adoro a este chico.
Por la noche me conecto con la intención de hablar con Nai. Tengo muchas ganas de contarle todo lo que ha pasado. Le explico mi batalla con el sushi y se ríe de mí, le cuento lo de los amigos de Ángel poniéndome a prueba y se ríe de mí. Le detallo mi aventura ordeñando vacas y se ríe de mí. Y ya no digamos cuando le cuento mi experiencia como cocinera... me la puedo imaginar desternillándose de risa sobre su cama. ¡Amigas para esto!
La semana pasa como una exhalación, entre otras cosas, porque me la paso entera estudiando y preparando los exámenes finales. No entiendo cómo se me han echado los días encima pero apenas me queda tiempo y tengo mucha materia atrasada. Para mi suerte o para mi desgracia, según como se mire, Ángel se prestó a ayudarme a estudiar y nos hemos pasado estos últimos días repasando todo el temario. El problema es que quien dice repasando, dice "repasando". Vamos, que durante las horas que hemos estado juntos me he centrado en cualquier cosa menos en los libros de texto y he tenido que recuperar el tiempo estudiando por la noche.
Para colmo, desde que estamos "oficialmente" juntos, tengo la sensación de que las chicas me han apartado de su grupo. Aunque estoy con ellas en los descansos, noto cierto distanciamiento y no entiendo si es por él o porque les sentó mal que no quedara con ellas el fin de semana. He decidido que si la situación continúa así, tendré que preguntarle a Paula directamente cuál es el problema.
Mi madre me llama desde la entrada, así que dejo de lamentarme por los exámenes y las amigas. Cojo la chaqueta, el bolso y salgo corriendo de la habitación.
—Venga cielo, si tardas más, nuestro día de chicas se va a quedar en una tarde de chicas.
—Lo siento, ama.
Montamos en el coche y ponemos rumbo a la ciudad. Parecerá raro que una adolescente quiera pasar un sábado con su madre, pero nosotras es algo que hacemos de vez en cuando. Un día para desconectar, comer juntas e ir de tiendas. Siempre he pensado que soy afortunada por tener una relación así con mi madre. Sobre todo en estos tiempos que corren, que muchos hijos dicen no sentirse comprendidos por sus padres. Es cierto que los míos algunas veces van de modernos y no saben por dónde les da el aire, pero no puedo quejarme. Hoy además tenemos un motivo añadido para ir de compras, pues así, de un día para otro, nos hemos enterado de que el próximo sábado estamos invitados a una boda.
—Ama, ¿me lo puedes explicar? No entiendo cómo estamos invitados a una boda dentro de una semana.
Mi madre se ríe sin quitar la vista de la carretera.
—Hija, en este pueblo las cosas se hacen así. La que se casa es prima segunda mía. No nos invitó, porque sabía que desde Bilbao no nos acercaríamos para la boda. Pero como ahora estamos aquí...
—Como estamos aquí, nos invitan de un día para otro, ¿no? ¿Dónde se ha visto eso? —digo refunfuñando. No me gustan los planes de última hora.
—Venga cariño, no seas así. Seguro que resulta divertido.
Seguro. Me gustan las bodas pero ir a una en la que apenas conozco a nadie...
En la ciudad vamos a comer a un restaurante italiano que le han recomendado a mi madre y no se habían equivocado. Todo está buenísimo. En medio de la comida, no puedo evitar atragantarme con un ravioli cuando mi madre me pregunta qué tal con Ángel. "Si yo no le he dicho que estemos juntos, ¿o si?".
—¿Con Ángel? —pregunto después de beber para sacar al ravioli del mal camino.
Mi ama pone esa cara que ponen las madres de "a mí no me engañas".
—Mira, puede que tu padre sea un despistado, que para estas cosas no sepa sumar dos más dos, pero yo no. Estáis todo el día juntos y solo hay que ver la cara de tonta que llevas desde hace una semana.
Vale, genial.
—Gracias por lo de "tonta" —digo enfurruñada.
—Ya sabes lo que quiero decir. No me malinterpretes, parece un buen chico.
—No lo parece, lo es.
