Capítulo Dieciocho
Unas horas más tarde, y después de lo que considero una muy buena noche a su lado, estamos de vuelta en su piso y Mireia me mira de reojo cada poco tiempo.
No voy a preguntarle ni a insistir porque sé que no voy a obtener nada claro. Por lo que la conozco, no va a abrirse más de lo que ya ha hecho, ya me lo ha dejado entrever con los comentarios y bromas que ha ido diciendo para recuperar el control que no vamos a tener otra conversación profunda.
A mí ya me ha quedado claro, ella se siente igual que yo, intentando descubrir qué nos depara el futuro.
—James —Mireia llama mi atención una vez que estamos en su habitación. Tiene esa sonrisa que me encanta. Alzo una ceja, esperando a que siga hablando—. ¿Tienes algo pensado para las horas que nos quedan juntos? —Capto el doble sentido de sus palabras, pero permanezco callado, expectante—. Porque yo sí.
—¿Debo tener miedo? —bromeo y reprimo una carcajada.
Me espero cualquier cosa, casi siempre me sorprendo con ella.
—Yo en tu lugar, lo tendría —asegura y sin dejar de mirarme, empieza a desvestirse.
Lo hace de forma lenta, deleitándose en cada cosa que hace y yo no soy capaz de no mirarla y lo sabe por la forma en la que le brillan los ojos, es una gran tentación. Me acerco para ayudarla en su tarea, pero no me deja, me aparta la mano y casi me obliga a que me siente en la cama.
Cuando de nuevo intento tocarla, Mireia niega con la cabeza.
—¿No vas a dejar que te toque?
—No por el momento —se burla y empieza a juguetear con su sujetador—. ¿Por qué? ¿Quieres hacerlo?
Trago saliva. Claro que quiero hacerlo, pero no voy a caer en lo que quiere, voy a ir un poco más allá. A esto podemos jugar ambos.
—Tal vez no —contesto cruzándome de brazos, a lo que ella responde frunciendo el ceño—. Tendrás que convencerme.
Mireia relaja la expresión, me ha entendido, y esta vez me mira con mucho más interés.
—Siempre me salgo con la mía, James.
Sigo sus movimientos con la mirada, fijándome muy bien en todo lo que hace e intentando que no se me note las ganas que tengo de ayudarla.
En el momento en el que solo le queda la ropa interior, un conjunto de lencería que le queda de maravilla y solo hace que tenga ganas de arrancárselo, hace un pequeño puchero y me mira.
—¿Pasa algo? —me preocupo de inmediato.
—Sí, suelta los brazos, no me gusta que los tengas cruzados... —se queja y le hago caso. Mireia lo aprovecha para sentarse a horcajadas encima de mí y por inercia voy a abrazarla, me sale de forma natural—. No —niega y sonríe con diversión—. ¿No has dicho que tenía que convencerte para que me toques? —Asiento su pregunta—. Deja que lo haga un poco más.
Empieza a besarme el cuello y me desviste con rapidez. Es difícil no tocarla, sobre todo porque es lo que me apetece, pero no voy a perder tan rápido, por lo que aprieto la sabana más de una vez para controlarme.
Sé que Mireia está haciendo todo esto para seguir teniendo el poder, creyendo que lo debe haber perdido al haberse mostrado vulnerable.
¿Se da cuenta de que no es necesario? A mí me ha gustado ver esa parte de ella, esa que me ha hecho desear conocerla al completo.
—¿Y si reclamo mi premio ahora? —pregunto y la miro fijamente.
—Ya te lo dije, James, no va así, será según mis términos...—contesta sin dejar de atacar mi cuello—. Uy...
—¿Uy? —repito.
—Creo que te he dejado una pequeña marca... —explica y aprieta los labios—. Perdón si te molesta, me he dejado llevar un poco.
Es totalmente sincera, se lo noto en la forma en la que también se está disculpando sin hablar.
No es que me gusten las marcas, pero ahora mismo me da igual, ya me la miraré mañana en el espejo.
Mireia sigue pendiente de mi reacción y ya no me resisto más, la rodeo con los brazos y mis ojos se clavan en los suyos. No necesito palabras, no las busco tampoco, dejo que sean nuestras miradas las que hablen por nosotros.
