24

—Espero que estés de broma—dijo mientras cerraba la puerta.

Lucas metió el cuchillo en una mochila y se acercó a ella. Ladeó la cabeza y le sonrió, con burla.

—¿Te has olvidado de nuestro trato?

—Sí, pero... Yo nunca he matado.

—Enterrarlos es como matarlos, Ámbar—Acentuó su sonrisa—. Y eso, querida, es lo que vamos a hacer.

—No.

—¿No?—bufó—, ¿Cómo que no?

—¿Ayer no querías hablar conmigo?—dijo. No quería mostrárselo, pero estaba nerviosa—. Bien, pues hablemos.

—He cambiado de opinión—respondió mientras se daba la vuelta y metía en la mochila un par de cosas que Ámbar no pudo ver.

Ámbar se aclaró la garganta.

—¿Por qué? 

Giró la cabeza para mirarla por encima del hombro.

—Porque no estás tan mal como aparentas.

—¿Qué quieres decir?

Le lanzó el teléfono y Ámbar, a duras penas, consiguió cogerlo. Miró el vídeo que se reproducía en la pantalla mientras escuchaba a Lucas hablar.

—Verás, Melissa me ha llamado. Me ha dicho que ya le has entregado el manuscrito y, bueno, ¿esa entrada? ¿Ese modelito? ¿Esos aires? Ayer me diste pena. Hoy veo que no te la mereces.

—¿Perdona...?

—Perdonada. En fin, deja el móvil por aquí.

Ámbar obedeció. Se quedó estática en su sitio cuando Lucas empezó a mirarla fijamente.

Ámbar frunció el ceño.

—¿Qué?

—¿Vas a venir a matar conmigo o no?

Tragó saliva antes de responder.

—Supongo que no tengo otra opción.

—Chica lista—Señaló su móvil—. Tu telefonito del alma también que dejarlo encima de la mesa. No te lo vas a llevar.

—¿Qué?—Su voz sonó ahogada.

—Que dejes el móvil.

—¿Por qué?

—Vamos a ir a cometer un asesinato. Lo que menos necesitamos es un teléfono móvil con el que nos rastreen.

—Puedo apagarlo.

—Mejor déjatelo. Ya luego volveremos a por él.

—Pero...

—No hay peros que valgan. Si quieres venir, déjalo. Si tan solo quieres enterrarlo, solo dímelo.

—¿Y si quiero dejar lo del trato?

Lucas se rio. Le había parecido una broma muy divertida, pero cuando vio que Ámbar no sonreía y, en cambio, lo miraba extrañado, ya no le pareció tan gracioso lo que acababa de escuchar.

—No puedes.

—¿Qué?

—Que tu hayas escrito el manuscrito antes de tiempo no significa que no me tengas que ayudar. Yo te he dado la idea, tú me ayudas a matar. Así de simple. Y no te puedes echar atrás.

Ámbar asintió. Dejó el móvil encima de la mesa y le miró.

—¿Me prestas algo de tu ropa?—Se señaló—. No puedo matar así.

—Yo creo que sí. Te verías muy atractiva manchada de sangre.

—Llamaría la atención desde Marte y nos pillarían antes de terminar. No merece la pena cumplir tus fantasías, cariño—Casi escupió.

—Mi habitación es la que está al final del pasillo. Coge lo que quieras.

Y eso hizo. Eligió unos vaqueros rotos y una camiseta negra básica. Le quedaban un poco grandes, pero le dio igual. Si algo bueno tenía Lucas era su gusto por la ropa.

Maldijo por lo bajo por lo que estaba pasando. Odiaba tener que dejar el móvil. ¿Cómo iba a reunir las pruebas entonces?

Si tenía suerte, a lo mejor podía hacer que Lucas dijera algo relevante antes de salir de la casa y así tener al menos alguna especie de declaración.

Cuando volvió a la entrada, encontró a Lucas apoyado en el marco de la puerta, esperándola.

Carraspeó, de nuevo, antes de hablar.

—¿Cuántas personas quedan?

—¿Qué importa eso ahora? Nos tenemos que ir—Le pasó una gorra—. A lo mejor no te reconocen si te la pones.

A la mierda lo de sonsacarle información. Él era demasiado listo.

Lucas cerró la puerta cuando ella salió.

Ámbar dejó que Lucas la adelantara y lo siguió.

Al principio caminaron por la calle principal y luego tomaron unos cuantos desvíos.

No andaban ni demasiado rápido ni demasiado lento. Esa era la única forma de pasar desapercibidos por la gente.

—Quedan solo dos personas—dijo finalmente.

—¿Y cómo funciona todo eso exactamente?

—Ya te lo conté la primera noche.

—A medias, Lucas. Me lo contaste todo a medias y lo sabes a la perfección. Quiero saber en qué estoy metida.

—¿Para qué? Si ya has escrito tu libro.

—Todavía puedo editarlo.

—¿Segura que quieres saber los detalles?

Ámbar asintió con convicción.

—Cuéntame la historia, entera.

Lucas bufó.

—Vale.

Ámbar esperó pacientemente cuando una pareja pasó por al lado suya.

—Venga, cuéntame.

—Ya sabes lo que era mi padre.

—Un sicario, sí.

Lucas levantó las cejas. Qué poco tacto tenía Ámbar.

—Trabajaba para una organización. Tenía una lista de personas que finiquitar y como se suicidó y no terminó su trabajo, me toca a mí seguir.

Su padre se suicidó.

—¿Por qué? Quiero decir, no estás obligado, ¿no?

—Eso a ti no te importa.

Ámbar tragó saliva y se paró ante el semáforo en rojo.

—¿Y cómo sabes quiénes son las personas? ¿Te dan solo el nombre o cómo?

—Para haber terminado ya de escribir, estás siendo muy curiosa ahora, ¿no crees?

—No es que se pudiera hablar contigo antes, Lucas.

Él asintió y cruzó sin esperar a que cambiara de color. Un coche le pasó por delante y pitó. Ámbar esperó a que se pusiera en verde para pasar.

—Mi padre me ha ahorrado el trabajo de investigarlos. Tenía todo escrito y detallado. Todo listo para ejecutar.

—Oh—Una pausa—. ¿Y quién decidía quién tiene que estar en la lista?

—Quien paga para que lo esté, claramente.

—¿Cómo?

—Sicarios, Ámbar. Sicarios. Matan por encargo.

—Joder, es verdad.

Otra pausa.

—¿Y a quién matamos hoy?

—Hoy, por suerte, no es alguien muy difícil de matar. Ni siquiera tendremos que esconder el cadáver. Es un don nadie. Un infiel—Se rio cínicamente—. Su propia mujer es la que ha hecho el encargo.

Ámbar abrió los ojos como platos. Se aclaró la garganta.

¿Le pasaba algo a su garganta? Llevaba todo el día removiéndose la garganta antes de hablar. ¿Debería ir al médico?

Ignoró sus pensamientos.

—¿Y cómo lo hacemos?

—Tú le distraes, le atraes al callejón, yo lo apuñalo por la espalda y nos vamos.

—¿Y lo dejamos allí?

—Sí. Le metemos en algún contenedor o algo.

—¿Y si dejamos pruebas? Me parece muy mala idea.

—Qué bien que no te haya pedido tu opinión.

Hijo de puta, siseó Ámbar.

—¿Y si nos pillan?

—No lo harán, cariño. No lo harán. Y ahora—Le dio una palmada en el hombro y luego señaló el restaurante de comida china que había en la calle de enfrente— ve a hacer tu puto trabajo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top