Epílogo
Las olas rugen furiosamente, golpeándose contra la orilla de la playa de Broadchurch. El cielo gris, encapotado, presagia la llegada de nuevas lluvias, como si éstas fueran las responsables de hacer desaparecer de sus historia estas últimas y dolorosas semanas. La familia Latimer está de pie frente al acantilado Briar, cerca del lugar en el que apareció el cuerpo de Danny, que fue lo que provocó que su pesadilla más aterradora tomase forma, amenazando la felicidad de cada uno de sus días. Chloe, que da una ligera mirada a su madre por la periferia de su visión, se arrodilla en la arena, dejando un bello y fresco ramo de flores sobre ésta, a modo de despedida y remembranza. Ninguno de ellos olvidará jamás a Danny, y está segura de que muchos en el pueblo tampoco lo harán. Beth acaricia entonces los hombros de su hija mayor con ternura, intentando subirle el ánimo.
—Le echo muchísimo de menos —sentencia la adolescente de cabello rubio, sintiendo que las lágrimas saladas amenazan con aparecer en sus ojos, y así, caer por sus sonrosadas mejillas.
—Yo también —concuerda la joven madre de cabello castaño, agachándose junto a su hija, abrazándola contra su pecho con un inmenso cariño, antes de besar su frente afectuosamente, agradeciéndole implícitamente todo lo que ha hecho por ella, lo valiente que ha sido estas últimas semanas.
—No te hemos enseñado este sitio —Mark le habla a la pequeña infante en sus brazos, y Lizzie emite pequeños sonidos de alegría—. No podemos dejar de venir aquí, ni olvidarlo —aunque sabe que la niña es aún demasiado pequeña como para comprender aquello que está comunicándole, al fontanero de cabello castaño no parece importarle—. No un lugar tan bonito —sentencia con un tono lleno de cariño, acariciando la cabecita de su hija pequeña, acunándola en sus brazos—. Aquí perdimos a tu hermano, cariño —Beth se percata de que su marido no ha dicho «nos arrebataron», sino «perdimos», lo que indica claramente que, a pesar de todo el daño que les haya podido provocar ese despreciable ser, ellos van a continuar viviendo, sin rencor, sin odio—. Te habría querido —la joven madre siente cómo las lágrimas amenazan con salir por sus ojos nada más escucharlo decir esas palabras, pues en cada una de ellas nota el compromiso de Mark con su familia, así como el amor que les profesa a cada una de ellas—. Le habría encantado tener una hermana pequeña a la que mandar —se carcajea, antes de sentir cómo Beth y Chloe se acercan a él, colocándose frente a él, con su mujer acariciando el rostro de su hijita—. Tenemos que recuperar eso por ti, Lizzie —le expresa a su retoña, quien balbucea realmente contenta por la atención que está recibiendo en este mismo instante—. Y por nosotros —el fontanero intercambia una sonrisa cariñosa con su mujer, quien lo sujeta por la cintura en un gesto amoroso—. Que nuestro amor sea tan fuerte como el acero —desea, asintiendo ligeramente ante la mirada llena de orgullo que Beth le dirige—. Así es como ganamos.
—¡Eh, llegáis tarde! —exclama Beth con una sonrisa dulce, abrazando los hombros de Chloe, habiendo posado sus ojos en la familia Miller, así como en Cora Harper y Tara Williams, quienes los acompañan, con bolsas en las manos.
—¡Sí, pero traemos patatas! —exclama Ellie de vuelta, sonriéndoles con evidente alegría, con Tom, su hijo mayo, enseñándoles la bolsa que lleva en su mano derecha, llena de deliciosos aperitivos que piensan degustar todos juntos en la playa.
—¡Por no hablar de los refrescos! —apostilla Tara Williams, quien tiene en su mano izquierda otra bolsa llena de bebidas para todos ellos.
La mujer pelirroja, cuyo cabello ya está prácticamente canoso, advierte en ese preciso momento que su querida hija parece más ausente que de costumbre, como si estuviera pensando en otros asuntos y no estuviera concentrada en el ahora. Williams sabe a qué se debe este cambio en la actitud de su hija, y espera que pueda resolver aquellos problemas que plagan su mente, pues no es muy habitual el verla así de calladas y distraída.