La beso sin prisa, intentando expresar muchas cosas en ese gesto, intentándole decir que estoy aquí para ella, que no tiene que asustarse por mostrarse vulnerable y al acabar vuelvo a mirarla.
—¿Y si te la devuelvo?—Soy yo el que rompe el ambiente, sabiendo que Mireia quizá no es capaz de gestionar otro momento íntimo.
—En tus sueños. —Se acomoda aún mejor encima de mí solo para sacarme un pequeño jadeo—. Por cierto, ya me estás tocando. He ganado.
—O puede que haya perdido queriendo...
Y me empuja para que mi espalda acabe tocando el colchón, besándome para callarme.
•❥❥❥•
Cuando me despierto, Mireia no está en la cama. Estoy solo en la habitación y me incorporo para buscarla con la mirada. No la veo ni en el baño contiguo ni en el vestidor, por lo que me levanto un poco confundido y me coloco la parte de abajo del pijama
—¿Mireia? —pregunto al escuchar ruidos en la cocina y voy hacia ahí.
—No, James, no tenías que levantarte —protesta y hace un puchero—. Arruinas la sorpresa.
—¿La sorpresa? —Me froto un poco los ojos sin entender nada.
Es cuando vuelvo a mirarla que sé a lo que se refiere. Ella ya está vestida, aunque lleva el pelo recogido en una coleta improvisada y no está maquillada.
—Sí, la sorpresa —repite de forma obvia—. Quería despertarte llevándote el desayuno a la cama, pero no, tenías que estropearlo y despertarte antes de tiempo.
—Si quieres me vuelvo a la cama —digo riendo al verla tan molesta por algo así. Me parece dulce y eso es raro en ella—. No me supone un problema...
—Te has levantado gracioso —comenta y asiento con la cabeza mientras me acerco a su lado—. Buenos días, James. —Se muerde el labio y me mira de arriba abajo, comiéndome con la mirada—. Muy buenos —asegura.
—Buenos días. —La abrazo y le beso la mejilla en un gesto cariñoso—. ¿Starbucks? —pregunto al ver el logo característico.
—Casi no sé cocinar y mi nevera da vergüenza ajena —admite y se encoge de hombros—. Quería tener un detalle contigo.
—Muchas gracias. —Como aún la estoy abrazando por la cintura, le dejo un beso en el cuello—. No hacía falta, ¿lo sabes?
—Claro que lo sé, pero así te vas con un buen recuerdo.
—Será por el desayuno que me lo lleve... —me río y ella se gira para quedar frente a frente.
—Claro, ¿por qué si no? —se hace la inocente—. Ni que hubieras estado con una mujer increíble estos días. —Ella también se ríe y se muerde el labio inferior—. ¿Tienes hambre?
—Depende...
—¿Depende?
Sé que la voy a descolocar con el comentario, así que lo hago, me gusta verla reír.
—Si es de ti, mucha.
Este lado mío, el más desinhibido, el más descarado y atrevido, solo lo conoce la gente más cercana a mí, por norma me controlo.
—¡James! —protesta y me da un pequeño golpe—. Tenía razón antes, te has levantado gracioso —murmura—. ¿Desayunamos?
—Dame unos minutos que me vista —pido y ella niega con la cabeza—. ¿No?
—No, vas a seguir alegrándome la vista así. Cuando acabemos de desayunar, iremos juntos a la ducha, ¿qué opinas?
Reprimo una carcajada, eso no ha sido una pregunta aunque lo haya intentado camuflar así, ha sido más una afirmación. No digo nada, me siento a su lado en una de las silla cerca de la isla de la cocina. Me apetece su propuesta, aunque por muy bien de tiempo que vaya, tampoco puedo entretenerme todo lo que quiero porque vuelvo a Estocolmo.
Casi no hemos dormido, ha sido una noche intensa y una gran forma de despedirse del otro, pero ha sido más que eso.
No sé cómo explicarlo ni cómo definirlo, solo... lo había notado y sé que ella también, su actitud es la prueba.
Mientras desayunamos Mireia me dice lo que ya sé, que me va a llevar al aeropuerto y que estará conmigo el máximo tiempo posible hasta que tenga que irme.
