Capítulo Diecisiete


Sonrío observando a Mireia, que niega con la cabeza mientras sus amigos cuentan otra anécdota suya de su adolescencia y primeros años de universidad.

Me gusta escucharlas, es un modo de conocerla más allá de lo que ella me muestra a mí.

Por lo que dicen, siempre ha sido muy segura de sí misma y decidida, pero es muy divertido saber las tonterías que hacía años atrás como escandalizarse por un bicho en su ropa o cerca.

La cena se me pasa con rapidez, en todo momento me siento muy integrado y tanto Mireia como sus amigos hacen esfuerzos para que así sea, sobre todo la primera, que más de una vez coloca la mano en mi pierna al esperar los platos, tiene gestos cariñosos conmigo y me dedica miradas llenas de complicidad.

Es gracioso también ver cómo se molesta cuando Oriol es más rápido que ella y entrega su tarjeta de crédito para pagar.

—No, ni hablar, no me vas a invitar y menos a James, eso es cosa mía —protesta una vez que hemos salido del restaurante—. Te voy a hacer un ingreso en tu cuenta, aún la tengo guardada en favoritos.

—Mireia, no es necesario. Deja que lo haga en honor a James, ¿no? Por su primera vez en Barcelona de forma decente, no solo por un concierto.

Desde que conocí a Mireia di por hecho que no tenía problemas económicos, que vivía muy bien. Eso cada vez me es más evidente una vez que estoy viendo su día a día, tiene un ritmo de vida muy alto y todo su entorno igual, el dinero no es una de sus preocupaciones.

—Tarde. —Mireia vuelve a guardar su móvil con una sonrisa maliciosa—. Ya te he pagado mi parte y la de James, porque sí, he visto cuánto te ha costado todo.

—¿Y yo puedo pagarte a ti mi parte? —le pregunto con una sonrisa traviesa, sé la respuesta.

—Oh, Jamesito, no seas iluso —se burla de mí y me lanza un beso—. Sabes que no. —Se acerca a mí para abrazarme por la cintura y la rodeo con mis brazos. No es una noche muy fría, no si las comparo con las de Estocolmo, pero no deja de ser invierno—. ¿Algún plan para ahora o cada uno a su casa? —pregunta directamente a sus amigos.

Neus asiente y dice que no le va a dar plantón con tanta rapidez, que ya hemos tenido el suficiente tiempo para estar solos y que lo tendremos más tarde, por lo que entre las dos empiezan a debatir a dónde podemos ir y qué hacer.

A su misma vez, Oriol habla conmigo, interesándose más por mi vida y preguntándome por cómo viví mi vida universitaria o si Harvard es tan dura como le han contado algunos amigos suyos.

No es un mal chico, no me cae mal, pero que tenga tanta complicidad con Mireia, y que aún no sepa cómo me siento respecto a eso, me hace ser un poco reticente a su lado.

Unos tres cuartos de hora más tarde, y después de coger un taxi para llegar, entramos a lo que Neus me asegura que es el mejor bar de copas de toda Barcelona.

No me sorprende, se ve caro y exclusivo, lo que hace que les vea muy cómodos en ese ambiente.

Mientras que Neus y Mireia buscan un sitio en el que sentarnos, voy con Oriol a la barra para pedir y soy yo el que pago las copas.

—¿Jugamos al billar? —propone Oriol una vez que nos hemos sentado ya con las bebidas. Él sabía qué pedir para las chicas y por sus caras, no se ha equivocado.

—No me apetece —niega Mireia, acurrucándose un poco más a mi lado, aprovechando que se ha sentado encima de mí con la excusa de que falta de espacio, lo que es mentira ya que hay cuatro butacas, recorriendo con el dedo índice mi mejilla mientras me mira—. Podemos seguir hablando, ¿no?

—Pues a mí sí me apetece —niega Neus y se levanta de forma enérgica—. ¿Tú qué piensas, James?

—Eso, tú qué piensas —insiste Mireia y hace un leve puchero para convencerme—. Estarás de mi lado...