—Mejor que Miguel, seguro. Porque de verdad hija, con lo lista que eres, no sé cómo saliste tanto tiempo con el tipo ese...
—¡Ama! Ya vale. ¿Has decidido pasar toda la comida metiéndote conmigo?
Mi madre es así de maja, como empiece no para.
—No cariño —dice entre risas—. Pero quiero que sepas que puedes hablar conmigo también de estos temas.
Una cosa es que pueda y otra que quiera.
—Gracias ama, pero de momento prefiero hablar de otros.
—Bien, de acuerdo. Una última pregunta, Beltza fue un regalo de él ¿a que sí?
De verdad, es peor que Holmes y Poirot juntos.
—Sí, fue un regalo. ¿Te quedas más tranquila sabiendo que eres la madre más lista del mundo a la que no se le escapa ni una?
Una sonrisa triunfal aparece en su cara y sé que ahora sí está satisfecha.
—Ángel también estará en la boda, lo sabes, ¿no?
Por suerte, esta vez no me ha pillado con la boca llena.
—¿Sí? No lo sabía... no ha surgido el tema.
—Sus padres son primos del novio.
—Lo que es un milagro es que no seamos familia, porque aquí todo el mundo está emparentado.
—¡Es lo que tienen los pueblos pequeños!
Después de comer, paseamos tranquilamente hasta unos grandes almacenes y nos dirigimos directamente a la zona de vestidos de fiesta. Mi padre tiene el típico traje que lleva a todas las bodas, así que somos nosotras las que vamos a ver si encontramos algo. Comenzamos a revolver las perchas y desde el principio tengo la sensación de que es de esos días que por mucho que mire y me pruebe, me voy a ir con las manos vacías. Todos los vestidos me parecen exagerados, llenos de volantes, plumas y mil historias. ¿No hay algo un poco más discreto? Sin mucho convencimiento cojo varias prendas y me dirijo a los probadores siguiendo a mi madre que lleva el doble de ropa que yo para probarse. Por lo menos una de las dos está disfrutando.
Me pruebo los vestidos que he elegido y no tardo en desesperarme: muy corto, muy largo, no me cierra... la paciencia no es lo mío y menos con estos temas, así que a los pocos minutos estoy desesperada. Mi madre se cuela en mi probador en el momento en que me estoy subiendo la cremallera de un palabra de honor rosa chicle que me hace parecer un algodón de azúcar con semejante abullonado en la falda. Nos miramos mutuamente.
—No estás mal —sentencia después de observarme de arriba a abajo.
Le señalo el pronunciado escote.
—¿De verdad te parece apropiado que vaya así? —Tiro del borde hacia arriba intentando taparme, pero va a ser que no hay tela suficiente—. Si me inclino hacia delante se me van a salir hasta las ideas.
—Tienes razón. Y yo, ¿qué tal? —Da una vuelta para que pueda tomar nota.
Lleva pantalones negros con raya de raso en los laterales y un top palabra de honor de lentejuelas. Pero ese top... me doy cuenta de qué es lo que no me cuadra e intento aguantarme la risa.
—Llevas el top mal puesto.
—¿A sí?
—Tienes que bajarlo un poco. —Me mira extrañada y tira del borde bajando un poco el escote—. Un poco más...
Repite la operación pero sigue sin ser suficiente.
—Espera que te ayudo. —Cojo el top y de un tirón se lo bajo hasta las caderas. Mi madre me mira asustada—. Ahora. Así está perfecto.
—Pero, ¿qué dices? —No termina de entenderlo.
—Ama, es una falda. No un top.
Observa mi expresión aún con dudas y de pronto estalla en carcajadas. No puedo hacer otra cosa que imitarla. Y ahí estamos las dos riéndonos como locas dentro del probador. Cuando se nos pasa un poco, me pregunta:
—¿Cómo lo has sabido?
—Porque la lleva puesta la dependienta y no creo que ella se la haya puesto mal. Cuando salgamos te fijas.
