Capítulo Veintiocho
Por mucho que hubiera estado conviviendo con Mireia unos días cuando nos veíamos en Barcelona o Estocolmo, hacerlo en vacaciones, donde estamos mucho más relajados y sin obligaciones, es algo muy distinto.
No es que me sorprendan sus actitudes, la conozco y sé cómo es, al igual que sé cuáles son sus virtudes y defectos, pero me cuesta adaptarme a su manera de ver la vida y su rutina, porque es muy distinta de la mía.
Ella prefiere vaguear por las mañana en la cama aunque se despierte pronto, abrazándome y pidiéndome que me quede con ella mientras nos perdemos el uno en el otro, o solo somos cariñosos y nos contamos cualquier tontería que nos pasa por la cabeza, pasando horas así y haciendo que las mañanas se conviertan casi en mediodías. Todo lo contrario a mí, que me gusta aprovechar el tiempo, levantarme pronto y aprovechar el día. Con Mireia a mi lado me es difícil, porque acabo dejándome llevar por lo que quiere y sí, lo disfruto, me gustan estos momentos con ella, pero no es a lo que estoy acostumbrado.
Otra de las cosas de las que me he dado cuenta, aunque la intuía, es que es bastante desordenada con sus cosas y con todo en general. A mí me encanta tener todo en su sitio, guardar las cosas al poco de usarlas y en su lugar, desde pequeño he sido así, pero Mireia... Ella no piensa del mismo modo, no es de recoger algo de inmediato y dice que en su propio desorden hay orden, cuando no lo veo así, para mí es un caos.
Me lo tomo con humor, porque sé que ella intenta poner de su parte, sobre todo después del día en el que no pude reprimir fruncir el ceño al ver cómo apilaba cosas en su maleta en lugar de colocarlas en el espacio que hay para ella. A su manera recoge, sus cosas, como la ropa, que había conseguido que colgase en el armario después de un largo baño en la piscina.
No obstante, debo admitir que me pone un poco nervioso, porque en parte me recuerda a lo mismo que hacía Sebastian al principio de vivir juntos, y me había costado años que sus rutinas y las mías se adaptasen y que dejase de ser tan desastre para serlo solo un poco.
No es que convivir con Mireia sea difícil, al contrario, me resulta bastante fácil la mayor parte del tiempo, y sé que podría acostumbrarme a esto, a pasar casi todo mi día a su lado, a vivir juntos, y la idea se me hace tentadora y realista, pero a veces agota mi paciencia sin pretenderlo con alguna de sus manías o su forma de actuar.
Como ahora mismo.
—¿Por qué no podemos ir a comer fuera? —protesta y se sienta encima de mí, haciendo un pequeño puchero—. Estamos de vacaciones, es lo normal, ¿no? Salir y disfrutar del tiempo libre.
Llevamos una semana y media en Los Ángeles y casi no hemos pasado tiempo en casa. Mireia ha querido hacer turismo y ver lo máximo posible de la ciudad y de las que están relativamente cerca, incluso a un par de horas, al igual que sitios importantes del estado. He estado más que encantado de hacerle de guía turístico, dentro de lo que conozco porque nunca había visto el sitio donde había vivido tantos años como algo más, ni siquiera me había limitado a hacer turismo o ver más allá.
Y visitar los sitios en los que ya había estado antes y no le había dado la importancia suficiente junto a Mireia me había hecho verlos de forma distinta, quizá por la sonrisa que tenía en casi todo momento, una llena de felicidad y curiosidad al ver cosas nuevas, o la forma en la que la puesta de sol en el muelle de Santa Mónica le había iluminado el rostro y se había convertido casi en una de mis vistas preferidas, convirtiéndose en mi fondo de pantalla porque le había hecho varias fotografías.
—¿Por qué no quieres quedarte en casa? —rebato y le rodeo la cintura con los brazos, acomodándola mejor. Me he acostumbrado a que casi no use las sillas, que prefiera sentarse encima de mí para así estar más cerca—. En unas horas es el partido de béisbol al que te prometí que te llevaría.
—¡Por eso mismo! —protesta—. Podríamos estar todo el día fuera, Jamesito. Comer fuera, ir luego al partido, cenar luego...
—Es mejor que descansemos, los partidos suelen ser largos y seguro que comemos ahí lo que venden. —Le beso la mejilla y la miro. Hemos aprovechado el buen tiempo para tomar el sol en la piscina exterior en los pocos momentos que nos hemos quedado en casa, por lo que su bronceado sigue siendo perfecto—. Y podemos preparar la comida aquí, algo sencillo.
