Capítulo 31
A las 17:55h, muy cerca ya de las seis de la tarde, en el pasillo de las salas de detención, Coraline, Ellie y Alec esperan noticias de Tess, a quien la primera ha llamado para pedirle que saque una fotografía del suelo de la casa que les alquilaron los Gillespie al matrimonio Ashworth. El inspector de cabello lacio ya le ha devuelto las llaves del coche a su propietaria con un agradecimiento claro por habérselo prestado, pues sin él, probablemente no había podido detener tan velozmente a Ashworth, a quien tienen ahora bajo custodia, esperando a ser interrogado en otra de las salas de interrogatorio.
—¿Era esto lo que querías, Cora? —cuestiona la subinspectora de cabello moreno y ojos verdes, quien acaba de llegar a la comisaría tras recibir en el fax del hotel aquello que la joven sargento le ha pedido hace un rato. Ésta le sonríe agradecida, tomando el papel en sus manos.
—¡Qué rápida! —se sorprende gratamente la muchacha pelirroja.
—Soy muy buena —dice la exmujer de Hardy, sonriéndole cordialmente—. Igual que tú.
—Sí, mirad —explica la muchacha taheña, con los demás agentes agolpándose a su alrededor para ver el papel y los demás archivos que tiene en sus manos, en una carpeta—. Si comparamos estas dos cosas, hacen que estos dos recibos de aquí cobren sentido, ¿no os parece? —cuestiona con un tono que raya la satisfacción, aunque en su mayoría se debe al trabajo bien hecho por su parte—. Sabía que había algo raro en ese suelo...
Alec, que se ha colocado sus gafas de cerca, se inclina a su lado, para poder ver los papeles.
—¡Dios, es verdad! —exclama Ellie, sonriéndole a su buena amiga, mientras le coloca una mano en el hombro izquierdo a modo de apoyo, expresándole así su orgullo por su incansable ímpetu y trabajo duro.
—¡Oh, Lina, es maravilloso! —exclama el hombre de delgada complexión en un tono extasiado, provocando que la taheña de piel de alabastro le sonría dulcemente a la subinspectora, quien le devuelve el gesto con una sonrisa amigable, pues está claro que trabaja excepcionalmente bien—. ¡Esto es jodidamente maravilloso! —añade, despojándose de sus gafas de cerca, antes de tomarla de la mano derecha, llevándola consigo a la sala de interrogatorios en la que se encuentra Lee Ashworth, con Ellie Miller siguiéndolos al momento.
Unos minutos después, en la sala de interrogatorios número dos, el Inspector Hardy y la Sargento Harper están sentados frente al marido de Claire Ripley, con Ellie de pie en esta ocasión, pues quiere que su compañera partícipe del interrogatorio, al ser ella quien, principalmente, ha descubierto esa prueba tan importante. La muchacha taheña contempla al abogado de Ashworth antes de entablar una conversación son su sospechoso, una vez el hombre que ama ha comenzado a grabar esta sesión del interrogatorio.
—He encontrado esto entre los antiguos expedientes del caso de Sandbrook —informa al que antaño fuera un arquitecto, enseñándole un recibo de una compra, el cual deja en la superficie de la mesa—. ¿Podría decirme para qué era?
—Eran los materiales para un trabajo que tenía el lunes siguiente —responde Lee tras inclinarse sobre el papel, revisándolo rápidamente, apenas sin parpadear, de manera que la analista del comportamiento sabe que dice a verdad—. Tablones de roble caoba.
—Así que, compró todo esto el sábado por la mañana, siendo la cantidad exacta de lo que necesitaba —apostilla la sargento de cabello castaño, habiéndose cruzado de brazos, de pie junto a su compañera de ojos cerúleos.
—Sí, y luego hice el trabajo el lunes.
—Lo sé: lo he comprobado —reafirma la muchacha de veintinueve años en un tono sereno—. Pero no fue esta primera compra la que usó para su trabajo del lunes, ¿me equivoco? —cuestiona, habiendo captado ese tono nervioso en su voz al momento de aseverar que hizo aquel trabajo—. Volvió a la misma tienda a primera hora del lunes, para comprar exactamente lo mismo otra vez.
—¿Qué? —Lee parece momentáneamente confuso, como si su mente no hubiera registrado aquellas acciones que hizo en su momento, contemplando algo atemorizado y mortificado cómo la joven analista del comportamiento saca un segundo recibo de su archivador, colocándolo en la mesa, justo al lado del anterior.
—Un recibo de una segunda compra idéntica —asevera, notando que su sospechoso empieza a sudar visiblemente, con los ojos desviándosele a varios puntos de la habitación—. Nadie pensó en investigarlo, pero por suerte, la Sargento Miller y yo somos meticulosas hasta un nivel casi patológico —añade en un tono ligeramente irónico, utilizando una expresión que antaño escuchase a su jefe para referirse a ella misma y su ética de trabajo—. Dígame entonces, ¿qué pasó con las cosas que compró el sábado? ¿Por qué tuvo que volver a comprarlas?
—No compré suficientes.
—Oh, vamos, un hombre tan meticuloso y quisquilloso con su trabajo... ¿En serio no compro suficientes? —el tono irónico de las palabras de la sargento taheña cae como una losa de cemento sobre los hombros de Ashworth, quien se achanta levemente tras tragar saliva—. Soy una analista del comportamiento, Lee: creo que sabe que no debería mentirme —rebusca en su archivador y saca una fotografía—. No utilizó esa primera compra el lunes, porque la utilizó una semana antes, cuando estaba instalando el suelo de su casa —asevera, dejando la foto sobre la mesa, en la cual se ve al matrimonio Ashworth además de a Cate Gillespie—. Estos tablones no son los mismos que hay ahora mismo en la casa: son de roble oscuro, pero los que hay ahora —saca una segunda fotografía, siendo esta una actual del suelo de la vivienda—, son de roble claro —entrelaza los dedos de sus manos, apoyando los antebrazos en la mesa en un gesto expectante.
—Son los mismos tablones que compró el sábado por la mañana y luego el lunes a la mañana otra vez —la voz de Miller rompe el silencio que momentáneamente se había instalado en ese momento, pues Ashworth está observando las fotografías con una expresión torturada, como si estuviera viendo un fantasma del pasado del que no puede deshacerse—. ¿Para qué utilizó esos tablones, Lee, entre el sábado y el lunes?
Viendo que su sospechoso se mantiene silencioso, sin ánimo de responder, Hardy interviene.
—¿Qué pasó en el suelo, Lee?
—Nada —su tono intenta mantenerse sereno, pero vibra y se resquebraja.
—No, algo pasó —el inspector escocés de mirada parda y cabello castaño, se dedica a aumentar un poco más la presión en su sospechoso—. ¿Qué estaba buscando en la casa, Lee? —cuestiona retóricamente, notando cómo el hombre de complexión corpulenta palidece a cada palabra que sale de sus labios—. ¿Era esto lo que buscaba? —saca el colgante del interior de su propio archivo, colocándolo sobre la mesa.
—Para que conste, el Inspector Hardy le está enseñando al Sr. Ashworth una bolsa de pruebas precintada —recita la joven sargento de veintinueve años en un tono sereno—. La prueba AH-1, que contiene un colgante.