Después de la anécdota de la falda-top mi madre se sigue probando ropa pero yo desisto. Estoy harta de verme ridícula. Ella tiene más suerte, o más paciencia y termina comprándose una falda negra de vuelo estilo años cincuenta y una blusa de seda estampada en tostado y negro. Va a estar guapísima y yo me tendré que conformar con llevar algo de lo que encuentre en mi armario.
Nos pasamos el resto de la tarde de tiendas pero sin gastar, que aunque parezca increíble, eso también se puede hacer, y antes de volver a casa, merendamos unas tortitas con batido de chocolate como si tuviéramos cinco años. De vuelta, mi madre me pregunta si he quedado con las chicas y yo me excuso diciendo que después de todo el día por ahí estoy demasiado cansada para salir. No quiero decirle que ellas no me han incluido en sus planes. Ángel había quedado con Juanjo por lo que tampoco puedo contar con él. Me iré pronto a dormir y así por la mañana igual hasta puedo estudiar un rato en la playa acompañada de mi vecino favorito.
Menos mal que no hice planes con Ángel porque no hago más que sentarme a desayunar cuando mi madre me rompe los esquemas.
—Venga, date prisa que tenemos mucho que hacer.
Como estoy con la boca llena, alzo las cejas interrogándola con la mirada.
—¿No te acuerdas? Quedamos en que a cambio de ir de tiendas me ayudarías a revisar el desván.
Trago lo más rápido que puedo para poder hablar.
—¿Dije eso? ¿Despierta? ¿Consciente? Además, no es justo, no compré nada...
—El trato era por ir de tiendas, lo de comprar o no, es coyuntural, listilla.
Niego con resignación.
—Vale. Me parece que diga lo que diga no me voy a librar.
—Tú verás, siempre puede echarme una mano tu padre y ocuparte tú de los animales como tan bien hiciste el fin de semana anterior.
Tengo una madre chantajista, de eso no hay duda.
Recibo un whatsapp de Ángel que al parecer me había leído el pensamiento.
—¿Bajas a la playa?
—Estoy obligada a limpiar el desván.
—Qué pena. Tenía ganas de verte un rato.
—Si termino te aviso.
Oigo un estrépito en el pasillo y subo corriendo al piso superior pensando que alguien se ha roto algo, pero me encuentro con mi padre bajando las escaleras que dan acceso al desván.
—Qué susto me has dado.
Me sonríe mientras termina de asentarlas.
—Me parece que hace mucho que no se bajan. El mecanismo está oxidado. Le echaré un poco de aceite y funcionarán estupendamente.
—Eso, o no volvemos a usarlas y ¡ya está!
—No seas así. Igual encontráis algún tesoro ahí arriba. Voy a terminar con los animales.
¿Tesoro? Me conformo con que no haya ningún bicho que pueda comernos vivas.
Mi madre aparece con unos trapos y una linterna.
—Dime que hay luz ahí arriba... —ruego.
—Haberla hayla, ¿ves? —Me señala un cable que pasa por el techo— Lo que pasa es que no sé dónde está el interruptor.
Menos mal, si llega a decir que no, ninguna fuerza humana hubiera conseguido hacerme subir. Por supuesto le dejo ir delante y cuando se pierde por el agujero de entrada espero pacientemente hasta que una tenue luz asoma.
—Ya está. ¡Puedes subir!
Asciendo agarrándome a las destartaladas escaleras como si me fuera la vida en ello y no presto atención al interior del habitáculo hasta que he pisado suelo firme. Miro a mi alrededor y no me sorprendo en absoluto. Está lleno de trastos. Sillas apiladas, cestas, cajas de distintos tamaños... Hay muchas sábanas tapando objetos de mayor tamaño y creo que aquí tenemos trabajo para más de un día. Mi madre me ha leído el pensamiento.
—Bueno, poco a poco. No tenemos por qué acabar hoy.
Menos mal que es realista.
Nos pasamos las siguientes dos horas haciendo montones. En uno ponemos lo que queremos quedarnos, en otro lo que queremos tirar y en el último lo que creemos que podemos vender. Igual algún anticuario paga un buen dinero por algunas de las cosas que se esconden allí.
