Capítulo 7

Los días han ido pasando de forma inexorable desde esa abrupta exhumación del cadáver de Danny Latimer, llegando el 11 de mayo. Alec Hardy se encuentra en la facultad de policía de West Essex, impartiendo una clase magistral —muchos de los alumnos lo llamarían chapa por las interminables dos horas de verborrea protocolaria— acerca de los procedimientos estándar a tomar en cuenta a la hora de enfrentarse con un caso, ya sea truculento o no. Son procedimientos básicos que cualquier policía debería conocer y saber llevar a cabo, pero debido a la monótona voz de Alec, quien no encuentra ninguna pasión en su nuevo empleo, los futuros policías están bostezando de lo lindo. Ni siquiera las cinco tazas de café que se han tomado esa mañana antes de la clase sirven para conseguir que mantengan los ojos abiertos. Encuentran muy aburrida esta charla, y sabe Dios que preferirían estar haciendo otra cosa.

"Como yo ahora mismo, pero aquí estamos", piensa el inspector retirado de cabello castaño, observando los rostros poco interesados y adormilados de sus estudiantes. Toma aliento antes de continuar con su exposición.

—En intervalos fijos durante su periodo de prueba, se los someterá a un examen por parte de la gente de desarrollo de aprendizaje. Este determinará si han satisfecho o no, los estándares requeridos para ser un agente de policía eficiente.

"¿Cómo pudo Coraline soportar estas eternas dos horas durante todos sus años en la academia? Cuando yo estaba en mis años formativos, las clases no eran así de soporíferas. Es horrible. Por Dios, ¿en serio alguien decide ser profesor por vocación?", se pregunta el hombre con vello facial, antes de suspirar. Su mirada se queda fija de pronto en la jefa de estudios de la facultad, quien se ha personado en su aula magna a comprobar cómo van progresando los alumnos. La mirada llena de desaprobación que le dirige es solo equiparable al aburrimiento que lo invade a él en este momento.

Cuando finaliza la clase magistral, Alec se encamina al exterior junto a la jefa de estudios de la facultad, cuyo cabello canoso le confiere un ápice de profesionalidad y veteranía. Se cruza de brazos, exhalando pesadamente. Su voz es serena, pero llena de desconcierto.

—¿Por qué coño aceptó este trabajo si no le gusta? —cuestiona, rememorando el día en el que la comisión de Wessex le indicó que debería aceptar a Alec Hardy en su plantilla de profesores para dar charlas magistrales dada su experiencia de campo.

—No se me da mal, ¿no? —menciona él en un tono apático mientras caminan.

—Acabará desmotivando a toda la promoción —sentencia ella en un tono serio, amonestante. En su momento pensó que sería una idea estupenda, y no dudó ni un segundo en otorgarle el trabajo, pero ahora las cosas son muy distintas. Esperaba que él mostrase algo de entusiasmo por su trabajo, pero se ha dado de bruces con algo totalmente distinto—. Rezuma aburrimiento.

—Era bueno en mi trabajo.

—Sí, y ya no es apto para desempeñarlo —le recuerda ella con un mínimo de amabilidad, sin dejar de lado su tono severo. El escocés se detiene en seco al escucharla decir esas palabras—. Así que, empiece a ser bueno en este, o dedíquese a otra cosa —finiquita con un ultimátum, dejando claro que, de no mejorar en la impartición de sus clases, acabará por despedirlo. Y ambos saben que necesita el trabajo para subsistir.

Cuando la jefa de estudios se aleja hacia el interior del edificio, caminando apresuradamente, con los tacones de sus zapatos golpeando contra el pavimento, Alec suspira aliviado. Otro día más en el infierno terminado. Es hora de volver a casa, aunque primero, quizás decida pasarse por la de Harper tras su salida de la comisaría para comprobar cómo se encuentra. Quizás aún está algo intranquila tras la turbulenta noche que pasó en casa de Claire.

Saca su teléfono móvil, observando los mensajes que han intercambiado esa mañana tras despedirse en las puertas de la facultad, pues la taheña lo ha acompañado hasta allí en su coche.