—¡Hola! —los saluda Mark con una sonrisa, viéndolos acercarse.
—¡Hola, Fred! —la expresión de Beth se llena de júbilo en cuanto el infante de los Miller, que está en brazos de la analista del comportamiento corre hacia ellos, una vez Coraline lo ha dejado de pie en la arena—. ¡Ven aquí, pequeñajo! —la castaña lo toma en brazos, alzándolo, con el pequeño Fred carcajeándose como loco.
—Sí, eso le gusta, ¿verdad, Fred? —el pequeño simplemente continúa carcajeándose, sin siquiera reparar en la pregunta de Mark—. Madre mía, Ell, está enorme —le dice a su buena amiga, a quien da dos besos en las mejillas.
—Sí, ¿verdad? —la Sargento Miller asiente ante sus palabras con una sonrisa—. ¡Hola, preciosa! —saluda a la bebé, quien se ríe a carcajadas—. Oh, tiene la naricita un poco roja —advierte divertida, antes de acercarse a Beth, con quien se funde en un abrazo cariñoso.
Por si parte, Tom y Chloe se saludan con una abrazo, comenzando a charlar animadamente sobre sus respectivos hermanos pequeños, comentando que, de haber la posibilidad, sería genial que acabasen como pareja, carcajeándose entre ellos ante tal idea algo descabellada.
El patriarca de la familia Latimer entonces posa su atención en la muchacha pelirroja de ojos cerúleos, quien se le ha acercado con cierta timidez.
—Hola, Cora —la saluda, y la aludida le dedica una sonrisa suave, aunque hay algo extraño en ella, como si no tuviera la mente realmente allí, sino en otra parte.
—Hola, Mark —la atención de la pelirroja se centra en la pequeña Lizzie, a quien hace unas carantoñas, logrando hacerla reír—. Oh, es una autentica preciosidad, chicos —expresa con sinceridad, antes de recibir un abrazo por parte de Chloe, el cual ella corresponde al momento.
—Gracias...
El agradecimiento de la adolescente rubia es escueto, pero todos ellos saben a qué se refiere exactamente, aunque no es necesario que lo ponga en palabras para que se sobreentienda: «gracias por habernos ayudado; gracias por lo que has hecho por nosotros; gracias por haber ayudado a Danny; gracias por haber sido tan valiente». La interpretación de esas palabras provoca que la analista del comportamiento sienta cómo un nudo aparece en su pecho, aunque no es únicamente por el agradecimiento que la familia le ha expresado en esa única palabra, sino por el hecho de que, sin el apoyo de cierto inspector de carácter difícil y cabello castaño, jamás habría llegado a sentirse lo suficientemente valiente como para subir al estado y ayudarlos. Por ello, la chica de veintinueve años se queda en silencio, reflexionando para sus adentros.
—Encantada de conocerte como es debido, Beth —Tara por su parte se ha acercado a Beth, quien ya ha dejado al pequeño y juguetón Miller en el suelo, estrechándole la mano, antes de fundirse en un abrazo lleno de cariño y agradecimiento.
—Lo mismo digo, Tara —corresponde la joven madre en un tono lleno de amabilidad—. Si pudieras darme algunos consejos te estaría muy agradecida, porque hace mucho desde que no hago esto, y puede que me falte algo de práctica—bromea con ella, provocando la carcajada de ambas—. Si no te parece mal, claro.
—Oh, tonterías —la madre de la mentalista está más que dispuesta a ayudar—. Cuando me necesites, allí estaré, Beth.
La joven Harper suspira pesadamente, reflexionando qué debe hacer a continuación: ¿en serio va a permitir que el miedo la paralice? ¿va a permitir que el hombre que ama se escape de entre sus dedos, por la minúscula posibilidad de que no corresponda sus sentimientos? La respuesta a esas preguntas aparece tan clara de pronto, que se quiere golpear en repetidas ocasiones por haber siquiera dudado de lo que es correcto hacer en este momento. Ama al testarudo y taciturno inspector escocés, y por ello, debe ser valiente y decírselo de una vez por todas. Debe seguir su corazón, sim importarle lo que su cabeza le diga en este momento. Si no lo hace, se arrepentirá eternamente de no haberlo intentado, y es consciente de ello.