—¿De dónde ha sacado eso? —Lee finalmente parece interesado en algo que no se hablar de su pasado en Sandbrook, y observa a Hardy con una mirada entre confusa y suspicaz.
—De su mujer.
—¿Qué? —está atónito, y su comportamiento lo refleja, con sus ojos abiertos de par en par.
—Esta es la prueba que demuestra que Pippa Gillespie estuvo en su coche la noche que murió —le cuenta el inspector escocés con vello facial y cabello lacio—. Esta es la prueba fue robada, y que casi me cuesta la vida, y ahora, por fin la tengo.
—Conociendo a Claire, habiéndola analizado tantas veces ya, puedo decir sin la menor sombra de duda que ese colgante era para ella un seguro de vida: de esta forma se cubriría las espaldas en caso de que usted quisiera abandonarla o dejarla desamparada, como ha sido el caso —asevera con franqueza la protegida del inspector, quien habla serenamente, siendo testigo de cómo el rostro de su sospechoso palidece aún más—. Ella no confiaba en usted, y usted nunca debería haber confiado en ella —advierte, y Lee se queda sin palabras, con simples sonidos intentando salir de su boca, buscando unas palabras que nunca llegan a ser pronunciadas.
—Lo ha delatado —dice Alec factualmente, y el arquitecto, que continúa sudando la gota gorda, mueve los ojos, con sus pupilas dilatadas, de un lugar a otro de la sala, completamente desamparado y aterrado ante lo que se le viene encima—. Y jamás le contó lo del bebé —está en el punto de quiebre, y Hardy lo sabe. Solo tiene que empujarlo un poco más, y cantará como un gallo—. Lo entiendo: cuando estás enamorado, crees que va a durar para siempre —habla por propia experiencia, recordando sus tiempos felices con Tess, antes de que todo se fuera al garete—. El amor lo puede todo —suspira, sintiendo que su amor por la taheña a su izquierda es el que habla ahora, aunque consigue recomponerse—, pero no puedes fiarte de nadie: ni siquiera de las personas a las que quieres —asevera, y el rostro de Ellie se demacra y contorsiona en una expresión desesperanzada—. Al final, estamos solos —sugiere, y por un momento, parece que Ashworth vaya a empezar a hiperventilarse—. Usted más que nadie ahora mismo... Así que, rectifique su versión y nos libraremos de todo esto —esta es su última oportunidad. Ya le ha dado una a Claire, y la ha desaprovechado. Ashworth solo dispondrá de una segunda para hacerlo correcto, y espera que, con la presión a la que lo han sometido, coopere—. Debe estar cansado de mentir, y nadie va a venir a rescatarlo: está solo —su voz aumenta de intensidad a cada palabra, al igual que lo hace su acento escocés—. Se acabó. Última oportunidad... ¿Mató a Lisa Newbery?
Viéndose acorralado, solo, sin ningún tipo de apoyo o alguien a quien acudir, Lee rectifica su versión, rindiéndose finalmente ante la evidencia y la insistencia de estos tres agentes. Empieza a relatar lo que sucedió aquella noche, especialmente lo que concierne a Lisa Newbery.
Lisa y Lee están observando a Gary Thorp, quien vigila como un lobo hambriento el adosado de los Gillespie, mientras la joven de cabello rubio corto y ojos verdes hace de canguro de su prima, Pippa. Hace días que la joven de diecinueve años le dejó las cosas claras a ese chico, indicándole que no quería ser nada más que su amiga y conocida, pero no acepta un no por respuesta. Lleva días siguiéndola y acosándola, y la muchacha no puede más. Necesita encontrar la forma de protegerse mientras trabaja y estudia, y no cree poder hacerlo en este momento. Gira su rostro hacia la derecha, contemplando al marido de Claire, a quien, siendo sincera, encuentra realmente atractivo.
—¿Por qué no me deja en paz? —se lamenta en un tono apático.
—¿Dónde está Pippa? —cuestiona el arquitecto, curioso.
—Está dormida en casa de los tíos... Debería volver con ella.
—No —niega Ashworth en un tono sereno—: ve a buscarla y tráela aquí —le sugiere, y la joven de cabello rubio lo observa algo confusa—. Podéis quedaros aquí hasta que se haya ido.
En cuanto el hombre de fornida complexión explica su sugerencia con palabras cortas y concisas, la de ojos verdes le sonríe, realmente agradecida, antes de internarse en la casa, decidiendo utilizar el patio interior con la verja de madera para ir a buscar a su prima pequeña.
Entretanto, el arquitecto de cabello castaño y ojos azules sale de su vivienda con pasos firmes y decididos, en una actitud imponente, a fin de darle una lección a este acosador, pues no es de recibo, ni para Lisa, ni para él, el contemplarlo allí. Nada más advertir que Lee va en su busca, evidentemente para propinarle una paliza por ser un acosador, Gary Thorp sale de su escondite, tras una verja de metal, intentando correr para alejarse.
—¡Solo pasaba por aquí!
Sin embargo, antes siquiera de que pueda decir algo más para defenderse o justificar sus acciones, el marido de la peluquera lo intercepta en el acto, sujetándolo por el cuello de la cazadora de cuero, evitando que se aleje. El chaval de cabello rubio y ojos castaño empieza a temblar como un flan ante la perspectiva de recibir una golpiza. Ya ha visto en demasiadas ocasiones como acaban estos encuentros, y no quiere ser una víctima más, pero en este momento, no puede hacer nada para librarse.
—¿Por qué tienes que ser tan idiota? —cuestiona Lee, antes de propinarle un puñetazo en la nariz con el puño derecho, provocando que empiece a sangrar abundantemente—. ¡Márchate a quemar animales! —le sugiere despectivamente, mientras el joven se sujeta la nariz, doblado sobre sí mismo, intentando parar la hemorragia—. Venga ya, mira esto —comenta Lee, observando su blanca camisa, en la cual hay ahora rastros de sangre.
—¡Me ha pegado! —se horroriza Thorp, observándolo mientras el cuerpo le tiembla.
—Último aviso: aléjate de ella —advierte en una voz de ultratumba.
—¡Pero la quiero!
—Supéralo, o te rompo las piernas —dice en un tono tan casual, como aquel que está hablando del tiempo que va a hacer mañana, antes de encaminarse nuevamente hacia el adosado.
El hombre de cabello castaño y ojos azules entra en su casa a los pocos segundos, solo para observar a Lisa, que desciende del piso superior, contemplándolo con una mirada entre sorprendida y llena de admiración, como si estuviera maravillada por las acciones tan heroicas de su caballero de brillante armadura.
—¿Le has pegado?
—Sí, bueno, es más rápido que hablar —se defiende él en un tono casual, contemplando que una dulce y suave sonrisa adorna los labios de la chica de diecinueve años—. Se ha ido sangrando por la nariz, el pobre cabrón —añade, y ambos se carcajean brevemente, hasta que Lisa se percata de que la camisa de Lee está manchada, por lo que presiona sus manos contra ella en un gesto ligeramente seductor.
—Tienes sangre en la camisa...
