Leía Londey Loud
Link del capítulo original: https://www.fanfiction.net/s/13502429/3/La-Vida-De-Lola-Loud
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Una joven rubia de tal vez dieciocho años se despertaba tranquilamente de su cama. Se levantó y se estiró un poco para relajar sus brazos. Estaba vestida con un vestido de seda color rosa y su cabello era muy largo, estaba bien cuidado al igual que su piel y sus relucientes dientes.
Se levantó de la cama para iniciar su día... O mejor dicho, su tarde. Ya que eran pasadas las dos de la tarde y cómo no tenía empleo podía dormir lo que quisiera, pero no hoy, debía ir a un lugar especial. Hace poco había terminado la prepa y no parecía tener interés en buscar un trabajo por ahora.
La bella mujer se colocó en frente de un espejo de cuerpo completo y se observó un poco.
Se levantó un poco sus grandes pechos y los dejó caer de forma juguetona.
—Perfecta como siempre —mencionó en voz baja y con una sonrisa. Se sentía traviesa al tener estos momentos de adoración propia a solas. salió de su cuarto para ir al baño a alistarse.
Iba caminando tranquilamente hasta su destino, para su suerte no habían filas, esas desaparecieron hace mucho, cuando sus hermanas mayores se fueron de casa... No, mucho antes, cuando traicionaron de una forma horrible a su único hermano.
Esos pensamientos la empezaban a deprimir y la hacían sentir mucha culpa.
—No Lola, recuerda que Lincoln y tu, están en una bonita relación... —Se dijo a sí misma mientras caminaba para levantarse el ánimo.
—¡Muévete! —Gritó una rubia idéntica a ella, solo que esta se veía un poco más fornida pero que vestía con un bóxer gris, una camiseta blanca sin mangas y usaba una gorra roja. Además de que siempre estaba muy molesta con todo el universo, pero sobre todo con su hermana gemela.
—¡Agh! —Soltó Lola al ser empujada bruscamente a un lado por su hermana gemela, Lana. Ahora la rubia de la gorra era la hermana mayor en la casa y por lo tanto la que quedaba a cargo de cuidar a las menores, aunque según Lana; Lola, Lisa y Lily pueden cuidarse solas, por que ella tiene a alguien más a quién que cuidar. —P-perdon... —Se disculpó Lola con tristeza.
Lana simplemente la ignoró y entró al baño para alistarse para ir al trabajo. Un trabajo nocturno.
La menor simplemente espero a que su hermana saliera del baño. Solo deseaba que no se tardará mucho, debía ir a cuidar a alguien muy, pero muy especial para ella y por nada del mundo quería hacerla esperar.
Sus plegarias fueron escuchadas, Lana salía del baño, dejándolo libre para que pudiera usarlo. Lola entró al baño y se ducho rápidamente, salió envuelta en una toalla y se dirigió a su cuarto.
—Hola Lisa —saludó a su hermana genio quién iba pasando a su lado en dirección al baño.
—Saludos hermana mayor —saludo Lisa sin muchos ánimos. La genio aun usaba sus atuendos de siempre, gafas, suéter verde, un pantalón café y unos zapatos de abuelita, aunque creció un poco más, aun era más bajita que las gemelas.
Lola entro a su habitación y se cambió lo mejor que pudo. Un vestido largo de color rosa y una tiara muy fina y costosa. Se rocío mucho perfume y se aplicó otros cosméticos en su piel y principalmente en su rostro.
—Lista y perfecta —se dijo a si misma frente al espejo.
Miró el reloj en su cuarto y se alarmó al ver que faltaba un poco más de una hora para las cuatro de la tarde.
—Rayos se me hace tarde —tomó su bolso y salió rápidamente de su cuarto en dirección a la salida.
Al salir no pudo evitar percatarse de la presencia de una pequeña niña rubia de tal vez tres años de edad jugando en un charco de lodo en el jardín.
