Capítulo 16


Es miércoles por la tarde y no hago más que pensar en cómo hacer para coincidir con Ángel. Me he pasado estos días mirando el móvil un millón de veces, esperando un mensaje por su parte. Lo fácil sería que yo le mandara un whatsapp, pidiéndole un libro o algo, pero después de todo lo que ha pasado entre nosotros en dos semanas, me siento estúpida enviando ahora un mensaje así. Más que nada porque sé que sabrá que mi interés va más allá del libro. Decido bajar a la playa, cosa que no he hecho en los últimos días, así que cojo un par de cosas y salgo por la ventana. Paseo un rato y después me siento a leer. Cuando Aquiles me da una lengüetada, le acaricio el hocico y miro alrededor buscando a Ángel pero para mi desgracia, Aquiles ha decidido bajar por su cuenta. Me hace compañía durante un rato y cuando unas nubes negras comienzan a aparecer por el horizonte decido que es hora de volver a casa. Me fastidia no haber coincidido con Ángel, pero no siempre va a resultar tan fácil.

Me despido de Aquiles en mi ventana y no más pisar el suelo de mi habitación oigo un suave maullido. ¿Un gato? ¿Dónde? Intento ubicar el sonido y sin duda alguna viene de debajo de mi cama. Me tiro al suelo y levanto un lado de la colcha. Unos brillantes ojitos verdes me miran desde la oscuridad y yo le llamo para que salga.

—Ven, chiquitín. No te voy a hacer nada...

Se acerca a mi mano y al salir a la luz veo que es una de las crías de Pixca, la gatita negra que tanto me gustaba. Para colmo lleva un lacito en el cuello lo que me hace pensar que se trata de un regalo. ¿De Ángel? Resulta desconcertante.

Cojo mi móvil y escribo mientras el pequeño animalito sube a mi regazo.

"Hay una gatita en mi cuarto, ¿sabes tu algo de esto?".

Ni treinta segundos y tengo respuesta.

"Es tuya. Si quieres, claro".

"¿Me la das por hacerme un regalo o porque tienes que "colocar" a todas las crías?".

Unos segundos.

"¿Tú qué crees? Lleva un lazo..."

"Gracias. Aunque no se si sabes lo mal que se me da cuidar animales. Siendo su dueña, las posibilidades de mortalidad aumentan terriblemente".

"No te preocupes. Los gatos se cuidan solos".

No sé qué más decir. Estoy alucinada pues es el mejor regalo que me han hecho nunca. Y ha sido él. Le quito el lacito y la cojo en brazos. Al deslizar la mano por su lomo comienza a ronronear y descubro que es el sonido más relajante del mundo.

Suena un nuevo mensaje.

"Tienes que ponerle nombre".

Es cierto. No me lo pienso mucho.

"Beltza".

"????"

"Significa negra en euskera".

"Suena bien".

Salgo de la habitación con Beltza en la mano y mi madre me mira interrogante.

—¿De dónde ha salido esa preciosidad? —dice con voz ridícula mientras alarga las manos y me la roba.

—Me la ha dado Ángel. Tiene una camada de la que deshacerse y bueno, me ofreció quedarme con ella —miento. Me suena demasiado fuerte decir que me la ha regalado sin desatar una catarata de preguntas respecto a los motivos de semejante obsequio.

—¡Me encanta! —responde achuchándola.

Mi padre entra en casa y nos encuentra a las dos jugando con Beltza. Nos mira como si estuviéramos locas, pero en cuanto se agacha y esta se deja rascar la tripa mientras intenta morderle la mano, sé que le ha conquistado por completo.

Durante la cena nos cuenta que le han llamado de la inmobiliaria y que para nuestra suerte, hay alguien interesado en comprar el piso. ¡Eso sí que es una buena noticia! Liquidaremos la hipoteca y aún nos quedará algo de dinero. Ya no tendremos deudas y podremos centrarnos en salir adelante con nuestra nueva vida.