—Sí... —Lee traga saliva: sabe que no debería, que es una jovencita que está sola, que él está casado, que ama a Claire, pero la forma en la que Lisa lo está mirando ahora mismo es demasiado seductora, y siente que no podrá contenerse si continúa haciéndolo—. ¿Dónde está Pippa? —cuestiona, intentando mantener el control sobre sus impulsos más primarios.
—Está dormida en tu cama —responde Newbery en un tono sereno—. No se ha despertado.
Lisa comienza entonces a desabrocharle la camisa lentamente, como si quisiera excitarlo al hacerlo esperar por ese momento que compartirán dentro de poco, y el arquitecto siente que el corazón le late con fuerza y anticipación en el pecho. Cada vez que desabrocha uno de los botones, dejando más piel al descubierto, siente que se queda sin aliento.
Alec Hardy, Coraline Harper y Ellie Miller observan al hombre que tienen delante, intentando procesar la información que les está refiriendo entre lágrimas. El escocés de cabello castaño, quien es el protector y confidente de la sargento taheña, tiene que controlar su tono de voz, pues ha entrado en cólera.
—¿Se acostó con Lisa Newbery aquella noche? —cuestiona en un tono severo—. ¡Todo este tiempo lo ha estado negando! —se exaspera mientras lo contempla asentir, respondiendo no-verbalmente a su primera pregunta—. ¿Y luego qué? ¿La mató? —nada más escuchar esas preguntas, Lee Ashworth agacha el rostro, antes de dejar escapar un sollozo ahogado, realmente arrepentido por aquello que sucedió entonces, pues lleva carcomiéndole la cabeza y el alma desde entonces—. No... Claire.
—¡No tiene ni idea! —asevera Ashworth con una sonrisa cínica.
Su sospechoso continúa relatándoles lo que sucedió.
Lee y Lisa están teniendo sexo en el suelo de la sala de estar, sin siquiera importarles el ruido o alboroto que están haciendo. Solamente se están dejando llevar por sus impulsos y pasiones más básicas, disfrutando de un momento de intimidad carnal que, tras tiempo intentando postergarlo y evitarlo, ha acabado culminando en este momento. En pleno apogeo, cuando están dando rienda suelta a todo su deseo e instinto, la puerta corredera de la sala de estar, que conduce al patio interior que ambas casas comparten, se abre de golpe, y un muy airado Ricky Gillespie entra por ella, evidentemente ebrio, habiendo vuelto de la boda, separándolos a ambos en el acto.
—¡Ponte la ropa! —casi parece ladrar cuando aparta a Ashworth, quien está completamente desnudo, de su sobrina, quien hace lo posible por colocarse adecuadamente el camisón y la ropa interior, realmente azorada porque la hayan pillado haciendo algo como esto—. ¿¡Dónde está Pippa!? —cuestiona Ricky en un tono airado, observando a su sobrina con condescendencia—. ¿¡Dónde está!?
—¡Está arriba! —responde Lisa en un hilo de voz, sintiendo el rubor en sus mejillas.
—¡Tenías que cuidar de ella! —le espeta mientras su vecino se coloca los pantalones.
—Lee solo me estaba ayudando —intenta justificarse la joven rápidamente, pues no desea que este asunto y lo sucedido trascienda hasta sus respectivas familias.
—¡No me cuentes cuentos! —exclama el padre de la niña que duerme en un tono irónico, antes de pasar junto a su sobrina de cabello rubio—. Llevo ahí fuera quince minutos: ya he visto cómo te ayudaba —asevera, y el rostro de Lisa, antes rojo por la vergüenza, ahora pasa a un leve pálido antes de adoptar nuevamente un color rojizo, en esta ocasión por la ira.
—¿¡Nos has estado observando!? —espeta en un tono despreciativo—. ¡Cabrón pervertido!
—¿Cómo me has llamado? —su tío se vuelve hacia ella casi al momento, colérico.
—¡Lisa! —Lee intenta interceder para que la jovencita no diga algo de lo que pueda arrepentirse más adelante, pues sabe cómo se las gasta Ricky cuando está ebrio—. Estás muy enfadado —intenta hacer razonar a Ricky, quien ni siquiera parece escucharlo—: cálmate.
—Te he visto mirando —admite la rubia en un tono condescendiente, algo soberbio, antes de alzar la barbilla en un gesto desafiante—. ¡Te jode que me lo he follado a él en vez de a ti!
Ante siquiera de ser consciente de lo que está pasando a su alrededor, Lisa siente que está en el suelo. La bofetada que Ricky acaba de propinarle con tanta fuera la ha hecho caer, y ahora, tiene a su tío sobre ella, gritándole, realmente enfadado.
—¿¡Es así como me hablas ahora!? —espeta el dueño de la empresa de construcción.
—¡Basta, Ricky! —exclama Ashworth, que se ha colocado ya los pantalones, y ahora está intentando sujetar al hombre de cabello rubio, para así, alejarlo de su sobrina.
—¡No! ¡Suéltame! —grita Lisa, intentando zafarse de Ricky.
—¡Vuelve a llamarme cabrón! —vocifera el hombre trajeado, habiendo asido la cabeza de su sobrina con ambas manos, antes de comenzar a golpearla contra el suelo de madera—. ¡Vuelve a llamarme cabrón! —insiste en un tono mucho más alto y airado, casi desgañitándose la garanta.
Es entonces cuando Ricky Gillespie le propina un segundo y contundente golpe a Lisa contra el suelo, antes de incorporarse. Su mirada se torna horrorizada y mortificada a partes iguales, posando sus ojos azules en su sobrina. La sangre brota ahora de la parte posterior de su cabeza. Es una hemorragia interna. Acaba de matar a Lisa de un contundente golpe contra el suelo de madera. Su sangre mancha ahora el suelo, y figurativamente, sus manos.
Tras haber escuchado y grabado la confesión de Lee Ashworth en una cinta, con la noche habiendo caído sobre el pueblo, así como la comisaría, Coraline Harper siente que un ligero alivio, mezclado con orgullo y tristeza, se apoderan de ella: estaba en lo cierto al sospechar de Ricky y de su interés por Lisa, así como el interés que Lee pudiera haber tenido por la joven de diecinueve años, pero a pesar de todo ello, nunca llegó a imaginar que Ricky asesinaría a su propia sobrina. Aunque claro, esto concordaría con el significado de las campanillas silvestres enviadas a Ripley. Y hablando de ella... Es el momento de escuchar el resto de la historia de la otra implicada en el caso de Sandbrook, y esta vez, no tiene escapatoria.
Los tres agentes de la ley se encaminan a la sala de interrogatorio número uno, tras haber dejado al arquitecto sollozando, realmente arrepentido por lo que sucedió hace dos años.
Alec Hardy se siente frente a Claire, con Coraline a su lado. En las manos del escocés se encuentra la grabación del interrogatorio de Lee, que ha terminado hace escasos instantes, y se la enseña a la peluquera.
—Esta cajita contiene la declaración de Lee —asevera en un tono firme, y la mujer vestida de sport la observa con una mirada algo nerviosa.
