11
—Sígame, por aquí—Marcos andaba detrás de la enfermera—. Su hermana se encuentra mejor. Antes se había despertado.
—¿Cómo está emocionalmente?
La enfermera lo miró con tristeza.
—Ella dice que bien, pero es obvio que no lo está—Le puso una mano encima del hombro y le sonrió—. Habla con ella, seguro que te lo contará y lo solucionaréis juntos, ¿sí?—dijo antes de dejarle en frente de la puerta y marcharse.
Sujetó la bolsa que tenía en la mano y entró, sin tocar la puerta.
Ámbar estaba inmóvil, mirando al techo. No se giró a mirar quién ha entrado.
—Me tomado la medicación. No necesitáis comprobarlo.
—Genial, porque no sabría cómo—la voz de Marcos sonó suave dentro de esa habitación.
Ámbar giró el cuello para mirar a su hermano, y de repente le entró vergüenza.
No quería verle porque no era capaz de mirarlo a los ojos.
Le había hecho sufrir con su intento de suicidio.
Ni siquiera Ámbar estaba segura de por qué lo había hecho.
O sea, ella sabía que se encontraba mal, pero fue mirarse en el espejo y ver que estaba mal lo que le hizo tomar la decisión.
Aunque, más que decisión propia, era como si estuviera acatando lo que algo dentro de ella le decía.
No era consciente de lo que hacía hasta que vio la sangre y se desmayó.
Yo, pensó ella irónica, la que me dedico a limpiar sangre de muertos, me he desmayado al ver mi propia sangre.
Dejó de mirar a su hermano y desvió la vista.
Marcos, en cambio, no quitó los ojos de su hermana.
Se sentó pensando en el alivio que era verla viva.
No pudo aguantar las ganas de sonreír mientras la observaba en silencio.
—Te he traído algunas cosas—dijo al fin.
Ella se aclaró la garganta.
—No tenía por qué. No hecho nada en falta—Seguía sin mirarle.
—No te creas, eh. Tu móvil—dijo mientras sacaba el aparato del bolsillo y lo dejaba encima de la mesa—no ha parado de sonar en las últimas, como, ¿dos horas? Sea quién sea, es muy insistente.
—¿No has visto quién es?—Se atrevió a mirarlo finalmente.
—Un número desconocido. Supongo que tú lo sabrás.
Ámbar pensó directamente en Nicolás.
Él es el único que querría llamarla.
Extendió el móvil y lo desbloqueó.
Efectivamente, tenía muchas llamadas y mensajes de Nicolás, preguntando cómo estaba.
Genial, se dijo, ya se ha filtrado la noticia.
También tenía mensajes de la encargada de la editorial, exigiéndole un manuscrito. Le dieron igual las amenazas sutiles que había tras cada mensaje.
Siguió leyendo las notificaciones hasta que de repente el nombre de Lucas apareció en pantalla.
Apagó el móvil con rapidez.
Miró de reojo a su hermano.
La observaba.
Había leído el nombre.
Joder, debe saberlo...
No, espera un momento. ¿Qué va a saber? No sabe nada de Lucas, relájate, se reprendió mentalmente.
Marcos, a pesar de que claramente no sabía por qué su hermana se había puesto blanca como la cal por la simple llamada de su agente, empezó a sospechar algo.
Se aclaró la garganta antes de hablar y le cogió la mano libre.
—Ámbar, tenemos que hablar.
—No tienes por qué preocuparte, estoy bien.
—No lo estás, Ámbar, joder, y lo sabes.
—Pues estaré bien. No te preocupes, de verdad.
—Necesito que me prometas una cosa. Prométeme que...
Ella se adelantó.
—No volveré a hacerlo, te lo prometo.
Él le sonrió con dulzura.
—¿Puedes contarme qué ha pasado? Déjame ayudarte.
—No pasa nada. No me puedes ayudar porque no hay nada en lo que trabajar. Tú céntrate en los estudios, ¿vale? Céntrate en los estudios.
—Ámbar...
—De verdad, Marcos, no tienes por qué estar pendiente de mí. Te prometo que no volverá a ocurrir, así que puedes dejarlo pasar.
—¿Cómo voy a dejar pasar por alto el hecho de que casi me dejas? ¿Que casi te mueres entre mis brazos?
La máquina que estaba conectada a Ámbar empezó a pitar mucho más seguido y fuerte.
—Marcos, lo siento, ¿vale? No era mi intención hacerte daño—dijo con los ojos ahogados en lágrimas.
—Pero es que me hace daño verte así. Tan poco tú. Ya no sonríes, ya no cantas, ya no... Ya no eres como antes.
—Yo nunca he cantado, Marcos—Se rio al decirlo.
Marcos sonrió.
Su hermana se había reído.
—Ya, es verdad. Desafinas un montón. ¿Te acuerdas de esa vez que intentaste entrar en un concurso de canto y el que examinaba te preguntó seriamente si habías inhalado helio antes de la presentación porque tu voz sonaba, cito sus palabras, demasiado pitil?
Ámbar asintió, con una sonrisa en la cara.
—Creo que la palabra pitil no existe.
—Yo también lo creo.
Se quedaron en silencio un par de minutos más, hasta que Marcos besó el dorso de la mano de Ámbar y le dijo:
—Ámbar, quiero que confíes en mí.
—Confío en ti.
—Pues quiero que te lo creas. Estoy—Soltó su mano y se la dirigió a su cara—a muerte contigo. Por ti—le dijo mientras le acariciaba la mejilla—, mataría, Ámbar. Me da igual en qué estás metida, si alguien se está aprovechando o si simplemente estás estresada, Ámbar. Me da igual lo que sea, pero quiero que estar contigo en lo que sea. Nacimos para estar el uno con el otro y no puedo permitirme abandonarte otra vez.
Ámbar agarró la mano de su hermano y la alejó de su cara.
Entrelazó sus dedos con los de Marcos.
—No puedo hacerte eso.
—Ámbar, tú harías cualquier cosa por mí.
—Pero no es lo mismo. Yo tengo que hacer cualquier cosa por ti. Tú no estás obligado; tú puedes vivir tu vida.
—Ámbar, ya hemos hablado de esto—dijo, como hace un par de semanas ella le dijo a él.
—No puedo destruirte, Marcos.
—Ni yo dejar que te destruyas sola. Te juro—dijo mientras apretaba el agarre—que te sacaré de lo que sea en lo que estés. Te lo juro Ámbar. Si tenemos que morir, morimos los dos.
Ámbar tomó una bocanada profunda.
Desde que se despertó y se encontró en ese cuarto del hospital, se planteó seriamente confesar.
Pero es que, si lo hacía, su hermano se quedaría sin dinero, sin matrícula, sin hermana y sin nada.
No quería confesar sin más, aunque el miedo y el arrepentimiento casi le quitaba la vida.
Miró a su hermano.
Él estaba con ella.
En todo. A muerte.
Él estaba conmigo, pensó.
Nadie puede separarnos porque nacimos para estar el uno con el otro, volvió a pensar.
Puedo confiar en él.
—Pero tienes que prometerme que no harás nada sin mi permiso antes.
—A ver, yo digo que para respirar no necesito pedir permiso, ¿no?
Ámbar sonrió.
—Prométemelo.
—Te lo juro, Ámbar. Estoy contigo, no contra ti.
Justo en el momento en el que iba a confesar, allí, en medio de un hospital con micrófonos ocultos y cámaras escondidas, Lucas entró.
Marcos maldijo internamente y Ámbar temió por lo que pasaría, pero ni el uno ni el otro tenían idea del tremendo favor que el sicario acababa de hacerles.
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