7

Esta vez, Ámbar no se molestó en arreglarse.

La fiesta no era del mismo tipo que la fiesta en la que empezó todo.

Esta era diferente.

Había más jóvenes y menos adultos. Más alcohol y menos control.

Es decir, todo lo que ella buscaba.

Se movía entre el gentío sin mirar a nada en particular y sin dejar de posar los ojos en todo al mismo tiempo.

Por primera vez en mucho tiempo, parecía una drogadicta y estaba decidida a convertirse en una.

Se rio de sí misma y no le importó recibir miradas.

Por primera vez en mucho tiempo, no le importaba lo que pensaban los demás ni si la reconocían.

Total, pensó ella, ya todo está perdido.

Tenía una lata de alcohol en la mano y le daba pequeños sorbos mientras iba de un lado para otro.

Y de tantas vueltas que daba, acabó sintiéndose mal y con ganas de vomitar, así que en cuanto sintió la primera arcada intentó salir corriendo en dirección al baño.

Lo malo es que iba tan borracha que se calló al suelo delante de un grupo de chicas.

Escuchó risas, pero eso tampoco le importaba.

—¿Estás bien?—le preguntó una castaña, que se acercó a ella y la ayudó al levantarse, pero la movió tan rápido que hizo que Ámbar expulsara todo lo que se suponía que tenía que acabar en la taza del váter y no encima de la camiseta de la chica—. No, creo que no—añadió con una risita inocente.

Ámbar levantó la vista confundida.

Estaba segura de que acababa de vomitarle encima a una desconocida.

¿Por qué no ponía caro de asco?

—Te la pagaré.

Ahora la confundida era la chica.

—¿El qué?

—La camiseta—Ámbar señaló la camiseta débilmente, mientras se separaba un poco de la chica y se apoyaba en un sofá—. Te la he manchado—Hizo el gesto con la mano—un poquito.

La chica abandonó a su grupo y se acercó más a Ámbar.

—Ah, no me importa. No te preocupes. Tengo camisetas para cambiarme—dijo con una sonrisa mientras se quitaba la camiseta y sacaba otra de su bolso—. Ahora que lo pienso tú también necesitas una. Bueno, ahora que lo pienso mejor, lo mejor es que nos limpiemos un poco antes, ¿no crees?

—¿Por qué tienes camisetas para cambiarte?—preguntó Ámbar mientras se dejaba arrastrar hacia el interior de los baños.

—Porque tengo hermanos pequeños. Una vez que tienes que cuidar de ellos constantemente, aprendes a estar preparada para cualquier situación desastrosa.

—Yo también tengo un hermano pequeño, aunque no tengo camisetas en el bolso.

La chica la miró desde debajo del grifo mientras se limpiaba.

—Será porque no tienes bolso.

Ámbar se miró a sí misma.

—Ah. Es verdad—Hizo una pausa—. Juraría que sí que tenía bolso.

—¿Lo has perdido?—le preguntó ella mientras acercaba a Ámbar al grifo y la ayudaba a limpiarse.

—Creo que sí.

La situación era un poco cómica. Ámbar no sabía controlar sus movimientos y en vez de dejarse ayudar con facilidad, entorpecía a la chica.

Hubo un momento en que Ámbar parecía estar más reflexionando que intentando limpiarse.

La chica soltó una carcajada limpia.

—¿De qué te ríes?

—¿Sabes que cuando estás concentrada miras a la nada y te quedas con la boca abierta? Es que nunca he visto a un borracho pensando y me has dado un poco de risa—Ámbar seguía seria y ella acentuó su sonrisa—. Con perdón.

—¿Por qué me ayudas?

—Porque ayudar a personas desemparadas es mi pasión.

Ámbar asintió mientras se dejaba colocar el top que la chica sacaba de su bolso.

—Antes te quitaste la camiseta en frente de todos.

Ella la miró.

—Ah, sí.

—Y tenías otra camiseta debajo con el dibujo de unos sujetadores.

La chica miró debajo de su camiseta y sonrió.

—Sí.

—¿No te dio vergüenza?

—Sí, pero me dio igual. Más vergüenza da estar manchada de vómito y—La señaló—, gracias a ti, ya lo estaba.

—Lo siento, no era mi intención.

—Lo sé, no te preocupes, cariño.

Cariño.

Solo mamá me llamaba cariño, pensó Ámbar.

—¿Cómo te llamas?

—Saray.

—Ámbar—Le tendió la mano torpemente—. Me llamo Ámbar, ¿podemos ser amigas?

Saray sacudió la mano de Ámbar y sonrió.

—Claro.

—¿Y puedo dormir en tu casa hoy?

Saray se rio mientras salía deñ baño.

—¿No es eso ir muy rápido?

—Es que me gustaría dormir contigo.

—Vale, pero tendrás que esperar un poco. Quiero despedirme de mis amigas.

El cerebro de Ámbar parecía funcionar con lentitud.

—Has dicho que sí muy rápido. ¿Cómo es que no tienes miedo de que sea una asesina en serie?

—Fácil. Porque me encanta los asesinos en serie.

Y Ámbar no le dio más vueltas.

A ella el alcohol le afectaba rápido, pero tan rápido cómo le afectaba se iba.

Mientras se montaba en el coche de Saray y esta conducía, empezó a ser más ella y dejar de lado esa Ámbar extraña que tanto aborrecía.

Se reprendió a sí misma por confiar en Saray.

Era obvio que ella la había reconocido, y tal vez, era ella la asesina en serie.

No sabía si debía decirle que pare el coche para que se bajara o esperar a que Saray actuara.

Aunque, ahora que lo pensaba bien, Saray no tenía aspecto de asesina en serie.

Rubia, ojos azules, alta, guapa.

Aunque los asesinos en serie no tienen pinta de criminales, se dijo.

—No te voy a matar—dijo la rubia mientras aparcaba el coche.

—¿Debería confiar en ti?—preguntó recelosa.

—No, en cuanto te descuides te voy a descuartizar. Tú tranquila.

Y de repente estallaron en carcajadas.

Eran las tantas de la madrugada, la luz de las farolas era naranja, los edificios eran altos y Ámbar sintió que por fin había encontrado a una amiga.

La siguió al interior del edificio, subieron unos cuantos pisos en ascensor.

—Tengo que advertirte de dos cosas.

Los números en rojo iban cambiando cada cierto segundos.

—Yo también. No me gusta el sabor a muerto, así que no cocines macarrones de cadáver, por favor.

Saray sonrió.

—A mí tampoco me gustan, pero eso no era lo que quería decirte.

La puerta del ascensor se abrió y ambas salieron.

—¿Qué quieres decirme?

—Uno, nunca he invitado a nadie a mi casa, así que siéntete especial. Dos, puede que tengas que presenciar una escena cuando entremos.

—¿Por qué? ¿Van a haber muchos cadáveres dentro?

Ámbar debía reflexionar sobre ir al psicólogo. Creía que estaba desarrollando alguna enfermedad mental.

Tanta burla por los muertos no era sano.

—El mío como mucho.

Saray sacó las llaves y abrió la puerta.

—¿Por qué?

—Mi hermano es un controlador.

Ámbar sonrió triste al acordarse de Marcos.

Entraron a la casa, que estaba oscura.

Saray agarró la mano de Ámbar y la condujo por la casa.

Ambas caminaban de puntillas para no hacer ruido y despertar al hermano de Saray.

Qué pena que él estuviera muy despierto, sentado en el sofá y con un bate en la mano esperando a su hermana.

Ella sonrió nerviosa cuando de repente se encendieron las luces y lo encontraron observándolas.

—Nicolás, te lo puedo explicar...

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