Lo que no me esperaba es que mi padre dijera que tienen que estar el viernes en Bilbao para firmar y solucionar también los papeles con el banco, por lo que tendrán que salir de aquí de madrugada y no volverán hasta el domingo.

Lo más curioso de todo es que una de las posibilidades es quedarme aquí sola y no sé si se han dado cuenta de lo que implica dejar a una adolescente de 16 años unos días sola en casa. Un verdadero peligro. Pero claro, entre que tengo clase y que se van a quedar en casa de sus amigos y no hay espacio para todos, está totalmente descartado llevarme con ellos.

La otra opción, es que me quede con Paula, pero a mí me suena mejor la primera así que después de muchos esfuerzos consigo que me dejen quedarme en casa con la condición de que Julia me eche un ojo. "Ojalá me lo echara Ángel" pienso yo. De todas formas prometo portarme bien y esta vez estoy decidida a cumplirlo. Nada de fiestas, ni desmadres, ni nada. Saldré el sábado y punto. Palabra.

En cuanto Paula se entera, quiere montar una fiesta. Me paso toda la mañana del jueves negándome en redondo y al final la convenzo, ya que la casa de Ángel está muy cerca de la nuestra y teniendo en cuenta que Julia va a vigilarme, no hay posibilidad alguna de organizar nada. El viernes continúa pensando planes alternativos, pero yo me sigo escaqueando así que al final se conforma con organizar una salida a la ciudad que incluye cine. Eso está mejor. El problema es que por la tarde comienza a llover torrencialmente y la tele anuncia riesgo de galerna, así que no tardo en recibir un mensaje cancelando el plan.

Una hora más tarde, me arrepiento de haber insistido para quedarme sola en casa. El viento huracanado se filtra por las ventanas y hace que la casa vibre. Sobre todo el tejado y el desván. Los rayos zigzaguean sobre el mar y los truenos retumban sonoramente. Parece una película de terror y solo me falta ver una sombra acechando en el exterior para que me muera del miedo.

Miro hacia el establo y me pregunto si los animales estarán bien. La única forma de saberlo es haciéndoles una visita. Me pongo mis Hunter, el chubasquero y salgo corriendo. No lleva mucho lloviendo pero es tal la cantidad de agua que cae que la tierra se ha reblandecido y puedo oír el "chof, chof" de mis botas al pisar el barro. Abro la puerta con esfuerzo y enciendo el farol eléctrico para mirar en el interior. Veo que los animales están la mar de tranquilos, algunas gallinas incluso duermen y me siento de lo más tonta por haberme preocupado así. ¿Qué esperaba? Ellos entienden la naturaleza mejor que nosotros y saben que no hay nada que temer. Soy una paranoica.

Apago el farol y al salir choco con alguien. No puedo evitar soltar un chillido y retroceder de un salto. En un segundo mi mente ha recordado todas las películas de terror que incluyen tormenta, chubasquero y garfio.

—Soy yo, tranquila.

Ángel me mira sonriendo, mi reacción le debe resultar divertida, pero yo no le encuentro la gracia.

—¿Nadie te ha dicho que no seas tan sigiloso?

—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? —me pregunta mirando hacia el interior por encima de mi hombro.

—Quería asegurarme de que los animales estaban bien, pero ya he visto que la única histérica soy yo.

Salimos a la lluvia y le señalo la puerta.

—Ayúdame con esto.

La puerta se resiste un poco y mientras intentamos cerrarla, el agua nos cala sin remedio, así que maldigo mi idea de salir. La próxima vez, aunque mis animales llamen gritando "Auxilio" no pienso acudir. Palabrita del niño Jesús. Cuando lo conseguimos, más gracias a Ángel que a mi propia destreza, volvemos corriendo a casa. Al entrar, me deshago de las botas y el chubasquero y veo que Ángel me mira interrogante sin atreverse a pasar.

—No te quedes ahí parado. Entra.

Me sigue, quitándose las botas y la chaqueta y dejándolas en la entrada. Busco un par de toallas y le paso una para que se seque el pelo. Se frota enérgicamente la cabeza mientras me mira. Como siempre me gustaría saber qué está pensando.