A mí me da igual si soy sincero, pero llevarle la contraria a Mireia es una muy buena opción y muy divertida.

—Juguemos —concedo y de inmediato veo el reproche en la mirada de ella.

—Así me gusta, James, ganando puntos con los mejores amigos —murmura Neus—. La parejita iréis juntos, ¿no? Lo que me deja con Oriol. —Le choca la mano—. No me quejo, ganaremos.

—¿Y si no quiero ir con James? —Mireia da un largo trago a la bebida y se levanta de mi regazo nada conforme con la decisión.

Tanto Neus como Oriol se ríen y van directos a la mesa de billar que está más cerca del sitio en el que nos hemos sentado. No se preocupan de los abrigos y los bolsos porque cerca hay conocidos suyos que se han comprometido a echarles un ojo.

Aprovechando este momento de soledad, vuelvo a abrazar a Mireia por la cintura y le dejo un beso en el cuello.

—¿No te apetece jugar porque no sabes? —me aventuro con dulzura—. Puedo enseñarte si quieres, nos lo pasaremos bien.

Ella sonríe de esa forma que consigue desarmarme con facilidad y asiente levemente.

—Estaría muy bien, gracias —musita y veo un brillo en sus ojos de diversión pese a la iluminación del local—. Vas a ser mi salvador, James. —El grito de sus amigos metiéndonos prisa hace que me arrastre casi al billar—. Me va a enseñar a jugar, ¿no es todo un caballero?

—No si James es todo un partidazo —se ríe Neus.

Empiezo a pensar que hay cierta ironía en sus palabras, pero no la rebaten y Mireia no hace nada que me haga creer lo contrario. Se queda a mi lado mientras Neus empieza la partida y elige cuáles son sus bolas.

—Me toca —afirma Mireia y parpadea levemente antes de mirarme—. ¿A dónde tiro y cómo? —pregunta.

Coge uno de los palos y se pone al lado de la mesa, invitándome a que la ayude. Me acerco y me coloco detrás de ella para ver lo mismo que ella, haciendo que mi aliento quede en su nuca.

—¿Te ves capaz de tirar a esa? —sugiero señalando una que es bastante fácil.

—No sé... —duda y pega más su cuerpo con el mío. Lo hace de forma voluntaria y trago saliva—. ¿Tú confías en mí?

—Por supuesto —admito—. Es sencillo.

Mireia gira la cabeza, sonríe y me besa la mejilla antes de cambiar la posición de su cuerpo, no sin rozarse de nuevo queriendo conmigo, y tirar. Ya no tiene esa actitud corporal dudosa, como si no supiera lo que hace, es todo lo contrario y mete dos bolas de un solo golpe, ninguna de ellas es la que había sugerido.

—Eso ha sido porque has confiado en mí —se burla y Oriol empieza a reírse.

—Sabes jugar, ¿verdad?

—Mis padres tienen un billar en casa, a mi madre le encanta el billar francés y se le da de maravilla. —Se encoge de hombros—. Me enseñó de pequeña.

—Mireia juega que te mueres —secunda Neus—, por eso no quería hacerlo, porque nos gana sin esforzarse. Y antes de que lo digáis, una tirada cada uno, aunque metamos las bolas, quiero que la partida dure al menos un poco, pero con mi mejor amiga eso es difícil.

—Quizá la que debería enseñar al otro soy yo —se mofa de mí Mireia y me devora la boca aprovechando que sus amigos están más pendientes de su turno que de nosotros—. Conmigo seguro que aprendes algo.

—¿Y si sé jugar? —rebato.

—No lo dudo, pero no sabes más que yo.

Esa seguridad que tiene en sí misma, acompañada de su actitud corporal, me atrae mucho de ella. Es una de las cosas que me gustan de Mireia, una de lo que es cada vez una lista más larga.

—¿Segura? —Alza una ceja ante mi pregunta—. ¿Nos apostamos algo?