10:08 Que tengas un buen día hoy, profesor Hardy.

Que graciosa, Sargento Harper... 10:08

10:09 Sabes que a pesar de todo me adoras, Alec.

Aún sigo preguntándome por qué demonios lo hago. 10:09

¿Coraline? 10:11

¿Va todo bien? 10:19

10:19 Sí, perdona.

10:20 Conducir + teléfono = desastre automovilístico. 😅

10:20 Acabo de aparcar en la comisaría.

¿Estás segura de estar bien para trabajar hoy? 10:20

10:20 ¿Lo dices por esa noche?

Ya sabes a qué me refiero. 10:20

10:20 Claro... Creo.

10:20 Además, la nueva jefa es amable conmigo.

10:20 Ha aceptado mi condición sin poner ninguna pega.

10:21 Me ha dicho que puedo trabajar cuando me encuentre bien.

10:21 Y que me tome un descanso cuando lo necesite.

Me alegro de que ese sea el caso. 10:21

Aun así, se cuidadosa. 10:21

No hagas sobreesfuerzos, ¿de acuerdo? 10:21

No quiero tener que verte en el hospital. 10:21

Vete a casa si sufres algún ataque. 10:21

10:21 Este mensaje ha sido eliminado.

10:22 Gracias por preocuparte.

10:22 Cuídate también, ¿de acuerdo?

Ya me conoces. 10:22

10:22 Exactamente por eso lo digo.

10:22 Te recuerdo que ya he estado contigo en el hospital en dos ocasiones.

10:22 Y en ambas casi te mueres en mi cara.

No lo he olvidado. 10:22

Tendré cuidado. 10:22

Hasta luego, novata. 10: 23

10:23 Hasta luego, jefe. 😊

En cuanto revisa los mensajes uno por uno, una sonrisa suave hace acto de presencia en su rostro. No puede evitar sentirse reconfortado con esa escueta charla que han mantenido esa misma mañana. Hacía años desde que no se sentía tan bien en compañía de otro ser humano. Que Cora lo ayude cuando lo necesita —incluso si es para una minucia como acercarlo al trabajo— o bromee con él, hace que el día merezca la pena. Desde luego, la analista del comportamiento es única en conseguir que un día que ha empezado siendo tedioso y aburrido, se convierta en uno divertido. Suspirando con añoranza, deseando que el día de la muchacha sea más productivo que el suyo, Alec continúa su camino, decidiendo pasear tranquilamente hasta su casa.


Entretanto, Claire Ashworth se ha aseado y vestido de forma cómoda con uno de sus atuendos favoritos, que consiste en: un vestido de color gris oscuro, una chaqueta de tela negra, leggins negros y bailarinas del mismo color. Está preguntándose aún qué es lo que hizo que el inspector escocés se marchase a toda prisa con sus dos compañeras. Mientras se sienta en el sofá y ojea la televisión, rememora algunos de los eventos del aquel día en concreto, cuando conoció a Ellie Miller y Coraline Harper. No ha pasado desapercibido para ella el interés mutuo que parecen tener la de cabello cobrizo y Alec Hardy. Siendo ella una experta en lo que se refiere al deseo carnal, no ha sido difícil verlo. Ella y Lee solían intercambiar esas furtivas miradas cuando creían que nadie podía verlos. Solo espera que la joven de piel de alabastro no se inmiscuya entre ella y el veterano policía de rasgos marcados. Lo necesita para seguir a salvo.

Suspira por cuarta o quinta vez esa mañana: Alec había prometido llamarla, y no lo ha hecho aún. Han pasado dos días. Necesita hablar con él.

Se asoma a la ventana que da al porche de la casa, preguntándose si el asunto que los llevó a salir escopeteados esa mañana no sea muy grave. Espera que no. Al menos, no demasiado como para provocar que el hombre de delgada complexión se aleje de ella más días. Cansada de esperar sin hacer nada, Claire camina hasta la entrada, donde está el periódico matutino. Empieza a ojearlo tras sentarse nuevamente en el sillón frente a la televisión. Por lo visto, el asunto es más grave de lo que ella imaginaba: el juicio de Danny Latimer se va a celebrar en tres días. Esto le va a acarrear problemas a Alec. Chasquea la lengua. Eso significa que estará bastante tiempo sin verlo.