—Sabes que cocinar no es lo mío —murmura y empieza a pasar los dedos por mi cabello con cariño—, pero juntos hacemos un gran equipo, el sushi que hicimos hace meses en mi casa e la prueba. —Se calla de repente y se muerde el labio para reprimir una carcajada—. Como pasa el tiempo, ¿no? Hace meses ya de eso, quién nos lo iba a decir.
—¿El qué?
—Que unos meses después estaríamos así, juntos, tan bien como estamos —sonríe y acabo por hacer lo mismo—. Cuando nos conocimos estabas tan nervioso y no dejaste de hacer el ridículo...
Tiene razón, es extraño, el tiempo pasa muy rápido pero de eso que acaba de mencionar tengo la sensación de que fue hace una eternidad.
—Me intimidaste, Mireia.
Fue más que eso, aún me pregunto qué me pasó para sentirme de ese modo y actuar de esa forma.
—¿Yo? —Se hace la inocente—. Si no hice nada, solo salvarle la vida a tu mejor amigo.
Me río y acabo por besarla, me encanta cómo estamos y me encanta ella.
—¿Sabes qué esperar de un partido de béisbol?
—¿Diversión? —rebate entre risas—. Parecido al fútbol será, ¿no? Adoro los partidos de fútbol.
—Para nada, Mireia. Es muy distinto.
—Bueno, lo que sea, lo importante es que estaré contigo y me contará todo lo que no entienda, ¿verdad?
—Eso siempre —afirmo y cierro los ojos unos segundos mientras ella me sigue acariciando el pelo—. Somos un gran equipo.
—El mejor equipo, Jamesito.
Como me supongo que en el estadio acabaremos comprando la comida que venden, sobre todo porque creo que el partido se va a alargar bastante, entre los dos preparamos una ensalada y aprovecho para contarle algunos detalles importantes del béisbol y cómo funcionan los partidos.
Ella me escucha, haciendo algunos comentarios a su estilo y me asegura que antes de que se acaben nuestras vacaciones juntos, me va a llevar a un partido en el Camp Nou y que podré disfrutar de verdad del fútbol, no solo por la televisión, que no va a posponer más una de la visitas turísticas obligatorias de Barcelona.
Llegamos con el tiempo suficiente al estadio, en parte porque me he asegurado de que sea así, por lo que antes de buscar nuestros asientos entramos en una de las tiendas oficiales del equipo y Mireia se compra demasiadas cosas según ella para tener recuerdos: una gorra, una camiseta del equipo local que se pone de inmediato, un llavero y un imán para la nevera.
—¿Me queda bien? —pregunta una vez que se ha puesto la gorra y la camiseta, se da una vuelta y parpadea poniéndome ojitos—. No respondas, sé que sí.
—¿Para qué preguntas entonces? —Me río y entrelazo mi mano con la suya.
—Porque sé que quieres compartir tu opinión conmigo —asegura y me besa de forma rápida—. Va, dímelo, ¿me queda bien?
—Muy bien. Creo que te regalaré una de mi equipo favorito, estás muy guapa.
—Sé que me prefieres sin ropa —me susurra con una sonrisa de esas suyas, unas que solo indican peligro—. O quizá solo con una camiseta de tu equipo favorito encima y nada más...
—Mireia —la advierto.
—Si aún no he hecho nada... —Hace un pequeño mohín—. Aún.
Para mi sorpresa, durante los primeros innings* del partido está bastante callada, como si analizase lo que está viendo, intentando entenderlo. Poco antes del medio tiempo, me pregunta varios detalles del juego y le resuelvo sus dudas.
Hacía mucho tiempo, años de hecho, que no veía un partido en el campo. Tampoco es que en Estocolmo esté teniendo tiempo para verlos retransmitidos en parte por la diferencia horaria, pero intento seguir la liga y cómo se desarrolla.
—¿Y qué opinas? —Aprovechando la media parte hemos comprado unos cuantos trozos de pizza y patatas fritas.
—Es... curioso —admite y come un par de patatas fritas—. Están buenísimas, punto positivo por eso.
—¿Curioso en qué sentido?
—Seré muy sincera, me estoy aburriendo —admite—. No le encuentro mucho sentido, y es raro, porque amo el fútbol y tampoco es que tenga mucho sentido.
—¿Quieres que nos vayamos? No quiero que te aburras.
—¡No! —responde deforma muy rápida—. No me quiero ir.
—Mireia...
—Tú no te estás viendo —murmura y roba una de mis patatas fritas—, te brilla la mirada. Se nota que te gusta el béisbol. Me gusta mucho verte así.
—Mireia...