Se enterneció mucho al ver a su linda sobrina jugando tal y como lo hacía su gemela en el pasado. Miró a todas partes y al ver que la madre no estaba cerca, se acercó sigilosamente hasta la pequeña y se agachó para estar casi a su altura. La miro fijamente mientras jugaba, su nombre era Lizzy Loud y usaba una gorra roja un poco grande para su cabeza, además usaba un pantalón azul y una camisa azul con el dibujo de un dragón verde en el pecho.
La pequeña colocaba pasteles de lodo uno encima de otro, también hacía bolas de lodo y las dejaba a un lado.
—Hola Lizzy —Lola no lo aguantó más y decidió hablarle.
La pequeña se sobresalto al escuchar esa voz de forma tan repentina.
—H-hola tía Lola —saludó de forma tímida. Además de que estaba un poco asustada, su madre le tenía prohibido hablar con su tía Lola, la razón... Pues nunca se la decía.
—¿Qué haces? —Preguntó con dulzura.
La pequeña miró fijamente el lodo con el que jugaba, tomó un poco de este y se lo mostró a su tía.
—Hago pasteles de lodo y luego haré un castillo de lodo para poder derribarlo —explicó la pequeña.
Lola sonrió con dulzura, siempre quería abrazar a Lizzy, pero Lana nunca la dejaba. Ella en parte admiraba a su gemela, tenía una bonita hija, cuyo padre era desconocido por lo que tuvo que buscar trabajo para poder mantener a su bebé. Si, Lana había madurado, lastima que nunca quiso perdonarla.
De repente sintió que una manito le limpiaba la mejilla. Rápidamente volteó a ver y vio que su sobrina la miraba con preocupación.
—No llores tía... —Dijo Lizzy en un hilo de voz.
Lola se tocó la cara y en efecto, aparte del lodo que ella le dejo, notó que estaba llorando sin darse cuenta. Pero no quería parecer débil y frágil frente a ella, así que rápidamente se recompuso.
—Descuida Lizzy, no es nada... Ven, dame un abra...
—¡Lola! ¡Aléjate de ella! ¡Ahora mismo!
Un grito a sus espaldas la hizo voltear y ver a una iracunda Lana, ya vestida con su ropa de trabajo y la cuál se dirigía hacía ella.
La diva de rosa tembló un poco ante ese grito y en un desesperado intentó de protegerse, salió huyendo con rumbo a su otro hogar.
Lana simplemente rodó los ojos, su hermana se había vuelto una miserable cobarde y no iba a perder tiempo con ella. Volteó a ver a su tesoro y se enterneció al ver que volvía a jugar en el lodo.
Se acercó a ella y se agachó hasta casi su altura.
—Oye Lizzyyyyy... —La llamó.
La pequeña la volteó a ver rápidamente y vio que su madre ponía sus labios en posición. Ella lo entendió al instante y sin perder tiempo se levantó del suelo y se acercó a Lana para recibir un tierno beso en el cachete.
—Qué linda eres mi preciosa y sucia Lizzy —la abrazó contra su cuerpo y la levanto del suelo para llevarla adentro. —Ven, vamos a dejarte con tu abuela por que mami se va para el trabajo y no puedo dejarte jugando sola en el patio.
—Si mami —respondió ella con timidez.
—Buena niña —la felicitó Lana.
Ambas entraron a la casa cerrando la puerta tras de sí.
Mientras tanto con Lola.
Ella descansaba apoyada en una pared mientras recuperaba el aliento. En verdad corrió mucho, tal vez demasiado. Podía ver su segunda casa a la distancia.
—(Jadeo) Creo que no iré al gimnasio esta semana... (Jadeo) —dicho esto, espero a recomponerse para luego emprender el camino hasta su hogar donde vivía con Lincoln y alguien más.
Mientras caminaba, los recuerdos de hace unos años le llegaron de golpe y sin más que hacer, se puso a recordar con una sonrisa tranquila.
—¿¡Embarazada!? —Gritó Lincoln, el joven de cabellos blancos estaba muy impactado, al igual que histérico y sobre todo, furioso con la persona frente a él.
—S-si... Olvide decirte que se me acabaron los anticonceptivos hace un mes... P-perdon —dijo cabizbaja la pequeña rubia.