—¿Y tú a dónde ibas?

—He quedado en pasarme por casa de Juanjo. Iba a salir con la moto cuando te he visto en el establo. Por eso me he acercado.

La moto. Ahora recuerdo haberla visto en el lateral de nuestra casa, por suerte, a cubierto gracias al tejadillo que sobresale.

—Sí, menos mal. No creo que hubiera podido cerrar la puerta sin ti.

Suena otro trueno y sin querer me sobresalto. Ha resultado evidente, porque Ángel sonríe.

—¿Te dan mal rollo las tormentas?

—No. Me dan mal rollo en una casa al borde de un acantilado. Parece el escenario perfecto para que se cometa un asesinato.

Me mira divertido.

—Entonces ¿por qué te has quedado sola en casa?

Visto así no tiene mucho sentido.

—Para reivindicar mi independencia. Quiero demostrar que soy capaz de quedarme sola y no liarla. Aunque ahora ya no me parece tan buena idea.

—Puedo quedarme, si quieres.

No lo estará diciendo en serio...

—Me portaré bien —afirma levantando las manos.

¿Qué hago? Si le digo que no, en el momento en que se vaya me arrepentiré. Si le digo que se quede... me arrepentiré después porque seguro que hago alguna tontería. Bah, en realidad, me gusta el riesgo.

—Vale. ¿Quieres cenar? Creo que tengo una pizza por ahí...

—Bien.

Entro en la cocina y revuelvo la nevera hasta encontrar lo que busco. Mientras la coloco en el horno oigo hablar a Ángel por teléfono. Está disculpándose con Juanjo por no ir y por lo que escucho, este sabe que la culpable soy yo. ¿Cómo puede ser? ¿Será que Ángel le ha hablado de mí? Porque ahora no me ha nombrado y aun así Juanjo sabía por qué cancelaba sus planes. No sé de qué me extraño. Yo se lo cuento todo a Naiara.

Beltza aparece de la nada y se acerca a su cuenco. Le echo un puñado de pienso para gatitos y añado un poco de leche. Cuidar de un gato ha resultado más fácil de lo que yo pensaba. ¡Dos días y sigue viva!

—Veo que ya se ha adaptado.

—Es muy buena. No protesta y apenas hace ruido. —Miro hacia el salón—. ¿Quieres ver una peli?

—Claro. ¿Tienes por ahí "La llegada"?

Vaya. Quiere verla. No sé si lo hace para ganar puntos o realmente le apetece.

—Podemos ver otra cosa, no sé, alguna de los Vengadores... o una de Fincher. ¡Seguro que te gusta Fincher! O Nolan...

—Has dado en el clavo. Con los dos. Pero te dije que quería verla e iba en serio.

—Entonces voy a buscarla.

Entro en mi cuarto y busco el dvd entre la pila desordenada. No sé cómo ha sucedido pero mi noche de terror en soledad se ha convertido en cenar pizza y ver mi peli favorita con Ángel. ¿Qué ha ocurrido? ¿Los astros se han alineado?

Enciendo el dvd y en ese momento suena el horno.

—¡Ya me encargo yo! —me grita desde la cocina.

Pongo en marcha el disco mientras trae la pizza y unos refrescos. Nos sentamos el uno al lado del otro y subo las piernas al sofá en posición de yoga. Ángel me mira extrañado pero no dice nada. Vemos más de media película así sin más, sin hablar y sin ningún gesto, más allá de coger una porción de pizza o tomar un trago del refresco. Ya estoy pensando que realmente ha decidido ser mi amigo y nada más cuando coge mi mano y entrelaza sus dedos con los míos. No es nada del otro mundo pero el hecho de que esté acariciando la palma de mi mano con el pulgar, hace que ya no me pueda concentrar más que en ese pequeño detalle.

Termina la película y durante unos minutos guardamos silencio.

—¿Te ha gustado? —pregunto con miedo.

