Brincos

—¡Ey, Viejo! ¿Por qué tu perro brinca como conejo? —pregunta Yurio ladeando la cabeza y clavando sus ojos verdes en mi con curiosidad.

Un trae puesto los patines y Viktor se encuentra sentado retirándose los suyos.

—La verdad, no lo sé... —responde mi amigo observándome, luego se lleva un dedo a los labios demostrando de esa manera que lo está pensando seriamente.

Yo ladro y junto más mis patitas para tomar impulso, tal cual si tuviera resorte en ellas. Entonces mi olfato percibe la dulce esencia de Yuuri, que había ido a los casilleros, y sin pensarlo me doy la vuelta y me lanzo a su regazo con energía hasta derribarlo. Me aprieto contra él en un abrazo de verdad necesitando mientras restriego mi rostro contra su pecho, adoro como huele.

—Makkachi —dice mi nombre entre risas. Acaricia con energía mis orejas y junta su rostro con el mío. Sus ojos son de un hermoso color y brillan como las estrellas del cielo. Puedo ver en ellos cariño y como tengo muy pocas oportunidades como esta, no pierdo tiempo en lamer sus labios.

Su boca sabe mejor que cualquier comida que haya probado y por eso comprendo y a veces, solo a veces envidio que Viktor pueda besarlo cada que se le antoja.

—Makkachi —me llama Viktor, levanto la cabeza pero me rehusó a dejar el cálido regazo de Yuuri. —Puedo compartir contigo, pero... te estas excediendo amigo. —me reclama medio en broma, medio enserio.

—Solo quiere atención, verdad Makkachin... —me defiende Yuuri y yo aprovecho para volver a probar sus labios.

—¡¡Makkachi!! —me reclama y no puedo evitar provocarlo más hasta que siento como tira de mi correa.

—¡Oi! Anciano, no le puedes tener celos a tu propio perro... déjalo ser.

—Pero Yurio, que lo está besando...

—Bueno, es natural que al perro le guste el cerdo —dice el rubio con malicia.

Una nueva escapa de los labios de ambos Yuris y yo meneo la cola feliz ante los berrinches de mi amigo.

La vida es bella, o al menos eso pienso ahora, antes... bueno antes fue muy diferente, de hecho, yo si recuerdo porque aprendí a saltar.

Desde el momento en que abrí los ojos en este mundo me di cuenta de que nada sería fácil. Fui el quinto de una camada de seis, y desde el principio el pelear por un bocado de leche se convirtió en una carrera por demostrar quién era más fuerte.

Mi madre nos miraba con ternura, como si nuestras peleas fueran solo juegos y no aquellas luchas campales que nosotros sentíamos librábamos cada día.

Conforme pasaban los días mis patitas fueron ganando fuerza y mis movimientos se volvieron más fluidos, hasta que por fin puede parame sobre mis cuatro extremidades sin temblar. Poco después descubrí la agradable sensación de correr y ladrar.

Un gusto que me duro poco pues fui separado de mamá y puesto junto a mis hermanos en una gran jaula que estaba ocupada por otros chorros de diferentes razas.

Algunos eran mayores que nosotros y parecían realmente ansiosos cuando la campanilla que anunciaba la apertura de la puerta principal sonaba y un humano se acercaba a nosotros. La euforia aumentaba cuando se trataba de un niño.

Por comentarios de mi madre sabía que los niños son como nosotros, cachorros en vías de aprender y descubrir su camino y lugar en esta vida, que ellos iban a la tienda para llevarse a alguno y convertirlo en su mascota.

—Quien te elija será tu amo y le deberás obediencia y respeto —decía con tono nostálgico.

Con forme pasaba el tiempo comprendí la razón de la algarabía, todos deseaban ser adoptados, formar parte de una familia. Para mí la idea era algo tonta, yo ya tenía una familia, tenía a mis hermanos y a mi madre, aunque a ella ya no me permitían verla.

Fue un día como cualquier otro, el hombre que nos alimentaba había llegado temprano y parecía de buen humor.

Como siempre la campanilla suena una y otra vez, pero nadie se asoma a nuestra jaula. Aun asi mis compañeros hacen escándalo.

