12

Lucas ignoró la mirada extraña que el hermano de Ámbar le acaba de hechar y se acercó a la chica, preocupado.

—No tienes ni idea de lo preocupado que estaba—dijo mientras dejaba un ramo de flores encima de la otra mesilla y se sentaba en la única silla vacía, quedando en frente de Marcos.

—No tenías por qué—La voz de Ámbar sonó rasposa y su mirada era evasiva.

—Claro que tenía por qué Ámbar. Me importas mucho, de verdad—le dijo, mientras le cogía de la mano y se la acariciaba con el pulgar. Ámbar no sabía cómo retirar la mano sin ser demasiado obvia.

—Eh, gracias. Por preocuparte. Supongo—Las palabras salían a trompicones y se liaba ella sola.

—No me agradezcas. Cualquiera se interesaría por ti.

Ámbar miró a su hermano. Él los observaba en silencio, y conocía bien esa mirada. Los estaba analizando.

—Marcos, ¿me puedes pasar el agua, por favor?

Su hermano le sonrió y obedeció. Mientras él se giraba para llenar el vaso con agua Ámbar aprovechó la ocasión para retirar la mano.

Lucas pusó cara de traición.

¡Lucas!

—Tenemos que hablar... —susurró él antes de que Marcos se diera la vuelta y le pasara el agua a su hermana—
Entonces, ¿tú quién eres?—le preguntó a Marcos en un tono de voz más alto.

Marcos levantó las cejas.

—Eso debería preguntarlo yo.

—Ni que fueras su novio.

Ámbar casi escupió el agua. ¿Qué decía este loco?

Marcos hizo una mueca.

—Ni que lo fueras tú.

—¿Cómo es que estás tan seguro?

—Porque Ámbar es mi HERMANA, y me lo hubiera contado. Entonces, ¿te puedes presentar, por favor?

—Dudo que te lo cuente todo...—susurró en respuesta.

Ámbar miró a su hermano alarmada para ver si lo había escuchado. Por su cara, debía ser así.

Dejó el vaso en la mesilla con fuerza e interrumpió la conversación.

—Marcos, este es Lucas, mi agente. Lucas, este es Marcos, mi hermano.

—Bueno, tengo que admitir una cosa—dijo Lucas en tono confidencial—. No solo somos compañeros de trabajo. Somos amigos, ¿no, Ámbar? Porque lo somos, ¿te acuerdas?

—Si lo fuerais de verdad no necesitarías preguntárselo, ¿no crees, Luca?

—Lucas. Con "s". Lucassss.

—Cómo sea. ¿Cómo te has enterado?

—Las noticias. Por cierto—dijo mientras agarraba las flores y se las daba a Ámbar—, son para ti. Nada más enterarme he venido corriendo. Te he llamado, pero no creo que lo hayas visto—Miraba el móvil de Ámbar mientras hablaba.

Estaba encantador. Realmente lo estaba y eso confundía a Ámbar.

Todavía podía recordar cómo la trató hace unas semanas, cómo la agredió físicamente y verbalmente y cómo usó el miedo para controlarla.

Que se presentara así, tan impoluto y perfecto le trastocaba.

Alejó cualquier tipo de pensamiento y aceptó las flores.

—Muchas gracias, son...

—Crisantemos blancos—dijo por ella Nicolás.

¿Cuándo había aparecido Nicolás?

Ámbar sonrió al verle.

Había venido con el traje de policía todavía puesto y él también sujetaba un ramo de flores en la mano.

A Ámbar, de repente le pareció graciosa la situación.

Personas que no deberían haberse reunido juntas nunca lo habían hecho en esa ocasión.

Su hermano, un sicario y un policía.

Qué irónica podía ser la vida.

—Son bonitas—dijo ella al fin, mientras observaba aquellas flores compuestas por muchísimos pétalos que se superponían unos a otros, creando así una forma de pompón.

—¿Quién te las ha regalado?

Ámbar sonrió.

—¿Por qué?

—Tú solo dime.