La madre de la analista del comportamiento se percata de que su hija ha alzado el rostro, el cual hasta ese momento, había mantenido gacho, con sus ojos brillando con una determinación voraz, por lo que se dirige a ella en un tono suave.
—Qué ocurre, Lina? —cuestiona, y la muchacha parpadea en varias ocasiones, saliendo del leve trance en el que se encontraba sumida hace unos segundos.
—Me encantaría quedarme, pero es que... —no sabe qué excusa poner para marcharse de allí lo antes posible, y busca con la mirada la ayuda de su madre y su buena amiga de cabello castaño—. Tengo algo que hacer y, bueno... —todos los allí congregados la conocen de sobre ya, y saben lo extraño que resulta el verla tartamudear.
Tras intercambiar una mirada cómplice con Tara, Ellie le lanza las llaves de su coche.
—¡Date prisa! —la exhorta, y los ojos celestes de la muchacha de cabello cobrizo se iluminan, como si acabase de abrir el mejor regalo de Navidad de su vida, asintiendo vehementemente al momento.
—¡Gracias, Ell! ¡Te prometo que te lo voy a devolver sin un solo rasguño! —exclama la joven analista del comportamiento, antes de salir corriendo de la playa, en dirección al aparcamiento, con los Latimer y Tom Miller observándola algo confusos.
—¿A qué ha venido eso? —cuestiona Mark, quien no comprende a santo de qué se deben las prisas de esta muchacha, pero Beth y las demás mujeres simplemente sonríen con complicidad, pues son conscientes de lo que sucede.
—Tiene que pillar un taxi —responde Tara con unas sonrisa dulce, deseando que su pequeña estrellita llegue a tiempo, y así, pueda dar un salto de fe por la persona que tanto ama, y quien lleva apoyándola desde el principio.
La taheña analista del comportamiento de veintinueve años conduce el coche de su buena amiga castaña a toda prisa. Mira su reloj de muñeca, percatándose de que apenas tiene tres minutos para llegar a la parada de taxis del pueblo de Broadchurch, justo frente al hotel Traders, de forma, que pisa el acelerador a fondo en cuanto el semáforo que la ha detenido se pone en verde. Ahora mismo, no le importa saltarse unos cuantos semáforos o directrices de tráfico. Tiene que llegar como sea a hotel Traders. Enfila la calle en la que se encuentra el hotel del que se ocupa la australiana de cabello rubio, y ve a lo lejos a Alec, guardado sus bolsas y su maleta en el maletero del coche. La muchacha acelera, y detiene el coche de pronto en doble fila.
—¡Alec! —exclama, habiendo bajado la ventanilla del conductor, pero éste no parece escucharla, de modo que se apea del coche, dejando los intermitentes encendidos, pero otros coches empiezan a tocar su claxon para indicarle que lo mueva. Coraline, que ahora mismo no quiere perder el tiempo, simplemente enseña su identificación y placa policial—. ¡Policía, cállese! —exclama en un tono airado, antes de correr hacia el hombre de delgada complexión vestido con su habitual atuendo de inspector—. ¡Alec! —alza la voz de manera que se escuche a través del estruendo de cláxones y del puerto, con el aludido finalmente escuchando el timbre de su voz, girándose hacia ella, contemplándola correr en su dirección—. Por favor, espera... —la muchacha intenta recuperar el aliento una vez está frente al hombre que admira y adora, habiéndose doblado sobre sí misma, apoyando sus manos en sus rodillas para respirar más pausadamente.
—Cora... ¿Qué haces aquí? —Alec parece completamente confuso por su aparición tan espontanea allí, y más por la manera en la que ha aparcado el coche de Miller en doble fila, como si lo que tuviera que decirle fuera más importante que respetar las normas de tráfico.
—Tenía que hablar contigo —suelta ella, aun intentando controlar su respiración, pues la corta carrera que se ha pegado para evitar que se suba al maldito taxi la ha dejado exhausta: ¿a dónde se ha ido su habitual energía? Supone que, con lo nerviosa que está por confesarle lo que siente, a su estómago, donde siente mariposas—. Tenía que hablar contigo antes de que te fueras, porque sabía que, si no lo hacía, me arrepentiría eternamente —nota que el corazón le late con fuerza y rapidez en el pecho, y se percata de que está dándole vueltas al mismo asunto, por lo que chasquea la lengua—. ¡Maldita sea! ¡El único momento en el que necesito decirte las cosas concisamente, no puedo hacerlo! —exclama, claramente exasperada, con el escocés observándola con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, pues aunque no quiere hacerse ilusiones ni forjarse falsas esperanzas sobre la razón que la ha llevado a ir en su busca, no puede evitar hacerlo.
