21
—Oye, ¿de verdad estás enfadada?
Ámbar lo miró a través del cristal.
Si le era sincera, poco le importaban sus secretos.
Le había molestado que hubiera decidido engañarla a cambio de su secreto, pero no era suficiente para pelearse con él o montar alguna escena.
Aunque hubiera estado el resto del viaje en silencio y sin responderle.
Se encogió de hombros.
—No.
—¿No?
—Tan solo no me vuelvas a engañar en el futuro—Hizo una pausa y añadió—: Si quieres que esto tenga futuro, claro.
Nicolás contuvo la sonrisa.
—Pues claro que quiero.
—Pues no lo parece—Siseó.
Nicolás salió del coche, se acercó a ella y la señaló, divertido.
—¿Lo ves? Sabía que estabas enfadada.
—Qué no.
Agachó un poco la cabeza para que sus miradas estén alineadas y acercó su rostro al suyo.
—Ese tono me dice otra cosa—susurró.
—¿Me vas a besar?—preguntó ella susurrando también.
Nicolás tragó saliva y pareció pensárselo.
Se alejó de ella y negó.
—No, no. Me parece una muy mala idea.
Esta vez fue Ámbar la que se acercó a él y se puso de puntillas para alinear sus rostros.
—¿Y por qué, si puede saberse?
—Tu hermano—Señaló a la casa—nos está observando con un machete en la mano.
Ámbar bufó, divertida.
—Pff, ¿qué? ¿Un machete?—Miró en dirección a la casa y cambió su expresión—Ah, sí. Es verdad.
Nicolás dio un paso atrás y le sonrió.
—Será mejor que me vaya, entonces.
—No.
—¿No?
—Quédate con nosotros. Seguro que no queda mucho para que amanezca y puedes quedarte a descansar y eso.
—¿Por qué debería?
—Para pasar tiempo con nosotros, ya sabes.
—Con tu hermano el del machete y tú, ¿no?
—Claro. Me parece una buena idea.
—Que esté bajo el mismo techo que el chico que me quiere asesinar.
Ámbar tragó saliva.
—No digas idioteces. No te quiere asesinar.
—Pues viene hacia aquí, y todavía tiene un machete en la mano.
—¿Qué?—Se giró para comprobarlo—. Joder, sí.
Marcos se acercó a su hermana y a Nicolás.
Le echó una rápida mirada a Ámbar y ya empezó a detectar que algo no estaba bien.
—¿Qué te ha pasado?
—No me ha pasado nada. ¿Qué me iba a pasar?
Nicolás miró a Ámbar. ¿Acaso estaba planeando mentirle a su hermano y ocultarle lo que había pasado?
—¿Segura? Estás... Espera, ¿te has cambiado de ropa? ¿No estabas en el concierto?
—Sí, pero... Luego te lo cuento, ¿vale?
—No veo ninguna razón para que no me lo cuentes ahora.
Ámbar señaló a Nicolás.
—Él es la razón.
—Pues que se tape los oídos y no escuche—Hizo una pausa y luego añadió—: Oye, ¿por qué estáis juntos? ¿Por qué te ha traído a casa?
—Hablando de casa. He invitado a Nicolás a casa. Ya sabes, como invitado. Para que se quede.
—¿Para que me quede?
Ámbar se dirigió a Nicolás.
—Sí, claro. Para que te quedes—Se apresuró a corregirse—. Para que te quedes a desayunar y eso. ¿Sabías que Marcos cocina genial? Me prepara unos desayunos que están de muerte.
Marcos entrecerró los ojos.
—Sí, claro. Pero para ti, no para tus ligues. Me niego a cocinarle a tus novios.
Nicolás levantó las cejas.
—¿Novios?—Hizo énfasis en la s—¿Novios en plural?
Ámbar le restó importancia con la mano.
—Ni caso. Oye, ¿vamos a casa y terminamos la conversación allí?
Y eso mismo hicieron. Tras unas cuantas miradas asesinas por parte de Marcos, unas sonrisas nerviosas de Ámbar y una expresión divertida en la cara de Nicolás, llegaron al salón de la casa y se encontraban los tres sentados en los sofás, con algo que picar en un par de boles y bebidas no identificables encima de la mesa.
Ámbar había aprovechado un momento en el que Nicolás se había ido para contarle a su hermano lo que había pasado.
Él no supo ni cómo reaccionar.
Le agradeció a Dios que Lucas haya interrumpido la situación y que Nicolás se haya encargado personalmente de regresar a su hermana sana y salva a casa.
Por otra parte, se reprendió a sí mismo por haberla dejado ir.
Le dijo que era mala idea, pero ella no le hizo caso.
Pero eso no era culpa de su hermana. Ella no era responsable de que un ser tan retorcido como ese hombre haya intentado sobrepasarse con ella.
Le acarició la cara a su hermana y la abrazó cuando se lo estaba contando.
Cuando había visto a Ámbar saliendo del coche de Nicolás se esperaba otras cosas.
Pensó que tal vez Ámbar ya había comenzado con el plan, y por eso decidió sacar el machete y montar una pequeña escena.
Para hacer el teatro más creíble, se defendió más tarde.
Tuvo que dejar de pensar en lo que sea que pensaba cuando Nicolás volvió del baño.
El policía, con una sola mirada, supo que Ámbar ya se lo había contado a Marcos.
Se sentó con la mayor gracia posible y empezó a bromear con el hermano de Ámbar.
Pasaron lo que quedaba de noche entre bromas, risas y anécdotas que al final se hizo de día antes de que ellos quisieran.
Marcos, a regañadientes, les hizo el desayuno.
Buenísimas tostadas de tomate.
Continuaron el desayuno con el mismo dinamismo que tuvieron durante la madrugada y a Nicolás se le hizo difícil irse de esa casa.
Ojalá no me hubiera invitado a quedarme; a quedarme para desayunar, solamente, se dijo mientras se levantaba de la mesa y se disponía a despedirse.
—¿No te quedas?—le preguntó Ámbar.
—Estoy ocupado.
—Yo también estoy ocupada y aún así me quedo.
—Todos tus días son días libres. Solo hoy es mi día libre, Ámbar.
—¿Y no te interesa pasar el día con mi hermana?—Marcos se levantó de golpe.
Nicolás empezó a negar con la cabeza.
—No, yo no quería...
—¿Dónde está el machete?—Lo ignoró mientras continuaba negando—. Oh, Nicolás, te vas a arrepentir de lo que has insinuado.
Salió de la cocina para buscar el machete y dejó a Ámbar y Nicolás solos.
Ninguno de los dos contuvo su sonrisa mientras oían los insultos de Marcos.
Aunque no querían, debían separarse.
Ella tenía que ir a hablar con Lucas y él a visitar a su hermana.
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