Sujeta el amasijo de papeles en su mano izquierda, mientras que con la diestra tamborilea con las yemas de los dedos en la pantalla de su Nokia, apoyado en el reposabrazos. Espera la llamada del escocés con nerviosismo, casi rozando la obsesión, con sus ojos verdes moviéndose nerviosos hacia la pantalla del Nokia en varios intervalos.

Considera hacer el crucigrama, pero hay muchos tecnicismos que ella desconoce, y no es como si tuviera acceso a Internet precisamente. Alec no se lo ha permitido por obvias razones: Lee podría intentar llegar hasta ella mediante él. Y la morena conoce al escocés lo bastante como para saber que no hay manera de quitarle una idea de la cabeza una vez se le ha metido ahí, así que razonar con él respecto a ello queda descartado al momento.

Cuando al fin se ha decidido a empezar el crucigrama, el timbre de su teléfono móvil la sobresalta, y por poco deja caer el periódico al suelo del susto. Se levanta con cautela del sillón, como si fuera un gato que acecha un ratón. Es como si el teléfono fuera una bomba a punto de estallar y no quisiera acercarse demasiado por temor a ser despedazada. Lo sujeta en su mano derecha y comprueba que es un número desconocido, pero tiene el prefijo de Reino Unido. Como si el solo hecho de ver esa llamada entrante la quemase, Claire casi arroja el Nokia a la mesita de café frente al sofá, quedando el teléfono sobre su lisa superficie. La llamada finaliza en ese preciso instante y en la pantalla aparece el indicativo de que han dejado un mensaje de voz.

El labio inferior y las extremidades le tiemblan ligeramente cuando vuelve a tomar el teléfono en sus manos. Mantiene un debate en su fuero interno sobre qué debería hacer ahora, pero su curiosidad es más fuerte que su prudencia. Marca el número de su buzón de voz, y se coloca el teléfono en la oreja derecha, escuchando el mensaje.

—Claire, soy yo. Ojalá lo hubieras cogido: quiero oír tu voz —en cuanto la voz de Lee, su marido, llega a sus oídos, siente que un escalofrío intenso la recorre de pies a cabeza, como si una descarga eléctrica la hubiera sacudido—. Quiero que sepas que te quiero. He estado pensando en ti todo este tiempo —las palabras de su marido provocan un estallido de emociones en su interior, cada una más intensa que la anterior. Ni siquiera puede distinguirlas. Todas se entremezclan y confunden. Se lleva la mano izquierda a la boca, tapándola por la emoción que la embarga—. Oye, sé que no ha sido fácil, pero ya estoy cerca —le asegura, y la morena nota cómo sus orbes de color esmeralda se tornan borrosos por las lágrimas que amenazan con salir de ellos. Exhala un grito silencioso y cuelga el buzón de voz.

Siempre que ella y Lee están juntos, aunque se encuentren separados por miles de kilómetros, entre ellos sucede una reacción química muy destructiva. Es como una droga. Una droga intensa que ambos necesitan desesperadamente, como si fueran unos yonquis en busca de su siguiente dosis. No es la relación más sana del mundo, pero es la única que conocen. Y ahora Lee ha vuelto y ha contactado con ella. No puede volver a caer en la tentación, pero es una tentación tan dulce, Tan difícil de resistir...

Niega con la cabeza: se prometió a sí misma que dejaría todo aquello atrás. Que conseguiría seguir con su vida. Que seguiría con su plan. Toma su Nokia en sus manos una vez más, marcando el número que ya conoce de memoria.


