Capítulo 17


 Me despierta la claridad y me siento en la cama sobresaltada. Miro a mi alrededor pero estoy sola en mi cuarto. ¿Dónde está Ángel? No creo que se haya ido sin avisar, sobre todo porque esperaba poder disfrutar de su compañía durante más tiempo.

Me levanto y sé lo que tengo que hacer para espabilarme. Al final entre las películas y lo que vino después nos quedamos dormidos a las mil, por lo que necesito una ducha y un litro de café.

Rato después estoy sentada frente a la cafetera esperando a que la jarra termine de llenarse y aprovecho para inhalar el delicioso aroma que desprende. No hay nada mejor que el olor del café recién hecho y el de la tierra mojada...

Suena mi móvil y me apresuro a mirarlo esperando que sea él. No me equivoco.

—¿Ya te has despertado?

—Sí. Triste por tu ausencia. Esperando para ingerir una enorme cantidad de cafeína.

—Dame dos minutos. Yo llevo los bollos.

Estoy sonriendo como una idiota. Sí, tal cual. Creo que nunca me he sentido así estando con un chico y lo único que deseo es que no se acabe nunca.

Justo cuando la cafetera empieza a borbotear, oigo la puerta de la entrada y Ángel asoma en la cocina con un paquete de papel en la mano.

—El desayuno —sentencia. Se acerca a mí y me da un beso de "buenos días"—. Planeaba regresar antes de que te hubieras despertado...

Es un detalle por su parte. Yo pensaba que había huido como un cobarde.

—¿Dónde estabas? ¿Disimulando?

Niega rotundamente.

—No es eso. Tenía que ocuparme de los animales. Es algo que siempre hago a primera hora, aunque haya salido de fiesta.

Qué suerte tienen sus animales con alguien que se ocupa así de ellos.

—¿Tu madre sabe que has venido aquí? —le pregunto mientras cojo dos tazas y las lleno de café.

—Sí. Iba a acercarse ella, pero me he ofrecido voluntario. —Me guiña un ojo y no puedo evitar reírme.

—Ya veo. Y ¿Normalmente les llevas el desayuno a tus vecinos?

Dejo las tazas en la mesa y él aprovecha para cogerme de la cintura y sentarme en su regazo.

—Es que hasta ahora, no he tenido vecinos. Y menos una vecina tan guapa como tú. —Me besa de nuevo y me mira con el ceño fruncido—. Creo que mi madre se huele algo.

No sé si es bueno o malo. Una cosa es que no queramos ocultarlo de cara a nuestros amigos, pero nuestros padres... eso es otra historia. Me imagino a mi padre lanzándole miradas asesinas si lo supiera.

—Las madres son muy listas.

—Quiere que vengas a casa hoy. No le parece bien que tengas que comer sola.

No hay forma alguna de que me escaquee y no sé cómo voy a hacer para estar con ellos y que no se note lo que hay entre Ángel y yo. Se me da muy mal disimular.

—Vale, genial.

Cojo un bollo del paquete. Son de canela y están buenísimos.

—Los hace el panadero —me explica—, pero solo el fin de semana. Mi madre siempre compra. Por cierto, ¿qué planes tienes para hoy por la noche?

Ahora que lo pienso, todavía no he quedado con Paula. Supongo que me avisará a lo largo del día.

—De momento ninguno. ¿Por?

Se revuelve el pelo, como si tuviera dudas.

—Me gustaría que vinieras conmigo. Te presentaré a algunos amigos. Si quieres, claro.

Me quedo con la boca abierta. De verdad. Me doy cuenta de que se ha tomado en serio lo de no ocultar nuestra relación, pero de repente dudo de si estoy preparada para conocer a sus amigos. No sé si estaré a la altura. Aun así, no puedo desperdiciar una oportunidad como esta de salir con él.

—Sí, claro. Me parece bien.

Desayunamos tranquilamente y pasamos un buen rato juntos, antes de que Ángel se vaya. Tiene que ayudar a su padre y ya le he acaparado más de media mañana.

Recojo un poco la casa y me acerco al establo. Miro al cielo y a diferencia de ayer, está totalmente despejado. Abro las puertas y dejo que las gallinas salgan, estarán hartas de estar encerradas.