Lincoln se acercó a ella y levantó su mano para darle un fuerte golpe en la cara. Pero a unos centímetros de que su mano llegará a la cara de Lola, esta se detuvo. La miró fijamente, ella cerró los ojos esperando el golpe, pero los abrió al poco tiempo y lo miró a los ojos, él no tubo opción que desistir de golpearla y bajo su mano, no sabia nada de embarazos, pero si sabia que podría matar al bebé si Lola sufría algún tipo de daño.
Se puso a dar vueltas en la sala para ver si podía pensar en algo, en primera no podía dejar que sus padres o hermanas se enteraran del embarazo, o de que él estaba más cerca de lo que creían y en segunda, podrían atraparlo si descubrían que embarazo a una niña de la misma edad que tenía la malnacida esa cuándo lo tachó de tener mala suerte, como la odiaba.
Pero eso no importaba ahora, tenía otro problema mayor ahora mismo.
—¡Lo tengo! —Gritó Lincoln con una enorme sonrisa.
—¿Qué tienes, Linky? —Preguntó Lola con extrañeza.
—¡Luego te digo! —El albino rápidamente tomó su cartera y emprendió camino hasta la salida. No sin antes dirigirse a su hermana. —Espérame aquí, procura comer algo y no dejar entrar a nadie.
Lola iba a responder pero Lincoln se fue rápidamente sin dejarla hablar. No tuvo de otra que ponerse cómoda mientras esperaba a su hermano.
Más tarde ese mismo día.
—¿¡Un viaje de un año para una persona!? —Gritó con asombro la señora Loud. En sus manos tenía lo que parecía un boleto de avión con asientos de primera clase, en realidad eran dos, pero guardó el otro boleto en su bolso.
—S-si... M-me lo gane en una rifa... —Mintió la joven Lola.
Sus padres estaban anonadados y algo temerosos por lo que sabían que estaba próximo a venir.
—¿P-puedo ir? —Preguntó tímidamente.
Allí estaba, la dichosa pregunta. Por un lado, su madre no se encontraba muy segura, desde lo de Lincoln, la casa ya no volvió a ser la misma y poco a poco ha ido perdiendo integrantes. Por el otro lado, estaba su padre, el cuál se había sobre esforzado demasiado en sus dos trabajos para darles todo lo que ellos necesiten y a la vez, convertirse en una verdadera figura autoritaria. Lo malo, es que poco a poco sus fuerzas se estaban acabando. Si, la culpa lo carcomía por dentro.
El señor Loud había conseguido un trabajo como cocinero en un restaurante en el cuál trabajaba un par de horas durante las noches, por lo que su eficiencia laboral en su otro trabajo empezaba a disminuir y tarde o temprano lo despedirían. Pero lo importante ahora, era no dejar ir a su joven hija.
—Lola cariño, lo siento... Pero...
—Por favor... —Rogó la pequeña rubia, interrumpiendo la declaración de su madre.
—No lo sé Lola... —Su padre no estaba muy seguro. —... ¿Y si te pasa algo? N-no me lo perdonaría... —El hombre mayor se cubrió el rostro con sus manos. No había día en el que no se lamentaba por lo de Lincoln. Siempre se le encontraba llorando en el baño o sollozando en su habitación mientras veía un álbum de fotos en donde estaba Lincoln.
Lola bajo la cabeza, no tenía de otra que rendirse y regresar con Lincoln para darle las malas noticias.
—E-esta bien... —Dijo con tristeza. Le dio la espalda a sus padres y cuando iba a salir por la puerta.
—Esta bien Lola... Puedes ir... —Dijo su madre con derrota. Odiaba ver a sus hijas tristes, le recordaban a Lincoln cuándo lo miraba durmiendo en el patio a través de la ventana. Si, lo único que ella hacia, era bajar las cortinas... Era la peor madre del universo.
—Pero Rita... —Habló su esposo.
—No Lynn, debemos darles tiempo para ellas mismas... Justo como lo debimos hacer con Lincoln —le dijo con una sonrisa triste.