Alec, quien sigue caminando por los bellos fiordos ingleses que lo llevarán eventualmente hasta su casa alquilada, de pronto escucha el inconfundible sonido de una llamada entrante. Mete la mano derecha en el bolsillo de su abrigo, buscando a tientas el BlackBerry. ¿Acaso será una llamada de Harper? La leve esperanza que se había instalado en su maltrecho corazón se disipa como la nieve en verano en cuanto posa sus pardos ojos en el identificador de llamadas. Es Claire. Esta vez se ha tomado su tiempo para contactar con él. Al menos, ha respetado su palabra durante dos días, cuando le dijo que la llamaría, a pesar de que aún no lo había hecho. Espera unos segundos antes de contestar, dejando que un suspiro hastiado y cansado llegue a su garganta. Esta mañana no tiene ánimos para mantener una tediosa charla con Claire sobre sus paranoias, pero teniendo en cuenta que Craig le dijo que Lee Ashworth está en el país, decide contestar.

Espera que Lee no haya encontrado a Claire, o su plan para resolver el caso de Sandbrook se irá por el desagüe.

—Hola —contesta en un tono sereno, escuchando la voz temblorosa de la morena al otro lado de la línea telefónica. Parece extremadamente nerviosa.

—Alec, Lee acaba de llamarme: me ha dejado un mensaje —lo informa al momento la testigo protegida, tal y como él le instruyó que hiciera hace tiempo. Su tono apremiante da fe de la gravedad de la situación—. ¿¡Cómo tiene mi número!? —se horroriza, esperando que el escocés pueda darle algunas respuestas.

Alec procesa la información. Es justo lo que imaginaba que pasaría, y justo lo que estaba esperando. Lee Ashworth es predecible y lo conoce bien. Estaba claro que no iba a mantenerse alejado de su mujer por mucho más tiempo.

Tarda unos segundos en contestar, pero cuando lo hace, necesita saber qué es exactamente lo que Lee le ha dicho a Claire. Su tono es firme a la par que sereno, deteniendo su caminar.

—Vale. ¿Qué te ha dicho?

—Ha dicho que está cerca.

Alec pasea su mirada por su alrededor, antes de percatarse de que la figura de un hombre lo observa en la lejanía. Es Lee Ashworth. Viste unos vaqueros oscuros, una camiseta verde oscura una chaqueta de cuero negra, y botas militares. Tiene las manos en los bolsillos del pantalón.

Claramente lo estaba esperando, o al menos, buscando para hablar con él.

El inspector traga saliva con pesadez.

—Claire, te prometo que estás a salvo —le indica a la morena, intentando tranquilizarla—. Quédate ahí —le ordena en su habitual tono autoritario, aquel que ella conoce bien, pues lo vio mientras sucedía el caso de Sandbrook—. Te llamaré luego. Tengo que colgar —se despide con prisas, pues cuanto menos tiempo pase hablando con la morena ahora, menos probabilidades tendrá Ashworth de localizarla. Conoce bien cómo se mueve y actúa, y debe ser cauteloso—. Adiós.

—Alec, por favor, no cuelgues...

El escocés de cabello castaño y vello facial corta en ese preciso instante la llamada, siendo aquellas las últimas palabras que escucha pronunciar a su testigo protegida. Con pasos lentos, pausados, retoma su caminar. Lee Ashworth hace lo propio, caminando a su encuentro. Finalmente, ambos quedan el uno frente al otro, a escasos metros. Lo suficiente como para coger carrerilla y abalanzarse encima del otro, en caso de que llegase a ello. Pero el inspector quiere evitar ese escenario a ser posible. No es momento de pelear, sino de actuar con precisión y calma. Ya tiene a Lee en el terreno, pero ahora necesita encontrar las pruebas que demuestres su participación y culpabilidad en la muerte de Pippa Gillespie y la desaparición de Lisa Newbery, Lo observa con una mirada analítica: se mantiene en forma, igual de musculado que la última vez que lo vio, hace ya tres largos años.

—¿Qué quiere? —le pregunta al marido de su testigo, a pesar de que sabe la respuesta antes incluso de que la diga.

—¿Dónde está Claire?

—¿Por qué iba a saberlo? —Hardy intenta hacerse el loco. Despistarlo podría ser una buena táctica, pero conociendo a Ashworth, se olerá sus intenciones, que es exactamente lo que hace.