Dos horas después salgo de casa dispuesta a comer con mis vecinos. Apenas he tenido tiempo de arreglarme, pues he estado un buen rato charlando con Naiara, contándole mis avances con Ángel. Cuando he acabado con ella, me ha llamado mi madre, para saber si había quemado la casa o montado una fiesta ilegal o algo por el estilo y por último Paula me ha avisado de que han quedado a las seis para ir a la ciudad. Cuando le he dicho que no podía, que tenía planes con Ángel he notado algo raro en su tono de voz y no me ha preguntado ni ha insistido más. ¿Le parecerá mal que salga con él? No sé, pero espero que su actitud hacia mí no cambie, pues es de las pocas amigas que tengo aquí.

Por suerte, me olvido de mis preocupaciones durante la comida, porque al contrario de lo que esperaba, me lo paso genial. Los padres de Ángel, han preparado una barbacoa y consiguen que el ambiente sea de lo más distendido. Julia, su madre, se pasa gran parte de la comida, contándome anécdotas de los veranos que pasaron mi madre y ella juntas. ¿Por qué mi madre no me había contado nada de todo esto?

Aquiles se pasa toda la comida rondando y finalmente consigue su trofeo: una considerable cantidad de carne de la que dar buena cuenta.

Tal y como me había dicho Ángel, su madre de tonta no tiene un pelo y en un momento dado, que nos encontramos a solas, suelta un comentario, como que la cosa no quiere.

—¿Sabes? Ángel nunca trae chicas a casa.

—Eso no es tan raro —intento disimular. Al fin y al cabo, esto no ha sido cosa de él.

Julia me sonríe.

—Nunca le he visto tan cómodo con nadie como contigo —afirma.

¿Me está intentando sonsacar?

—Nos llevamos bien, tenemos gustos parecidos.

—Está muy pendiente de ti.

Rezo para que su padre y él regresen del interior de la casa, pues no sé a dónde quiere llegar su madre con tanta frase enigmática.

—¿Pendiente? —pregunto.

—Sí, tanto como para no ir a casa de Juanjo y quedarse contigo.

Me quedo tan cortada que no sé qué contestar. Deseo que la tierra me trague y desaparecer. ¿Sabe Julia que su hijo se quedó en mi casa?

Para mi alivio, me guiña un ojo y suelta una carcajada.

—Tranquila. Prefería decírtelo a ti, porque sé que él se moriría de la vergüenza. Creo que la próxima vez debería esconder mejor su moto. Esta mañana, a primera hora, he ido a llevar unas cosas a casa de Cristina y la he visto apoyada en el lateral de tu casa. Lo mejor ha sido verle hacer el paripé después, haciendo como que venía de dormir en casa de Juanjo. Créeme, ha sido de lo más divertido.

Vuelve a estallar en carcajadas y no me puedo creer que se esté riendo así su propio hijo. Madres para esto.

—Yo...

—Uxue, no me des explicaciones. Sois mayorcitos y espero que consecuentes con lo que hacéis. Es solo que nunca le he visto tomarse tantas molestias con alguien.

En ese momento, Ángel y su padre vuelven después de fregar los platos y aunque intento disimular, creo que él nota algo raro en mi expresión. Cuando se lo cuente no se lo va a creer.

Me visto sin saber lo que me deparará la noche. Ángel solo me ha dicho que iremos a la ciudad, en su moto y que seguro que me gustará el plan. Yo no estoy tan convencida. No conozco a sus amigos, tengo pánico a las motos y según se acerca la hora no hago más que pensar en el lío en el que me he metido. ¿Cómo se me ocurrió aceptar su invitación a salir con ellos? ¿Y si sale todo mal? No me considero una persona negativa pero quiero que esto funcione y el miedo a no encajar me está poniendo nerviosa.

Salgo al porche justo en el momento en el que Ángel llega a la carretera. Maldigo al tiempo, empeñado en llevarme la contraria pues hoy está totalmente despejado y no puedo evitar el viaje en moto. Si estuvieran cayendo chuzos de punta, "oh, ¡qué pena!", tendríamos que utilizar otro medio de transporte.

—Estás muy guapa —dice tranquilamente mientras me pasa un casco.

—Gracias. —Realmente agradezco el comentario aunque no creo que unos vaqueros y una chaqueta de cuero sean prendas que hagan destacar mi "deslumbrante" belleza.

Me subo a la moto, no sin cierto esfuerzo y me agarro a su cuerpo como si me fuera la vida en ello.

—No me digas que necesitas estar borracha para montar conmigo en moto... porque si necesitas un trago para ir más relajada, estás a tiempo.