—No. Nos quedamos —asegura y me roba otra patata—. La comida es excelente. —Me río y cuando estoy a punto de besarla, la cámara del beso justo no enfoca—. Esto es tan vuestro...
—Qué casualidad que nos haya enfocado a nosotros...
—Va, Jamesito, bésame, no podemos decepcionar a la multitud.
Lo que quedó de partido Mireia se acurrucó a mi lado y le estuve explicando mejor cómo iba el partido, quién iba ganando y los escenarios posibles que se pueden dar.
En el regreso a casa, ella es sincera con lo que le ha parecido, remarcando en más de una ocasión que lo que más le ha gustado ha sido verme a mí.
—¿Vemos una película? —sugiero después de aparcar. Ella me mira y sé que algo le pasa por la cabeza—. ¿Qué tienes en mente, Mireia?
—Nada...
No la creo, su sonrisa la delata y esa expresión que conozco tan bien, esa que me reta sin pretenderlo.
—Mireia.
—¿Y si tomamos una copa de vino en el jacuzzi que hay? —sugiere y se muerde el labio inferior—. No me apetece bañarme en la piscina, quiero algo más tranquilo.
Niego con la cabeza y reprimo una sonrisa, ¿tranquilo? Ambos sabemos que no va a ser nada tranquilo.
—Me parece bien —concedo—. Ve a ponerte el bañador, yo iré preparando el vino y el jacuzzi.
—¿Es necesario que me ponga el bikini?
—¿No has dicho que querías algo tranquilo? —rebato. Ella asiente y va hacia mi habitación mientras yo empiezo a preparar todo. Cojo dos copas de vino, uno de los vinos que compramos el día después de llegar, enciendo el jacuzzi con el programa que creo que mejor se va a adaptar y voy a cambiarme—. Mireia —murmuro y trago saliva al ver que de los trajes de baño que podía ponerse, ha elegido el que me vuelve más loco.
—¿Te gusta? —repite la misma pregunta que ha hecho unas horas atrás en el estadio—. Por tu cara diría que sí.
—Quieres ponérmelo difícil...
—¿Yo? —Se hace la inocente—. Tú mismo lo has dicho, va a ser algo tranquilo. Solo llevo un bikini, ¿qué estás pensando ya? —En eso tiene razón, pero es que si no la conociera no hubiera dicho esto, lo ha elegido queriendo porque ya le comenté lo que me parecía y las ganas que tenía de quitárselo cada vez que la veía—. Te espero abajo, no tardes.
No lo hago, me pongo el bañador lo más rápido que puedo y me uno a ella. Solo entrar, me ofrece una de las copas de vino que ha llenado, me mira, se ha hecho un moño improvisado para que no se le moje el pelo y se coloca delante de mí.
—Me gusta mucho que estemos pasando las vacaciones juntos —admito y ella da un sorbo de vino. Hago lo mismo y dejamos las copa en las mesitas que hay cerca para que no nos molesten.
—Y a mí —concede—. ¿Puedo acercarme?
—¿Desde cuándo lo preguntas? —me burlo y soy yo el que lo hace, colocándome a su lado, dejando mis manos en su cintura, mirándola sin ser capaz de no desnudarla con los ojos. Ya no me interesa lo de la tranquilidad que hemos comentado antes, no cuando la tengo así delante de mí—. Mireia.
—¿Qué?
—¿Quieres besarme? —Uso una de las preguntas que nos habíamos hecho en nuestros primeros encuentros, en el día que nos besamos por primera vez.
—Quiero hacerte más cosas que besarte —ronronea y roza nuestras narices. Es una de las cosas que más le gusta hacer, aumentar la tensión entre los dos, tentarme, y aunque esté acostumbrado, sigue afectándome igual que la primera vez—. ¿Y tú, James? ¿Qué quieres hacerme?
No soy capaz de resistirme, por lo que acorto la distancia entre los dos. Es un beso lento, sin prisa, cargado de sensualidad y pasión contenida.
Mireia toma el control, se coloca encima de mí y acompasa justo un movimiento al hacerlo. Su perfume, que tanto me gusta, me embriaga, al igual que un ligero aroma al vino que nos acabamos de tomar, y noto su piel un poco resbaladiza por el agua. Nuestros cuerpos se rozan y un gruñido se queda ahogado en mi garganta por la sensación placentera que me recorre, cosquilleándome la piel. Mis manos, que siguen en su cintura, la acomodan mejor para que sea capaz se sentir la presión acumulada entre nosotros, para que sienta cómo me tiene, y la miro antes de volver a besarla.
Ya no hay esa calma inicial, los besos son más desesperados y urgentes, nuestras lenguas luchan para saber quién va a tener el control y va a ganar la primera batalla, pero no estoy dispuesto a dejárselo tan fácil.
