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Un nuevo año está por comenzar.
Y un día antes, los humanos preparan celebraciones por este hecho.
Para ellos significa un nuevo comienzo, un nuevo cliclo, un año más de vida.
Pero, pueden que estén un tanto equivocados, o quizás solo lo ven de otra perspectiva. En realidad, cada año que pasa es un año menos para ellos.
Otro año que se va, pero, para los no-humanos esto no es la gran cosa.
Ya que, estos seres ya sean demonios o espiritus, pueden vivir milenios y milenios, otros hasta son inmortales. Así que, un año es algo insignificante realmente.
Lo mismo o algo así le comentaba Jaken a su amo, Sesshomaru.
Pero él lo ignoraba, como siempre. No es como si no supiera todo lo que parloteaba su pequeño sirviente.
Ambos se encontraban en el camino de una inmensa montaña. A cada paso se hacia mas clara la visión de lo que sería unos faroles iluminando aquel lugar.
Las criaturas sobrenaturales también realizaban festivales. O más bien, era más una feria donde vendían todo tipo de artículos demoníacos o mágicos, incluso artículos comunes y corrientes una vez al año. En aquella montaña, instalaban sus puestos unos a lado de otros.
Tanto amo como sirviente se adentraron alli. Reunirse con criaturas u otros demonios no era la actividad favorita de Sesshomaru, pero, había una razón un tanto especial para estar aquí.
Por idea de Jaken, buscarían aquí algún regalo útil e inofensivo para Rin aprovechando la venida del año nuevo.
Después de todo, ambos querían mimarla con un obsequio ya que la que alguna vez fue su pequeña protegida, ahora era toda una doctora y pronto estaría felizmente casada con Kohaku, actual líder de los exterminadores.
El ambiente estaba nublado por distintos olores, distintas energías y presencias.
El señor Sesshomaru siguió adelante, indiferente y con la cabeza en alto.
Las luces amarillentas y también azuladas de los fuegos fatuos eran las que contenían los faroles que iluminaban a lo largo de este extravagante festival.
Los minutos pasaban, mientras Jaken era quien inspeccionaba puesto por puesto, Sesshomaru solo seguía caminando o se detenía de vez en cuando.
Era una época de paz, una que no había tenido desde hacia tiempo. Sesshomaru pensaba en ello. Como su vida había cambiado tanto desde el nacimiento de Inuyasha y la muerte de su padre.
Siempre detrás de algún objetivo, haciendo su propio camino, dejando poco a poco atrás el legado de su padre.
Y cuando menos se dio cuenta, ya lo había superado.
Naraku había sido derrotado y desde entonces habían pasado al menos unos 13 años.
Su pequeña Rin había elegido quedarse en su aldea para poder convertirse en medico y ayudar a las personas. Ahora, con sus 25 años lo había logrado. Cuando menos se había dado cuenta, ya no era pequeña. Sesshomaru se encargó de mantener bien oculto el orgullo que brotó en él por todo lo que Rin habría hecho hasta ahora.
Ella había logrado seguir con su vida y era feliz. Era feliz usando sus conocimientos para curar heridas y salvar a los de su especie. Así también como compartir esos conocimientos con quienes eran mas jóvenes e inexpertos que ella.
Sesshomaru estaba algo orgulloso por ver como la humana ya podia tomar sus propias decisiones y estas le hacían bien.
Él solo se encargaría de vigilar a lo lejos que nadie de alguna fuerza mayor le hiciera daño por lo que le quedase de vida.
Sesshomaru era consciente de eso, inevitablemente como todos los humanos, llegaría el día donde Rin tuviera el descanso eterno. Podría decirse que el pensamiento le hacia cosquillas nada agradables, por que así como la brisa de primavera, Rin había llegado a la edad de casarse, así de rápido llegaría a dar su ultimo respiro.
Así era la vida, la vida humana. Sesshomaru tendría que obligarse a entender eso. Algún día tendría que dejarla ir de esa forma.
A veces, cuando no tenia otra cosa en la que pensar, se torturaba así mismo con ese pensamiento. La vida, la muerte, pareciera que podría tener el control de ambas por el simple hecho de ser el más poderoso, pero en el fondo sabía que no.
Respecto a la vida, no tenía ningún poder.
Y ese pensamiento siempre conducía al mismo recuerdo. A la única persona que Colmillo Sagrado no pudo mantener en el mundo de los vivos.
Una maravillosa o cruel coincidencia, su nariz recuerda bien su aroma pero ahora mismo ya no puede olerla. Sin embargo, ese fantasma es tan claro como un arroyo de primavera.
La figura de esa persona tan pulcra como cuando estaba viva antes de morir. Tan elegante y desafiante.
Pasó a su lado veloz, como cada uno de sus escasos encuentros.
Ahora, los pensamientos se vieron interrumpidos. Sesshomaru se detuvo. Estupefacto. ¿Una ilusión?
Nada lo había atrapado así desprevenido. Para cuando se atrevió a reaccionar y voltear a donde fue la figura, creía que ya no estaría allí.
Estaba. Alejándose, caminando junto a la pequeña figura blanca que en vida la acompañaba justo como ahora. Iban por el camino contrario, pero, estaban allí, visibles con vestimentas nuevas y una sombrilla. Disfrutando del paseo como si nada más importara.