—Está bien, Cora —intenta calmarla el hombre con cabello lacio y vello facial castaño, sonriendo suavemente, pues aunque no está acostumbrado a verla así de nerviosa, no quiere que se precipite al a hora de hablar: quiere que se tome su tiempo—. Respira hondo e intenta tranquilizarte.
—¡No, no está bien! —exclama ella en un tono desesperado, negando vehementemente con la cabeza—. ¡Y no me digas que me calme, porque esto no es nada fácil! —le indica, y él asiente lentamente, sorprendido por su leve estallido, dejando claro que, por una vez, está dejándose llevar por sus emociones y no por su mente racional—. No he mantenido este tipo de relación que tenemos tú y yo con nadie más, y no he sentido lo que siento al estar a tu lado con ninguna otra persona —comienza a hablar rápidamente, como lo hace al momento de dar explicaciones sobre sus análisis del comportamiento, casi sin darle tiempo al hombre frente a ella de procesar sus palabras—. El hecho de hacerlo ahora, justo ahora, cuando vas a desaparecer de mi vida, probablemente para siempre, me rompe totalmente el corazón y me mata por dentro... ¡Y no puedo soportarlo! —se lleva las manos a la cabeza, sintiendo que las lágrimas se agolpan en sus ojos, no percatándose de que las cálidas manos de su adorado inspector se encuentran ahora sujetando sus antebrazos en un esfuerzo por calmar su temperamento—. Alec, escúchame —respira acompasadamente, intentando ahora dominar el temblor que recorre cada fibra de su ser—. Quiero decirte algo, algo que llevo postergando desde hace demasiado tiempo porque no encontraba la fuerza para decírtelo, y no puedo permitir que te marches sin habértelo confesado, porque puede que nunca vuelva a tener la oportunidad de hacerlo —se muerde la lengua al ver que, nuevamente, está ganando tiempo, no enfrentándose a la verdad de aquello que quiere confesarle, de modo que se arma de valor: es ahora o nunca—. Estoy enamorada de ti.
Se lo ha dicho. Las palabras finalmente han salido de su boca, y no puede creerlo.
Las manos que acariciaban sus antebrazos se han detenido de pronto, y la expresión de Alec no deja lugar a dudas acerca de la sorpresa que lo invade. Éste parece haber dejado de respirar momentáneamente, sintiendo que su corazón late con fuerza en su pecho. "¿Lo he escuchado bien? ¿Acaba de...? ¿Acaba de decirme que me quiere?", los pensamientos del hombre de delgada complexión están desbocados en su mente, intentando discernir si esto es real o solo un producto de su imaginación, pues las palabras que llevaba esperando escuchar por tanto tiempo, finalmente han llegado a sus oídos.
Sin embargo, antes de darle una oportunidad al escocés para responder a su confesión, la muchacha taheña se le adelanta y alza una mano, evitando que lo haga, alejándose un paso de él, para así, no mantener ningún tipo de contacto físico. No quiere complicar las cosas. No quiere ser una molestia o un inconveniente para él.
—Yo no... —Coraline comienza a hablar de nuevo en un tono melancólico, desviando los ojos al suelo, incapaz de posarlos en sus pardos—. No he dicho esto en un intento de convencerte de que te quedes. O para hacer esto más difícil para ti. O para complicar las cosas entre nosotros —se excusa rápidamente, pues ahora que la verdad ha salido a la luz, se prepara para un inminente rechazo—. Te lo prometo. Yo sólo... Sólo quería que lo supieras —la analista de comportamiento siente cómo las lágrimas llenan sus ojos celestes—. Porque sé que crees que no mereces ser amado, pero lo eres, Alec —le asegura entre lágrimas saladas, las cuales ahora caen libremente por sus mejillas—. Te quiero... —confiesa nuevamente con una voz llena de todo el cariño y amor que le profesa al castaño—. Te quiero tanto que duele.