—Sí. Me ha enseñado nuevas cosas sobre ti.

Esa respuesta me descoloca un poco.

—¿Cómo qué?

—Que esta sea tu película favorita, demuestra que eres compleja. Elegir una película así, te hace diferente. ¿Por qué te gusta tanto?

Buff, como si fuera fácil contestar esa pregunta...

—Me gusta esa sensación de que no sabes muy bien lo que está pasando y crees que es una peli sobre extraterrestres, sin embargo es mucho más que eso. La importancia del lenguaje y la comunicación... te hace darte cuenta de lo imprescindibles que son. Y la historia de ella, sus decisiones... al final queda esa pregunta en el aire de ¿hubiera elegido yo repetir el camino sabiendo lo que me espera al final de él? —Me estoy emocionando solo de pensar en ello—. Te parecerá una tontería, ¿no?

Veo su gesto serio, sopesando cada una de mis palabras. Creo que nadie me había escuchado nunca con tanta atención.

—Para nada. Estoy de acuerdo.

—También me hizo pensar en lo importantes que son los detalles. Los buenos momentos con las personas que quieres, esos que hacen que todo valga la pena.

—Es verdad. Deberíamos disfrutar de las pequeñas cosas y seguro que seríamos más felices. —Hace una pausa dudando—. Yo, por ejemplo, sería feliz ahora mismo si pudiera besarte.

Ups, no esperaba que dijera eso. Me noto enrojecer hasta las orejas y de pronto no sé dónde meterme. ¿Debajo de la manta? Desvío la mirada incapaz de decir nada. Ángel acerca su mano a mi mejilla y la acaricia lentamente antes de atraerme hacia su boca. Sus labios atrapan los míos con interés y puedo notar su sabor a refresco mientras nuestros alientos se mezclan. Soy débil, tanto que ni me planteo apartarme. Él se da cuenta de que estoy más que dispuesta y eso hace que me empuje contra el sofá hasta quedar los dos tumbados. No hay distancia entre nosotros, estamos todo lo cerca que pueden estar dos cuerpos y el mío ha decidido traicionarme porque antes de que quiera darme cuenta, estoy rodeando su cintura con mis piernas intentando mantenerle pegado a mí. Continúa besándome mientras su mano se desliza hasta mi cadera apretándome más contra él. Se me escapa un gemido y maldigo de nuevo a mi cuerpo empeñado en ir por libre, aunque a él parece que le encanta porque me besa aún con más ganas si cabe, despegando solo sus labios de los míos para hundir la cabeza en mi cuello y besarlo mientras noto su respiración agitada sobre mi piel.

De pronto, creo que no deberíamos continuar. No teniendo cosas pendientes que deberíamos solucionar antes de volver a las andadas. Lo fácil es que siguiéramos pero si quiero que entre él y yo haya algo, tenemos que hacer las cosas bien.

—Para —digo con la voz aún entrecortada. Ni a mí misma me ha sonado convincente.

Se detiene y me mira a los ojos interrogante. En mi mirada debe leer que voy en serio ya que se echa para atrás quedando sentado en el otro lado del sofá. Me incorporo lo justo para mantenerme sentada frente a él pero de repente parece que nos separa una enorme distancia. Aunque no hay ni un metro.

Sé que tengo que hablar, porque yo he sido la que le he frenado sin embargo, no sé por dónde empezar.

—¿Qué pasa Ux? —me pregunta con el ceño fruncido.

Suena tan bien cuando me llama así... ay, y yo a punto de estropearlo todo de nuevo por esa manía mía de hablar y ser sincera e intentar actuar como una persona adulta y sensata. Por un segundo sopeso olvidarlo todo y lanzarme sobre él.

—Es que verás... no sé si esto es buena idea. Me encuentro con cosas que me hacen dudar y luego pasan otras cosas que me hacen pensar más y... estoy hecha un lío.

Creo que nunca en toda mi vida me había explicado tan mal. Parezco tonta.

—Explícate un poco mejor. —Hay un punto de enfado en su voz como si pensara que lo que digo es una excusa barata.