—Estás mintiendo, Claire —intercede la muchacha de veintinueve años con los brazos cruzados bajo el pecho—. Has mentido y cambiado tu versión docenas de veces, y culpado a todos, salvo a ti —ante sus palabras, finalmente, la mujer de cabello oscuro agacha el rostro.
—Ya es hora de que digas la verdad —Ellie, aún afectada por lo que Ashworth les ha confesado, tiene las emociones a flor de piel, de manera que, cuando habla, su voz adquiere un tono afilado y colérico—. Lee nos ha dicho que Ricky mató a Lisa, ¿pero qué pasó con Pippa?
La mirada oliva de la peluquera se queda fija entonces en la nada, rememorando esa noche. Se dijo que jamás hablaría de ella, que siempre mantendría lo que trascendió ese día en un completo silencio hasta el día de su muerte, pero ahora ya no le queda nada. Está sola, y Lee ya se ha ido de la lengua. No tiene sentido el seguir mintiendo, de modo que, tras tragar saliva, la mujer de cabello moreno y tendencias algo psicopáticas, comienza su propio relato.
Claire entra por la puerta de su casa con una gran sonrisa en su rostro. Tiene unas excelentes noticias que darle a su marido, y está deseosa por hablar con él. Bien es cierto que no siempre le ha sido fiel, incluso habiendo mantenido un breve amorío con Ricky, pero puede decir con confianza que, desde hace meses, no se ha acostado con otro hombre que no sea su querido Lee.
—¡Soy yo! —exclama, dando a conocer su presencia en la casa—. ¿Estás aquí? —cuestiona, antes de percatarse de que Pippa, la hija de Ricky y Cate, está sentada en sus escaleras, con la cabeza gacha y una expresión preocupada en el rostro. Se acerca a ella y le habla con dulzura—. Eh, ¿qué haces aquí, cariño? —indaga curiosa, inclinándose levemente para estar al mismo nivel que la pequeña, quien respira agitadamente—. ¿Qué pasa? —ahora su voz suena preocupada, pues la pequeña Gillespie parece estar sollozando, y ver llorar a una niña tan amable y buena, es lo que más dolor le provoca en su fuero interno a la peluquera.
—Ha habido un accidente... —logra decir la niña con el colgante, temblando sutilmente.
—¿Qué dices...?
Claire no puede terminar de hablar, pues el marido de Cate aparece de pronto allí, como alertado por su presencia. El hombre de cabellera rubia interviene, para evitar así, que Pippa diga algo que pueda acarrearles problemas a los implicados en la muerte de Lisa, claro que, la pobre niña no lo sabe.
—¡Eh, eh, Pippa! ¡Deberías estar dormida! —la alecciona su padre en un tono cariñoso, con la mujer de cabello oscuro y ojos verdes observándolo con confusión y consternación, pues se suponía que Cate y él no volverían hasta el día siguiente.
—Creía que estabas en la boda —musita la peluquera, estupefacta, intentando darle un sentido a la presencia de Ricky en su casa, y por el leve hedor que llega a sus orificios nasales, queda claro que ha estado bebiendo.
—¿Lisa está bien? —cuestiona en una voz temblorosa.
La única preocupación de la niña de doce años es su adorada prima, y el tono tan atemorizado con el que verbaliza a pregunta, provoca que un escalofrío recorra a Claire de arriba-abajo, pues siente que algo va terriblemente mal. Y las siguientes palabras de Ricky no hacen sino confirmar sus peores temores.
—No, no, no, cielo —niega rápidamente el contratista de ojos azules—. Lisa no está bien —le confía en un tono suave antes de suspirar pesadamente, frotando los antebrazos de su hija en un gesto cariñoso—. Me temo que Lee le ha hecho mucho daño...
—¿Qué?
No bastan más que esas palabras para que el mecanismo de alarma se encienda en la cabeza de la peluquera de ojos oliva, comenzando a caminar como una exhalación hacia la sala de estar, abriendo la puerta que la separa del pasillo de la entrada, encontrándose con Lee, vestido únicamente con sus vaqueros y camisa blanca, y con... El cuerpo de Lisa, totalmente inmóvil en el suelo de madera. Logra ver el charco de sangre bajo su cabeza de pelo rubio ahora apelmazado antes siquiera de poder evitarlo.
—No, cielo, no —Lee interna apartarla del cadáver, pero ya es demasiado tarde, pues su mujer lo ha visto todo, y está en un leve estado de shock, intentando procesar lo que sus orbes están contemplando a sus pies—. No deberías estar aquí —la observa colocarse con la espalda contra la pared, con los ojos a punto de salírsele de las orbitas.
—¿Pero qué...? —no puede finalizar la pregunta, pues siente que se le corta la respiración.
La peluquera de piel clara y cabello oscuro no puede imaginar lo que ha sucedido, y las cripticas y enigmáticas palabras de Ricky no han hecho sino aumentar su ansiedad. ¿Qué le ha pasado a Lisa? ¿Por qué está muerta? ¿Y qué hace en el suelo de su casa? Tiene más preguntas que respuestas, y no sabe siquiera si desea conocerlas. Siente que le tiembla todo el cuerpo, y la bilis se le sube a la garganta, aunque no es por lo que recientemente ha descubierto. Esta es una reacción completamente visceral ante un suceso sorpresivo y realmente desagradable. A pesar de continuar en ese estado de shock que amenaza con dejarla paralizada, está lo suficientemente consciente de lo que sucede a su alrededor como para percatarse de que Ricky entra a la sala de estar, cerrando la puerta tras él.
—Claire, necesito que vayas con Pippa y que te quedes con ella —sentencia Gillespie en un tono demasiado sereno, como si intentase distanciarse del hecho de que su sobrina, a quien él ha asesinado accidentalmente, no está muerta en el suelo de esta casa—. Le he dicho que le llevarías una medicina para poder calmarla —se acerca a la peluquera, quien se ha arrodillado frente al cadáver de la joven de diecinueve años, realmente incrédula ante lo que está presenciando—. ¡Claire! ¡Claire! —le da suaves golpecitos con la petaca de metal en el hombro derecho, y la mujer de Ashworth finalmente parece reaccionar, tomándola en su mano—. Dale un poco de esto: la ayudará a dormir, y yo me encargaré de ella por la mañana.
—Claire no forma parte de esto... —sentencia el arquitecto de cabello castaño y ojos azules en un tono tembloroso, negando con la cabeza, intentando que Ricky no haga cómplice a Claire de este crimen.
—¡Cállate! —le exige el rubio en un tono demandante, mientras que la peluquera, en un esfuerzo por determinar que lo que está contemplando es real, se atreve a posar su mano derecha en el pie de Lisa Newbery, que a cada segundo se encuentra más frío—. La has estado tocando, has estado dentro de ella, y su sangre está en tu suelo —ante estas palabras, la mujer de ojos color oliva aparta la mano del cadáver de la joven de diecinueve años, como si le quemase, y sus ojos vidriosos se mueven de un lado a otro, nerviosos, al intentar procesar la información de que Lee estaba siéndole infiel con esta chica muerta—. Voy a por la furgoneta —asevera en un tono decidido—. Tú limpia todo esto —le ordena, con Claire temblando nuevamente desde lo más profundo de su ser, escuchando cada palabra—. Acude a la policía, y te culparé de todo.