—Cuánta confianza en ti mismo, James. Me gusta —ronronea con picardía—. Eso es que se te da bien... —Se muerde el labio y se lo relame—. ¿Tan bien como lo que estoy pensando?

—Si supiera lo que piensas, todo sería mucho más fácil —admito. Y no tendría tantos quebraderos de cabeza—, ¿no crees?

—Y mucho más aburrido —rebate muy seria y me entrega su palo para que tire—. Quiero que metas esa —señala una de las bolas más alejadas y complicadas—, ahí.

Me lo está poniendo muy difícil, no es una jugada sencilla y lo sabe.

—¿Qué gano si lo hago?

—A mí, ¿no soy suficiente premio? —murmura de forma más que seductora. Antes de que pueda responder, me muerde el lóbulo de la oreja y susurra—. Y si lo haces, puede que apostemos algo entre tú y yo.

—¿Como que? —pregunto con interés, siguiéndole el juego.

—No adelantemos acontecimientos...

Cuando estoy más que listo para tirar, con la posición perfecta para que me salga bien, las manos de Mireia, primero en mi culo y luego en mi abdomen hacen que casi se me resbale el palo de las manos.

—¿Mireia? —Giro la cabeza para verla riendo—. ¿No quieres ganar?

—Lo siento, no me he podido resistir —admite con una sonrisa sugerente—, estabas en una postura muy tentadora. ¿Puedes culparme?

Antes de que me distraiga de nuevo, tiro y meto la bola que me había dicho Mireia, haciendo que Neus resople de frustración.

—Oriol, mentalízate, vamos a perder, James también es bueno.

—Es muy bueno en todo lo que hace —asegura Mireia con una sonrisa—. Muy muy bueno —habla en voz mucho más baja, para que solo pueda escucharlo yo.

Alzo un poco las cejas y veo cómo sus ojos, que hoy me han parecido más grises que azules, me observan de esa forma que me tientan sin necesidad de palabras o gestos.

—Ahora mismo te estoy odiando, Mireia —bufa Neus, interrumpiendo nuestro momento—. Algunas estamos a dos velas, ¿sabes? Y que os comáis con la mirada y os aisléis no ayuda. —Le da su palo a Oriol—. Eres nuestra esperanza, que se vea que Mireia te enseñó a jugar.

—Pero nunca superó a la maestra...

Mientras Oriol tira, me cuentan que cuando estuvieron juntos, y al pasar bastante tiempo en la casa de los Folch, acabó para aprender por distraerse en pausas de estudio.

Un poco parecido a lo mío, aprendí para distraerme cuando Sebastian estaba de gira y tenía esa vida tan alocada en la que tenía que matar las horas muertas.

—He hecho lo que me has pedido —murmuro volviendo a centrar toda mi atención en Mireia.

—Sí, esto va a ser más una competición entre los dos que contra ellos. —Da un trago a su bebida y me ofrece por si quiero un poco—. ¿Quien meta más gana?

—Eso es injusto, tú me has pedido que metiera solo una.

—Me gusta jugar con ventaja. —Parpadea y sonríe—. Mira, mejor, el que acabe la partida, gana.

—Indirectamente eso también sería el que meta más bolas, ¿no?

—¿Puede?

Por su expresión, sé que está tramando algo. Y eso aumenta mi interés, Mireia nunca deja de sorprenderme.

—¿Y el premio?

—Te lo he dicho antes —se hace la ofendida.

—Lo sé, pero no has sido concreta —añado y aprovecho nuestra cercanía para recorrerle la espalda con la mano, dejando pequeñas caricias—. ¿Qué estarías dispuesta a darme? —susurro.

Su cara cambia y aparece esa sonrisa maliciosa que conozco tan bien.

—El que gane puede pedirle al otro lo que sea —declara sin titubear—. Y tú y yo sabemos a lo que me refiero.

Claro que lo sé, no habla de peticiones normales, la conversación tampoco lo es, la doble intención es más que evidente.

Y se me ocurre una idea.

—¿Lo que sea? —quiero asegurarme.

