4
Ámbar movía las piernas inquieta.
Lucas le había dicho que tenía que estar en su apartamento a las 12.
Era la 1 y media de la mañana y todavía no había aparecido.
Tras recibir el mensaje, había hecho todo lo posible para acelerar la entrevista; se inventó más de una excusa y tuvo que desvelar algunos adelantos de su próximo libro, aunque la habían citado para hablar sobre su primera obra.
A esas horas de la noche se podrían ver perfectamente las estrellas, pero con el cielo nublado y teniendo en cuenta que vivía en una ciudad, Ámbar ni siquiera se molestó en apartar la mirada del móvil y ver lo que le rodeaba, porque así, tal vez, se podría haber dado cuenta de que alguien se estaba acercando.
—¿Está bien, señorita?
Ámbar dio un respingo y despegó los ojos de la pantalla. Los dirigió al oficial de policía que la miraba desde arriba con curiosidad.
—No. ¿Lo parece?
—Está usted temblando.
Ámbar ni siquiera se había cambiado.
Era cierto que tenía frío, pero no creía que fuera tan notorio como para que el policía se hubiera acercado.
—El frío.
—¿Puedo preguntarle qué hace aquí sola?
Ámbar se tomó un tiempo para pensar.
—Espero a un amigo.
—¿Para irse de fiesta?
—¿Qué le hace pensar que me voy de fiesta? ¿Qué tiene que ver?
—Su vestido—Ámbar lo miró con las cejas alzadas. Él carraspeó incómodo al sentirse tan observado—. Es muy elegante. Parece de fiesta.
—Gracias.
—No... No era un cumplido.
—¿Vale?
Ámbar pensó que la conversación se quedaría allí, que ya había llegado a su fin, pero el oficial no se movió de su sitio.
—¿Necesita algo más?
—Un autógrafo.
—¿Perdona?
—Eres Ámbar González, ¿verdad?
—¿Eres mi fan o algo?
—Yo no. Mi hermana está obsesionada contigo.
—¿Tienes algún papel?
—No.
—Entonces no sé cómo te puedo firmar un autógrafo.
Un silencio incómodo se extendió entre ellos.
—¡El móvil!
El grito que soltó de repente hizo que Ámbar pegara un brinco del susto.
—¿Qué pasa?
—Una foto-Asintió energéticamente—. Con una foto ella será feliz.
Ámbar suspiró.
La situación le estaba empezando a parecer surrealista, pero siendo sincera, le han ocurrido cosas muy extrañas con sus fans.
Una vez encontró a una de sus fans dentro de su baño, metiéndose las pastillas de jabón y los geles en una bolsa.
"Es para sentirte incluso cuando no estés", le había dicho.
Otra vez descubrió que había una página web, donde miles de personas pagaban por conseguir fotos suyas.
Ella sabía que la gente estaba obsesionada con su físico, que buscaba cualquier foto casual que demostrara que ella no es tan perfecta como la pintaban, pero no pensaba que eran capaces de estudiarse todos los lugares en los que ella se divertía, se colaran en ellos y esperaran por turnos la oportunidad perfecta para sacar la foto imperfecta que buscaban.
Miró al oficial y se planteó lo que le había pedido.
A pesar de que sus fans estaban locos, él estaba siendo lo más amable posible.
Se levantó de la buhardilla en la que estaba sentada y extendió la mano.
Él era un poco más alto que ella.
El oficial sacó el teléfono de su bolsillo y se lo desbloqueó.
Ámbar tomó una foto casual, pero no le gustó.
Se tomó otra, pero tampoco le convenció.
—Acércate.
El chico frunció el ceño, confundido.
—¿Cómo?
—¿No me has escuchado? Acércate. Hazte la foto conmigo.
—¿Qué?
Ella le agarró del brazo y lo acercó a ella.
—Si te haces una foto conmigo, te creerá—Empezó a explicarle, mientras buscaba la mejor iluminación posible a las tantas de la noche—. Hay muchas fotos mías por allí. Si le enseñas cualquiera de las que me he hecho—Hizo una pausa mientras cogía uno de sus brazos y se lo pasaba por encima de sus hombros—, que, por cierto, he eliminado, creerá que le estás gastando una broma—Hizo la foto—. Así que, la mejor idea es que salgas en ella para que se alegre de verdad.
Miró la foto que se habían tomado.
Mientras hablaba y fingía estar concentrada estaba esperando a que él cometiera un error, que la rozara de alguna manera o probara que sus intenciones eran falsas.
Pero no hizo nada.
Solo acataba sus órdenes de una forma robótica y con el entrecejo fruncido.
Incluso en la foto él parecía confundido.
Se fijó más en la foto.
Piel blanca, ojos negros, barba recién afeitada, músculos sutiles pero notables...
De repente, la situación ( y él), le pareció atractiva.
Le devolvió el móvil.
—Gracias.
Ámbar miró la hora.
Lucas parecía tardar, y el sujeto que tenía delante parecía interesarle cada vez más.
Si bien al principió trató de demostrar indiferencia porque, vamos a ser sinceros, a Ámbar ya nada le impresiona, ahora sentía curiosidad por él.
—¿Cómo te llamas?
—Nicolás.
Quería iniciar alguna conversación interesante, desestresarse con él, pero su atención recayó en la figura de Lucas.
Se encontraba apoyado en una pared, los brazos cruzados y observándolos.
Ámbar no lo podía ver bien, pero toda su ropa estaba llena de sangre.
Debía llevar un buen rato vigilando.
Prefirió cambiar de estrategia.
—¿Vas a hacer algo el resto de la noche?
Él reprimió una sonrisa.
—Sí, trabajar, ¿por qué?
—Mira...
—Miro.
Ámbar levantó las cejas, divertida.
—Me pareces interesarte y quiero conocerte. Si el sentimiento es recíproco, deberíamos darnos una oportunidad.
Nicolás se quedó sin aliento.
No se lo esperaba.
Pensó que cuando le preguntó qué iba a hacer el resto de la noche ella lo estaba invitando a marcharse o se estaba burlando de él.
Pero no.
Ella estaba interesada en él.
Ella.
Ámbar.
La de mirada gélida.
A duras penas consiguió tragar saliva y asentir.
Ámbar interpretó su movimiento como una respuesta afirmativa a todo lo que había dicho.
—Genial. ¿Me das tú tu número o te doy yo el mío?
Él pareció tardar en procesar la información.
Había sufrido un cortocircuito su cerebro, por desgracia.
—Dame tú el tuyo—dijo al fin.
—¿Eres de esos que toman la iniciativa en las relaciones?
Algo pareció despertar en él.
—Sal conmigo y lo sabrás.
Ámbar sonrió, y en un movimiento lento le quitó el móvil de la mano y se lo ofreció.
—Desbloquéalo.
Nicolás, que había seguido los movimientos con la mirada, acató.
Ámbar tecleó los dígitos necesarios y le devolvió el móvil.
—Espero que no compartas mi número con nadie, Nico.
Nicolás iba a responderle, pero Ámbar no le dejó continuar.
Estaba viendo como Lucas se acercaba a ellos, y con la luz de las farolas iluminando directamente su piel la sangre sí que era visible.
—Y espero también que no tardes en llamarme—dijo ella, mientras le daba un beso en la mejilla y se iba.
Se fue sin mirar atrás, pero sabiendo que había dejado Nicolás confundido y a Lucas cambiando de calle para perseguirla.
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