El señor Loud lo comprendió todo en ese momento. Aunque les doliera que sus hijas se fueran de casa, debían ayudarlas a avanzar en sus vidas y olvidar el pasado... Cómo si ellos pudieran hacerlo.
—(Suspiro) de acuerdo Lola, puedes ir... —Dijo con derrota él hombre de escasos cabellos en su cabeza.
La joven Loud mostró una muy débil sonrisa. Los miro de reojo y agradeció en silencio. Ya no habían abrazos en esa casa cómo para andar pensando en muestras de afecto físico.
Así que simplemente se fue a su habitación para alistar todo lo necesario para su viaje con Linky.
Al otro día sus padres le ayudaron a hacer su maleta. Empaco todo lo que pudo y solo lo esencial, al final se despidió de ellos con un abrazo corto. Solamente Lily fue la única hermana que la despidió en la puerta, ni Lana, ni Lisa y ni Lucy se dignaron a decirle "hasta luego" o "cuídate".
—Vuelve pronto... —Le dijo Lily. La cuál usaba un vestido púrpura y tenía su cabello atado en un par de coletas a los lados.
—Lo haré pequeña, lo haré... —Se despidió Lola de su hermana de siete años.
Sin más que decir tomó un taxi que se supone que iría al aeropuerto, pero no, iba a la casa de su hermano.
Más tarde.
—Listo, ya le dije a mis padres sobre el viaje y aceptaron que fuera sin decirme nada —explicó Lola a su hermano.
Lincoln sonrió de forma burlona y se dirigió a su hermana mientras bebía de una botella de vino.
—¿En serio? —Preguntó incrédulo. —¡Jajaja! Vaya, mis padres si que se han vuelto mucho más inútiles, es más, superaron mis expectativas. —Se burló él, reía y reía a carcajadas.
Lola simplemente lo miraba con una sonrisa. En verdad su hermano se había vuelto muy hermoso, y lo más genial, es que lo hizo por ella.
La menor se acercó hasta él y lo tomó de la mano, ganándose la atención de su hermano.
—¿Cuándo nos vamos? —Preguntó entusiasmada.
Lincoln la observó con una ceja levantada.
—¿Qué quieres decir? —Preguntó confundido, le dio otro sorbo a su botella sin dejar de ver a Lola.
Ella simplemente señaló con su cabeza los boletos que tenía en sus manos. Haciéndole entender lo que quería decir.
Lincoln se cubrió el rostro con una mano y empezó a reír a carcajadas.
—Espera, ¿¡En verdad creíste que nos íbamos a ir de viaje para que el bebé naciera en un hermoso paraíso tropical!? —Preguntó de forma divertida.
Lola desvío la mirada sonrojada y asintió lentamente con mucha pena. Tenía una pequeña sonrisa en su rostro, dándole a entender a Lincoln de que estaba lista para dar el siguiente paso en su relación, el de ser madre y formar una bonita familia con él...
Pero Lincoln simplemente se burló de ella, tomó los boletos en sus manos, los empezó a romper en pedazos frente a sus ojos, dejándola muy perpleja para después tirarle las tiras en la cara.
—¿P-p-pero...? —Se sentía humillada y tenía ganas de llorar, miró a Lincoln esperando una explicación pero este simplemente seguía bebiendo.
—No seas boba Lola, los boletos solo eran para que nuestros estúpidos padres se creyeran lo del viaje... —Le dijo con dureza. —... Lo cierto es que vivirás en esta casa hasta que el bebé nazca y luego... Te vas. —Confesó sus planes el albino.
Lola simplemente negó con la cabeza. Ella quería otra cosa, ella quería irse de viaje, ella quería irse lejos con su hermano, ella quería tener ese bebé para su hermano para demostrarle lo arrepentida que se siente por haberle dado la espalda cuándo él más los necesito.
Pero no importaba lo que ella quería...
Lola se encontraba acostada en su cama, encerrada en su habitación sin permiso para salir de la casa, Lincoln le permitía salir al baño o ir a la sala a ver televisión, pero después de que su panza creciera, tenía absolutamente prohibido levantarse e ir a otro lado.