—Lo que tú quieras, James. Si ganas, si lo pides, lo haré. —Se relame el labio inferior, provocándome—. Siempre que ganes...

—¿Incluso ceder por completo el control?

Soy directo y ella entrecierra un poco los ojos al escucharme. Nos entendemos también muy bien en el aspecto sexual, tenemos muchísima química y me encanta estar con ella. Sin embargo, a Mireia le gusta tener el poder, aunque las tornas cambien a veces, adora ser la que lleva la iniciativa y la que decide cómo y cuándo.

—Incluso eso —concede muy seria—. Menos mal que no vas a ganar...

—¿Segura? —la reto y la beso.

Mireia me hace perder la cordura y la lógica, no actúo de forma racional y se me olvida que no estamos solos.

—Muy segura —dice, juntando nuestras narices—. Ahora no me distraigas, que me toca.

No le hago caso y creo que es justamente lo que ella espera que haga. Le beso el cuello, le susurro cosas sin sentido en la oreja solo para provocarla e intento pagarle con la misma moneda.

Volvemos a aislarnos en nuestro propio mundo, uno el que solo estamos ella, yo y nuestra particular partida.

Aunque doy lo mejor de mí porque quiero ganar, está todo decidido, es Mireia la que va a dar el último golpe.

Hasta que falla.

—¿Cómo fallas eso? —se queja Neus—. Deja de alargar el sufrimiento de Oriol y mío. No seas cruel.

—Se me ha ido la mano... —se excusa Mireia y me guiña un ojo—. Supongo que tendrá que acabarla James.

Me está dejando ganar y no lo entiendo. Es competitiva, eso me ha quedado muy claro, ¿por qué lo está haciendo?

Como es de esperar, acabo yo la partida y no puedo dejar de pensar durante lo que queda de noche el motivo.

Mireia, aún perdiendo, es la que tiene el poder de la situación, la que sabe lo que ocurre y cómo va a ser todo.

—¿Por qué me has dejado ganar? —le pregunto una vez que ya estamos solos en su piso, horas más tarde.

—¿Crees eso? —se hace la inocente y empieza a acercarse a mí, con diversión en sus ojos y con una clara intención.

—Mireia, no intentes distraerme.

—Se te veía tan emocionado por ganar... —se excusa y se muerde el labio inferior—. Solo te he hecho feliz.

—O quizá es que tú también quieres —puntualizo con rapidez—, que mi idea te ha gustado.

—Me ha encantado —me corrige—. Y sí, te he dejado ganar, ¿te molesta? Así tu victoria será según mi términos.

—Eso es que no vas a cumplirlo...

Ya me extrañaba a mí que hubiera accedido con tanta facilidad y se haya dejado ganar.

—Soy una mujer de palabra, James —asegura—. Voy a cumplir con lo que hemos dicho. Aunque en nuestra apuesta no he dicho cuándo sería, ni tú tampoco... —Aprovecha que está a mi lado para desabrocharme el pantalón, tocarme y retarme con la mirada—. ¿Vamos a la cama?

Por su tono de voz, sé que no es una pregunta, más bien una sugerencia.

Y no me niego, no cuando tengo las mismas ganas que ella.


•❥❥❥•


Estoy menos cansado de lo que debería. Los días que llevo en Barcelona están siendo muy intensos, cargados de turismo durante el día y de noches en las que no duermo casi nada.

Quiero aprovechar el máximo tiempo con Mireia, y sé que ella piensa del mismo modo aunque no lo verbalice. Son sus gestos los que hablan por ella, los besos que se alargan más de lo que deberían, la forma en la que no perdemos en el cuerpo del otro...

Es mi última noche aquí, o al menos en este viaje, y será hoy cuando la invite a cenar.

Va a ser un día largo, o eso es lo que me dice mientras nos preparamos por la mañana. Acabo un poco antes que ella, por lo que aprovecho para responder la gran cantidad de mensajes que me ha enviado Sebastian. En ellos no para de preguntarme cómo estoy, si va todo bien y se queja de muchas formas posibles, sin perder su característico sentido del humor, porque lo estoy ignorando.

