3
Ámbar llegó a su casa cuando el Sol estaba saliendo.
Su hermano la había estado esperando despierto la noche entera.
Las ojeras que surcaban su cara podían confirmarlo. Respiró profundamente para no alterarse.
—Has tardado mucho. Nunca tardas tanto.
Ella lo miró un poco nerviosa y se tira en el sofá.
Él no había pronunciado palabra desde que ella entró, pero había decidido hablar cuando se dio cuenta de que su hermana estaba ignorando su mirada.
—Estoy agotada—dijo ella, con la cara enterrada en el cojín.
—Ámbar.
—¿Sí?
—¿Con quién estabas?
Ella le echó una mirada fugaz.
—¿Qué te hace pensar que estaba con alguien?
—Que llevas ropa que no es tuya y que te has duchado—Hizo una pausa y añadió:—. Y no en esta casa.
Cierto, se dijo.
Había pasado el resto de la noche ayudando a Lucas a deshacerse del cadáver. Se había olvidado.
Aunque es difícil olvidarse de lo que había pasado.
Después de haberle propuesto a Lucas ayudarle a matar, había puesto la mente en blanco.
Hay una teoría que dice que si uno le cede la responsabilidad a otra persona, deja de sentirse culpable por lo que hace: la banalidad del mal.
Esperaba que esa teoría funcionase, porque una vez que había salido del apartamento de Lucas, cada vez que cerraba los ojos veía unos guantes de goma amarilla restregar un trapo lleno de sangre por el suelo y el olor a lejía, todavía pegado en sus fosas nasales, le seguía mareando.
Todavía sentía el cuello mojado por sudor frío, las manos temblando y el oxígeno que no llenaba sus pulmones porque estaba demasiado contaminado por el olor a muerto y a productos de limpieza.
Antes fingió calma; actuó con calma.
Ahora no podía hacer eso.
Ahora estaba delante de su hermano. De Marcos. Delante de la única persona que la quería de verdad. Delante de la única persona a la que le mostraba su verdadero ser: el nervioso, el divertido, el bromista. No la calmada o la misteriosa. La verdadera Ámbar.
—¿Te importa mucho que me haya duchado en otra parte?
—Acabas de afirmar que te has duchado fuera.
Ella se encogió de hombros.
—Eso es irrelevante.
—Lo es si es la primera vez que lo haces, ¿sabes?
—¿Te preocupas?
—Mucho.
Ámbar se incorporó del sofá y se sentó. Marcos se sentó a su lado.
—Soy yo la mayor. La que tiene que preocuparse. Vive tu vida.
—Pero tú eres mi vida, Ámbar.
Ámbar se pasó las manos por la cara, empezando a desesperarse.
—Marcos, ya hemos hablado fe esto.
—Ya lo sé.
—No puedes generar dependencia emocional. Si yo me voy o me muero, tu vida no se acaba. El mundo no deja de girar ni se colapsa ni nada de eso.
—Al mundo no sé lo que le pasará, pero mi mundo definitivamente dejará de girar.
—¿Has dejado de ir al psicólogo?
—Tú eres mi única familia, Ámbar.
—Y tú la mía, ¿pero has ido al psicólogo o no?
—No necesito ir.
—Marcos, estás recayendo.
—Solo te necesito a ti en mi vida. No quiero a nadie más.
—Marcos.
—¿Sí?
—¿Puedo pedirte un favor?
Él sonrió y le sujetó sus manos entre las suyas.
—Claro. Por ti lo que sea.
—Haz amigos. Sal por allí. Deja de preocuparte por mí. Yo te lo agradezco, pero no es sano para ti todo esto.
Su sonrisa desapareció, pero asintió.
Sabía que su hermana tenía razón.
Durante el resto de la mañana Ámbar durmió.
Tuvo varias pesadillas, en las que algunos cadáveres la perseguían por la calle, se arrastraban por el suelo, la rodeaban y la aplastaban.
Se levantaba con la garganta seca y el olor a rancio acechándola, se volvía a dormir y volvía a soñar lo mismo.
A media tarde, cuando finalmente sintió que había descansado algo, decidió levantarse.
Su hermano le había dejado la comida preparada.