—Lo que sea por Linky...
Los meses pasaron y ella se encontraba aterrada, su vientre estaba enorme y su perfecta figura arruinada, tenía miedo de que Lincoln la atacará por no haberse cuidado adecuadamente, pero no podía evitarlo, desde el embarazo, tenía antojos raros y mucha hambre, sin contar de que no podía caminar muy bien.
Era una horrible tortura estar embarazada.
Y lo peor estaba por llegar en un mes o tal vez menos.
—¡Vamos Lola, puja! ¡Puja! —Le ordenaba Lincoln, mientras le hacía de partero para recibir a su bebé. No confiaba en ningún doctor o alguien más por el estilo.
—¡AAAAAAH! (Jadeo) (Jadeo) (Jadeo) —Lola estaba desorientada. No sabía que pasaba, solo que sintió que una extensa cantidad de líquidos salían de su intimidad y enseguida empezó a sentir contracciones en su vientre.
Fue entonces cuando llamó a Lincoln y este entro en pánico. Le arranco la ropa a la menor, la recostó en la cama y le abrió las piernas, comenzó a darle ordenes y amenazarla con que si no hacía lo que le decía, entonces lo iba a lamentar.
Todo iba muy bien, pero ella estaba en su límite.
—¡Allí viene! ¡Un poco más! —Aviso Lincoln y Lola hizo un último esfuerzo.
Lo último que escucho antes caer desmayada, fue un fuerte llanto y el grito eufórico de Lincoln, era como si su hermano estuviera muy feliz.
Más tarde.
Lola despertaba lentamente, su alrededor era muy borroso y tardó un poco en ver apropiadamente. Al parecer ya era de noche. De pronto su vista se poso en Lincoln.
Su hermano estaba sentado en la cama al lado de ella mientras cargaba a una hermosa bebe rubia.
—¿Mi-mi bebé? —Lola habló con un nudo en la garganta.
Acercó sus brazos para alcanzarla pero Lincoln habló.
—Ah, veo que despertaste, conoce a Leía Londey Loud, nuestra hija... —Habló él con mucha ternura.
Le permitió a Lola cargarla, aunque algo en él no confiaba del todo en su hermana, por lo que la estaría vigilando.
—Mi bebé... —Lola rompió en llanto, mientras la abrazaba contra su pecho desnudo.
La bebé también rompió en llanto, era cómo si no le gustará estar cerca de Lola. Pero Lincoln las dejó tener su momento de madre e hija.
A la mañana siguiente.
A regañadientes y a la fuerza, Lola volvía a casa. Dejando a Leía al cuidado de su padre. Por más que insistió en que quería quedarse, no fue suficiente para evitar que Lincoln la mandara de vuelta a casa.
—¡Lola! —Su madre la recibió con un fuerte abrazo. —¿Cómo te fue cariño? —Preguntó Rita con alegría por volver a ver a su hija. Aunque estaba muy molesta por que Lola ni siquiera había llamado en todo este tiempo, pero eso lo dejaría para después.
—B-bien... —Respondió Lola con lágrimas en los ojos.
En verdad quería estar con su hija recién nacida, pero Lincoln le ordenó que solo podía verla una vez por semana, rompiendo su corazón en mil pedazos.
Pero no importaba...
Eso motivaba más a Lola a seguir visitando a su hermano, pero además del encuentro sexual, ahora tenía una razón más importante... Visitar a su hermosa hija.
Al pasar los años, Leía se iba volviendo más hermosa, hasta el punto de querer seguir el camino de su madre.
—¿Papi, puedo participar en un certamen de belleza? —Preguntó una linda niña rubia de tres años a Lincoln, un joven atractivo de cabellera blanca. La niña tenía su cabello largo atado en dos coletas a los lados, además de que usaba un vestido largo de color rosa, casi idéntico al de su madre.
—¿Estas segura mi vida? —Le preguntó Lincoln con mucho cariño.
—Si Papi, estoy muy segura —sonó muy confiada.