En cuestión de segundos, el hombre de cabello lacio y vello facial castaño vuelve a estar cerca de la pelirroja, tratando desesperadamente de secar las lágrimas de su hermoso rostro. Ya habían estado así de cerca físicamente, pero no como lo están en este momento. Ahora su cercanía ha tomado un nuevo significado para ambos. Sin embargo, para la joven de veintinueve años, este acercamiento y estos gestos, ahora que le ha confesado sus sentimientos, solo prologan su dolor, pues es una muestra de lo que podría haber sido... De lo que ambos podrían haber sido.
—¿Sabes lo que me estás haciendo ahora mismo? —la voz de Alec es ronca, mucho más baja al habitual tono de voz que ella tan acostumbrada está a escuchar de sus labios, pero si sus sentidos de analista del comportamiento estuvieran ahora mismo en plenas facultades, se percataría de lo feliz y aliviado que se encuentra su querido Inspector Hardy.
—Lo siento, lo siento mucho —se disculpa la sargento rápidamente, sintiendo cómo las manos del hombre que ama están ahora a ambos lados de su rostro, intentando deshacerse de las lágrimas que caen incesantemente por sus pálidas mejillas—. Quería correr el riesgo y decírtelo, porque merecías saberlo, incluso aunque no sientas lo mismo por mí...
La mentalista empieza a hablar rápidamente una vez más, pero los labios del escocés de ojos pardos se posan en los de ella, e impiden que siga hablando. El hombre trajeado de cabello castaño apenas es consciente de lo que está haciendo, hasta el momento en el que la niebla que ha aturdido sus sentidos se disipa. Le es dificultoso el procesar racionalmente que está besando a la mujer que ama después de semanas de haberlo deseado, habiendo soñado con hacerlo, pero cuando finalmente lo hace, la alegría invade su cuerpo. Tenía que encontrar la forma de detener sus descaminados pensamientos, de modo que, la mente racional de Alec ha creído conveniente hacer esto. Quizás ahora, su querida Coraline se percate de lo equivocada que está respecto a lo que él siente por ella.
Sorprendida, con los ojos abiertos debido al shock de sentir los labios del castaño en los suyos, las manos de la joven se sujetan a las muñecas de Alec para encontrar un punto de apoyo, puesto que las manos de él están a ambos lados de su rostro, sujetándola firmemente. Una vez cierra los ojos, la sargento taheña se funde en el beso, sintiendo que su corazón late desbocado en su pecho. Este beso es una sensación maravillosa, y casi podría decir que está a punto de perder el sentido por ello. De hecho, su mente se queda en blanco mientras más se prologa este beso, sintiendo como si fuegos artificiales estallaran en su interior por la felicidad que la invade. Oh, ahora se percata de lo equivocada que estaba... ¡Alec la ama tanto como ella lo ama a él! Las lágrimas caen nuevamente por sus mejillas, pero no debido a la pena y a la desazón, sino que son producto de una desbordante alegría. Teme que las piernas no puedan sujetarla, pues le tiemblan demasiado por el júbilo y la emoción del momento, y porque, ¡caray! Su querido Hardy sabe besar muy bien... Por fortuna, el agarre del inspector escocés cambia, sujetándola por la cintura y su espalda para evitar que se aleje de él. La mujer de veintinueve años también cambia su agarre mientras profundizan el beso, rodeando su cuello con sus brazos, aproximándose a su torso más aún, si es que eso es físicamente posible.
—Te quiero —murmura Alec contra los suaves labios de la muchacha taheña, tomando aire, antes de volver a besarla con evidente pasión y cariño—. Te amo —repite tras tomar aire una segunda vez, para así, continuar besándola con todo el cariño que ha mantenido a raya durante semanas. El beso entre ambos continúa por algunos segundos más, disfrutando de cada instante como si fuera el último, desatando la mayor parte de sus sentimientos en esa demostración tan evidente del amor que se tienen. Cuando posteriormente se separan por falta de aire, el Inspector Hardy acaricia la mejilla de la mujer que ama, y quien, ahora lo sabe, siente lo mismo por él. Parece tan irreal, que necesita confirmarlo—. Pensé que... —se interrumpe, intentando recuperar el aliento—. Que quizás no sentías lo mismo por mí, de ahí que nos hubiéramos distanciado —admite él, y ve cómo la muchacha asiente al momento.