Respondo a todas sus preguntas, le envío una fotografía que nos hicimos ayer Mireia y yo para que deje de molestarme con eso, y le recuerdo que mañana estaré ya en Estocolmo por si quiere venirse a mi apartamento para que pueda interrogarme en condiciones.

Cuando Mireia está lista, al primer lugar al que vamos es a una laberinto con unos jardines preciosos con varia estatuas de mitología griega, en las que me va explicando la historia o el motivo por el que es así.

Después de eso, y una vez hemos comido en un restaurante bastante pequeño, nos guía al que creo que va a ser uno de mis sitios preferidos de los que me ha llevado.

—Por tu cara, te gusta.

—Las vistas son magníficas —concedo mirando aún el horizonte.

—Es sin duda uno de los mejores miradores de Barcelona, se ve entera, una panorámica de 360º.

—Hay muchos carteles, ¿es un sitio histórico?

—Sí, se conoce popularmente como Búnkers, pero aquí no ha habido ninguno, era una batería antiaérea en la Guerra Civil fundamental en la defensa de la ciudad, aprovechando la altura en la que estamos, que creo que es unos 300 metros, o algo así —explica y mira como yo las vistas de la ciudad—. Hace unos años no era tan conocido, recuerdo haber venido aquí con mis amigas y que no hubiese nadie. No obstante, empezaron a rodar películas, anuncios, videoclips...

Se encoge de hombros, como si le molestase tanta masificación, pero verdad es que está muy lleno. Eso no quita lo impresionante del lugar.

—Barcelona es muy grande.

Ya lo sabía, pero verla desde un mirador en la que se ve prácticamente toda la ciudad hace que sea más consciente.

—Y preciosa —añade de inmediato—. Mira, eso de ahí es donde estuvimos hace dos días: Montjuïc. —Señala una zona con el dedo y reconozco la torre tan peculiar—. Eso es la Sagrada Familia a la que no te he llevado...

—Qué mala guía turística eres —me burlo—, quizá deberían devolverme el dinero.

—No has pagado lo suficiente aún para que te lleve ahí.

—¿No? ¿Me falta mucho?

—Puede... —se hace la misteriosa y aunque no lo diga, sé lo que está pensando.

—Es una de los sitios más emblemáticos, creía que me llevarías.

—Una cosa para que veamos juntos cuando vuelvas, ¿no? —sonríe y asiento—. Tampoco te he llevado a otros sitios importantes, pero no había tanto tiempo...

Que haga planes futuros para ambos me muy agradable de escuchar. Es como si ella no se lo pensase mucho, que no se los guardase para sí como hago yo.

—Queda aún toda la tarde.

—Sí, pero lo que veamos dependerá del restaurante al que me quieras invitar, tendrás que decirme la dirección y decidiré. Bueno, de todas formas tendrás que hacerlo, si no, no llegaríamos nunca —se ríe y vuelve a señalar otra zona—. Esas zonas que todo parece igual, como cuadrados, es el barrio de L'Eixample, en Twitter les encanta ponerlo cada dos por detrás. Y por último, algo que creo que vayas a conocer, el Camp Nou —su índice apunta otro lugar—. Aunque siendo norteamericano como eres, no te gustará el auténtico futbol.

—Sí me gusta —niego—. Soy aficionado a la liga inglesa y veo casi todos los partidos si puedo.

—Acabas de sorprenderme, James, no me lo hubiera imaginado nunca. No te pega.

—¿Qué deporte me pega según tu criterio? Porque el fútbol americano no creo que digas...

—No, tampoco te pega ese —se queda en silencio unos segundos—. El tenis.

—El tenis —repito y me río—. No voy a negarlo, me gusta practicarlo, es más, Sebastian siempre se enfadaba conmigo al ganarle cuando jugábamos en la pista que teníamos en la casa en la que vivíamos antes de todo lo de Lena.

—Pero no es tu preferido —apunta con certeza.