—Por donde empiezo... eres desconcertante.

Me sale sin pensar y Ángel abre los ojos por la sorpresa.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Desde que te conocí no sé a qué atenerme contigo. El primer día parecías un descarado, después, evitabas hablar conmigo. De pronto comienzas a insistir en que quieres conocerme y nos acabamos enrollando en la playa. Luego discutimos sobre nuestra clandestinidad, dejamos de hablarnos y el sábado... bueno en fin ya sabes. Unos cuantos días de nuevo sin hablarnos y aquí estamos, besándonos de nuevo.

Se le escapa una risa. ¿Le parece gracioso?

—Que conste que yo tampoco suelo hacer así las cosas y nunca me había resultado tan complicado salir con una chica. Realmente me lo estas poniendo difícil.

Genial. Ahora va a resultar que el problema soy yo.

—Perdona. —No puedo evitar saltar—. ¡Tú eres el conflictivo! El que se mete en problemas cada dos por tres. No tienes muy buena fama que digamos y no sé hasta qué punto me conviene estar con el chico malo del pueblo.

Se echa hacia delante para acercar su cara a la mía. Parece que con mi comentario le he ofendido.

—Primero, ya te advertí de mi fama y por eso te dije que creía mejor para ti que no te vieran conmigo. Segundo, una cosa es la fama y otra la realidad. Todo depende de quién haga correr el bulo.

En eso tiene razón, pero... ¿qué está insinuando? ¿Qué lo que dicen de él no es cierto?

—¿Entonces no eres violento? —pregunto.

—¿Por qué? ¿Por haber pegado a Mateo? Te aseguro que no he pegado a nadie sin un buen motivo.

Por alguna extraña razón le creo.

—¿Y lo que dicen de tu accidente de moto?

No voy a perder una oportunidad como esta para saber si es cierto o no.

—¿Qué has oído?

—Que perdiste el curso por un accidente con la moto. Que ibas de alcohol y drogas hasta arriba...

Veo que se relaja y me parece curioso teniendo en cuenta lo que acabo de decir.

—Vaya, ahora entiendo tus dudas, si yo hubiera escuchado algo así...

—¿No es cierto?

Se rasca la barbilla, pensativo.

—¿Lo del accidente? Sí, claro. Me fracturé la rodilla derecha, varias costillas y la clavícula. Tuve que ir a rehabilitación durante meses. Pero está visto que a la gente le gusta exagerar... en realidad solo había tomado un par de cervezas y de drogas, nada de nada.

Me siento aliviada sabiendo que no es mal chico después de todo. Aun así hay algo que no entiendo.

—Entonces, el accidente... ¿Qué pasó?

Se frota el pelo nervioso y se acerca a mí en plan confidente.

—Prométeme que no le contarás a nadie la verdad. Prefiero mi fama de chico malo porque la realidad de lo que pasó no me haría quedar nada bien.

¿Puede haber algo peor que una acusación de drogas y alcohol? Por más que lo pienso no se me ocurre. Me acerco y nuestras caras quedan a unos pocos centímetros.

—De acuerdo.

—Ya has visto cómo son estos caminos por la noche. Casi no hay luz y está todo lleno de curvas. Volvía en moto de una fiesta en otro pueblo y de pronto una sombra se cruzó en mi camino. Era un zorro y fui tan idiota de esquivarlo en vez de llevármelo por delante. El suelo estaba húmedo. La moto patinó y caí por un terraplén unos cuantos metros.

No me lo puedo creer.

—O sea que todo fue por no atropellar a un animal salvaje.

Me sonríe y me encanta esa sonrisa. Cuando la veo sé que está siendo totalmente sincero.

—Sí. No se lo conté a nadie porque no quería que pensaran que era gilipollas. En realidad lo de las drogas suena mejor. ¿Te quedas más tranquila sabiendo que no soy un descerebrado?

Un poco descerebrado sí es si pone en riesgo su vida por no atropellar un animal salvaje. Aunque yo creo que hubiera hecho lo mismo.