¡Qué gracioso! Aunque creo que tiene razón y me he pasado al clavarle las uñas en el esternón como un gato subido a un árbol. Aflojo un poco mi abrazo.

—Perdona, es la falta de costumbre. —Una risilla nerviosa escapa de mis labios.

—Confía en mí.

Arranca el motor y nos ponemos en marcha. Los primeros kilómetros estoy igual de tensa pero poco a poco me voy relajando y comienzo a disfrutar del viaje. Quizás después de todo ir con Ángel en moto no esté tan mal, sobre todo si no pienso en el accidente del año pasado, ese que le hizo estar casi un año en rehabilitación...

Por suerte el viaje se me hace corto y pronto pasamos por la zona de bares frente a la playa en la que estuvimos el otro fin de semana. Continúa hacia otra zona de la ciudad que aún no conozco y no tarda en aparcar la moto en el único estacionamiento que quedaba libre. Nos apeamos y miro alrededor con curiosidad. Las calles son estrechas, algunas peatonales y parece un barrio de ambiente, lleno de locales, pequeños restaurantes, tiendas... Las aceras son un ir y venir de gente por lo que Ángel me coge de la mano y me guía tras él manteniéndome todo lo cerca que le es posible. Grupos tomando una copa, charlando, riendo a carcajadas... no tardo en darme cuenta de que se trata en gran parte de personas que sobrepasan la veintena y esto me confirma que Ángel se mueve en ambientes más adultos que los habituales para gente de nuestra edad. A mí no me importa, pues yo en Bilbao tenía amigos de todas las edades y no siempre salíamos en la misma zona, pero no me imagino a Paula, Noa o Daniela aquí, que no se relacionan más allá de nuestros compañeros de instituto.

Estoy tan enfrascada en mis pensamientos que cuando Ángel frena, choco contra su espalda irremediablemente. Se gira y me mira divertido.

—Hemos llegado —dice señalando la puerta.

Miro despistada el local hacia el que apunta su dedo y veo que es un pequeño restaurante japonés. ¡Genial! Odio la comida japonesa. Planto una amplia sonrisa en mi cara y digo entre dientes.

—¡Qué bien!

No sé si ha colado pero creo que sí ya que me abre la puerta y me invita a pasar primero. Después me coge de nuevo de la mano y me arrastra sin contemplaciones a una mesa en un rincón donde nos esperan su prima y Juanjo que ya nos está haciendo gestos con la mano para que nos acerquemos.

—¡Por fin llegáis! Estoy hambriento —protesta Juanjo mientras se levanta y me da dos besos.

—No seas pesado, apenas llegamos cinco minutos tarde... Uxue, esta es Miriam, mi prima.

Se acerca y me da un achuchón tan fuerte que creo que ha resultado más eficaz que una sesión en el quiropráctico. Nunca me habían abrazado con tanto entusiasmo...

—Me suenas... ¿no estabas en el pub hace dos sábados? —pregunta pensativa.

—Sí, cierto. Recuerdo haberte visto allí. —Como para olvidarlo. Pensé que era una arpía que se estaba intentando ligar a Ángel.

—Miriam, no seas mala... —le recrimina Juanjo—. Sabes de sobra quién es. Ángel te habló de ella esa misma noche.

Les miro a los tres sorprendida porque no entiendo nada de lo que está pasando.

—Jo Juanjo, eres un aguafiestas. Quería hacerme la despistada. —Miriam le da un suave puñetazo en el hombro y se sienta de nuevo.

Ángel se acerca y me susurra al oído.

—No les hagas ni caso, siempre están igual.

—¿Están saliendo? —pregunto.

A Ángel se le escapa una carcajada.

—Que va, pero son peor que un matrimonio.

Nos sentamos frente a ellos y el camarero se acerca a tomar nota. Miro la carta y no sé qué me apetece menos. Ya de perdidos al río...

—Os dejo elegir, por mí cualquier cosa estará bien.

Juanjo no se lo piensa antes de comenzar a decir una sucesión interminable de tipos de sushi y pronto tenemos la mesa llena de distintos bocados de arroz rellenos de "vete tú a saber qué". Para colmo Ángel me da los dos palillos y yo le miro incrédula no sabiendo si reír o llorar. Ya me estoy imaginando la escena... intento coger algo y ¡zas! un palillo sale disparado de mi mano clavándose en el ojo de alguno de mis vecinos de mesa.