—¡Perfecto! Tu madre, te llevará al próximo concurso y ya allá, arrasaras con toda la competencia —Lincoln la cargo en su brazos pero algo pasaba. Leía lo miraba con indiferencia. —¿Qué pasa mi vida? —Preguntó preocupado.
—Nada... —Dijo con enojo desviando la mirada.
Lincoln no se rindió, sabía que algo le sucedía a su pequeña y haría hasta lo imposible para contentarla.
—(Suspiro enojado) Todo estaba bien, hasta que dijiste que iría con la inútil de mi madre... —Expresó muy inconforme.
Lincoln soltó una sonora carcajada.
—Oh vamos pequeña, dale una oportunidad... Recuerda que ella era una experta en este tipo de cosas —Lincoln se sentó en el sofá con ella sentada en sus piernas.
Leía se cruzó de brazos y empezó a ignorar a su padre. Lincoln simplemente sonrió de forma arrogante, ya sabía cómo jugar ese juego.
—Vamos Leía, te compraré lo que quieras si ganas y dejas que tu madre te ayude y te lleve al certamen —prometió él.
Al instante ella lo volteó a ver con una enorme sonrisa y con estrellas en sus ojos.
—¿Me comprarás un nuevo carrito de juguete con un motor mejorado para poder pasearme por toda la casa? —Preguntó con una sonrisa.
Lincoln asintió y enseguida empezó a besarle uno de sus cachetes haciéndola muy feliz.
—¡Lincoln, Leía ya estoy aquí! —Se anunció una Lola de unos quince años tal ves, mientras entraba por la puerta de la entrada.
Leía al instante apretó los dientes y después de darle un beso en el cachete a su padre, se levantó de este y se acercó a su madre. Lola extendió los brazos a la altura de la pequeña para abrazarla pero esta la ignoró y la tomó de la mano y la empezó a jalar con rumbo a su habitación.
—Vamos mujer, me ayudaras a ganar un certamen de belleza y no hay tiempo que perder —ordenó ella.
Lola simplemente observó a Lincoln sorprendida, este le asintió de forma desinteresada y prendió la televisión para ver que había de bueno en ella.
Un par de meses después.
Lola se encontraba limpiando una docena de enormes trofeos y listones con suma delicadeza.
¡Bip! ¡Bip!
Una bocina a sus espaldas la hizo exaltarse un poco. Volteó a ver y vio que Leía la miraba con enojo subida en su auto de juguete de color rojo totalmente nuevo.
—¡Ten cuidado al limpiar mis trofeos, no son algo que puedas reemplazar! —Le gritó ella.
—¡S-si! —Respondió Lola con miedo.
—¡Luego cuando termines, deberás lavar mi auto!, ¿¡Entendido!? —Volvió a gritar con enojo.
—¡Si, entendido! —Volvió a responder Lola con mucho miedo.
Leía simplemente gruñó y se fue de allí con su auto rumbo escaleras arriba.
Lola llegaba a casa de Lincoln. Tenía una radiante sonrisa en su rostro. Cómo cada semana desde hace siete años, estaba emocionada por ver a Lincoln y sobretodo a su hija.
—¡Lincoln! ¡Leía! ¡Ya llegué! —Se anunció la hermosa mujer rubia.
Enseguida se escucharon pasos acercarse.
—¿Tienes que hacer tanto escándalo? —Preguntó Leía ya de seis años de edad. Con su cabello peinado en dos coletas a los lados y vestida con un bonito uniforme de colegiala. Falda a cuadros de color café y camisa con corbata de color azul.
—Si, debo anunciarme siempre Leía, recuerda que solo los ladrones y los tipos malos entran sin permiso a las casas —le explicó ella, para después acercarse y darle un abrazo a su hija. Pero eso molesto a la pequeña, sobretodo se enfureció cuándo su madre hundió su cara en sus enormes pechos. —¡Aaah! —Gritó Lola al momento en que recibió un fuerte pisotón en su pie.
—¡Déjate de tonterías! ¡Se nos hace tarde para ir a inscribirnos al certamen de belleza! —Gritó ella con mucha ira. A veces le molestaba esa actitud tan estúpida y melosa de su madre. Su padre le aconsejaba de que debía de ser de carácter duro y no andar cediendo ante las peticiones de nadie. Ni siquiera de las de él.