—No, no lo es. Sonaré muy clásico, pero me gusta mucho el béisbol, era a lo que jugaba de pequeño.

Tampoco voy a decirle que el tenis, en mi ciudad, estaba solo destinado a familias ricas, todo lo contrario de lo que éramos en ese entonces.

—Sí, también te pega. Nunca he visto un partido, ni siquiera sé cómo son sus reglas o cómo funciona.

—Es normal, es un deporte que no es muy conocido fuera de Estados Unidos —me trago las palabras que se me pasan por la cabeza, no puedo precipitarme, así que cambio un poco el tema—. Por la forma en la que has hablado del estadio, a ti te gusta el fútbol.

—Me encanta. Soy muy aficionada, socia del Barça desde que nací, es como otra tradición en mi familia, tener el carnet al poco de nacer. También tenemos asientos muy buenos, he ido a muchos partidos. —Se le ilumina la mirada y añade con una sonrisa—. Cuando vuelvas a Barcelona...

—¿Vas a querer que vuelva? —la interrumpo, incapaz de callármelo al ser la segunda mención a ello en poco tiempo.

—No te hagas el interesante. —Me da un pequeño golpe—. Sabes que sí, no me gusta repetirme. —Niega con la cabeza—. Volviendo a lo que decía, si quieres, cuando vuelvas, podemos ir a algún partido.

—Siempre y cuando me dejes invitarte a ti en un futuro a ver uno de béisbol en directo.

Pero eso implicaría ir hasta Estados Unidos, a mi mansión en Los Ángeles o a...

Mejor no me adelanto.

—Me parece bien. —Me ofrece la mano para oficializar el trato—. Ahora dime, ¿dónde me quieres llevar a cenar?

Se lo enseño y dice que no supone un gran cambio de planes, por lo que después de estar un tiempo observando las vistas de Barcelona cogemos otro taxi para llevarnos al centro de la ciudad y callejeamos por lo que es el Barrio Gótico.

Mireia no pierde en ningún momento la sonrisa, ni cuando me cuenta curiosidades, que según ella sabe porque se las explicaron en excursiones cuando era pequeña o cuando casi se cae debido a un desnivel porque el pavimento está en mal estado y tengo que sujetarla.

Estoy cautivado por ella, no solo por su físico, también por su forma de ser, que se complementa muy bien con la mía.

Me es difícil de creer que hace tan poco que nos conocemos y que no lleve más tiempo en mi vida.

Lo que empezó como un gran flechazo puede estar derivando en algo más, algo mucho más serio.

Una vez que ha anochecido, nos guía por esas calles estrechas de la zona hacia el restaurante que había encontrado por internet.

No sé mucho de la comida que hacen, o el estilo, lo había elegido porque tenía muy buena criticas y se destacaba en la web el encanto que poseía y la decoración.

—¿Habías comido aquí alguna vez? —me intereso mientras cenamos.

No sé qué estoy comiendo, pero está muy bueno.

—No, nunca, pero es un sitio bonito. —Me mira, aprieta los labios y acaba por sonreír—. James.

—Dime.

—Estos días contigo han sido... increíbles —murmura y busca mi mano, lo que se la doy de inmediato para que nuestros dedos se entrelacen.—. No creía que serían así.

—¿Por qué?

—Ni yo misma lo sé —admite y suspira—. Hacía mucho que no se me pasaba el tiempo tan rápido.

—Pienso del mismo modo —concedo—. Parece que fue ayer cuando llegué.

Es extraño, se me han pasado los días a una velocidad asombrosa, pero en cambio siento que entre Mireia y yo ha habido más que lo que realmente hemos vivido.

—Quiero volver a verte, no sé cuándo, porque tengo que organizar mi agenda, pero espero que sea pronto.

Sonrío porque por sus palabras, estamos en el mismo punto. Yo también quiero volver a verla pronto, volver a pasar tiempo con ella...

Y aún no me he ido.

¿Cómo me voy a sentir cuando esté en Estocolmo?