Ella está excesivamente cariñosa y yo no pongo quejas, hago lo mismo, besarla, acariciarla y disfrutar al máximo de lo poco que nos queda juntos hasta que volvamos a vernos.
Hacer la maleta es sencillo, no la había desordenado mucho por lo que solo es doblar la ropa, que había colocado para que no se me arrugase, y Mireia me ayuda para agilizarlo, pero está muy callada.
—¿Piensas en algo en concreto? —quiero saber, rompiendo el silencio.
—Sí, que no quiero que te vayas —admite y me pasa un jersey que no me he puesto—. Por cierto, es muy bonito, seguro que te queda muy bien, va a juego con tus ojos.
Ahí está su dualidad, se abre emocionalmente y luego cambia de tema de repente, restándole importancia a lo que acaba de decir.
Tampoco quiero irme si soy sincero, pero no puedo luchar con la realidad.
—¿Quieres quedártelo? —sugiero al ver que no me lo ha dado para que lo ponga en la maleta.
—Eso es demasiado cliché, James —se mofa—. No somos cliché, no podemos serlo. Ya hemos cumplido el cupo.
—¿Quieres o no? —insisto con una sonrisa ladeada. No ha dicho ni sí ni no.
—Lo voy a tomar prestado —concede y aprieta los labios—. Te lo devolveré cuando nos volvamos a ver, ¿trato? —Me ofrece la mano para darle más seriedad.
—Trato.
—Perfecto. —Con total confianza, se saca el que lleva y se pone el mío—. No hace falta que lo digas, sé que me queda muy bien.
—Un poco grande quizá... —puntualizo y me reservo lo que pienso. Me encanta verla con mi ropa.
—Perfecto —asegura y me da otra pieza de ropa—. Va, que la maleta no se va a hacer sola.
Me fijo bien en la camisa que me acaba de dar, la que llevé la noche que salimos de fiesta. Ella me mira mordiéndose el labio, está pensando lo mismo que yo.
Menuda noche fue, una muy difícil de olvidar.
Entre los dos, y con mi facilidad para doblar ropa, acabo la maleta de forma rápida y repaso mentalmente que no me haya dejado nada.
Una vez que estoy seguro de que no, nos marchamos para ir al aeropuerto. Casi no hay tráfico y llegamos con antelación, pero por mucho que queramos alargar la despedida, el tiempo juega en nuestra contra.
Han sido unos días maravillosos, he conocido mejor a Mireia y he caído aún más por ella.
Ahora solo queda esperar a lo que viene, sea lo que sea.
—Quiero verte de nuevo y pronto, James —suelta de forma directa después de abrazarme. Sigue muy cariñosa conmigo. Tampoco dice nada nuevo, eso ya lo sabía, lo hablamos ayer por la noche—. Y puede que sea precipitado, pero tengo un congreso médico en tres semanas en Bruselas. Son siete días y está todo pagado, solo tendría algunas horas ocupadas y podrías venir conmigo a las ponencias, no supondría un problema.
—¿No es solo para médicos?
—Sí, pero no te preocupes, algo se me ocurrirá —asegura y me mira fijamente—. ¿Eso es es un sí?
La respuesta es muy clara, claro que quiero ir con ella, pero primero tengo que ver cómo arreglo la situación con mi trabajo, aunque no creo que suponga un problema, y mirar el calendario por si hay cosas que no puedo obviar.
—Me lo pensaré... —comento para ver cómo frunce el ceño al no escuchar lo que quiere.
—No juegues conmigo —gruñe e intenta apartarse de mí. No la dejo, la abrazo con más fuerza—. ¡James!
—Es gracioso que tú me pidas que no juegue contigo cuando te encanta hacerlo conmigo —señalo y le acaricio la mejilla—. Tengo que comprobar unas cosas antes de poder decirte que sí.
—¿Es que quieres decirme que sí? —Ya está girando la situación para quedar por encima.
Echaré mucho de menos estas cosas, o mejor dicho, la echaré mucho de menos a ella.
—Eso es un me lo pensaré —insisto y la beso—. La que parece que tiene muchas ganas que vaya eres tú.
—Sí, las tengo —afirma—. Tengo que ir con Oriol y siempre se lo toma demasiado en serio, yo siempre me aburro... —Aprieta los labios—. Aunque si te lo digo es porque quiero estar contigo, pasar más tiempo juntos...
