2
La música estaba tan alta que los oídos pitaban y la gente tenía que gritar para hacerse escuchar.
Ámbar se movía entre el gentío, con una sonrisa en la cara y moviendo la cabeza al ritmo de la música.
Era la tercera noche seguida que salía buscando despejarse un poco.
No sabía si esa noche conseguiría por fin encontrar la inspiración que necesitaba.
Más valía dejar de pensar tanto en ello o terminaría volviéndose loca.
Dicen que salir de tu zona de confort es bueno, que te estimula, y aunque es incómodo a veces, hace que tu cerebro se expanda o algo así.
Ámbar no estaba tan segura de lo que había leído en ese foro de escritores.
Llevaba ya varias semanas exponiéndose a situaciones nada confortables y aun así no le llegaba ninguna idea a la cabeza.
Iba a entrar en los baños para escapar del calor de la masa de cuerpos cuando reconoció entre todas las caras que había por allí la cara de su agente.
Se le amplió la sonrisa y se acercó a él, pero el saludo se le atascó en la garganta cuando vio lo demacrada que estaba y el olor a alcohol le inundó las fosas nasales y le dio arcadas.
Ignoró la sensación de vómito y dio un par de pasos rápidos para sujetarle cuando vio que el susodicho se iba a caer.
—Lucas, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?
Él levantó la vista y tuvo que enfocar mucho los ojos para dejar de ver a una Ámbar borrosa.
—Nada—dijo con voz ronca, intentando zafarse.
—¿Qué te pasa?—Volvió a repetir y apretó el agarre.
—He dicho que nada.
La voz le salía demasiado grave para su tono de voz y a Ámbar le quemaba la garganta de solo escucharla.
Le soltó el brazo al ver que el chico volvía a intentar zafarse.
Carraspeó antes de volver a hablarle.
—Lucas.
—¿Qué quieres?
Una pareja pasó entre los dos.
—¿Qué te pasa?
—Ya sabes lo que me pasa.
Ámbar pasó los ojos por toda la cara de Lucas, esperando recordar que puede estar haciendo sufrir tanto a su compañero.
Cayó en cuenta un poco tarde y bajó la voz cuando lo preguntó.
—¿Es... por lo de tu padre?
Estaban tan cerca que por mucho que susurrara se escucharían, a pesar de la música.
Lucas apretó los labios y asintió despacio cuando escuchó la palabra padre.
—Siento mucho lo que ha pasado. De verdad.
Él la miró y trató de sonreír.
Ámbar siempre tan buena e intentando hacer sentir bien a los demás. Aunque, no había forma en la que ella le hiciera sentir de ninguna forma.
Iba a girarse y alejarse de ella, porque sentía cómo la culpa le invadía y sabía que no aguantaría mucho más tiempo a su lado sin confesar lo que había hecho.
Pero justo cuando iba a hacerlo, Ámbar le tiró de la manga, lo acercó a ella y lo abrazó.
Al principio no reaccionó. No se lo esperaba.
Ámbar tampoco pensaba abrazarlo, pero lo veía tan mal que no pudo evitarlo.
Pensó que había cometido un error al rodearlo con los brazos, al notarlo tan tenso y sin corresponder al abrazo, hasta que sintió cómo él envolvía sus brazos alrededor de su cintura, ponía su cabeza en su hombro y apretaba con fuerza.
La imagen de ambos, al lado de los baños, abrazándose de forma tan... ¿cariñosa? y en mitad de una fiesta sí que es salir de la zona de confort, se dijo Ámbar.
Notaba cómo estaban empezando a llamar la atención y eso no era bueno.
La chica quería romper el abrazo, pero no se atrevía.
Cuando fue capaz de reunir la fuerza de voluntad necesaria para romperlo, sintió cómo el cuerpo de Lucas se relajaba demasiado sobre ella y allí sí que tuvo que reunir todas sus fuerzas.
Lucas se había desmayado.
Ámbar tuvo que hacer una maniobra extraña en la que Lucas se golpeó la cabeza con la pared tres veces y ella se resbaló otras dos para poder sujetar a Lucas por las axilas y que su peso no le rompiera la columna vertebral.
La pequeña escena que Ámbar y su agente sin conocimiento habían creado había terminado de llamar la atención de la gente, que ayudó a Ámbar a poner a Lucas en su coche para poder llevarlo al hospital.
La localización de la fiesta era tan remota que la ambulancia habría tardado horas en llegar en lo que Ámbar podría haber hecho veinte minutos con un atajo que conocía.
Conducía rápido y con la vista fija en la carretera, pero de vez en cuando miraba por el espejo para comprobar que Lucas seguía respirando.
La cuarta vez que echó una mirada notó que Lucas respiraba con mayor dificultad.
Lucas se había inclinado tanto que el cinturón de seguridad le pasaba por el cuello.
Ámbar empezó a entrar en pánico, pero se dijo que no era momento para eso ahora.
Normalmente, decirle eso a alguien no haría que la persona se relajara, pero Ámbar no tenía tiempo para tomarse diez segundos para respirar porque si lo hacía, puede que Lucas no los tenga para vivir.
Paró el coche a un lado de la carretera, se quitó el cinturón de seguridad y se deslizó a la parte de atrás del coche.
Quiso quitarle el cinturón a Lucas, pero justo cuando lo iba a hacer él le sujetó la mano con fuerza.