Cuando habla, sus palabras suenan irónicas, y en ellas hay una advertencia implícita.

—No juegue conmigo —sentencia, con las manos tras la espalda—. Quiero verla.

—Los padres de Lisa Newbery quieren ver a su hija —rebate Hardy en un tono ronco, pues ese maldito caso aún lo afecta demasiado. Es algo personal ahora. Es su responsabilidad resolverlo y darles paz a esas familias.

—Yo no tuve nada que ver con eso —la voz de Lee es clara, sin temblor o remordimiento alguno, y Alec por un momento está a punto de creer en su no culpabilidad, pero recuerda lo horrible que fue aquel caso de hace tres años y nuevamente vuelve a verlo como lo que es: un sospechoso. El principal sospechoso.

—No le creo.

—Se equivocó —las palabras del hombre frente al inspector son como una losa de cemento, duras e infranqueables. Está completamente convencido de lo que dice, de cada palabra que surca sus sonrosados labios. Sus ojos azules no se apartan del escocés—. Se acabó.

—Para sus padres no. No para mí.

En cuanto escucha esas palabras salir de la boca del hombre de delgada complexión, Lee avanza unos pasos. Esto provoca que ambos hombres queden a escasos centímetros uno del otro. El rostro de Ashworth expresa una ingente ira y frustración contenidas tras sus ojos cerúleos. Su cabello castaño se mueve por la brisa que ahora se ha levantado, meciendo con suavidad las briznas de hierba a su alrededor.

—¿Y qué pasa conmigo? —le espeta, casi escupiendo las palabras—. He perdido toda mi vida... Por su culpa —lo observa de arriba-abajo, como si el hombre que tiene delante no fuera más que una hormiguita insignificante, a la que puede aplastar con la bota—. Tuve que dejar el país.

Hardy lo corta en seco con un tono de suficiencia.

—¿Y por qué ha vuelto?

—Quiero recuperar mi vida —recalca cada palabra, apretando los dientes, como si estuviera haciendo un ingente esfuerzo por no partirle la cara al inspector que tiene frente a él—. Y ahora dígame donde puedo encontrar a Claire —suspira hondo, intentando calmar sus ansias de pegarle un puñetazo—. O tendré que seguirle a todas partes.

Alec ni siquiera parece inmutarse ante sus palabras, y arquea las cejas, incrédulo.

—Inténtelo.

No cree que sea capaz de hacer cumplir su amenaza. No, si además quiere permanecer lo máximo posible en el anonimato. Si ya lleva un tiempo en Broadchurch, está seguro de que se habrá dado cuenta de lo rápido que se extienden las habladurías y cotilleos. Eso no le conviene ahora mismo.

Lee, quien parece saber lo que Alec está pensando, y muy a su pesar está de acuerdo con él, saca un trozo de papel del bolsillo interior de su chaqueta de cuero. Está reculando... Por ahora.

—Es mi número —se lo entrega al inspector, quien lo toma en su mano derecha sin demasiada consideración—. Dígale que me llame —le pide en un tono más calmado, habiendo dejado las hostilidades a un lado. Como bien saben ambos, no le conviene destacar. No en Broadchurch—. Siento lo de su salud —sentencia, finalizando la conversación, antes de dar media vuelta, comenzando a caminar lejos de allí.

Sin embargo, no llega a dar dos pasos cuando Hardy alza la voz. Su tono lleva ira contenida.

—¿¡Qué ha dicho!?

Lee se voltea lentamente, y cuando habla lo hace con un tono casual, casi indiferente. Es como si el asunto no le mereciera mayor importancia, pero el tono amenazante que subyace a sus palabras es escalofriante.

—Me dijeron que estaba enfermo —comenta, antes de continuar su camino, alejándose, esta vez sí, definitivamente del fiordo inglés hacia un lugar desconocido.