Está adorable haciendo estos pucheros para acabar de convencerme.
No obstante, no se me ha pasado por alto que técnicamente no vamos a estar solos.
—Haré lo que pueda.
—Piensa que tengo que devolverte tu jersey...
No hablamos más de ello, nos despedimos antes de que vaya hacia la zona de embarque aún con gestos cariñosos y dulces, nada que ver con la que tuvimos en el aeropuerto de Estocolmo, e intento no pensar mucho ni comerme la cabeza una vez que estoy solo.
•❥❥❥•
Al bajar del avión cojo el móvil para enviarle un mensaje a Sebastian conforme ya he llegado, ya que me lo ha exigido cuando he hablado con él antes de que saliera el vuelo, y otro a Mireia respondiendo unos en los que me ha mandado sugiriéndome lo bien que nos lo podemos pasar en Bruselas.
Mientras recorro el camino hasta la salida pienso lo que voy a hacer, me apetece descansar, recuperar el sueño perdido y quizá ir a cenar con mi mejor amigo, que seguro que está más que encantado.
No obstante, al ver que hay un poco de revuelo me imagino lo que puede estar pasando.
Y no me equivoco.
—¿Qué haces aquí, Sebastian? —le pregunto a mi mejor amigo que me abraza para saludarme.
Va acompañado de dos guardaespaldas y mucha gente lo ha reconocido, ¿no ve que es una locura estar aquí? Un futuro príncipe no puede hacer estas cosas.
—Venir a buscarte, ¿no es obvio? —responde y sonríe—. No sabes lo que te he echado de menos. Llevo muy mal el estar separado de ti y que no me contestes los mensajes.
—Deja de exagerar, han sido solo unos días —pido y escoltados por sus guardaespaldas salimos de la terminal—. ¿Cómo va la reforma?
Uno de los regalos de boda que van a tener Lena y Sebastian por parte del estado Sueco es un palacio en el municipio de Solna, dentro del Parque de Haga en Estocolmo para que puedan vivir con tranquilidad, tener la intimidad suficiente y que puedan tener una familia ahí.
En teoría se lo darán después del enlace, pero como desde hace unos cincuenta años no vive nadie de forma oficial, ya que el abuelo de Lena se lo regaló al gobierno, y le falta un toque para que sea más un hogar ya han empezado las obras que quiere pagar Sebastian de su propio dinero.
Según él, es lo mínimo que puede hacer, aunque por lo que he escuchado a Lena, no va a ser tan fácil, y en el caso de que se haga, tendrá que ser todo de forma transparente y clara.
—Muy bien, aunque bueno, Lena y yo no coincidimos en el color del comedor, pero nos pondremos de acuerdo, siempre lo hacemos.
—¿Por qué has venido? —voy directo a lo que me interesa. Sebastian no hace nada por casualidad.
—Me ha apetecido —se limita a decir y se encoge de hombros—. Mejor yo que un taxi.
—¿Y Lena qué opina de que hayas venido? —reformulo mi pregunta una vez en el coche—. Pero gracias, Sebastian, eres mucho mejor que un taxi, sí.
—De nada, para eso estamos.
No me cuesta mucho sacarle que Lena le ha invitado de forma educada a que se marchase porque estaba un poco insoportable de la impaciencia que tenía de verme y ella estaba muy ocupada preparando unos discursos y preparándose unos actos.
Sé que quiere que le cuente toda la información posible, que está preocupado por cómo me ha ido. A mí también me va a venir muy bien sincerarme con él, que me dé su punto de vista y abrirme.
—¿Has comido? —le pregunto una vez estamos en mi loft.
—Quería hacerlo, pero he tenido que ir a buscar al aeropuerto a mi mejor amigo... —Me guiña un ojo—. ¿Y tú?
—No, también estaba muy ocupado volviendo a Estocolmo para que mi mejor amigo deje de dramatizar. —Le señalo una caja donde guardo varios folletos de propaganda—. Pide comida a domicilio, lo que sea, invito yo.