°• . •°
A la media noche, el oscuro cielo se vio iluminado por decenas y decenas de fuegos artificiales de todos los colores.
El año nuevo había llegado.
Y los humanos lo festejaban. Desde sus hogares y fuera de ellos se felicitaban los unos a los otros mientras recitaban lo mucho que deseaban que este año entrante sea mas prospero que el anterior.
Media hora más tarde aún los fuegos no abandonaban los cielos. Los ruidos eran un mosquito picoteando en los oídos de Sesshomaru pero hizo lo posible por ignorar la molestia.
No seria tan malo si Jaken no se estuviera quejando en voz alta. Pero lo ignoraría por ahora.
A la entrada de la aldea, estaban reunidos afuera quienes fueron alguna vez el grupo de guerreros que buscaban los fragmentos de de la perla de Shikón.
Su medio hermano, Inuyasha, junto a su pareja y sus dos hijos.
Así también estaban el monje Miroku, su esposa la exterminadora Sango y sus hijos, quienes eran cuatro.
El pequeño zorro anaranjado Shippo también destacaba entre ellos, así como la anciana sacerdotisa Kaede.
En especial, allí estaban Rin y Kohaku, los futuros esposos.
Al aterrizar en ese lugar, la animada voz de la ahora doctora le dio la bienvenida.
─ ¡Señor Sesshomaru! ¡Está aquí!
Y aunque Rin tuviera 80 años, Sesshomaru aun la vería como la pequeña de 6 que estuvo a su cuidado.
A su lado, Kohaku también lo saludó, con una tímida sonrisa.
Despues de toda una larga charla, más de parte de Rin y a veces Kohaku poniendo al tanto a Sesshomaru de las novedades de sus vidas en aquella tranquila aldea, Sesshomaru entregó el obsequio a Rin por si mismo.
El regalo estaba bien resguardado en una fina y decorada caja de madera.
─ Muchas gracias, Señor Sesshomaru.
Nada de lo material del mundo valdría tanto como la sonrisa de esta niña.
Sesshomaru relajó sus músculos, esta vez no lucharía contra el impulso de acariciar su mejilla.
¿Acaso, eso que oyó fue un gruñido?
Sin cambiar de expresión, alejó su mano de la cara de Rin, y la llevo a la cabeza de Kohaku. Revolvió los mechones sueltos de su flequillo.
Se contuvo de preguntar : "¿También quieres caricias, niño celoso?"
Kohaku ya era todo un caballerito de 27 pero no pudo hacer nada contra el sonrojo que asaltó sus mejillas cuando fue descubierto y acariciado como cachorro por el señor Sesshomaru. El rubor se puso más intenso cuando escuchó las risas de sus familiares a sus espaldas.
Allí estaban, InuYasha con sus propios cachorros, niño y niña. Así como Miroku y Sango junto a sus gemelas, hijo y bebé. Oh, Shippo también se colaba en la escena junto a la pequeña gatita Kirara.
Sesshomaru no tuvo que decir nada, carraspeó para llamar la atención de Jaken. El sirviente se puso firme como soldado, sabía lo que tenía que hacer.
A los pocos minutos, todos los niños, incluido Shippo, tenían un juguete de acuerdo a cada uno. Aunque a Inuyasha le hubiera gustado lanzar aquel mullido peluche de perro por la cabeza de su irritante hermano mayor, las cosas entre ellos habían cambiado, un poco.
Eso si, nunca se tratarían con el debido respeto ni se llamarían el uno a otro como hermano. Pero, al menos Sesshomaru por su parte había dejado de tratarlo como un trapo viejo e inservible todo el tiempo por su condición de semidemonio. Por parte de Inuyasha, ahora dejaba de gruñirle en advertencia cada que visitaba la aldea. Porque, quizás ahora confiaba al menos en que este ya no era el arrogante y asesino Sesshomaru y no andaría por allí causando problemas.
Inuyasha pensaba en ello mientras lo veía, por un instante hicieron contacto visual, pero como toda una diva, Sesshomaru alzó un poco el mentón, gesto que ninguneaba al híbrido.
Ok, todavía era el arrogante Sesshomaru.
El menor de los hermanos lo dejaría pasar por el momento, si, le gustaría partirle la cara por grosero, pero era mejor no causar un escandalo frente a sus niños por Sesshomaru, no valía tanto la pena.
° • . • °
Sesshomaru no había cambiado mucho a lo largo de su vida, pero, gracias a cierto grupo quizás había cambiado de parecer respecto a varias cosas. Solo que no lo admitiría en voz alta.
Así como llegó así se fue, dejando a los humanos convivir entre ellos sin su compañía. Volvería para la boda de Rin en unos meses, eso era seguro.
No se quedaría a ver como la vida continuará para todos sus conocidos, era tan ajeno a él, y quizás poco le importaba.
Para no aburrirse, quizás ahora el gran Sesshomaru tendría que perseguir nuevos objetivos.
El aprender a dejar ir seria uno de ellos, ya que, ahora visitaría cada año entrante en la misma fecha la feria de la montaña.
Con la esperanza de encontrarse de nuevo con aquella figura del pasado. Tendría bastante tiempo para pensar en que haría o que diría una vez que hubiera a Kagura de nuevo enfrente.
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