—Quieta —le pido entre besos al notar que no deja de moverse, aumentando la presión de mi bañador. Como no me hace caso, la detengo aprovechando que aún tengo las manos en la cintura—. Paciencia.
—La paciencia no es lo mío —dice casi en un susurro y vuelve a intentar moverse sin conseguirlo, sigo reteniéndola—. James.
Vuelvo a mirarla y ella lo toma como una forma de intentar revertir la situación, atrapando uno de los lóbulos de mi oreja entre su dientes y haciendo que la piel me arda aún más de lo que ya hace.
—Quieta —repito con la voz más grave de lo que querría en un primer momento.
Después de morderle el labio inferior para hacerle ver mis intenciones, y lo que quiero, empiezo a dejar besos húmedos en su cuello, acompañados de alguna que otra pequeña marca, incapaz de controlarme porque sé que ella va a hacer lo mismo conmigo.
—James... —jadea y eso hace que centre toda mi atención en su mirada—. Estás muy mandón hoy, ¿no?
Me río y como respuesta le quito de un rápido movimiento la parte de arriba del bikini para atacar uno de sus pezones. Quiero llevarla a la locura, provocarla del mismo modo que siempre hace conmigo. Me recreo, beso sus pezones, los muerdo, haciendo que se estremezca entre mis brazos, detalle que hace que me sienta orgulloso de ser el que la está haciendo perder el control, mientras una de mis manos se desliza entre sus muslos con una clara dirección.
Mireia gime cuando nota mis dedos, que acompañado a las burbujas y el calor del jacuzzi hace que jadea sin control. Vuelvo a sonreír cuando veo que no se está quieta, empieza a moverse para acompañar mis movimientos deseosa de que el contacto sea mayor.
Con el pulgar acaricio su punto sensible con movimientos circulares y precisos, quiero llevarla al límite. Ella se inclina un poco, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos, provocándole otro gemido que poco después es acompañado de otro mayor, el de su liberación.
La miro fijamente, intentando grabar esa imagen en mi mente. Mireia es preciosa, siempre lo he pensado, pero esta que tengo delante, desnuda, con los labios ligeramente hinchados, los ojos oscurecidos por el deseo.
—Eres tan preciosa...
Ella no aguanta más, se mueve un poco para sacarme el bañador, liberándome con rapidez y une nuestros cuerpos en uno solo. Me mira al hacerlo, expresando con la mirada mucho más que palabras, haciéndome entender que lo nuestro va más allá del deseo y la lujuria, que nuestros sentimientos implican mucho más, que esto solo es un complemento más a nuestra conexión.
Envuelvo los brazos alrededor de su cintura y la aprieto más hacia mí, haciendo que vuelva a echar la cabeza hacia atrás sin reprimir otro jadeo.
Se siente tan bien tenerla así, me siento tan bien. La forma en la que su cuerpo se adapta a mí, en la que sus caderas me invitan a que me hunda más en ella...
Me quedo quieto porque si me muevo, no aguantaré. La miro, diciéndole que tome el control, y es lo que hace. Jadeo, su piel contra la mía me hace querer más de ella y de mí, al igual que los movimientos, entre circulares y arriba abajo que hace. Nuestras caderas chocan, solo se escucha nuestros gemidos callados entre los besos que nos damos y las caricias que le dejo en su desnudez.
Es rápido, no duramos mucho, porque por muchas veces que estemos juntos parecemos no tener suficiente del otro, y menos si no paramos de provocarnos antes.
Al acabar, no se mueve, tampoco lo hago. Ella me mira, aún con la respiración acelerada y sonríe con dulzura.
—Te quiero tanto, James.
—Y yo a ti, Mireia.
•❥❥❥•
Lo que quedaba de vacaciones fueron igual de perfectas que los primeros días. Antes de volver a Europa para estar en la Costa Brava, pasamos un par de días en Baltimore con mi familia.
Se alegraron mucho de vernos, sobre todo Lexie, que organizó toda una tarde para pasarla con Mireia a solas, con la excusa de conocer mejor a su cuñada y crear un vínculo que ya tenían por mucho que dijera que no.
Fueron las primeras personas en las que Mireia y yo nos separamos desde que nos reunimos en el aeropuerto, y aproveché para pensar, porque seguía dándole vueltas a mi vida y en cómo podía ser en unos meses.
No pude dejar de pensar por muy bien que me lo estuviera pasando con ella en la playa, disfrutando del buen tiempo, de la compañía y de los improvistos, porque no estuvimos del todo solos.