Mis padres se van a misa, y yo, ya perdido el miedo a que algún fantasma tipo los de las pelis de terror japonesas me asuste al levantar una sábana, sigo revolviendo a mi antojo. Para mi alegría, he dejado lo mejor para el final: dos arcones de madera de un tamaño descomunal. No quiero pensar cómo hicieron para subirlos aquí arriba.
Abro el primero con cuidado e inmediatamente llega a mi nariz un agradable olor a lavanda. No tardo en descubrir el origen: unos pequeños saquitos hechos a mano desprenden esa fragancia. Los dejo a un lado y sigo investigando. Hay un gran álbum de fotos. Me siento cómodamente y paso un buen rato observando las fotografías, gran parte de ellas en blanco y negro o sepia. Me fascinan sobre todo las más antiguas, imágenes que rememoran celebraciones de la época, pues eran los únicos momentos en los que se sacaban instantáneas. Según avanzo páginas, la calidad de las fotografías mejoran y las modas van evolucionando, hasta llegar a las últimas en las que puedo reconocer a mi madre de joven. No puedo evitar sonreír.
Miro de nuevo en el arcón y saco una enorme colcha de patchwork con unos estampados maravillosos. Definitivamente, esta pasará a cubrir mi cama. El resto del contenido es básicamente ropa de cama: sábanas bordadas, otra colcha...
Me acerco con curiosidad al otro arcón y lo que encuentro en su interior hace que haya merecido la pena el trabajo de remover todo el desván. Está lleno de ropa cuidadosamente guardada entre papel de seda para que no se estropee. Comienzo a sacar las prendas una por una. Algunas son conjuntos de falda y chaqueta con blusas de seda, conjuntos elegantes que seguramente se usaron en momentos importantes. Según voy vaciando el contenido encuentro ropa de otras épocas, algún vestido hippy que podré utilizar y un par de ellos que parecen de los años cincuenta. Pero aún me queda lo mejor porque cuando saco el siguiente vestido sé que ya tengo qué ponerme para la boda. Es un vestido años 20 en rosa claro, tiene escote de pico sin mangas, con corte a la cadera y largo hasta la rodilla. La seda del vestido está cubierta por otra capa superior de gasa que tiene un exquisito bordado en toda la parte inferior y pequeñas lentejuelas. Una obra de arte pues si pertenece a esa época, está hecho a mano. Estoy deseando probármelo.
Bajo con él en la mano y cuando llego a la planta baja me encuentro con mis padres que llegan de misa. Mi padre viene cargado con un extraño bulto, como una caja de madera de unos cincuenta centímetros de alto y me acerco a ellos con curiosidad.
—Sí que habéis vuelto rápido. ¿Qué traes?
—No nos podíamos quedar charlando, con tu padre cargando con esto —responde mi madre señalando el objeto.
—Pero, ¿qué es?
Mi padre lo gira con cuidado y puedo apreciar que por el otro lado tiene un cristal como si se tratara de una urna y en su interior distingo la figura de un santo.
—Ay, Dios. ¿Qué hacéis con eso? —Era lo que me faltaba por ver.
—No digas el nombre de Dios en vano.
A mis padres se les está yendo la pinza con esto de la religión.
—¿Os ha tocado en una rifa de la iglesia?
Mi padre deja escapar una carcajada y mi madre le lanza una mirada asesina.
—No me mires así... tiene su gracia —se excusa.
—A ver. Este es San Juan. Es el patrón del pueblo —explica ella—. Para recaudar dinero para la romería que se va a hacer, todos los años cada familia tiene el santo una semana en su casa. Es tradición.
No me lo puedo creer.
—Ya... así que encima de darle asilo... después nos toca soltar pasta.
Mi ama me mira boquiabierta.
—Eh... bueno, sí, más o menos... ¡Pero tú no te quejes que seguro que eres de las que más tiempo disfrutas de esa fiesta!
En eso tiene razón.
—Lo dejaré en la entrada —sentencia mi padre—. Me han dicho que se suele poner ahí.
Me planteo decirles que si lo dejan ahí a San Juan puede atacarle un jabalí y no me quiero imaginar cómo se pondría el cura si le devolvemos el santo hecho trizas, pero mi madre me despista.