Por suerte, eso no ocurre aunque lo que sucede tampoco es mucho mejor. Cuando por fin consigo trincar un bocado y ya he recorrido la mitad del camino hacia mi boca, recuerdo que no lo he mojado en ninguna salsa, pero por no arriesgarme decido no volver atrás. No más comenzar a masticar, entiendo por qué es mejor mojar un poco el sushi... porque la bola que se me está formando en la boca entre el arroz y el "vete tú a saber qué" va a resultar imposible de tragar. Para colmo, la cosa esa misteriosa que descubro en el centro es de lo más viscosa por lo que mi mente retorcida comienza a imaginar ingredientes de todo tipo: seguro que es pescado crudo, o una almeja, o... da igual que en realidad sea un trozo de inocente aguacate, todo lo que imagino es peor.

Ángel que para mi desgracia está más atento a mí de lo que me gustaría en estos momentos no puede evitar preguntar.

—¿Va todo bien?

—Mmmffff. —Asiento con entusiasmo aunque no sé por qué me da, que no resulto creíble.

Él me mira con el ceño fruncido y me alegro de que Miriam y Juanjo estén enfrascados en su propia conversación. Sigo masticando y para intentar tragar doy un sorbo al sake. En mala hora. No sé si un grano de arroz puñetero o un poco de esa endemoniada bebida se me va por mal sitio, el caso es que no puedo evitar ponerme a toser escandalosamente. ¡Y con la boca llena! Me lloran los ojos, me rasca la garganta y sé que no solo mis compañeros de cena, sino todo el restaurante me está observando. Con la poca dignidad que me queda en estos momentos me concentro en tragar y toser, tragar y toser... para terminar, remato la función bebiendome de golpe lo que me queda de sake para intentar frenar así de una vez por todas, el ataque de tos. Una vez pasado el bochorno miro a mi alrededor mientras me planteo esconderme debajo de la mesa o salir corriendo, pero no hasta casa sino hasta Bilbao.

Miriam me mira, sonríe y le dice a Ángel.

—Pues tenías razón, es de lo más divertida.

Me quiero morir, la primera vez que salgo con él y estoy haciendo el ridículo de semejante manera.

—Yo creo que lo que pasa es que no le gusta el sushi —dice tranquilamente Juanjo.

Ángel me mira con los ojos muy abiertos.

—¡No te gusta el sushi! —Comienza a reírse a carcajadas—. ¿Por qué no lo has dicho? Por un momento he pensado que eras aún más rara de lo que ya sabía.

Vaya estoy rodeada de "graciositos".

—¿Sabes lo que es intentar causar una buena impresión? —respondo enfurruñada—. Pues eso es lo que pretendía. Es cierto, no me gusta el sushi, no me gusta comer crudas, cosas que deberían estar cocinadas, así de simple.

Ángel saca un billete y lo deposita encima de la mesa. Ante mi mirada atónita se pone de pie y se coloca la chaqueta.

—Chicos, nos vemos dentro de un rato. Vamos.

Cojo la chaqueta y salgo tras él.

—Hasta luego —balbuceo.

Oigo sus voces despidiéndose mientras sigo a Ángel hasta la salida.

—¿A dónde vamos?

—A cenar una hamburguesa. ¿Te parece bien?

Sonrío como una tonta.

—Me parece estupendo.

Rato después y con el estómago ya lleno, me dejo de nuevo llevar por él. Durante la cena hemos hablado de un montón de cosas pero en ningún momento me ha dicho cuál era el siguiente plan y la verdad es que lo temo un poco porque como sea igual que el sushi...

Paseamos tranquilamente por el laberinto de calles hasta que llegamos a un callejón sin salida. Al fondo hay un local con un enorme escaparate de cristal que deja traspasar la intensa luz del interior que ilumina la acera. Hay gente fuera, tomando algo mientras charlan animadamente y al acercarnos descubro que se trata de una galería de arte. Le miro sorprendida esperando una explicación.

—Me suelen invitar a la inauguración de las nuevas exposiciones —suelta tan tranquilo.

—¿Eres amigo del dueño? —pregunto intrigada.

—No exactamente...

Una voz a nuestras espaldas responde a la pregunta por él.

—Le invitan porque él también ha expuesto aquí.

Juanjo y Miriam llegan a nuestra altura. Yo no termino de creerme lo que estoy oyendo.

—¿Has expuesto?

—Bueno... —Ángel se rasca la cabeza, nervioso—. Un par de veces... algunas fotos... tampoco tiene importancia.