Alec se queda en mitad del camino, rodeado por el prado inglés. Acaba de confirmar lo que ya sospechaba de antemano: que fue Lee Ashworth quien entró a su casa a la fuerza. Solo eso puede explicar que haya obtenido el número de Claire, además de conocer los entresijos de su operación. Siente que un breve escalofrío lo recorre desde la punta de los dedos de los pies hasta sus mismas entrañas. Si este sospechoso en concreto conoce lo delicada que se encuentra ahora su salud, teme lo que esté por llegar, y tiene motivos de sobra para estar nervioso.


Está atardeciendo. Coraline Harper acaba de terminar su turno en la comisaría de policía de Broadchurch. Ha tenido una charla muy fructífera con Ava Stone —la nueva comisaria que ha ocupado el puesto de Jenkinson hace tres días— sobre su condición, tal y como le ha comentado a Alec, y para su propia sorpresa, su nueva jefa no ha puesto ninguna pega a que siga trabajando. La taheña esperaba que, tras desvelarle que tiene TEPT, Stone la expulsaría del cuerpo con efecto inmediato, pero no ha sido así. Se ha apiadado de ella y, de hecho, le ha asegurado que no es la primera vez que esto ocurre. Ha sido categórica en que puede tomarse todo el tiempo que necesite para descansar en caso de necesitarlo, y más ahora, que deberá testificar en un juicio. No tiene la necesidad de trabajar en la comisaría si no lo desea. Al menos, hasta que llegue la resolución del juicio. La joven sargento se lo ha agradecido, y Stone, con un tono realmente amable, le ha dicho que es un agradecimiento por su duro trabajo al ayudar a resolver el caso de Danny Latimer, del que estuvo al tanto, por supuesto.

Últimamente tiene la cabeza en otra parte, lo admite. Tanto el juicio de Joe Miller como el caso de Sandbrook la tienen para el arrastre. Apenas tiene un momento del día para pasarlo tranquilamente con su madre, algo que echa de menos. Por si fuera poco, sus recuerdos siguen siendo un lastre en el día a día. Ha conseguido evitar dos ataques de ansiedad esa mañana, pero como le dijera a Alec hace dos días, cada vez se vuelven más reales. Y eso la aterra. Ha hablado con Tara al respecto, y le ha aconsejado volver a terapia, con aquella psiquiatra que la atendió en el pasado. La misma que le colocó fuertes mentales. Cora lo ha rechazado. De momento es una situación que puede manejar, pero le ha prometido a su madre que, en caso de que su estado mental empeorase, aceptaría someterse a terapia nuevamente.

Aparca su coche en el garaje de la casa de su madre. Cuando sale del vehículo y se acerca a la puerta de entrada, comprueba que hay una carta pegada en ella. Tiene el sello inconfundible del juzgado de Wessex. No necesita ser adivina para saber lo que contiene: es la citación para el juicio del lunes, 14 de mayo. Debe acudir en calidad de testigo, y eso significa que deberá prepararse con Jocelyn para lo que le espera en la sala del tribunal. Espera no tener que llegar a jugarse su As en la manga, pero de ser necesario, tendrá que charlar largo y tendido con la abogada de los Latimer.

Cuando abre la puerta de su casa, no se sorprende demasiado al escuchar la voz de su madre, la cual proviene de la sala de estar. Por cómo está hablando, queda claro que no está manteniendo una conversación telefónica, sino que está charlando animadamente con alguien. La taheña de ojos azules se pregunta quién será su inesperado invitado.

—Oh, era muy traviesa —escucha decir a su progenitora con el inequívoco tono orgulloso de una madre que habla de su hija—: solía llegar a casa llena de barro y arañazos —comenta, carcajeándose—. Le encantaba corretear por ahí.

Con una ceja arqueada, dejando las llaves encima de la repisa del mueble cercano a la entrada, Coraline comienza a caminar lentamente, dirigiéndose hacia el origen del sonido.

—Aquí está con su padre —se escucha el sonido de una página siendo pasada con delicadeza—. Estaban muy unidos. Curtis la llevaba con él a su trabajo, cuando aún no lo habían destinado al frente como médico militar —en su tono hay rastros ineludibles de nostalgia y melancolía—, y a Lina no había cosa que más le gustase que ver a mi marido en acción.