La amenaza y el ultimátum de Ricky son tan claros como el agua. Se marcha entonces de la sala de estar de la vivienda de los Ashworth, dejando al matrimonio a solas en la sala de estar, junto con el cadáver de Lisa. Lee no para de temblar y sollozar, sintiéndose realmente culpable, no solo por la infidelidad, sino por haber causado, indirectamente al menos, la muerte de esta jovencita. Sin embargo, en contraposición a su marido, la peluquera de cabello oscuro parece más calmada. Su expresión, que al entrar por la puerta principal era de júbilo y regocijo, es ahora estoica y casi desprovista de emociones. Se incorpora del suelo, con la petaca metálica de Ricky en su mano izquierda, sujetándola firmemente.
—Cl-Claire, no pue-puedes darle eso... —tartamudea debido al miedo, a la incertidumbre, a la culpa. Traga saliva para recomponerse mínimamente—. No puedes darle eso a Pippa —el arquitecto, que ya se siente responsable y culpable de la muerte de Newbery, intenta impedir que una nueva catástrofe se cierna sobre ellos—. Me ha contado que cuando sale de bares, mete Rohipnol ahí —asevera, antes de posar sus ojos azules en el cuerpo inerte de la muchacha de diecinueve años—. Tenemos que ir a la policía...
—¿Te has acostado con ella? —cuestiona de pronto su mujer, y vuelve su vista hacia él de una forma casi mecánica—. ¿Te has acostado con ella, Lee? —repite la pregunta, pues Ashworth se ha quedado mudo de pronto, y es incapaz de darle una respuesta. Esto deja clara la verdad, y Claire le propina una sonora bofetada en la mejilla derecha—. ¿¡Qué has hecho!? —su voz ha pasado de un tono casi indiferente a uno lleno de cólera, y sin esperar respuesta alguna, la morena se marcha de la sala de estar, dirigiéndose a su habitación, donde Pippa la espera.
Ricky, que ha traído su furgoneta de trabajo, aparcándola frente al adosado que poseen Cate y él, se hace con una gruesa manta de la parte trasera, para así, poder mover y envolver el cuerpo de Lisa. De esta forma, podrán transportarlo sin dejar huellas. Lee y él colocan la manta en el suelo de madera, y mueven el cuerpo de la joven con facilidad, dejándolo sobre ella. Una vez lo han hecho, envuelven el resto del cuerpo con la manta, y lo sacan de la casa a rastras. Lee permanece en el adosado, contemplando la silueta del cuerpo de Lisa que ha dejado la sangre en el suelo de roble, mientras que el marido de Cate, se apresura en transportar el cuerpo. Lo mete en la parte trasera de su furgoneta, se monta en ella, y comienza a conducir por las nocturnas carreteras. El hombre de cabello rubio y ojos azules tiene una idea vagamente exacta de dónde colocar el cuerpo de su sobrina, para que no sea encontrado nunca, en caso de haber una investigación criminal.
Entretanto, la mujer de Ashworth ya se ha reunido con la pequeña Gillespie, quien sigue temblando, realmente nerviosa por lo que ha escuchado. Está recostada en la cama, bajo las sábanas, con la peluquera, a quien tanto aprecia y quiere, junto a ella. Claire se ha recostado a su lado y la abraza, sujetándola maternal y cariñosamente en sus brazos. Pippa se abraza a ella automáticamente.
—¿Cuánto has estado en las escaleras? —cuestiona la peluquera en un tono suave, intentando calmarla y que responda a sus preguntas, de forma que pueda hacerse una idea de cuánto sabe la niña. Le acaricia el cabello para tranquilizarla, escuchando cómo intenta contener los sollozos—. Vamos, tranquila —le besa la cabeza en un gesto cariñoso—. No se lo diré a nadie: lo prometo —Claire Ashworth sabe que utilizar esa táctica con un niño siempre funciona, pues confían plenamente en las personas que prometen guardar sus secretos, y efectivamente, Pippa la cree—. ¿Has estado allí mucho rato? —tras suspirar, la niña asiente—. ¿La puerta estaba abierta? —la pequeña Gillespie niega vehementemente con la cabeza, mientras que la mirada de Claire, hace unos momentos amable y cálida, se torna sutilmente fría, llena de desprecio—. ¿Has escuchado algo?
—He oído a Lisa y a Lee: se estaban acostando —la honestidad de la niña es como una bofetada. Esa bofetada que, normalmente cortaría un ataque de histeria a una persona, pero que, en el caso de la peluquera, simplemente hace sangrar nuevamente esa herida que se ha formado en su corazón. Siente ganas de llorar, pero se mantiene firme por la niña—. Y luego oí una pelea...
—Vale —la morena acaricia el suave cabello de la niña de doce años con lentitud, intentando calmar sus desesperados sollozos, que han aumentado de intensidad mientras hablaba—. Gracias por contarme la verdad, cariño —le agradece, sintiendo que una solitaria lágrima se desliza por su mejilla derecha, antes de notar cómo la pequeña se incorpora levemente en la cama, observándola con dos ojos castaños aterrados.
—Lee le ha hecho daño a Lisa: lo ha dicho papá...
—Tranquila —Claire la corta en seco antes de que pueda decir nada más—. Gracias por ser sincera: lo has hecho muy bien —Pippa no es consciente que, el tono de voz y la mirada de Claire se han tornado gélidos, casi desprovistos de emoción nada más escucharla, pues lo que le acaba de revelar, supone que, de haber una investigación, Lee sería el principal sospechoso de la muerte de Lisa. Claire alza la mirada al techo de la habitación, pues sabe lo que tiene que hacer para proteger a su familia, aunque eso implique cometer el peor de los actos. Sabe que nunca logrará perdonarse por ello, pero el fin justifica los medios, y ahora mismo, debe evitar que su marido pague las consecuencias de lo que Ricky ha hecho—. No quiero que te preocupes —intenta hablar con serenidad, para no alarmar a la niña y que se percate de su plan—. Tienes que descansar —le recomienda, mientras, tiernamente, le acaricia el pelo—. Tu padre te ha dejado algo —sabe lo que le ha dejado, pues alguna vez lo han consumido el arquitecto y ella, y por eso, es consciente de que no debería hacérselo tomar a Pippa, pero no hay otra opción—. Es una medicina para que te calmes y te ayude a dormir mientras arreglamos todo esto —le comenta, tomando la petaca de la mesilla izquierda, donde la ha dejado antes de meterse bajo las sábanas con la niña—. Quiero que le des un buen sorbo —le indica calmadamente, tras desenroscar la tapa, colocándosela en la boca, de manera que el liquido empiece a entrar en su boca—. Un buen sorbo —repite en un tono más monótono, inclinando nuevamente la petaca en cuanto Pippa intenta apartársela de la boca con una expresión asqueada—. Bien hecho —la alaba al ver que la niña de doce años se toma un buen trago del Rohipnol.
—No me gusta —se queja en un hilo de voz, limpiándose la boca con la manga del pijama.