—Yo pensaba lo mismo —se sincera la mentalista—. Pensé que no sentías lo mismo, y luego, tras la aparición de Tess, me convencí de que solo sentías amistad por mí, y que yo era la única que estaba arriesgando mi corazón y mis sentimientos —continúa hablando mientras el hombre que ama, y quien ha sido su protector durante tanto tiempo, continúa acariciando su mejilla—. Además, yo soy muy joven para ti, y tengo mi propio bagaje de problemas mentales, y no creí que necesitases a una persona rota en tu vida... —empieza a menospreciarse a sí misma, y el hombre de cabello castaño niega con la cabeza nada más escucharla, y antes de que pueda decir algo más, la detiene al momento, besando su frente amorosamente.
Comprende de dónde provienen esas inseguridades, y piensa hacerlas desaparecer.
—Oh, Lina —su voz es muy tierna ahora, y la forma en la que pronuncia su nombre la hace estremecer de los pies a la cabeza—. Te quiero, independientemente de todo eso... No pueden importarme menos esos pequeños detalles, porque son los que te hacen ser única, y los que forman parte de ti —asevera en un tono suave, sonriéndole con ternura, algo que ella corresponde al momento. El escocés suspira tras unos segundos—. Siendo honesto, yo pensaba algo similar —se sincera, y la mentalista de ojos cerúleos lo observa, estupefacta, pues no esperaba que él también tuviera unas inseguridades parecidas a las suyas respecto a su relación, pero pronto, cuando empieza a explicarse, comprende la razón que subyace a ellas—. Soy algo mayor para ti, además tengo una hija, y mis problemas de salud eran un gran impedimento... A mi modo de ver, te merecías a alguien mejor.
—Alec, no digas eso —niega ella al momento, abrazándose a su torso con firmeza, con él correspondiendo el abrazo al momento, acariciando las ondas de su cabello cobrizo—. No me importan esos detalles, porque, como tú has dicho, son los que te hacen ser quién eres... Y no me habría podido enamorar de alguien que no fueras tú, porque eres el único con quien debo estar, el único que me complementa y me hace sentir viva —esta vez, es ella quien se atreve a besarlo, y nuevamente, a ambos los invade una deliciosa y placentera sensación, como si sus labios encajasen perfectamente, como dos piezas de un mismo engranaje—. Te quiero —le dice entre besos—. Parece que los dos hemos malinterpretado las cosas, ¿verdad? —cuestiona Coraline tras romper el último beso, logrando que ambos se carcajeen al unísono.
—Eso parece —concuerda él, sintiéndose realmente dichoso de poder estrecharla ahora entre sus brazos sin impedimento alguno, sin reservas, sin malentendidos—. Y algo me dice, que todos sabían que estábamos enamorados, salvo nosotros dos —apostilla, esbozando una sonrisa divertida—. Seguro que Miller lo sabía...
—Y no nos olvidemos de mi madre —comenta la muchacha en un tono divertido, correspondiendo la sonrisa de la persona que ama, quien afortunadamente, corresponde sus sentimientos.
Ahora queda claro para ambos que han estado enamorados mutuamente todo este tiempo, y las circunstancias han sido las únicas, además de sus inseguridades, las que les han impedido ver la verdad tras los sentimientos de su persona amada. Todas sus dudas ya no importan al mirarse a los ojos, donde pueden contemplar claramente como el día el cariño, el respeto, y el amor tan inconmensurable que se tienen, el cual los hace extremadamente dichosos a ambos.
—Lamento no haberme armado de valor para confesártelo antes... —se disculpa la chica con piel de alabastro en un tono apenado, apoyando su cabeza en el pectoral izquierdo de su querido Alec, quien la estrecha contra su torso, habiendo rodeado su cuerpo con sus brazos, no deseando separarse de ella ni por un segundo—. Haberlo hecho ahora, cuando debes marcharte...
—No te preocupes —le levanta el rostro, habiéndola sujetado por el mentón con delicadeza, contemplándola a los ojos con tanta ternura y cariño, que la mentalista está por jurar que va a derretirse en este preciso instante. Parece un sueño. Un sueño del que no quiere despertar—. Nos mantendremos en contacto, te lo prometo —le asegura, y ella, que hace tiempo habría encontrado difícil el creer en esas palabras en concreto, no puede evitar confiar en él, y asiente lentamente—. Ahora que sé que la mujer que amo siente lo mismo que yo... —suspira realmente feliz, sonriéndole con genuina alegría—. Volveré a por ti, puedes estar segura de ello, Lina.