Los demás cachorros pasan el tiempo imaginando cómo será su amo. Algunos anhelan fervientemente que sea un niño, otros un anciano, unos pocos un adulto que pueda cuidarlos adecuadamente. Piensan en todos los trucos que les enseñaran a hacer, las cosas nuevas que descubrían en compañía de su dueño.

Intento ignorarlos, mi idea de una buena vida no es tener que mostrarme sumiso con nadie, cuanto menos atender a sus caprichosos llamados o entretenerlo, para mí es simplemente tonto tener que aprender trucos para complacerlo. No estoy hecho para ser mascota.

Para cuando me doy cuenta ya es muy tarde, la mayoría de mis compañeros se han hecho bolita listos para dormir, algunos acompañados y otros más solos. Y es entonces que casi por milagro se escucha nuevamente el timbre de la puerta, pero nadie se mueve. Sus respiraciones pausadas son consistentes con el sube y baja de sus pancitas, están profundamente dormidos. Además ¿Qué posibilidad hay que un niño venga a esta hora de la noche?

Así que, por mi parte tampoco me muevo, solo levanto la cabeza para observar mejor a quien ha entrado. Lo único que alcanzo a ver desde mi posición es un sombreo feo que no aviva para nada mi curiosidad y que por lo tanto me hace regresar a mi posición inicial, dispuesto a seguir a mis congéneres al mundo de los sueños.

―¿De qué raza lo prefieres?

Ante esa pregunta siento mi corazón latir, ¿acaso me he equivocado? Levanto la cabeza pensando que puede que hoy uno de nosotros se vaya.

―No lo sé, yo solo...

El timbre de aquella vocecita es tan dulce, parece algo triste y también... solitaria. Habla de forma desinteresada, y por su tono parece que de un momento a otro se soltara a llorar.

Un segundo después una cabellera platinada asomo por encima de la protección de la jaula. Distingo, entre el mar de hilos de plata que enmarcan la dulce cara del infante, dos zafiros preciosos un tanto enrojecidos ídem a su naricita.

Sin pensarlo me pongo en pie para acercarme y con toda la delicadeza que poseo levanto mis patitas logrando recargarlas contra la reja de la jaula y de esa forma mirar, casi de frente, al muchachito.

Su rostro tiene facciones finas y sinceramente es el humano más lindo que he visto hasta ese día. Pero ahora teniéndolo a escasa distancia compruebo lo que pensé al escuchar su voz, sus ojos gritan la enorme soledad que siente.

Gimo un poco, después gruño bajito, espero a que él se digne a acercarme su mano para poder darle un lamento que espero sea un consuelo. Quisiera poder tocarlo, pasearme entre sus piernas o ser sostenido en un enorme abrazo que amengüe su pena.

Él me mira, su boca dibuja una sonrisa nostálgica y yo ladro para animarlo.

Cuando menos me lo espero todos mis compañeros se han despertado y ladran deseando hacerse notar, captar la atención de aquel chico que tan solo unos instantes atrás pensé me miraba solo a mí.

Con resignación me acurruco en una de las esquinas, esperaría a mañana para enterarme a quien de todos eligió. Una parte de mi esta triste, esa parte que no se deja convencer cada que yo me repito que no necesito un dueño, una casa, una familia.

La verdad es que si deseaba ser elegido, ser mirado de una forma especial y saber que aquel que me dará nombre me consideraría también irremplazable. Que quiero hallar a alguien que me ame tanto como yo podía llegar a amarlo a él.

Grande fue mi sorpresa cuando finos dedos se deslizaron por debajo mi pecho y me elevaron hasta colocarme justo frente al rostro del muchacho de mirada triste y rostro bonito.

―Hola Makkachin ―dijo y entonces de sus dos hermosos ojos brotaron gruesas lágrimas, las cuales no dude en lamer. Gimotee quedito y me aferre a él cuando me abrazo contra su pecho. Era la sensación más deliciosa que pudiera haber experimentado en mi corta vida.

"Hola", conteste a mi manera, meneando la cola cuando pareció calmarse, no me quede quieto pues comencé a darle pequeños golpes con el morro, olía sensacional, a galletas. ―No te preocupes, nunca más estarás solo, de ahora en adelante siempre podrás contar conmigo ―prometí sin inhibición.