—No, está asquerosa, ¿verdad? —concede en un tono cómplice, haciéndola reír—. Las medicinas siempre lo están —añade en un tono factual, dejando la petaca en la mesilla nuevamente—. Pero te ayudará con todo —le asegura en un tono de voz más bajo, antes de quitarle las lágrimas de las mejillas, besando su frente amorosamente, sintiendo que, al hacer esto, se le parte el corazón en pequeños pedazos—. Ahora, acurrúcate —su tono es sutilmente demandante, y Pippa obedece, tumbándose en la cama, con la peluquera saliendo de ella, tapándola adecuadamente con las sábanas—. Eso es: acurrucada como un bichito —le sonríe cariñosamente, y la niña corresponde el gesto con otra sonrisa, realmente feliz de poder contar con su peluquera favorita—. Estaré abajo —le asegura, antes de tomar en sus manos la petaca, acercándose a la puerta de la habitación, con una expresión algo siniestra en su rostro que, por fortuna, la niña no advierte.
—Estoy preocupada por Lisa... —se lamenta la pequeña Gillespie, provocando que Claire se detenga en el margen de la puerta, dándole la espalda a la cama, y por tanto, a Pippa. Se arma de valor para girarse hacia ella con una expresión neutral en el rostro.
—Todo va a salir bien —le promete antes de apagar la luz y cerrar la puerta.
Siente que su tono se ha quebrado levemente al decir las palabras, pero lo importante ahora, es el hecho de que Pippa se ha tomado una buena dosis de Rohipnol, que la dejará K.O. dentro de unos pocos segundos. La peluquera de cabello moreno baja al piso principal, y entra en la sala de estar, donde se encuentra a su marido, aún en cuclillas, observando con evidente horror y mortificación la silueta que la sangre ha dibujado del cuerpo de Lisa.
—Tenemos que limpiar este desastre —le dice a su marido, una vez se arrodilla a su lado, con éste observándola con una cara tan pálida como la luna—. Pippa os ha oído haciéndolo —le comunica a su marido en un tono urgente—. Cree que has matado a Lisa.
El peso de esas palabras provocan que una oleada de miedo y escalofríos caigan sobre el arquitecto, quien no puede siquiera concebir la idea de enfrentarse a una condena por la muerte de esa joven, siendo Ricky su verdadero autor.
Claire por su parte, observa a Lee con una mirada que es una mezcla de lástima, rencor y amor. Quiere protegerlo, y sabe lo que deben hacer a continuación, pero no iniciará su manipulación a menos que él esté receptivo a su plan. En cuanto observa que el hombre de cabello castaño y ojos azules gira su rostro lentamente hacia ella para observarla, en cuanto contempla esos ojos llenos de desesperación e instinto de supervivencia, sabe que está receptivo a su plan.
—¿Le has dado lo que había en la petaca? —quiere saber Ashworth en un susurro.
—Ya estará dormida.
Esas palabras sellan entonces el destino de Pippa Gillespie, y por tanto, de Lee. La manipulación de Claire, que piensa no solo en salvarse a sí misma, sino a su marido, surte efecto al momento. Las lágrimas vuelven a caer por las mejillas de la peluquera de ojos oliva, pues sabe que nunca podrá perdonarse lo que le ha hecho a esa niña.
El hombre con la camisa blanca se levanta del suelo, comenzando a caminar lentamente hacia su habitación, donde la niña ahora duerme placida y profundamente. Ni siquiera el mas fuerte de los ruidos podría despertarla. Y de hecho, ni siquiera se inmuta cuando el arquitecto entra en la habitación, y la luz del pasillo se filtra por el hueco que la puerta abierta ha dejado, golpeando levemente contra su dormido rostro. Su respiración pausada y tranquila es el único sonido que se escucha en este momento en la habitación. Lee traga saliva mientras la observa por unos instantes. Quiere recordarla tal y como ahora la está viendo: viva, dormida, tranquila... En paz. Le tiemblan las manos en cuanto sujeta en ellas un cojín cercano a los pies de la cama. Mientras da cada paso hacia la dormida niña de doce años, su cuerpo tiembla incontrolablemente, y siente que las lágrimas caen por sus mejillas. Los recuerdos felices que han vivido allí, con Lisa y con Pippa, vienen a su mente, y no hacen sino más difícil su actual tarea. Lo único que puede pensar mientras presiona el cojín contra su rostro, obstaculizando por completo que el oxígeno llegue a sus vías respiratorias es: «lo siento, Pippa... Lo siento mucho». La niña ni siquiera se resiste mientras su vida se escapa lentamente por entre sus labios, con éstos acabando amoratados debido a la falta de oxígeno, pero finalmente, su corazón se detiene, al igual que su respiración. El cuerpo de la niña empieza a enfriarse pasados unos minutos.
Ellie Miller observa horrorizada a Claire Ripley, quien está sollozando en silencio, aun sintiéndose en extremo culpable de la muerte de Pippa, a quien ella adoraba y quería como su propia hija. Sus ojos están rojos, hinchados por el llanto, su delineador de ojos está corrido, y mancha sus mejillas. Coraline Harper por su parte, siente que el corazón se le hace un nudo, solo de escuchar la frialdad con la que Claire manipuló a Lee para cometer el asesinato de Pippa, únicamente por ser ella incapaz de hacerlo, por el vínculo que las unía. La analista del comportamiento puede ver lo mucho que realmente quería a esa pequeña de doce años, a pesar del horrible crimen que orquestó para acabar con su vida, y así, mantenerse a sí misma y a Lee a salvo de toda culpa, a pesar de que, por ello, su marido tuviera que mancharse las manos. De alguna forma, en realidad, el hacerlo realmente responsable de la muerte de Pippa, es el castigo que Claire quiso imponerle por su infidelidad con Lisa, siendo un homicidio premeditado y extremadamente cruel, hasta para la morena de ojos verdes. Alec Hardy sin embargo, observa a su actual sospechosa, o más bien debería decir cómplice, con una mirada llena de desprecio y rabia, instándola a continuar en silencio, pues está claro que aún no ha acabado de relatar lo sucedido.
Unos minutos más tarde, cuando Ricky ya se ha asegurado de dejar en un lugar seguro el cuerpo de Lisa, éste enfila nuevamente su furgoneta de trabajo por la calle en la que se encuentra su adosado. Apenas está a unos pocos metros de ella, cuando ve a Claire salir de su vivienda, haciendo aspavientos como si espantase moscas, pero en esta ocasión, es para llamar su atención. Cuando se percata de que el padre de Pippa la ha visto, hace un gesto con las manos, colocándolas frente a su cuerpo, como si intentase parar una fuerza invisible que se dirige hacia ella. Funciona, pues Gillespie detiene el vehículo, y la morena de ojos verdes se apresura a subir a él.
—¿Qué haces? —cuestiona Ricky nada más la ve subir a su furgoneta, cerrando la puerta del copiloto—. ¿Dónde está Pippa? —su segura pregunta es mucho más urgente que la primera, pues le preocupa la seguridad de su hija, y no quiere dejarla sola en la vivienda.