Ámbar señaló a Lucas. Nicolás frunció el ceño, divertido, y se dirigió a Lucas.

—¿De verdad has sido tan tonto como para regalarle flores de funeral a Ámbar?

La sonrisa de Ámbar empezó a desvanecerse.

—¿Flores de funeral?—preguntó mientras miraba a Lucas.

Lucas tragó saliva.

—Me parecieron bonitas—Carraspeó y luego añadió: —Cómo tú.

Marcos carraspeó más fuerte y miró a Lucas. No podía creerse que había dicho eso en voz alta.

—Yo, en cambio—dijo Nicolás mientras se acercaba a Ámbar, le quitaba el ramo de caristemas y le ofrecía el suyo a Ámbar—, te he traído orquídeas para que superes lo que ha pasado. Porque puedes superarlo, Ámbar.

Ámbar agarró las orquídeas y recuperó la sonrisa.

Estar con Nicolás le hacía sentir cómoda.

Por su parte, Nicolás cogió los crisantemos y se los devolvió a Lucas.

—Y tú, será mejor que vayas a dejárselas a algún muerto en el cementerio. Nosotros, y él, te lo agradeceríamos más.

Marcos observaba a Nicolás.

—¿Puede decirme quién es usted?—preguntó finalmente.

Marcos no entendía nada.

Había pasado de estar a punto de escuchar la confesión de su hermana a tener que lidiar con hombres que estaban interesados, de una manera u otra, en su hermana.

Miró de reojo y se preguntó qué más escondía su hermana, y si tenía algo que ver con esos hombres.

Lucas no le había gustado nada. Había tocado a su hermana como si tuviera el derecho de ello, y encima, se creía con el carisma suficiente para susurrar cosas, como si lo que dijera no tuviese que ser escuchado.

El policía, en cambio, le pareció respetuoso y de verdad interesado en Ámbar.

—Nicolás, un amigo.

Ámbar se preguntó si debería interrumpirle y decir que realmente están saliendo.

Aunque, para ser sinceros, mi están saliendo ni le conviene confesar algo de semejante calibre delante de Lucas, así que decidió callarse.

—Soy Marcos, su hermano—Señaló a Ámbar.

—Lamento haber tenido que conocerle en esta situación. Hubiera preferido que nos preséntaramos en una situación más formal.

—Yo también lamento la situación, créeme.

—Ya tendremos tiempo para conocernos, Nico. No te preocupes.

El ambiente estaba un poco tenso.

Lucas observaba a Ámbar, y cualquiera de los presentes podría jurar que con dureza.

Estaba claro que nadie podía hablar como le apetecía y eso solo estaba cargando el ambiente y haciéndolo todo mucho más cortante de lo que debería.

—Bueno—dijo Ámbar finalmente—, me gustaría tener algo de intimidad. Quiero, em, asearme y eso.

—Faltaría más. Recupérate, ¿sí? Y confía en tu hermano. Y saldrás de esta, créeme. Y estoy para cualquier cosa.  Nos vemos, Ámbar—Todo lo que había dicho Nicolás lo había pronunciado con una voz suave y paciente. La miraba a los ojos y le transmitía el mensaje con claridad y afecto.

A Ámbar le encantaba ese chico.

—¿Yo también me tengo que ir?—preguntó Lucas con el ramo de flores en la mano.

—Sí. No me gustaría ducharme contigo dando vueltas por el cuarto, ¿sabes?—El tono de Ámbar era mordaz.

—Entonces ya hablaremos, no te preocupes.

—No me preocupo, Lucas.

Ambos salieron de la habitación de Ámbar.

Una vez solos, Marcos miró a su hermana y sonrió antes de hablar.

—Entonces ya hablaremos, no te preocupes—repitió Marcos con voz chillona.

—No me preocupo—dijo ella con una voz tenebrosa.

Marcos intentó frenar el ataque de risa que tenía y dijo:

—Ahora sí. Aséate y luego nos vamos. Tú y yo tenemos que hablar muy seriamente.

Ámbar asintió.

Por primera vez en mucho tiempo, volvía a sentirse en control.

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