El pareció entenderlo porque volvió a abrazarme fuerte y murmuro ―gracias... muchas gracias amigo.

Mi corazón se estremeció. No era una mascota, él me había llamado amigo. Yo no debía ser servil, sino un apoyo. No era un mero perro en su vida, sino un compañero. Yo era su AMIGO.

―Vitya... debemos irnos ―exclamo el hombre mayor desde la puerta.

Con rapidez mi amigo camino a la salida, yo iba entre sus brazos, tomando nota mental del nombre de quien estaba eligiendo proteger. No podía creer lo feliz que era, lo afortunado que me sentía de no ser llamado mascota, y por eso me hice una promesa, intentaría hacer feliz a Vitya con todo lo que estuviera a mi alcance.

La vida con Viktor, como poco después supe era su nombre, corría de forma un poco tediosa. Casi nunca está en casa, pero valía la pena la espera pues cuando volvía siempre tenía una sonrisa, aunque un tanto melancólica, y tiempo para jugar conmigo.

Con él aprendí que los alimentos tenían diferentes nombres dependiendo la hora del día en que se consumían, así que podría decir que cenábamos juntos. También me entere de que asistía a un lugar llamado escuela que al parecer no era muy divertido y que la mayor parte del tiempo se la pasa sobre el hielo.

Yakov, el hombre anciano que lo acompañaba a todas partes y que fue quien me regalo a Vitya, es su maestro y le ha permitido llevarme de vez en cuando a la pista. Me encanta mirarlo moverse con gracia sin igual, su belleza de por si sublime crese aún más.

Es como ver revolotear a una mariposa sobre un capo de flores, perfecta, armónica con su entorno, pero sobre todo encantadora. Tanto que una vez intente entrar solo para acompañarlo en sus movimientos, ¿qué tan difícil podría ser? Pensé, grave error, apenas poner mis patitas sobre el hielo estas no lograron sostenerme, caí de pansa y salí disparado dando vueltas por toda la pista.

―Makkachin―grito Viktor atemorizado y corriendo en mi ayuda.

Lo bese gradecido como nunca antes, jamás volvería a intentar imitar a Vitya, estaba mareado y un poco asustado.

Viktor es increíblemente habilidoso, pero siempre está solo. Sus compañeros lo miran con envidia, y sus comentarios mordaces solo sirven para enfadar a mi amigo. Me gustaría ladrarles y morderlos para que se mantengan lejos de él. Que sepan que no está solo. Yo lo amo y le daré todo el cariño que necesita.

De hecho lo hice la primera vez que me llevo a la pista. Simplemente no pude contenerme y tras sentir sus horrendas miradas y malas intenciones casi me lance sobre ellos, yo protegería a Viktor.

―No, Makkachin, ¡basta! ―solicito él y yo obedecí, baje la cabeza pero no por eso deje de gruñirles en una advertencia bien explicita. Quien lo hiriera se las vería con mis colmillos. ―Lo siento... Makkachin no está acostumbrado a... —se disculpó sinceramente, un acto que me hizo arrepentirme enormemente de mi arrebato. Apreté los dientes y decidí no volver a hacerlo, al menos no de forma tan evidente.

Siempre caminamos a casa por la misma ruta. Atravesábamos tres cuadras y luego un parque en donde Viktor se dejaba caer en una banca que se encuentra junto al lago en el lado más apartado, y se quedaba contemplando por horas el cielo mientras este cambiaba sus colores hasta terminar vestido con su manto frio y oscuro. Solo entonces se levantaba y emprende de nuevo el camino de regreso al hogar. Todo ese tiempo se abrazaba a mí, se aferraba a mi pelaje y yo me quedo quietecito brindándole mi comprensiva compañía.

A veces lo escucho llorar quedito, sus lágrimas se pierden entre mis rizos castaños y yo restregó mi cabeza contra la suya. No me gustaba verlo triste, sin embargo, tampoco podía hacer mucho más que brindarle mi compañía.

Viktor es un buen chico, una persona amable y fuerte que se esfuerza todos los días, así pues no lograba comprender porque al parecer solo yo y ese hombre, Yakok, éramos los únicos en ver sus cualidades.