Claire Ashworth, sin embargo, mantiene una expresión neutral en el rostro en cuanto escucha sus cuestiones. No quiere pensar en lo sucedido a esa niña de doce años. No quiere pensar en cómo le ha mentido, diciéndole que todo iría bien. Ahora mismo no quiere hablar de ello, no, cuando Lee está encargándose de llevar el cuerpo de Pippa en su coche, hacia un lugar más recóndito, alejado de Sandbrook.
—Vale: te lo explicaré luego —Claire intenta manipular a Ricky con sus palabras y su encanto, parra así, lograr que haga lo que ella ha planeado—. Pero no tenemos mucho tiempo, así que, conduce —le insta—. ¡Conduce! —tras colocarse el cinturón de seguridad, la peluquera de piel clara y ojos oliva insiste nuevamente en que obedezca sus órdenes, propinándole un leve golpecito en el hombro izquierdo.
Gillespie no tiene más remedio que obedecer, pues quiere saber qué es lo que pasa con Pippa. Arranca nuevamente el vehículo y conduce por las nocturnas y silenciosas calles de Sandbrook, siguiendo las indicaciones que la peluquera, con quien mantuvo una aventura, le va dando en forma de urgentes susurros, como si temiera que alguien los descubriera.
Lee Ashworth por su parte, ha llevado en su coche particular el cuerpo inerte de Pippa Gillespie. Detiene el vehículo tras atravesar un pequeño sendero oculto por frondosos árboles, habiendo llegado a un campo de campanillas silvestres. Sale del coche, y toma el cuerpo de la niña de doce años en sus brazos, sintiendo todo su peso, esforzándose a cada paso por no llorar desgarradoramente. No puede quitarse de la cabeza cómo la niña ni siquiera se ha inmutado o despertado mientras le arrebataba la vida. Sabe que ese recuerdo va a perseguirlo y atormentarlo para siempre. Camina unos cuantos metros por el espeso prado de campanillas silvestres, iluminadas tenuemente por la luz pálida de la luna llena. Encuentra un recoveco tranquilo donde depositar el cuerpo, y siguiendo las instrucciones de Claire, así lo hace. Deposita el cadáver con gran ternura y reverencia, lleno de arrepentimiento y congoja, antes de volver velozmente a su coche. Tiene que darse prisa en volver a su casa. Tiene que limpiarla de arriba-abajo para no dejar señal alguna de su presencia allí... Y tiene que encargarse de cambiar el suelo de la sala de estar. Debe deshacerse de la sangre que hay en esos tablones de madera de roble oscuro. Mientras conduce, sin embargo, en ningún momento se percata de que, el colgante de Pippa, que originariamente era de Claire, se ha desprendido al tomar su cuerpo de la parte trasera de su coche, y se ha quedado depositado en el asiento.
Unos minutos más tarde, cuando la luna ilumina aún más el frondoso campo de campanillas silvestres, Ricky Gillespie detiene su furgoneta de trabajo. Claire y él se apean de ella, ambos con linternas en sus manos. Sin embargo, la expresión de la peluquera de cabello moreno es una suspicaz. Está en guardia, pues la siguiente parte de su plan, que consiste en hacer que el hombre de cabello rubio y ojos azules guarde silencio, se le antoja más complicada. Mientras caminan por el campo de campanillas, Claire se distancia mínimamente del padre de la niña de doce años.
—Aléjate de mi —le pide en un tono de voz que tiembla ligeramente, como si estuviera asustada, pero Ricky no parece querer escucharla, porque su voz suena fuertemente en el silencio sepulcral que los envuelve.
—Claire, ¿qué hacemos aquí? —el tono del marido de Cate es urgente—. ¿Dónde está Pippa? —insiste, siguiéndola mientras ella camina hacia el interior del bosque, cerca del río que lo recorre—. ¡Claire, dime dónde está! —exige en un tono más demandante, comenzando a perder la poca calma de la que dispone.
—¡Para, para, para! —ella le urge rápidamente, dándose la vuelta, enfocándolo con su linterna, con el fin de hacerlo detenerse. Lo consigue, pero eso no significa que las preguntas del hombre rubio se hallan acallado, de modo que se adelanta a las siguientes preguntas con un tono más sereno—. Tienes que calmarte, ¿vale? —le pide, y puede notar al momento cómo Ricky suspira pesadamente, intentando cumplir con su petición—. Le he dado un poco de lo que había en tu petaca, como tú me has pedido.
—¿Y qué? —el tono del contratista está lleno de tensión.
—¿Qué había dentro? —la voz de Claire baja mínimamente, tornándose ligeramente manipulativa, pero no siendo percibido por el hombre frente a ella—. ¿No era whisky, verdad? —ante sus palabras, la peluquera contempla con ligero alivio cómo el rostro de Ricky, hace unos segundos rojo por la cólera y la desinformación, se va tornando pálido a cada palabra suya.
—¿Qué ha pasado? —su tono de voz se ha calmado considerablemente, y ya no se percibe ningún atisbo de ira en él, salvo una inequívoca inquietud y urgencia. Tiembla mientras habla.
—Ha sufrido una reacción —empieza la mentira en un tono tan convincente, que hasta por un pequeño segundo, la misma Claire se convence de que esos han sido realmente los sucesos de esta terrible y macabra noche—. Ha dicho que no podía respirar, y ha empezado a ahogarse, y ha sido... —incluso verbalizar una mentira así resulta dolorosa para la peluquera, de forma que se ve obligada a interrumpirse, viendo rápidamente en su mente los últimos recuerdos que tiene de Pippa, sintiéndose ingentemente culpable—. Ha sido tan rápido...
—¿Qué quieres decir? —los ojos azules de Ricky se tornan vidriosos al momento, intentando descifrar la implicación de las palabras de su antigua amante, solo para estremecerse nada más ese pensamiento se aparece en su mente. No puede ser cierto. No puede creerlo...
—¡No podíamos llamar a una ambulancia! —se excusa Claire, dándole una mayor forma a su mentira, envolviéndola con la verdad para hacerla más verídica—. ¡No después de lo que le has hecho a Lisa, y con toda esa sangre en el suelo...! —hace una pausa para recuperar el aliento, percibiendo que Ricky la observa casi alto de aire, respirando agitadamente—. No... No hemos podido salvarla —decide darle la noticia lo más piadosamente que puede, pues, aunque esa no es la verdad acerca de lo que ha transcurrido esa noche, sabe perfectamente que, con su manipulación, el hombre que tiene delante se culpará para siempre de su muerte. Lo menos que puede hacer, es suavizarle el golpe—. Ha muerto.
—No... —el hombre trajeado de cabello rubio está en negación—. No.
—Lo siento mucho, Ricky, pero tienes que entender que...
Claire se interrumpe al momento, pues el que antaño fuera su amante se acerca a ella con pasos rápidos, ahora evidentemente colérico, instándola a que no siga diciendo que su niña, su pequeña y dulce Pippa, se ha ido para siempre.
—¡No digas eso! ¡No digas eso!