—¿Y tú qué tienes ahí?
Ya me había olvidado del vestido.
—Mira lo que he encontrado. ¿Crees que lo podré llevar a la boda?
Ella lo observa con admiración.
—Oh, es precioso. Seguro que perteneció a tu bisabuela. ¡Y está hecho a mano! Es magnífico. Pruébatelo para ver si tengo que arreglar algo, no andamos sobradas de tiempo si lo quieres llevar el sábado.
Después de probármelo puedo decir que la suerte me sonríe pues mi madre apenas tiene que ajustarme un poco la sisa para que me quede perfecto. Pasamos gran parte de la comida hablando de la boda y al preguntarme si ya me ha contado Paula la ropa que va a llevar ella, me doy cuenta de que no puedo estar más tiempo sin saber qué está pasando con ellas. Cojo el móvil y le envío un mensaje.
—¿Tienes un rato libre esta tarde? Estos días casi no hemos hablado.
La respuesta se demora unos minutos.
—Ven a merendar si quieres.
—Ok.
Respiro aliviada. Es un paso que no se niegue a quedar conmigo y cuanto antes sepa el porqué de su actitud conmigo, antes podré solucionarlo.
Ocupo el tiempo que me queda antes de acercarme hasta su casa en buscar las sandalias y el bolso que llevaré con el vestido. Las sandalias no tardo en encontrarlas ya que sabía exactamente dónde buscar. Son plateadas, sencillas pero elegantes y con el tacón justo como para que pueda aguantar con ellas toda la boda. Lo del bolso es otra historia, como es pequeño me vuelvo loca revolviendo entre los cajones y cuando ya me voy a dar por vencida lo encuentro. Menos mal. Es un saquito bordado en tonos rosas, lilas e hilo de plata que he llevado a otras bodas. Ya tengo todo lo que necesito. Miro la hora y descubro que es bastante más tarde de lo que yo pensaba así que cojo el móvil y salgo de mi habitación mientras anuncio a mis padres que me voy a casa de Paula. Cuando llego a mi bici le envío un mensaje a Ángel.
—Voy a casa de Paula. Si vuelvo pronto te aviso.
No espero la respuesta y salgo hacia casa de mi prima. Se nota que estamos a primeros de junio. El sol ya calienta y me cuesta un triunfo llegar hasta allí. ¡Y pensar que hay gente que paga por una clase de spinning! Al llegar veo a la prima Maruja y a Nestor sentados bajo una sombrilla jugando una partida de cartas. Paula está un poco apartada de ellos tomando el sol en una tumbona.
Dejo la bici apoyada en la pared de la casa mientras Maruja me interroga.
—¿Qué tal estás? ¿Y tus padres? Podían haberse acercado a echar una partidita. ¿Ya os habéis organizado para la boda? Sé que Aloia os ha avisado a última hora pero bueno, más vale tarde que nunca. ¿Os ha dicho que estaremos sentados juntos?
Contesto mientras pienso en el dolor de cabeza que me puede causar tener a la prima Maruja con nosotros toda la comida sin parar de hablar. Cuando he respondido a todas sus preguntas y se da por satisfecha me señala la tumbona al lado de Paula.
—Ve a sentarte con ella. Así podréis charlar de vuestras cosas. Ahora os traigo algo de comer.
Asiento obediente y me acerco a Paula que hasta el momento no ha levantado la vista de su revista de moda.
—Hola... —digo con cierto recelo.
—Hola Uxue. Cuéntame, ¿ya tienes vestido para la boda?
Le comento mi gran hallazgo e incluso ella parece entusiasmada.
—¿Y tú?¿Qué te vas a poner? —pregunto interesada.
—Me he comprado un vestido verde agua y unas sandalias doradas con un taconazo que me va a dejar muerta en una hora. —Suelta una carcajada—. Luego entramos y te lo enseño.
Su madre sale del interior de la casa con una bandeja que deposita entre las dos tumbonas.
—Aquí tenéis.
—Gracias —respondemos al unísono.
En la bandeja hay dos enormes vasos de limonada rebosantes de hielo y un plato con pasteles caseros de manzana. Doy un generoso trago, pues después del pedaleo estoy sedienta y miro a Paula sin saber cómo sacar el tema.