Su madre lo amaba pero parecía un tanto distante, como si se sintiera intimidada por Viktor o simplemente no supiera como interactuar con él, nunca he visto a su padre, y su hermano mayor casi nunca está en casa, los días que llega ignora a Vitya descaradamente.

Ellos no me agradan. Y espero que pronto aparezca alguien más, alguien que descubra la magnífica persona que es Viktor y decida permanecer a su lado porque es bien sabido que nuestro tiempo de vida no es el mismo y no quiero irme dejándolo a merced de la soledad.

&&&[...]&&&

Llevo ya buen rato mirando la puerta, Viktor debió haber llegado hace tiempo a casa. Doy vueltas frente a la entrada preocupado.

Su madre mira de vez en cuando en mi dirección y se estruja las manos. Creo que también intuye que lleva demasiado tiempo fuera. Pasa un rato más y al fin ella toma su abrigo y antes de que incluso pueda hacer algo para mantenerme dentro salgo disparado a la calle.

Supongo que ella grita mi nombre, pero no me importa, lo único que en este momento vale es encontrar a Viktor.

No dudo en adentrarme en el parque que tanto frecuentamos y que muy al fondo casi siempre permanece solitario.

Para mi alivio no tardo en visualizar la silueta de Viktor, está parado frente al gran estanque y observa el agua como si fuera un fenómeno nunca antes visto. Ladro para hacerme notar. Él gira la cabeza y su largo cabello se mueve con gracia.

―Makkachin... ―jadea y se acuclilla para recibirme entre sus brazos. Se aferra a mí con fuerza. ―Yo...

Quiero ver sonreír a Viktor, detesto esa mueca fingida que tanto muestra a los demás. Detesto tener que soportar la amarga mentira de su vida feliz.

Me aparto de él, y olvidando el hecho de que despreciaba la idea de hacer trucos para divertir a los humanos, comencé a altar.

Viktor me observa, abre grandes sus bonitos ojos zafiro y su boca forma un corazón.

―¡¿Dónde has aprendido eso?! ―pregunta y exclama asombrado.

Yo me levanto en mis dos patas delanteras y giro. Vuelvo al suelo y vuelvo a brincar como deseando imitar los saltos que hace él sobre el hielo.

Vitya ríe, mi amigo ríe con fuerza al ver como ahora doy vueltas persiguiendo mi cola.

A diferencia de lo que pensé, no me siento humillado de hacer tonterías, al contrario, mi corazón late con fuerza de saber que he logrado alegrarle.

—Gracias amigo... —murmura, yo lamo su rostro y acaricio su rostro con el mío.

"te quiero tanto" grito en mi mente mientras beso su mejilla.

—Vamos a casa —dice y me dispongo a caminar a su lado.

Desde entonces tome la manía de brincar estando a su lado. Él parece feliz cada que me mira hacerlo, como si recordara algo.

.

&&&[...]&&&

.

—Viktor—llama Yuuri antes de disimuladamente acariciar su mejilla. —Prepare la cena, no tardes demasiado.

—No lo hare... —murmura deslizando su mano por la cintura del pelinegro y pegarlo a su cuerpo en una pose digna de un baile.

Yuuri pasa sus brazos alrededor del cuello de Vitya y lo veo sonreír. No es esa falsa sonrisa, tampoco se parece a las que me dedica a mí. Es diferente, es serena y llena de tranquila confianza, de una paz y felicidad que nadie además de Yuuri puede darle.

Yuuri se ha ido y yo espero por dos horas a que por fin Viktor termine su entrenamiento. Como años atrás, caminamos unas cuadras y luego atravesábamos el parque Viktor se detiene un segundo a contemplar desde la lejanía la banca que tanton tiempo fue el mudo testigo de su triste silencio. Pasamos junto al lago y sus ojos le dan un vistazo rápido al cielo que ya se pinta de colores granate.

Sus labios se estiran en una sonrisa y dice —hay que apresurarnos, Yuuri nos espera —está contento y sus mejillas teñidas de un leve carmín lo delatan. Yo doy varios brincos frente a él y...

―¿En dónde has aprendido eso? ―pregunta feliz acariciando mi cabeza. ―No recuerdo cuando comenzaste a hacerlo, pero... ―y me abraza. ―Gracias amigo.

"No hay de que"

¿Fin?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top