—Cómo echaba de menos lo mandón que eres —se ríe. Aprovecho que está ocupado para empezar a deshacer la maleta—. Lo sabía —admite y para mi frustración, se sienta en la cama—. Tan eficiente como siempre, que no se arrugue tu preciosa ropa.
—Pasan los años y sigues con lo mismo, siéntate en la butaca que hay, ¿no crees? Las camas no son para eso.
—¿Ves? Esto no lo echaba de menos. —Sebastian se pone serio de repente—. ¿Vas a empezar a contarme cómo te lo has pasado o...?
—Qué quieres saber —pregunto sin dejar de ordenar—. Te responderé a todo lo que me preguntes.
—Todo, aunque tu marca del cuello ya me da pistas —se burla y suspiro—. ¿Qué?
—Yo no te he echado de menos —miento—. Anda, déjame hablar si tan interesado estás.
Empiezo contándole cómo me he sentido y lo fácil que ha sido todo con Mireia, confesándole lo que ya sabe porque me conoce mejor que nadie, que me gusta mucho.
Pero eso no parece ser suficiente para Sebastian, que insiste mucho para saber otros detalles, como por ejemplo cómo son sus amigos, si me he sentido incómodo en algún momento o qué sitios he visitado.
Hago una pequeña pausa para pagar la comida y no me sorprendo al ver que es una pizza, cuando vivíamos juntos en Los Ángeles hacía lo mismo.
—¿Y fuiste tú o te comportaste como un tonto? —se ríe—. Porque recuerdo que...
—Estás disfrutando con esto, ¿no? —hablo y cojo un trozo de pizza—. No respondas, sé que sí.
—Mucho, sí —confirma—. ¿Cuándo os volveréis a ver?
—No lo sé —contesto de forma vaga.
—No me creo que no lo sepas —rebate—. ¿No le has dicho que venga a Estocolmo para verte? Ya sabes, le toca, una vez cada uno.
—No, no se lo he dicho.
—¡James! —protesta Sebastian, abriendo los ojos de forma casi exagerada—. Si es que no se te puede dejar solo.
—¿Me dejas hablar? —pido y me saco las gafas que me he puesto al llegar—. Me ha pedido que vaya una semana a Bruselas con ella.
—¿Cómo? —pregunta sin entenderlo. De forma rápida se lo explico, poniéndole en contexto—. Y no te hace gracia que esté ese tal Oriol.
—Es un muy buen chico, pero...
—Pero estás celoso —completa por mí—. ¿Por qué?
—Celoso como tal, no —matizo—. Es una sensación extraña, estuvieron muchos años juntos y se llevan muy bien, tienen mucha complicidad.
Aún no sé cómo procesar lo de Mireia y Oriol. No dudo en lo que ella me dice, es sincera y si me ha dicho que le gusto es porque es así.
Sin embargo, no sé el motivo por el que tengo un poco de inseguridad.
—Claro, y tú no puedes competir contra eso... —Alzo una ceja, ¿qué clase de apoyo es ese?
—¿Por qué crees que quiero competir?
—Porque sí, por el amor de Mireia, ya sabes. ¿Tiene instagram? —Sebastian se incorpora un poco en el sofá. Al ser pizza la estamos comiendo sentados ahí—. Quiero ver contra quién compites.
—No compito con nadie, Sebastian.
—Quiero verlo —insiste y resopla—. En este momento odio haberme borrado las redes sociales, no se puede stalkear a gusto.
Sé que no lo haré cambiar de opinión, y que se pondrá muy pesado, por lo que saco mi móvil, busco el instagram de Mireia y llego al de Oriol, dándome cuenta de que me ha seguido.
—Ni se te ocurra darle like a ninguna foto —le aviso y le paso el teléfono—. Este es Oriol.
Sebastian primero frunce el ceño, analizándolo muy bien y acaba por reírse.
—Te quiero mucho, James, pero no tienes nada que hacer contra él. Mira qué guapo es... —Pongo los ojos en blanco, ya me está chinchando—. Y están todo el día juntos, si es que yo en el lugar de Mireia lo tendría clarísimo...
—Sebastian...
—Soy tu mejor amigo, pero la verdad siempre por delante, mejor ser sincero y ahorrarte el sufrimiento, no tienes nada que hacer. —Mira otras fotografías y hace justo lo que le he pedido que no haga, dar like—. No he podido evitarlo, mira esa mirada, si me ha conquistado a través de la pantalla. Me he enamorado.