—¿Qué tal ayer? —pregunto sin más— ¿Algo interesante?
Se encoge de hombros.
—Poca cosa. Pasamos el rato en el establo de Diego. Él y Noa estuvieron a punto de hacer las paces pero en el último momento Noa se echó atrás. Dice que no lo tiene claro. Según ella su confianza no se recupera tan fácilmente.
Entiendo a Noa. Aunque parte del problema fue lo que hizo Mateo, Diego no se portó bien con ella.
—Hace bien. —Cojo un pastel y doy un pequeño bocado.
—¿Y tú qué tal?
—Pasé el día con mi ama en la ciudad. Estuvo muy bien.
Me mira extrañada.
—¿No saliste con Ángel?
—No, tenía planes con Juanjo. —Apuro otro trago de limonada.
—Ah, vale.
Tengo que aprovechar la oportunidad.
—Oye... ¿hay algún problema con Ángel? ¿O conmigo?
Paula abre mucho los ojos.
—¿Por qué lo dices?
—No sé... —Allá voy— desde que la semana pasada te dije que había quedado con él, os noto raras conmigo. Más... distantes. Ni siquiera contasteis conmigo ayer.
Bajo la mirada incómoda. No estoy acostumbrada a sentirme así, a ver que me dan de lado.
—Tampoco tú preguntaste qué plan había. Dimos por hecho que quedarías con él —me responde encogiéndose de hombros.
—Para mí, mis amigas son importantes y que esté con él no significa que vaya a dejar de quedar con vosotras. Aun así ¿no hay nada más? ¿No os molesta que salga con él?
Paula resopla.
—No es eso...es solo que... es que Mateo es de nuestro grupo y ya sabes que no se pueden ni ver...
No me lo puedo creer.
—Mateo es un idiota. Tú lo sabes. ¡Mira lo que le hizo a Noa!
—Ya, pero es amigo de los chicos del grupo y ellos no van a dejarle de lado.
—Y vosotras tampoco.
Ahora entiendo.
—Pero esto no tiene que ver contigo... es solo que será mejor que no le invites a nuestros planes.
Así que tendré que dividirme entre quedar con ellas o con él. ¡Genial!
—No quiero que te enfades con nosotras, pero ¿qué otra cosa podemos hacer? —Esboza una media sonrisa y se levanta de un salto—. ¡Ven! Vamos dentro, quiero enseñarte el vestido.
Al final Paula me entretiene toda la tarde y para cuando vuelvo a casa ya está anocheciendo. Odio andar por esos caminos a oscuras, no se oyen más que ruidos raros que lo mismo pueden pertenecer a un pájaro, que a un bicho gigante y peligroso. ¡Soy una paranoica sin remedio! No puedo evitar pensar en estúpidas supersticiones y más en una zona como esta, donde les encanta hablar de brujas o "meigas" como aquí las llaman. Intento acelerar el ritmo de mis pedaleadas y cuando llego a la valla de casa tengo que apoyarme para recuperar el aliento.
—¡Uh! —me grita alguien al oído.
Doy tal brinco que el corazón se me sube a la garganta y pongo una mano en el pecho intentando calmarme. Tengo taquicardia del susto. Miro a Ángel con cara de enfado mientras este se destornilla de risa.
—No sé si te he dicho alguna vez que eres de lo más gracioso —digo dándole un empujón.
—Y tú de lo más asustadiza... ¿te perseguía alguien?
Pues casi.
—Sí... pensaba que traía una meiga pegada a los talones. Por ese maldito camino no se oyen más que ruidos extraños.
Se apoya en la valla y me mira con aire divertido.
—¿A ti te han contado lo de la Santa Compaña?
Me bajo de la bici y me apoyo a su lado.
—No y no sé si quiero saberlo.
—Verás... en los pueblos cuentan que si paseas por la noche por estos caminos puedes encontrarte con la Santa Compaña. —Pone voz grave y a mí me está dando yu-yu—. Es la procesión de los muertos, es decir, las almas que vagan por la tierra.