Y por primera vez en muchos años, me planteo la posibilidad de que, quizá, mi vida no va a estar ligada todo el tiempo a Sebastian, que no tenemos que estar en la misma ciudad para seguir manteniendo nuestros lazos.
Él tiene su futuro muy claro, una estabilidad, sabe lo que le va a ocurrir, nada va a cambiar y tendrá a Lena a su lado y a su futuro bebé.
Y yo...
Yo tengo que tomar mi propio camino, y puede que eso suponga tener que separarme de Sebastian.
—Sigues estando bronceado. —Sebastian pone una mueca para expresar lo disgustado que está por eso. Estamos desayunando juntos en la que es su nueva mansión, el regalo que recibieron él y Lena por su boda, ya que me han invitado a pasar el día con ellos al ser sábado—. No es justo, deberías haberte quemado.
Al regresar a Estocolmo volví a mi rutina, al trabajo, a los estudios, a pasar tiempo con mi mejor amigo...
Y a echar de menos a Mireia.
Al pasar tantos días juntos me había acostumbrado a su compañía, y dejar de verla en persona, porque seguíamos haciéndolo por videollamada, se me hacía muy raro.
Sin embargo, no puedo tomar una decisión que va a cambiarme la vida de forma precipitada Quiero tenerlo muy muy claro, y para eso necesito más tiempo.
—Es una pena que el tuyo no durase nada —me burlo y acaricio a Snö que está a mi lado mientras mueva la cola y hago después lo mismo con mi perro, se había quedado con ellos mientras yo estaba de vacaciones—. ¿Seguro que Lena está bien?
Al poco de llegar ella se había excusado con la educación y el saber estar que la caracteriza.
—Ni se te ocurra preguntárselo cuando vuelva —me pide Sebastian—, se enfadará contigo si lo haces.
—¿Por qué?
—Porque es demasiado tozuda. —Niega con la cabeza, como si la situación le hiciera entre gracia y cabreo—. No se deja ayudar porque dice que puede con esto sola, y yo me frustro porque quiero hacer algo para que se sienta mejor y... —Suspira—. Ni siquiera cancela los actos por mucho que no se encuentre bien.
Sonrío, me parece tierno ver a Sebastian en esta faceta, y lo que le queda. Va a ser muy divertido de ver, sobre todo por lo que se va a preocupar por Lena.
—No tengamos esta conversación de nuevo. —Giro la cabeza para ver a Lena entrar en el comedor. Por su aspecto, nadie diría que no se encuentra del todo bien—. Es normal tener náuseas en el primer trimestre de embarazo.
—Solo quiero ayudarte, princesa.
—Me ayuda más que te sigas comportando del mismo modo de siempre —pide y se sienta en su sitio—. Por enésima vez, estoy embarazada, no incapacitada.
El resto del día hablamos de todo tipo de cosas, vuelve a salir el tema de cómo se lo contaron a los reyes, y de lo sorprendido que seguía Sebastian de lo emocionado que se había mostrado el rey ante la idea de ser abuelo. Se lo habían contado antes de lo que tenían pensando a los reyes y a los trabajadores de más confianza de la casa real por los malestares de Lena, por si tenían que cancelar algún acto o sustituirla.
Pasar tiempo con ellos siempre es agradable, y consigo distraerme de mis pensamientos cuando la conversación se centra en anécdotas de Sebastian ridículas cuando empezaba su carrera o en las giras que hacíamos.
Cuando ya es de noche, vuelvo a mi loft con mi perro y miro el móvil para saber si Mireia me ha mandado un mensaje diciendo a la hora que podemos hablar.
Lo que no me espero es ese mensaje, y menos de él.
¿Por qué Oriol quiere que vaya a Barcelona cuanto antes?
Agradezcamos a Wishwereheather el banner separador de arriba que es precioso.
Dicho esto, ¡holi!
¿Cómo os ha ido la semana? Espero que muy bien.
El capítulo ha estado intensito, ¿eh? Es que James y Mireia me llevan por el camino pecaminoso haha.
Como ya avisé, se viene el DRAMAAAA. ¿Por qué creéis que Oriol le pide a James que vaya a Barcelona? ¿Qué ha pasado? Os leo con interés vuestras teorías haha.
El siguiente sabéis quién lo va a narrar, ¿no? Sí, me conocéis ya haha, y se narrará un poco de las vacaciones que aquí me he saltado, porque me conocéis, sabéis cómo soy haha.
¡Por cierto! En mi instagram tengo un sorteo para desbloquear La soledad de la corona, si no la habéis leído, o la queréis releer, podéis participar :)
Muchos besos, tened una buena semana❤️❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top