La mirada de Cora se torna sorprendida al vislumbrar a su jefe y amigo sentado en el sofá de su casa, conversando con su madre como si tal cosa. En la mesa de la sala de estar hay un viejo álbum de fotografías que reconoce al momento.

"Oh, por Dios. No me digas que le ha estado enseñando mis fotos... ¡Qué vergüenza!", piensa para sí misma la joven sargento, sintiendo que sus mejillas adquieren la misma tonalidad que su cabello, antes de percatarse del olor que inunda la habitación y parte de la entrada.

Por el olor que le llega hasta las fosas nasales, su madre ha recordado que Alec prefiere las tilas, y le ha preparado una. Sonríe al ver cómo su amigo es presa de las preguntas algo intrusivas de su madre —tras cerrar el viejo álbum de recuerdos—, aunque era de esperar. Cuando cuelga su abrigo en el perchero, finalmente ambos se percatan de su presencia.

La expresión en el rostro del escocés no puede describirse con otras palabras que no sean «gracias a Dios». Por lo visto su madre lleva un buen rato charlando y haciéndole preguntas. Por un ínfimo instante, Coraline sopesa la idea de marcharse nuevamente solo para poder desternillarse a costa de su protector. La idea la divierte de sobremanera.

Finalmente, decide no hacerlo por su propio bien.

—Oh, hola estrellita —la saluda Tara, levantándose del sofá, apresurándose por ir en su encuentro—. ¿Qué tal el día? —le pregunta tras brindarle un abrazo de oso que la taheña corresponde.

—Todo ha ido bien, mamá —le cuenta la joven de veintinueve años, antes de romper el abrazo, ondeando el sobre que tiene sujeto en su mano derecha—. Acaba de llegarme la citación para el juicio del lunes —añade en un tono algo apesadumbrado, entregándosela a su madre, quien se apresura a leer el contenido—. Desde luego no pierden el tiempo —menciona, suspirando pesadamente, antes de encaminarse a la sala de estar, sonriéndole a su amigo.

Tara por su parte, se apresura en pegar con un imán la citación en la puerta de la nevera como un recordatorio, a pesar de que sabe perfectamente que su hija no olvida nada gracias a su buena memoria.

—Hola, Alec —éste reciproca la sonrisa que le dirige la muchacha, habiéndose levantado del sofá para quedarse de pie frente a ella. Parece indeciso sobre qué hacer para saludarla, así que ella elige por él, propinándole un breve abrazo cariñoso—. ¿Qué haces aquí? —cuestiona tras interrumpir el abrazo, antes de analizar su expresión facial: tiene la mandíbula tensa.

Esa no es una buena señal.

Reformula su pregunta en un tono preocupado.

—¿Qué ha pasado?

El hombre con vello facial está a punto de responder a su pregunta tras haberse separado de ella, cuando la madre de la pelirroja lo interrumpe en seco. Cuando los observa y habla, la mirada y tono de voz de Tara están llenos de picardía.

—Bueno, tortolitos —comienza, y ambos se ruborizan al momento, incómodos por ese término—, es hora de que me vaya a descansar, así que voy arriba —comenta antes de guiñarles un ojo—. Podéis hablar tranquilos —añade, provocando que la muchacha de veintinueve años quiera que la tierra la trague entera—. Me ha encantado verte, Alec.

—Lo mismo digo, señora Williams —responde él en un tono serio, algo incómodo.

—Oh, llámame Tara, por favor —menciona con un tono divertido—. Lo de señora Williams solo hace que me sienta un poco más vieja —bromea, antes de subir las escaleras hasta su habitación.

Cuando se escucha cerrarla la puerta de la habitación, finalmente ambos respiran aliviados. Cora no puede creer que su madre se las haya ingeniado para, no solo llamar a Alec por su nombre sin que este lo rebata —además de dejarlo sin palabras—, sino para conseguir avergonzarlos a ambos en el lapso de un único minuto. Desde luego, no hay que subestimar el poder de una madre.