—La verdad es que sí.

—Oye, mira. —Me coge de la mano—. Nos conocemos desde hace muy poco y no sé cómo hacer para que confíes en mí. No quiero que te alejes, porque no sabes lo que me jode tenerte cerca y que hagas como que no existo. Cuando el domingo dijiste que necesitabas espacio, estaba dispuesto a dártelo, pero soy débil. Estos días sin hablar contigo se me han hecho cuesta arriba...

Le miro en silencio totalmente anonadada. Estoy tan alucinada que no acierto a decir nada. Al parecer él tiene algo que añadir.

—Lo que ocurrió el sábado no tenía que haber pasado. Por lo menos, no en ese momento ni de esa manera. Sé que echarle la culpa al alcohol es demasiado fácil, pero ese fue el caso. Me siento fatal porque ni siquiera tengo muy claro cómo acabamos así y cuando al despertar me dí cuenta de lo que había ocurrido, tú ya habías salido corriendo y te negabas a hablar conmigo. No me has dado ni la oportunidad de disculparme.

—No... —No quiero sus disculpas—. Lo que ocurrió fue culpa de los dos. Parece que no podemos estar cerca sin que todo se vuelva... —Pienso cómo me sentía apenas hace unos minutos— intenso. ¿Y no te acuerdas bien?

Una sonrisa pícara se dibuja en su cara y sé que su memoria está menos borrosa que la mía.

—En el momento no. Pero después... no voy a negar que tengo algún que otro recuerdo que vuelve a mi mente una y otra vez.

Enrojezco de nuevo al ver cómo me observa de arriba a abajo y me imagino a qué se puede referir. Me acaricia la mejilla y noto su mano fría en comparación con mi temperatura.

—Ey, no te avergüences. Ojalá pudiera recordar cada detalle de esa noche con mayor nitidez. Aún con alguna laguna, puedo decir que fue la mejor noche de mi vida.

Bajo la mirada.

—¿Qué pasa? No digo que para ti tenga que tener la misma importancia que para mí... —me aclara.

—No es eso... es que yo... —¿Qué hago? ¿Se lo digo?

— ¿Cuál es el problema?

Venga Uxue...¿qué puedes perder? ¡Cuéntaselo! Me chilla mi vocecita interior.

—Que yo no había estado... con nadie... así... ya sabes —suelto de sopetón.

Ángel abre mucho los ojos y sé que eso sí que no se lo esperaba.

—No, ¿de verdad?

—Sí, estoy bastante segura de eso —respondo totalmente abochornada—. Es que no sé qué me pasa desde que te conozco. Yo no suelo actuar así. No me voy acostando con tíos y menos estando borracha. ¿Y si no hubiéramos usado protección? ¿Y si hoy tuviéramos algo más de lo que preocuparnos?

Se acerca a mí sin dudarlo y me abraza con fuerza. No entiendo muy bien el motivo pero me dejo hacer y apoyo mi cabeza en su pecho.

—Lo siento.

¿Se disculpa de nuevo?

—¿Por qué? Lo hicimos los dos. No me obligaste a nada.

—Lo sé. Pero no debería haber sucedido así. —Me separa un poco y me mira serio—. Y creo que debes saber que yo tampoco me había acostado con nadie.

Mi primer impulso es pensar que me está mintiendo.

—Venga... no hace falta que me sigas el rollo. Eso no me va a hacer sentir mejor.

—¿Perdona? —protesta ligeramente ofendido—. ¿Qué pasa? ¿Que tú podías ser virgen pero yo no? Eso es un poco machista.

Y tiene razón.

—¡Lo siento! Es solo que... no sé... di por hecho que habrías salido con más de una.

—Hay veces que es mejor no dar nada por sentado. Y bien, ¿me dejarás compensarte por esa noche?

¿Compensarme? Imagino que no se refiere a esta misma noche...

—¿Entonces? ¿Estamos juntos? —pregunto insegura.

—Si tú quieres...