Inconscientemente me acerco más a él.
—No necesito saber más.
—¡Al contrario! Viendo que crees en estas cosas, tengo que contártelo para que sepas qué hacer.
No entiendo a qué se refiere.
—¿Hacer?
—Sí. Presta atención... esa procesión la encabeza una persona viva que lleva una cruz y un caldero y el resto de espíritus van detrás.
Ahora sí que me está dando miedo.
—¡Cómo que un vivo!
—Como lo oyes y aquí viene lo importante... ese vivo está buscando a otro al que darle el caldero para poder librarse de hacer todas las noches la procesión.
Me froto las manos pues me están empezando a sudar.
—A ver, me estás diciendo, que va un vivo con un montón de muertos detrás... y que está obligado a hacerlo hasta que consiga ¿encasquetarle el caldero a otro? Pues qué majo, ¿no?
—La cuestión es que si ves la Santa Compaña tienes que marcar un círculo en la tierra a tu alrededor y tumbarte boca abajo con los brazos en cruz. Es la única forma de que el vivo no te pueda dar el caldero y tenga que seguir él.
—Vale. Ahora sí que la has hecho buena. No creo que sea capaz de asomar la nariz fuera de casa en cuanto anochezca. —Pongo morritos para que entienda mi frustración.
—No pongas esa cara que me entran unas ganas terribles de besarte y después de que me has ignorado durante todo el fin de semana, me tendría que estar haciendo el interesante.
Vaya, se ha sentido... ¿ignorado?
—Yo no... han sido las circunstancias. Además, tú eras el que tenía planes ayer por la noche. ¡No me eches la culpa a mí!
Se pone frente a mí y me arrincona contra la valla de madera, sabiendo que no tengo escapatoria.
—Tienes razón... es solo que he echado de menos esto.
Acerca sus labios a los míos y comienza a besarme lento y pausado, dejándome claro que se va a tomar su tiempo. Sus manos recorren mi cintura y yo inconscientemente me acerco más a él. En mala hora. Ángel introduce su lengua en mi boca y el beso se vuelve mucho más profundo, sus manos se deslizan hasta mi culo apretándolo sin ningún pudor. Tengo el corazón desbocado, tanto que parece que se me va a salir por algún sitio. He estado tan ocupada todo el día que no me había parado a pensar la necesidad que tenía de estar entre sus brazos disfrutando de sus besos. Y ahora no quiero parar y él tampoco. La vibración del móvil en mis pantalones nos sobresalta a ambos y me obliga a separarme ligeramente de él. Miro la pantalla con desgana.
"Uxue, cielo ¿vienes de camino? Te estamos esperando para cenar".
Me fijo en la hora que marca la pantalla y veo que definitivamente me he entretenido más de lo que pretendía.
"Estoy llegando".
Miro a Ángel con resignación.
—Me esperan para cenar.
Resopla contrariado y se aparta de mí con las manos en alto.
—Vale. Eres libre.
Que tonto es. Me echo a su cuello y él no duda en abrazarme.
—Eso no es motivo para que no me des un último beso antes de que me vaya.
No tengo que insistir. Vuelve a besarme y cuando por fin se separa me falta el aliento. Siempre puedo decirles a mis padres que mi sofoco se debe a la bici...
—¿Me acompañas?
Me mira extrañado.
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo?
Para qué nos vamos a engañar.
—Pues sí. Gracias a tu magnífica historia, ahora tendrás que acompañarme hasta la puerta de casa cada vez que salgamos y se haga de noche. La próxima vez, piénsatelo dos veces antes de hablarme de esas cosas.
Le saco la lengua haciéndole burla. Él se ríe y sin protestar, me acompaña.
Aquí tenéis un nuevo capítulo... ¿os ha gustado? Espero vuestros votos y comentarios.
Aunque creía que se daba por hecho, aclararé que esta obra es un borrador, por lo que me disculpo de los errores que podáis encontrar en el texto. A día de hoy, considero más importante el desarrollo de mis historias, tiempo de pulir siempre habrá si llega el día en el que quiera hacer algo serio con ellas.
Gracias por leerme.
Besitosss
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