—Y yo te estaré esperando, Alec —responde la taheña en un tono amoroso, antes de sentir que los suaves labios de su querido inspector se posan en los de ella nuevamente, como intentando memorizar cada recoveco y detalle de ella, en ese profundo beso que los deja sin aire a los pocos segundos—. Vamos, vete, o Daisy te regañará por llegar tarde —lo exhorta en un tono suave, ganándose una sonrisa divertida y suave por parte de su protector y persona amada.
—Verás cuando se entere de que somos pareja... —masculla entre dientes el hombre trajeado, pues ya puede ver venir la interminable chachara de su hija, acompañada de varios «¡te lo dije!». El Inspector Hardy se inclina sobre su ahora novia, besándola rápidamente en los labios—. El resto tendrá que esperar a mi regreso —añade en un tono ligeramente pícaro, que ella corresponde con una sonrisa expectante y llena de cariño, abriéndole la puerta del taxi—. Hasta luego, Lina —se despide de ella, habiendo cerrado la puerta, bajando la ventanilla del pasajero.
—Hasta luego, Alec...
Después de darse esa última despedida, que no es un adiós, sino un hasta luego, la muchacha taheña contempla cómo arranca el vehículo, y a los pocos segundos, lo ve alejarse del hotel Traders, en dirección a Sandbrook. Alza la mano, haciéndole un gesto de despedida, que con enorme júbilo, contempla que él reciproca, sacando el brazo derecho por la ventanilla, despidiéndose. Tras exhalar un suspiro aliviado, sintiendo que su corazón late lleno de alegría en su pecho, Coraline se encamina hacia el coche de su buena amiga, el cual ha continuado aparcado en doble fila desde hace varios minutos. Tras pedir disculpas a los viandantes y coches que han observado su intercambio con el taciturno inspector, y por ello está segura de que será la comidilla del pueblo durante un tiempo, se sube al coche de Ellie, arrancando el motor.
Conduce con calma de vuelta al aparcamiento de la playa, donde sus amigos y familia la esperan, evidentemente expectantes por saber los detalles de su pequeño encuentro con el taciturno inspector, algo de lo que su madre y su buena amiga se han encargado de difundir entre los Latimer. Cuando la familia de Danny, la sargento de cabello castaño y su madre la ven llegar, con el rostro ruborizado y los labios ligeramente hinchados por los apasionados besos que han compartido Alec y ella, se le acercan rápidamente, invitándola a sentarse con ellos en las toallas que han colocado para disfrutar de la merendola. Los adolescentes están deseando saber qué es lo que ha sucedido, pues los adultos no les han explicado exactamente la razón tras su marcha tan apresurada de hace media hora, y por ello la bombardean a preguntas. La joven taheña se ruboriza nuevamente por la atención que está recibiendo, antes de sentir que su teléfono móvil vibra, indicando la entrada de un mensaje. Lo abre al momento en cuanto advierte quién es el remitente, y siente que su corazón rebosa de alegría.
09:30 No te haces idea de lo feliz que soy...
09:30 Gracias por ser tan testaruda.
Ya me conoces. 09:31
¡Aunque para testarudo tú, cielo! 09:31
Oh, perdona, me ha salido sin más... 09:31
09:31 No pasa nada, Lina... Me gusta.
Me aseguraré de recordarlo. 09:31
Avísame cuando llegues. 09:32
09:32 Tú siempre preocupándote por mi...
09:32 Tranquila. Te llamaré.
Esperaré esa llamada impaciente. 09:32
Te quiero. 09:32
09:32 Te quiero.
Tras bloquear el teléfono, la muchacha sonríe, pues el futuro se le antoja más soleado de lo que en un principio pensó, y más ahora, que el hombre que ama, quien es ahora su pareja de hecho, corresponde de forma tan clara sus sentimientos. No sabe qué le depara el destino, pero mientras contempla el sol y el mar de Broadchurch, estando ahora en compañía de sus amigos y su familia, no tiene duda de que será algo fantástico.
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