—Vale: Lee ha dicho que conocía un sitio —la morena de ojos verdes empieza a hablar a toda prisa, intentando evitar el evidente arranque de ira que amenaza con poseer al hombre trajeado, que ahora está a escasos centímetros de su propio rostro—. Un sitio tranquilo, al que solías ir, donde no la encontrarán en mucho tiempo... Por eso estamos aquí —Ricky parece que va a abalanzarse sobre ella, de modo que, por instinto, la peluquera de cabello moreno se lleva una mano al vientre, y da un paso hacia atrás, antes de seguir hablando—. Ve a verlo, y yo esperaré aquí —le insta en un tono más tranquilo, contemplando que el hombre de ojos azules como el mar se apresura en internarse en el bosque, hacia un prado interior de campanillas silvestres, justo junto al río—. Yo esperaré aquí... —musita la morena en un tono más siniestro, antes de alumbrar con su linterna el sendero por el cual ha desaparecido Ricky, comprobando que efectivamente se haya alejado, antes de poner en marcha la siguiente parte de su plan.
El arquitecto de fuerte complexión, que ya ha llegado a su vivienda, está rompiendo y quitando las tablas de roble de su sala de estar. Las quita rápidamente, sin demasiados miramientos, antes de juntarlas todas en una bolsa de cuero, a fin de transportarlas sin mayor problema. Cuando las ha guardado todas, carga la bolsa en su coche particular, dirigiéndose hacia la empresa de Thorp Agri Services, de la cual Lisa le hubiera hablado con anterioridad. No le resulta difícil entrar, puesto que la puerta trasera sigue estando abierta. Una vez en el interior, enciende el horno que usan para quemar animales, y comienza a deshacerse de las tablas. Las arroja una por una al incandescente fuego, y finalmente, arroja la bolsa para deshacerse de esa prueba incriminatoria. Cierra la puerta del horno, contemplando con una expresión mortificada y atormentada, cómo ese baile carmesí reduce todo aquello a cenizas.
Ricky Gillespie está ahora arrodillado en el campo de campanillas silvestres. Tras haberse despedido por última vez de su niñita, habiéndole besado sus dulces y pequeñas manos, la ha dejado a la deriva en el río cercano. Arranca una campanilla silvestre del extenso fiordo lleno de ellas, y la sujeta delicadamente entre sus dedos índice y pulgar de su mano derecha. Intenta acompasar su respiración, pero no deja de sollozar. Apenas es consciente de aquello que sucede a su alrededor hasta que la voz de Claire Ashworth lo saca de sus ensoñaciones.
—Ricky, dame las llaves —le pide en un tono sereno la peluquera, extendiendo su brazo izquierdo hacia él, habiéndose quedado cerca de su furgoneta de trabajo. Lo observa levantarse del suelo con cierto esfuerzo, lleno de melancolía, acercándose a ella, y entregándole dicho manojo de llaves—. Escucha, tengo que decirte algo —añade nada más el hombre de cabello rubio pasa a su lado, dispuesto a subirse a su vehículo. Comienza la última parte de su plan—. He enterrado tu petaca en el bosque —le revela en un tono malicioso, mientras que Ricky la observa con gran consternación—. Yo sé dónde, pero nadie más podrá encontrarla —asevera con un tono lleno de confianza, apenas parpadeando al realizar la siguiente amenaza—. Si te entran ganas de hablar con la policía o nos culpas de lo que ha pasado, recuerda que sé dónde está tu petaca, que contiene restos de lo que ha matado a Pippa —la expresión facial de Gillespie palidece nuevamente ante lo que escucha, y asiente lentamente—. Solo es por precaución, nada más...
—Has pensado en todo —sentencia Ricky en un tono severo, comprendiendo la amenaza y el ultimátum que acaba de hacerle la peluquera que antaño fuera su amante, no teniendo más remedio que aceptar sus condiciones.
—Tengo que pensar en el futuro —asevera ella, acariciando distraídamente su vientre, antes de alejarse del padre de Pippa, hacia su vehículo, sentándose en el asiento del conductor, esperándolo.
Esa misma noche, Claire limpia toda la casa de arriba-abajo con productos químicos, intentando dejarla reluciente, para así, evitar dejar cualquier rastro de la presencia de Pippa o Lisa en su hogar. De la misma manera, Lee, su marido, se encarga de cambiar la madera de la sala de estar por aquella que compró hace varios días para la obra que tiene el lunes. Coloca cada tablón de roble claro con precisión, asegurándolo con el pequeño martillo. De madrugada, finalmente la casa queda en silencio, con todo rastro de las niñas habiendo desaparecido de su vivienda. Como si nada de esto hubiera pasado.
Alec Hardy se arrodilla frente a Claire Ripley, quien está nuevamente sollozando en silencio. Ha roto finalmente su fachada, y ha confesado todo lo que realmente sucedió aquella noche, incluyendo la ubicación exacta de la petaca de Ricky Gillespie en el campo de campanillas silvestres. La peluquera de cabello moreno se encuentra sentada en el suelo de la sala de interrogatorios número uno, siendo apenas iluminado su rostro por las luces de los coches que atraviesan las calles nocturnas de Broadchurch.
—Volví a casa para decirle que estaba embarazada —la voz de Claire es temblorosa.
La que antaño trabajase de peluquera siente cómo su cuerpo es presa de un escalofrío intermitente, por lo que opta por abrazarse el torso. Ahora que lo ha confesado todo, es consciente de que una sensación de alivio la invade: ya no tiene que guardar más secretos. Ya no tiene que seguir sintiéndose culpable. Ha llegado el momento de pagar por todo el daño que ha causado... Aunque eso signifique arrastrar consigo a Lee y a Ricky.
Coraline Harper se queda de pie tras su adorado inspector, observando a su cómplice y asesina con una mirada entre crítica, comprensiva y melancólica. Por un lado, es comprensiva al momento de ver qué llevo a Claire a cometer ese asesinato, aunque no haya sido la causante directa de éste, sino la instigadora. Los celos y el amor, en conjunto, son un motivador demasiado cruel. De ahí, que, como venganza contra Lee por haberle sido infiel, lo instigase a cometer el asesinato con el fin de salvar sus propios pellejos. Esa es también la causa de que hiciera creer a Ricky Gillespie mediante una manipulación, que él fue el causante directo e indirecto de las muertes de Pippa y Lisa. La analista del comportamiento siente cierta lástima por ella, notando inequívocamente cómo la muerte de la niña de doce años la ha torturado mentalmente hasta el día de hoy, habiendo provocado cambios drásticos en su personalidad, desarrollando un instinto de supervivencia que obvia cualquier moral que hubiera tenido anteriormente, aunque tampoco puede asegurar que Claire no fuera así de fría mucho antes. Es crítica con la peluquera con respecto a la tendencia psicópata que ha demostrado en su relato, con la manipulación y la premeditación. No es algo que pueda desarrollarse en un chasquido o un parpadeo. La persona debe tenerlo en su interior, y de esta forma, ser capaz de ejecutar tales ideas y pensamientos.
Ellie Miller, que está de pie junto a su amiga, finalmente parece soltar el aire que ha estado reteniendo desde que la mujer vestida de sport ha retomado su relato: por fin tienen la verdad de lo sucedido. Ahora saben quiénes son los auténticos culpables del caso de Sandbrook. Y solo tienen que interrogar al último de ellos para dar por cerrado el caso.
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