20
—Déjame un momento, ¿vale? Voy a hablar con mi superior y vuelvo.
Ámbar asintió.
Victoria se levantó de su asiento y miró desafiante a Ámbar.
—Descubriré lo que planeas.
Ámbar levantó las cejas, divertida.
—¿No que sabías qué planeaba?
—No nos metamos en formalismos. Sabes perfectamente de qué te hablo.
—¿Te gusta Nicolás y te duele que esté interesado en mí?
—Nicolás no está interesado en ti.
—Ah. Está interesado en ti, entonces.
Victoria asintió triunfal.
—Pero te da miedo que yo le pueda interesar.
—¿Qué? Nada que ver. Solo estoy tratando de proteger lo que es mío.
Ámbar fingió una arcada.
—¿Tuyo? ¿De dónde sales? ¿De una novela pornográfica?
—La única que sale de novelas aquí eres tú, escritora.
Ámbar se levantó y la mirada de ambas quedó alineada.
—Si vas a intentar insultarme, al menos hazlo bien.
—Yo no intento, yo...
—¿Ámbar?
Nicolás volvió de la oficina de su superior. No se había cambiado de ropa y sujetaba una bolsa de papel en la mano. Parecía notablemente estresado, así que Ámbar le sonrió mientras se alejaba de Victoria.
—¿Nos vamos?
—Claro—Se dirigió a Victoria—. Raúl me ha dado pase libre hoy. Te quedas cargo tú de las emergencias, ¿de acuerdo?—Ella se acercó a dónde él estaba—. He traído al...—Miró a Ámbar— agresor. Vais a tener que interrogarle—Le dio una palmada en la parte superior de la espalda—. Gracias por cubrirme, Tori.
Y se giró para indicarle a Ámbar que se iban.
Nicolás había hablado ajeno a la mirada extraña que su compañera le había dado, y más interesado en salir de la comisaría que quedarse de ella.
Ámbar siguió a Nicolás hasta donde estaba aparcado el coche y subió con él.
Una vez dentro, Nicolás sacó de la bolsa dos hamburguesas y refrescos y le tendió uno de cada a Ámbar.
—Supuse que estarías hambrienta.
Ámbar sonrió.
—Supusiste bien.
—Si quieres, cenamos y ya luego te llevo a casa, ¿sí?
—Claro, comer y conducir al mismo tiempo es peligroso.
—E ilegal.
Ámbar paró de comer para mirarlo.
—¿En serio? No tenía ni idea.
—¿Tienes carnet de conducir?
—Sí.
—¿Y cómo es que no lo sabes? ¿Cómo aprobaste el examen si no sabes algo tan básico como eso?
—Porque yo no hice el examen—Nada más decirlo se llevó la mano a la boca.
Nicolás entrecerró los ojos.
—Ámbar González, ¿has sobornado al profesor?
—¿Me lo preguntas en calidad de amigos o en calidad de oficial?
A Nicolás, la palabra amigos le había dolido más de lo que quisiera admitir.
Bebió un sorbo de su refresco antes de contestar.
—Me daría demasiada pereza volver a comisaría, entregarte y tener que pasar lo poco que queda de noche encerrado contigo—Levantó las manos—. No me culpes. Es mi única noche libre en toda la semana y no quiero desperdiciarla.
—Pero la estás pasando conmigo.
—Pasar tiempo contigo no es desperdiciarlo.
Ámbar, sin quererlo, se sonrojó. Nicolás no pudo evitar sonreír.
—Lo normal. Quiero decir, gracias, lo mismo digo. A mí tampoco me parece que pasar tiempo contigo sea un desperdicio.
—¿Acababas de tartamudear?—le preguntó.
Nicolás quiso agrandar su sonrisa al aumentar el sonrojo de Ámbar, pero se contuvo.
En cambio, adoptó una expresión seria y dijo con voz monótona:
—¿Cuáles han sido sus razones, señorita González?
—¿Mis razones sobre qué?
Desde que la conversación había tomado un giro inesperado, sus manos no paraban de sudar y se sentía incomoda hasta en su forma de sentarse.
—¿Por qué no hiciste el examen?
—Es que tenía miedo de suspender.
Nicolás abrió la boca pasmado. Se le cayó un trozo de tomate encima de la ropa.
—¿Qué? Está claro que lo ibas a suspender, pero, ¿qué?
—Llevaba mucho tiempo sin hacer un examen, ¿vale? Ya no me acuerdaba de lo que era responder a preguntas bajo presión y con un reloj encima y encima me había pasado la noche anterior despierta y no era capaz de pensar y...
—Excusas. Dime la verdad.
—Todo eso es verdad.
—Tú y yo sabemos que eso no es cierto.
—¡Qué sí!
—Qué no.
Ámbar terminó de comer y se cruzó de brazos.
—Si no me crees, no me importa.
Nicolás apartó su comida también y sonrió. Atrajo a Ámbar hacia él y la abrazó.
Ámbar, a pesar de estar tensa,se volvió a sonrojar.
—¿Qué haces?
—Abrazar a la chica que no le importa lo que pienso.
—Sí que me importa lo que piensas.
—Entonces cuéntame la verdad.
—Pero, ¿qué te importa?
—Quiero pensar que confías en mí.
—Es que es algo incómodo, Nico—Se apoyó mejor en su pecho y cerró los ojos.
—¿Mi pecho o lo que escondes?—preguntó en broma.
—Lo que escondes en tu pecho—Hizo una pausa—. Oye, ¿por qué te late tan rápido el pecho? ¿Tienes una bomba allí o algo así?
Fue Nicolás el que se sonrojó en ese momento.
—Las bombas no laten.
—Pero hacen pitidos, ¿no? Es lo mismo.
—No es lo mismo.
—Cómo sea.
Un silencio acogedor se cernió sobre ellos.
—Entonces, ¿qué pasó con tu examen?
Ámbar bufó.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Pues claro.
—Pero no te lo voy a dar gratis.
—Oh, ¿quieres algo a cambio?
—Sí.
—¿El qué?
—Otro secreto tuyo.
—¿Tan vergonzoso cómo el tuyo?
—Sí.
Nicolás hizo como si se lo pensaba.
—No me parece bien.
—¿Por qué no?
—Porque no.
—Pues no te lo cuento.
—De acuerdo. Te diré algo mío—acabó cediendo.
Ámbar se incorporó y señaló a Nicolás.
—Pero ni se te ocurra reírte, ¿vale?
—Vale.
—Lo soltaré de la forma más resumida posible para que te lo tragues de una, ¿vale?
—Vale.
—Tuve que liarme con el profesor que hacía el examen teórico porque me pilló liándome con el examinador.
Nicolás arrugó el entrecejo.
—¿Qué?
—Que tuve que...
—No, no. Que te he escuchado, pero, ¿qué?
—Te dije que los exámenes se me dan mal.
—Pero no justifica que hayas intentando... Te podría haber salido mal la jugada—Sonrió—. Muy mal, de hecho.
—Pero me salió bien. Bien, te toca contarme a mí algo.
—Sí, claro.
Arrancó el coche y empezó a conducir.
No dijo nada en un buen rato.
—¿Y bien?—Acabó preguntando Ámbar.
—¿Y bien qué?
—¿Cuál es tu secreto?
—Te lo contaré la semana que viene.
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