—¿Y los demás?

—Si a ti no te importa lo que piensen, a mí tampoco —dice encogiéndose de hombros.

Me da un suave beso en los labios y yo respiro aliviada. Al final ha sido buena idea hablar. Retumba un trueno en el exterior y doy un bote en el sofá. Me mira riéndose mientras oigo silbar el aire alrededor de la casa.

—Parece que vayamos a salir volando —murmuro preocupada.

Ángel se acerca y me envuelve en sus brazos.

—No te preocupes Dorothy, lo peor que puede pasar es que acabemos en Oz.

Me río de su ocurrencia cinéfila y me doy cuenta de que no me importaría ir a parar a Oz si él estuviera conmigo. ¡Dios mío! Desde cuándo me habré vuelto tan cursi...

Decidimos ver otra película y esta vez le dejo elegir a él. Terminamos viendo La isla mínima y a diferencia de la primera, durante esta me rodea con su brazo para tenerme aún más cerca. Cuando termina, estoy muerta de sueño y aunque me gustaría poder alargar la velada toda la noche, no me veo capaz de aguantar despierta.

—¿Quieres que me vaya?

Mi cara de cansancio debe ser más que evidente, pero me da pena que se marche.

—¿Tienes que irte?

—La verdad es que no. Mis padres están acostumbrados a que muchas veces no vuelva hasta la mañana siguiente. Sabiendo que iba a casa de Juanjo y con el mal tiempo que hace, me basta con enviarles un mensaje para que no se preocupen.

—Bien, entonces quédate —decido aclararlo—. ¡Pero solo a dormir! No esperes más que eso.

Levanta las manos inocentemente.

—No espero nada. Te lo aseguro.

Me relajo al oírle hablar así.

—De acuerdo. Entonces, a dormir.

Vamos a mi cuarto y no enciendo la luz. Busco a tientas mi camisón y me cambio de ropa sabiendo que él me está observando atentamente. Oigo cómo se quita la ropa y me imagino que se quedará en ropa interior. No seré yo la que me queje.

Me meto en la cama y veo que él está enviando un mensaje.

—Listo. Mis padres ya estarán tranquilos.

Se me escapa una risa nerviosa.

—Si supieran que estás en la casa de al lado...

Entra en la cama y me abraza. Noto el contraste de temperatura. Yo suelo estar bastante fría y él parece tener una temperatura corporal diez veces por encima de la mía. Por lo menos no se queja de que parezca un témpano de hielo. Me besa el cuello y sé que solo está empezando. Cuando sube dibujando el borde de mi mandíbula hasta mis labios, un suspiro escapa de nuevo de ellos y él se apresura a atraparlo con su boca. Me besa lento pero intenso y sus manos me acarician la espalda. En un momento dado, estas se cuelan por debajo del camisón y yo me aparto inconscientemente.

—Habíamos dicho de tomárnoslo con tranquilidad, ¿no? —Quizás ya haya cambiado de idea.

—Esto es más difícil de lo que pensaba. No quiero dejar de besarte y de tocarte pero si tú no quieres, me pondré a pensar en peces y pingüinos. Tú decides.

En realidad yo tampoco quiero que pare. Mantiene su boca cerca de la mía y nuestros alientos se están mezclando. Sé que no volverá a besarme hasta saber que estoy de acuerdo con lo que ha dicho así que esta vez soy yo la que hace desaparecer la distancia entre nosotros. Al ver que le beso, su entusiasmo aumenta y nuestras respiraciones no tardan en acelerarse. Estoy disfrutando de cada segundo y noto como el cosquilleo de mi estómago se convierte en un tornado que parece salir de mí y envolverlo todo. Me siento como Dorothy, girando en un remolino que me transporta a un lugar que hasta ahora no conocía.

¿Os ha gustado el capítulo? Espero que tuvierais tantas ganas como yo de que Ux y Ángel se reconciliaran...

Gracias como siempre por leerme y ya sabéis... si os ha gustado, votad y comentad.

Besitosss

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