Miró el reloj de la pared: a esta hora él debería estar en la Academia de apoyo.
Su teléfono, que estaba en la mesa de la entrada empezó a sonar.
Fue a por él con pasos lentos; moverse rápido la mareaba y le nublaba la vista.
Contestó sin mirar quién la llamaba.
—¿Diga?
—¿Dónde estás?
Reconoció la voz de la encargada de la editorial con la que firmó.
Puso los ojos en blanco y ahogó un gruñido de frustración.
—¿Por qué preguntas, Melissa?
—¡Porque te estás perdiendo tu puñetera entrevista!
—¿Qué entrevista?
—¡No me jodas, Ámbar!
Ámbar reprimió una sonrisa.
—Es broma. Ya voy.
Y colgó.
Una de las cosas que más divierten a Ámbar es llevar al límite la paciencia de su encargada.
Ni siquiera pensaba presentarse en la entrevista, pero se lo pensó mejor mientras se dirigía al baño.
Se había perdido la mayoría de entrevistas y eventos de los últimos meses, con el deseo de concentrarse al máximo en su nuevo libro, y si seguía así, dudaba que pudiera seguir viviendo y manteniendo a su hermano gracias a sus libros.
Se aseó y arregló para la entrevista.
Llamó a su chófer, eligió el mejor de sus coches y fue a la dirección indicada.
A la gente le gustaba eso: el glamour, tener algo de lo que hablar, criticarla.
Así que eso es lo que mes dio.
Cuando bajó del coche, lo que más llamó la atención fue su vestido.
Era blanco, apretado al cuerpo y largo, muy diferente a lo que suele vestir.
También algo que las cámaras quisieron enfocar era su cara. Estaba despejada. Se había recogido el pelo en un moño relajado.
El contraste que generaba su pelo castaño oscuro y su piel bronceada con el blanco que llevaba puesto era muy atractivo.
Era casi una burla que se llamara Ámbar.
Al principio de su carrera, todos los medios se la habían imaginado rubia, blanca, de ojos claros.
Pero después de la primera entrevista internacional, los medios se volvieron locos.
Ella era preciosa, sí, pero muy diferente a lo que esperaban.
Aunque la luz de las cámaras le estaba dejando ciega, buscó entre toda la gente a Lucas.
Normalmente, siempre estaba con ella en las entrevistas a las que asistía para apoyarlas y en las que ni estaba para disculparse por su ausencia.
Esta vez no estaba allí.
Temió que hubiese cometido alguna locura, pero ocultó todo lo que sentía porque nadie debía saber qué le preocupaba.
La gente hacía ruido; algunos querían un autógrafo, otros hacían preguntas demasiado personales, otros insultaban y la culpaban de plagio y otros simplemente susurraban y apuntaban cosas en sus libretas.
Una vez dentro de la sala en la que se iba a realizar la entrevista y lejos de los periodistas, Ámbar pudo relajar un poco sus facciones.
A pesar de que Melissa le había gritado que llegaba tarde, ni siquiera la entrevistadora estaba lista cuando ella llegó.
—¡Mira tú por dónde!
La voz de Melissa, normalmente de tono neutro, sonó chillona.
Se había estado drogando.
Lo sabía.
Ámbar fingió una sonrisa y se giró. No le apetecía hablar con ella.
Melissa no pensaba lo mismo.
Le puso una mano sobre el hombro y le susurró cerca del oído:
—Espero a que ya hayas escrito el libro. No te queda tiempo, Ámbar.
Ámbar giró la cabeza un poco y la miró.
—Que repitas lo mismo una y otra vez no hará que escriba más rápido.
Le clavó las uñas en el hombro.
—¿Todavía no has empezado?
—¿No notas algo diferente?
—¿Qué quieres decir?
Se zafó de su agarre y comenzó a andar. Dio un par de pasos antes de girarse y decirle:
—Pronto tendrás tu dichoso libro.
Y Ámbar podría haber continuado con una sonrisa triunfal en la cara si no fuera porque le había llegado un mensaje que le revolvería el estómago:
Lucas: En mi apartamento. A las 12.
Parece que tienen que ponerse a trabajar.
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