Con una leve carcajada nerviosa, la muchacha de ojos cerúleos se sienta en el sofá, percatándose de que hay una taza preparada para ella de cappuccino. La toma en sus manos, y al momento puede decir quién la ha preparado, lo que la hace sonreír. Alec se sienta a su lado, tomando en sus manos su propia tila, dándole un sorbo.

—Gracias por el cappuccino —agradece, y nota cómo el hombre con vello facial esboza una sonrisa amable—. Siento que mi madre te haya arrinconado —se disculpa la taheña en un tono nervioso, rascándose la nuca por la incomodidad y la vergüenza que aún la recorren de pies a cabeza. Ni siquiera es capaz de mirar a su compañero a los ojos—. Cuando encuentra un tema que la apasiona, es imposible hacerla callar...

—Bueno, ha sido interesante —menciona Hardy con una sonrisa divertida.

—A falta de una palabra mejor, ¿verdad?

—Sinceramente, es algo que extrañaba desde hace tiempo: las reuniones familiares —su tono es añorante, casi triste, antes de volver su mirada parda hacia ella—. Es enternecedor ver cómo su actitud se vuelve tan entusiasta cuando habla de ti —su mirada no se aparta de su rostro—. Tienes una madre que vale su peso en oro.

—Que ella no te escuche decir eso —advierte la de piel de alabastro—. Si mi madre se entera de que has dicho eso, probablemente te inunde en muestras de afecto hasta llevarte a la tumba —la joven no puede evitar carcajearse nuevamente al ver la expresión algo horrorizada en la cara de su compañero—. Estoy de broma —asegura, y Hardy se relaja visiblemente, tomando otro sorbo de su tila—. Pero seguro que la haría muy feliz escucharlo —añade, antes de pasar las yemas de sus dedos por la portada del álbum de fotos, abriéndolo a los pocos segundos. En la página que queda al descubierto, hay varias fotos de Tara con su hija, aunque Curtis, su padre, no aparece en ninguna—. Quizás yo debería decírselo más a menudo...

—Seguro que lo sabe, Lina —comenta, y al escuchar su nombre dicho de esa manera tan suave, en boca de su amigo y protector, provocan que la mujer de piel clara vuelva a sonrojarse. El escocés ha escuchado a la madre de su compañera referirse a ella con ese nombre tantas veces mientras charlaban, que lo ha usado sin percatarse de ello. Y tiene que admitir que le gusta cómo suena.

Cora no dice nada al respecto, habiendo intuido que ni siquiera ha reparado en que la ha llamado con su nombre de pila, algo que solo usan los miembros más cercanos de su familia, como sus padres. No es algo que la desagrade. Al contrario: siente cómo un agradable cosquilleo la recorre entera, de los pies a la cabeza.

Sin embargo, una incesante pregunta rompe la agradable sensación en su cuerpo, y habla, rompiendo aquel cómodo e íntimo momento entre ambos.

—No has podido responderme antes, Alec —su tono de voz se torna serio, cerrando el álbum de fotos familiar, antes de dar otro sorbo a su cappuccino—. ¿Qué ha pasado?

El aludido suspira pesadamente antes de responderle.

—Lee Ashworth ha venido a verme.

El tono del inspector escocés es alarmante y lleno de tensión. Mientras habla, Hardy agradece tener una taza de tila en sus manos, pues ayuda a calmar sus nervios. La tácita amenaza de Lee Ashworth no ha abandonado su mente. Solo espera que no haya daños colaterales en este caso. No podría perdonárselo si uno de ellos fuera la brillante mujer de ojos cerúleos que tiene a su lado. La muchacha de veintinueve años deja la taza sobre la mesita de café de la sala de estar, prestándole toda su atención a su amigo y protector, quien empieza a relatarle lo sucedido esa misma mañana. Como lo nota tenso mientras habla, Cora decide acariciar los dorsos de sus manos cuando el hombre con vello facial deja la taza en la mesita de café una vez se la ha terminado.

Ese gesto es el mismo que Alec ha hecho con ella tantas veces antes, ahora transformado en un gesto íntimo para ambos, el cual les sirve para apoyarse mutuamente.

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