—Seguro que nos organizamos para encontrar tiempo —digo con optimismo—, lo importante es que ambos pensamos así.

Ella asiente y seguimos cenando, volviendo a temas más banales y que no significan nada.

—Va, invítame, James —se mofa cuando nos entregan la cuenta—. No me voy a quejar.

—Debería sentirme halagado de que no lo vayas a hacer...

—No lo digas mucho, que cambio de idea —me amenaza en broma.

—¿Eres consciente de que cuando vengas a Estocolmo voy a hacer lo mismo que tú?

—¿Y eso es...?

—Invitarte a casi todo y no podrás decirme que no —remarco muy serio.

—Entonces no volveré a Estocolmo...

No habla en serio, me está provocando para que me moleste, pero no lo voy a hacer.

—Mentir está muy mal, Mireia —comento reprimiendo una sonrisa.

—¿Quién dice que lo esté haciendo?

—Yo —afirmo muy seguro—. Tú misma lo has dicho, quieres volver a verme, y eso es viajar hasta mi ciudad. —Le muerdo el labio inferior—. Y cuando lo hagas, no vas a quedarte en un hotel, lo harás en mi loft.

Su respuesta es un beso y soy yo el que propone que antes de volver a su casa, tomemos algo en uno de los múltiples locales que hay cerca de la zona de copas.

—Esta canción es de Sebastian, ¿no? —habla Mireia. Asiento, sí, lo es, mi mejor amigo y su música me persigue.

Menos mal que él no se va a enterar de esto, me lo recordaría toda la vida, que hasta en mis citas está presente.

—Sí, de su tercer disco.

—Es muy bonita... —Sin previo aviso, me besa de forma dulce y cariñosa, muy distinto a los que solemos compartir—. James.

De nuevo me llama la atención pronunciando solo mi nombre, uno que en sus labios parece más bonito.

—Dime.

—¿Crees que nos estamos precipitando? —pregunta sin dejar de mirarme.

—¿Con qué?

—Con nosotros —aclara—, con querer vernos de nuevo lo antes posible, con...

—¿Con? —insisto.

Niega con la cabeza y suspira.

—Ni yo misma lo sé. —Le acaricio la mejilla y me quedo unos segundos observándola. Sé lo que me quiere decir, yo también lo pienso. Todo es muy intenso a su lado y llega a ser confuso—. Es... complicado, me cuesta saber lo que pienso.

—¿Por qué?

—Soy muy intensa, lo reconozco, también muy lanzada y... —La acerco más a mí al notar que está vulnerable, no sé qué quiere decirme o por qué se ha puesto así, pero mi reacción es intentar que se sienta segura—. No quiero pasarme contigo, que por alguna razón te canses de mí y...

¿Se piensa que me voy a cansar de ella por ser cómo es? Si es justo su intensidad lo que me atrae, la forma en la que me reta, me provoca, me hace actuar como nunca pensé que haría...

—Eso no va a pasar. —La miro fijamente para que le quede claro.

Esta Mireia, la que se muestra así muy pocas veces, y a la que he visto dos veces en estos días, me hace ver que hay mucho más, que aún no la conozco del todo.

Y quiero cambiarlo.

—Me gustas muchísimo, más de lo que creía y...

La callo con un beso, eso es lo único que me importa por ahora, no quiero escuchar nada más que no sea eso.

—Estamos a la par, tú también me gustas muchísimo —afirmo.

Y vuelvo a besarla mientras sigue sonando la canción de Sebastian.






ME MUERO DE AMOR CON JAMES Y MIREIA EH. YO ME MUERO CON LO MONÍSIMOS QUE SON.

Si es que se está viendo que se están enamorado y quiero abrazarlos para protegerlos de todo lo malo... (va a haber drama como toda buena historia haah).

Incluso en un momento tierno y cuqui, aparece Sebastian de forma indirecta hahaha.

¿Os ha gustado el capítulo? Me gustaría leer vuestras opiniones y comentarios :)

Muchos besos xx



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top