Lucas parecía estar dispuesto a romperle la muñeca a Ámbar hasta que se dio cuenta de a quién tenía delante realmente.
Ámbar no es mamá, se dijo.
Ella no te hará daño, se volvió a decir.
Soltó el agarre, sabiendo que le había hecho daño a, posiblemente, la única persona que no le quería ver muerto.
Ámbar se sujetó la muñeca y la acarició.
Lo miró enfadada.
—¿Qué te pasa? Solo quería quitarte el cinturón.
Él mismo se quitó el cinturón de seguridad y se pasó la mano por el cuello.
Seguía sintiéndose mareado y no sabía exactamente qué hacía en el coche de Ámbar.
Tragó saliva.
—¿Qué hago aquí?
—Te llevo al hospital.
Él se llevó la mano instintivamente al costado izquierdo del cuerpo.
—¿Por qué?
—Te has desmayado. ¿No te acuerdas?
Ámbar se alejó un poco de Lucas y lo examinó con la mirada.
Algo no estaba bien.
—No necesito ir al hospital.
—Pero te acabas de desmayar.
—No... No necesito...
No pudo acabar de hablar porque un dolor punzante junto con varias imágenes borrosas le atravesaron la cabeza.
Ámbar vio cómo la cara de Lucas se arrugaba de dolor.
—Lucas, de verdad. No seas tan cabezota. Te tiene que ver un médico.
—¡Qué no!
—Lucas.
Las ganas de confesar qué había pasado estaban volviendo a florecer dentro del chico.
Hizo de tripas corazón y le dirigió una mirada helada a Ámbar.
—¿Qué?
—Cada vez te ves peor. Al menos ve a casa a descansar.
Su cabeza le decía que no, que no podía ir a casa de nuevo, pero una parte adormecida del chico insistía en que Ámbar tenía razón.
Ámbar volvió al asiento del conductor, Lucas volvió a pasarse el cinturón de seguridad y, siguiendo sus indicaciones, Ámbar llegó al apartamento de Lucas y aparcó delante del edificio.
Lucas tosió un par de veces.
Sentía un malestar inmenso en todo el cuerpo.
—Gracias... Gracias por traerme.
Ámbar giró la cabeza y le miró.
Le regaló una sonrisa bastante grande.
—¿Quieres que te acompañe a arriba?
Una parte de Lucas quería decir que no, que sería muy mala idea, que confesaría si lo hace, pero otra parte de él sabía que si ella le dejaba solo se mataría.
Y él no quería morir.
Llegaron al piso de Lucas después de muchísimo esfuerzo. A Lucas le costaba mucho andar, y Ámbar tenía que cargar con su peso.
Cuando estuvieron delante de la puerta, Ámbar tuvo que hacer otra de sus maniobras extrañas para sacarle las llaves del bolsillo a Lucas.
Abrió la puerta y tumbó a Lucas en el sofá de la casa.
Fue al baño, en busca de algunas pastillas, hasta que se fijó en que la casa estaba demasiado desorganizada, el olor a cerrado era muy fuerte, había manchas de sangre grandes y una mano en el suel... Oyó el click de una pistola en su nuca.
Soltó un gemido de sorpresa y permaneció inmóvil.
Esto no puede estar pasando, se dijo.
—No... No te muevas—Le costaba hablar, pero su voz sonaba amenazante.
—¿Qué está pasando?—preguntó despacio.
—¡He dicho que no te muevas!—La pistola temblaba entre sus manos.
—Lucas, no me estoy moviendo.
—¡Cállate! —Empujó tan fuerte la pistola en su nuca que le dejó marca. Lucas dirigió la mirada a lo que había en la entrada de la cocina y empezó a bombearle con fuerza el corazón. Tuvo apartarse de Ámbar para recargarse contra la pared. Le dolía la zona del corazón—. Ahora tengo que matarte, joder. Me vas a delatar.
Ámbar aprovechó que ya no había una pistola apuntando directamente en su nuca y se giró.
—¿Delatarte sobre qué?
Y allí es cuando Lucas no pudo más y le contó lo que realmente había pasado con su padre: que era un sicario, que se había suicidado y que todavía no sabía por qué. Que ahora él mismo tenía que matar por encargo a otras personas porque si no lo hacía torturarían a su madre. Que el primer asesinato que había cometido le estaba carcomiendo la cabeza. Que ahora tenía que matarla a ella.
—No.
Lucas salió del trance al que se había sometido después de soltar entrar sollozos todo por lo que estaba pasando y la miró, extrañado.
—¿No? ¿No qué?
—Que no me vas a matar.
—Ámbar, venga ya. Me da igual que me prometas que no me vas a delatar, que no me vas a traicionar. No puedo jugármela.
La cabeza de Ámbar funcionaba a mil por hora.
Ella tampoco quería morir.
—Déjame matar contigo.
—¿Qué?
—Déjame matar contigo—repitió ella, esta vez sonando más convencida.
—¿Qué?
—Déjame mat...
—No, joder. Te he escuchado, pero no te entiendo—Inhaló y exhaló profundamente—. ¿Por qué?
—Necesito escribir un libro.
—Ya lo sé, ¿qué tiene que ver eso ahora?
—Que no tengo inspiración.
—¿Y?
—Tú eres la inspiración que necesito.
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