Y lo dice como si nada.

—¿Entramos? —Miriam no espera respuesta y nos empuja a ambos hacia el interior.

Media hora más tarde me han presentado a más gente de la que puedo recordar, he tomado tres copas de cava con fresa y estoy frente a una de las pinturas intentando encontrarle significado. Me gusta el arte, de verdad que sí... pero soy de las que tengo dudas de que lo que mis ojos observan en este momento sea arte. Un lienzo enorme, salpicado de colores aquí y allá, dos líneas cruzándose y poco más. Por más que me estrujo la cabeza, no veo nada. Creo que es como las láminas de manchas que se utilizan en el test de Rorschach, que cada uno de nosotros podemos decir un disparate a cual peor.

—¿Qué te parece?

Miro a mi derecha, el que ha hablado es Carlos, uno de los amigos de Ángel al que conozco desde hace pocos minutos.

—Bueno, yo... —A ver cómo salgo de esta.

—Yo prefiero a Damien Hirst —responde una voz a mi izquierda.

Es Susana, otra "recién conocida".

—Ya estamos, siempre dices lo mismo. —Carlos parece dispuesto a enzarzarse en una discusión.

Durante los siguientes minutos veo cómo entran en un acalorado intercambio de opiniones sobre los más destacados del mundo de la pintura actual, algo que me hace sentir de lo más tonta y fuera de lugar. Estoy rodeada de intelectuales.

—Bueno Susi, me da igual tu opinión. Tú y yo nunca estaremos de acuerdo en esto. Lo que quiero, es saber el parecer de nuestra nueva amiga y no la estamos dejando hablar.

Ambos me miran expectantes y yo hubiera preferido que continuaran enfrascados en su intercambio de impresiones.

—Pues yo... no quiero desmerecer al autor de estas obras... —Cojo aire y decido ser sincera— pero no me gusta el arte moderno.

Alzan las cejas y se miran durante un segundo antes de centrar de nuevo la atención en mí.

—No te gusta el arte moderno... ¿qué te gusta entonces? —insiste Carlos.

—Prefiero el Modernismo y también hay algunos impresionistas entre mis favoritos.

Su gesto deja entrever que no me creen. ¿Qué se piensa?, ¿que lo digo por quedar bien?

—Impresionistas, ¿eh? Sorpréndeme... a ver, a que adivino ¿Degas? ¿Renoir? —Se ríe Susana.

Pues sí, me toman por tonta.

—No especialmente. Mi impresionista favorito es Gustave Caillebotte desde que vi en un libro "Los acuchilladores". Es un cuadro increíble. Algún día lo tendré a la misma distancia que tengo hoy este otro.

—¿Está en el Louvre? —pregunta Carlos interesado.

—No —respondo sonriendo orgullosa de saber algo que él no—. En D'Orsay.

Me devuelve la sonrisa y se dirige a Ángel que está apoyado en una columna a muy poca distancia de nosotros. Ni me había dado cuenta.

—Bien por ti —le dice alzando su copa para simular un brindis—. Me gusta tu chica, sabe estar a la altura de las circunstancias.

¿Me estaban poniendo a prueba? No me lo puedo creer.

—Ciertamente sabe estar a la altura si es capaz de aguantar tu pedantería —le responde Ángel alzando su copa a la vez.

Los tres se ríen y él aprovecha para acercarse a mí por detrás. Me rodea la cintura poniendo su mano sobre mi estómago y me susurra al oído.

—No estaba seguro de si esto saldría bien... tengo unos amigos muy raros. Gracias.

No sé qué me descoloca más, si que me dé las gracias o tenerle tan cerca en un sitio público rodeados de sus amigos. Doy un sorbo a mi copa intentando aplacar mi sofoco.

—¿Serás capaz de aguantar media hora más? —me pregunta.

—Sí, no hay problema. —Estoy convencida de que la noche ya solo puede ir a mejor.

—Genial, así podré saludar a unos cuantos amigos más. Y después, nos vamos. Creo que ya te he compartido suficiente tiempo por esta noche. —Y añade muy despacio—. Te quiero un rato para mí solo.

Noto mis mejillas arder mientras comienzo a contar los minutos.

¡Ya tenéis otro capítulo! Siento haber tardado tanto en subir uno nuevo, pero espero que os haya merecido la pena la espera.

¿Os ha gustado? Espero vuestros votos y comentarios y mil gracias por estar ahí.

Besitossss

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