—Deja de hacerte el gracioso, no ayudas.—Veo que hace una captura de pantalla y se lo envía a su móvil—. ¿Qué haces ahora?
—Pasárselo a Lena, ¿qué si no? —explica de forma obvia—. Ella tiene que verlo. —Me froto los ojos para no decir nada, por muy futuro príncipe que será cuando se case, sigue siendo intenso—. Hola, princesa, qué poco has tardado en llamarnos.
Sebastian se acerca más a mí y me enfoca en la cámara para salir también en la videollamada.
—Hola, James —me saluda con una sonrisa—. ¿El vuelo ha ido bien?
—Muy bien, gracias por preguntar.
—¿Y a mí no me dices nada? —se queja Sebastian—. No me ignores, princesa.
—Sebastian, ¿por qué me pasas una foto de un hombre que no conozco?
—Para saber tu opinión, ¿no es obvio?
—¿Mi opinión? —Sebastian asiente—. Es muy guapo, pero sigo sin saber quién es. —Lena se calla y aprieta los labios—. Estás molestando a James, ¿verdad?
—Yo nunca lo molesto —se hace el ofendido—. Solo... solo hago más interesante su vida.
—Es el exnovio de Mireia —le explico a Lena—. Y sí, está intentando molestarme.
—¿Intentando? —se mofa Sebastian—. Lo estoy consiguiendo y lo sabes.
—Deja de chinchar a James —habla Lena—. ¿O quieres que le diga todo lo que has repetido estos días lo que lo echabas de menos?
—No me preocupa, ya se lo he dicho yo mismo. —Sebastian se encoge de hombros—. James es imprescindible en mi vida, lo sabe él, lo sabes tú y lo sabe el mundo.
—Doy por hecho que ha ido todo muy bien —Lena se dirige a mí, ignorando a su prometido—. Cuando nos veamos, me cuentas mejor, si quieres.
—Por supuesto.
—Y, Sebastian, te recuerdo que hemos quedado para decidir el color de la pintura del comedor y otros asuntos de la obra —le recuerda—. Llega con tiempo para que no tengamos que ir apurados.
—A sus órdenes, princesa. —Cuelga y se gira para mirarme fijamente—. Voy a ponerme serio.
—Sí, ya sería el momento para ello. —Ahora el que lo chincho soy yo—.Tantos años a tu lado y nunca lo eres.
—A lo que quiero llegar es que no tienes nada que envidiarle a ese Oriol —afirma y me señala con el dedo—. Para mí eres mucho más guapo, listo, amable, educado, inteligente, buen partido... Y podría seguir con la infinidad de cualidades que tienes, porque las tienes. —Coge otro trozo de pizza—. Lo único que me importa es que seas feliz. Si tú lo eres, yo lo soy contigo. Y si Mireia te hace feliz, pues adelante con ella, te apoyo.
Brindo con él y seguimos comiendo mientras la conversación se sigue centrando en cómo han sido mis días en Barcelona.
Cuando está a punto de marcharse, sin saber bien la razón, verbalizo lo que creía que nunca haría delante de él.
—Mireia y yo tenemos una canción —susurro, esperando que no me oiga—. Una tuya.
Sebastian se frena en seco, se gira y se empieza a reír.
—¿Mía? —no reprime las carcajadas—. ¿Cuál?
Esta es mi oportunidad para devolverle lo que me ha hecho. Lo conozco tanto que si no le digo el título, va a estar dándole vueltas y sufriendo por no saberlo.
—Vas a llegar tarde.
Resopla y se marcha, no sin antes hacer un comentario de los suyos también en voz bja
—Míranos a Lena y a mí, todo empezó con una canción y acabará en boda...
—¡Te he oído! —le chillo.
—¡Lo sé! —también me grita—. Espero que me invites si es el caso.
Suspiro y niego con la cabeza, no sé qué haría sin él.
¡Hola, he vuelto!
En instagram fui diciendo los motivos por los que no pude subir, pero bueno, he vuelto jejeje.
La vuelta a Estocolmo, la vuelta a la realidad jejeje.
¿Opiniones del capítulo?
Muchos besos xx.
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