Leía amaba a su padre, era joven, rico, apuesto, sabio y le daba todo lo que ella quería, incluso sus amigas en la escuela privada en donde estaba, le decían que le tenían mucha envidia al tener un padre así. Muchas lo miraban cómo bobas cuándo él iba a recogerla en su moto cuando terminaban las clases. Por eso y muchas razones más ella debía ser una hija digna de él. Debía demostrar que era digna de ser su hija, pero había un problema... Su madre.
La volteó a ver mientras saltaba en un pie y se sobaba el otro en dónde recibió el pisotón. En realidad no había descripción precisa que detallará lo inútil y vergonzosa que era su madre Lola Loud. Su padre no le contaba mucho sobre el pasado de ella, seguramente es tan patético que hasta a él le da pena decir algo.
A Lola se le paso el dolor y su hija no le dio tiempo de hacer o decir algo más.
—¡Se nos hace tarde! —Gritó Leía.
Lola se sobresalto y empezó a empacar todo lo necesario para que su hija estuviera feliz. Metió todo en una mochila y se acercó a su hija, como un soldado en el momento de presentar armas ante su general.
—Muy bien, ¿Lápices? —Preguntó Leía.
—¡Listos! –Aviso Lola revisando a ver si los llevaban.
—¿Maquillaje de marca?
—¡Listo!
—¿Maquillaje de marca de repuesto?
—¡Listo!
—¿Espejo de perfil?
—¡Listo!
—¿Espejo de mano?
—¡Listo!
—¿Espejos de repuesto?
—... ¡Listos!
—¿Agua embotellada a temperatura ambiente?
—... ¡Lista!
—¿Tiara de repuesto?
—... ¡Lista!
—¿Pluma especial para firmar con mi nombre y mi perfecta letra la inscripción para el concurso que ganaré?
—... ¡Lista!
—¡Excelente! —Felicitó Leía sin muchos ánimos a su madre. —Saca la tarjeta oro de papá y vamonos ya. —Ordenó, pero antes de acercarse a la puerta, volteó a ver con cansancio a su madre. —Era demasiado bello para ser verdad. —Se lamentó.
—... —Lola buscaba la tarjeta de crédito de Lincoln pero no la encontraba por ningún lado.
—¡Grrrrr! —Gruñó con mucho enojo la rubia menor.
Lola levantó la vista y le sonrió de forma nerviosa a su hija mientras retrocedía en dirección a las escaleras.
—¡Ya regreso! —Salió corriendo escaleras arriba.
Leía simplemente soltó un suspiro cansado, decidió sacar su espejo y verse en el por mientras esperaba a su madre.
Mientras tanto Lola buscaba en toda la habitación de Lincoln la dichosa tarjeta, no quería hacer esperar más a Leía, por lo que se sobre estresó.
—¡La encontré! —Gritó con alegría al hallar la tarjeta levantándola por lo alto. Iba a salir de la habitación pero enseguida empezó a tener otra crisis nerviosa. —¡AAGH! ¡No ahora por f-favor! —Fue muy tarde, terminó en posición fetal en el suelo mientras su cuerpo temblaba mucho.
Un minuto después.
¡SLAP!
La puerta fue abierta por una fuerte patada dando paso a un iracunda Leía.
—¡MAMAAAAAAA! —Gritó con furia pero esta bajó en gran medida al ver el estado patético de su madre. —... Pobrecita, tienes otra crisis nerviosa... —Dijo con consuelo. —Déjame ayudarte. —De pronto sonrió de forma malévola y empezó a patear la espalda de su madre sin detenerse.
—¡N-no! ¡Agh! ¡B-bebé! ¡N-no h-hagas eso! —Imploró Lola pero Leía no la escuchó y siguió pateandola hasta que se le pasara el estado nervioso en el que se encontraba ella, su madre.
La vida de Lola era un infierno y una pequeña parte de ella lo sabía. ¿Pero hasta cuándo soportaría estos tratos que recibía?
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