Capítulo 20
Beth Latimer se ha reunido con Maggie Radcliffe, Olly Stevens y Paul Coates en la sala de estar de su casa. Tras haber sido testigo del acto extremo de valor que ha realizado la Sargento Harper para defender a Danny, la joven madre ha decidido crear una asociación que lleva su nombre. Debe intentar que lo sucedido a su hijo no se repita nuevamente. Y una asociación podría ser suficiente para hacer algo al respecto. Los niños podrían tener la ayuda necesaria para hacer frente a semejantes situaciones.
—Sería una organización benéfica encargada de ayudar a los niños en su transición a secundaria —se explica la joven madre en un tono tranquilo, gesticulando con sus manos mientras sus ojos castaños se posan en el vicario y los dos periodistas del periódico local—. Ese momento en el que están creciendo, pero aún siguen siendo unos niños... Esa edad en la que empiezan a tener secretos —continúa, antes de tomar un sorbo de su taza de té, pues aquella mañana, que ahora pasa poco a poco a mediodía, se ha tornado algo fría—. Podríamos crear grupos, hacer una página web, montar una línea telefónica... —expone sus ideas de manera entusiasta, antes de contemplar que la expresión del sobrino de Ellie se torna algo preocupada.
El joven reportero en potencia observa a la madre de Danny con una mirad algo apenada a la par que indecisa. Hay algo que debe decirle, pero no sabe si tiene la voluntad para hacerlo. Sin embargo, no puede dejar que Beth se ilusione por algo que, desgraciadamente, ya está implementado en algunas partes del país.
—Es una idea genial, pero hay sitios donde ya hacen eso.
Maggie decide intervenir, utilizando un tono y un acercamiento más amable que el de Oliver.
—Mira, Beth, para conseguir fondos para algo así, en estos momentos, necesitarás una propuesta muy original —le comenta en un tono suave, con la esperanza de no hacer añicos sus ilusiones. Pero debe decirle la verdad, aunque duela—. Lo siento, tesoro.
—No pienso parar —asevera la joven madre de cabello castaño, realmente determinada en conseguir aquello que quiere—. Habrá una organización con el nombre de Danny.
Pau Coates intercede entonces en un tono conciliador.
—Bueno, los tres hemos estado hablando antes de llegar aquí, y... —parece tener dificultades para encontrar las palabras adecuadas, por lo que se interrumpe por unos segundos—. Hay un pequeño grupo —sentencia finalmente, mientras Maggie y Olly contienen el aliento, esperando a que le explique a Beth los pormenores de ese grupo—. Son nuevos, pero hacen el trabajo más complicado.
—¿Qué clase de trabajo? —Beth, finalmente hace la pregunta que los tres invitados a su mesa estaban temiendo desde que se han planteado la posibilidad de mencionarle esta oferta.
El vicario de cabello rubio intercambia una mirada con la redactora jefe del Eco de Broadchurch, así como con el sobrino de Ellie.
—Trabajan con agresores sexuales que ya han acosado a niños —el hombre de ojos azules finalmente responde a la pregunta de la madre de Danny, y casi al momento, contempla cómo su rostro palidece al momento—. Les proporcionan apoyo para evitar que vuelvan a reincidir.
—Los rehabilitan a largo plazo —aclara Maggie, intentando suavizar este ofrecimiento.
—Así que... —Beth traga saliva antes de pronunciar sus siguientes palabras con algo de tirantez—. ¿El legado de Danny será ayudar a la clase de hombre que lo asesinó?
—Si quieres evitar que agredan a otros niños —comienza Paul, intentando convencerla, pues todos en esa estancia han advertido su animosidad ante la idea—, hay que detener a la gente que lo hace —traga saliva antes de suspirar, siéndole cada vez más complicado el sostenerle la mirada a la madre de Danny—. Ahí es donde se necesita más ayuda. Porque es algo que a la gente le da miedo —sentencia antes de darle un argumento—. Pero tú eres diferente, Beth. Eres valiente.
—No lo soy —ella apenas pierde el tiempo en negar su apreciación—. No puedo hacerlo. No puedo perdonarlo.
A unos cuantos kilómetros lejos de allí, en el parque de caravanas, cerca de la costa de Broadchurch, Nigel Carter camina lentamente, con sus pies hundiéndosele en la arena. Cada paso es pesado, sintiendo cómo si estuviera a punto de hundirse bajo su propio peso. Ha quedado allí con una mujer a la que creyó que jamás volvería a ver, pero tampoco es como si pudiera rechazar su petición. No, teniendo en cuenta quién es. Tras aproximadamente veinte pasos desde la última caravana del parque, divisa a esa mujer, sentada en la arena de la playa, con su vista fija en las olas del mar.
Susan Wright está fumándose tranquilamente un cigarrillo en cuanto advierte que Nigel se acerca a ella. Sin embargo, no hace ademán de girarse para encararlo. Ni siquiera deja entrever que sabe que está allí. Nota cómo se sienta a su lado, observándola con mirada crítica, realmente molesto por la idea de tener que tratar con ella nuevamente.
—Te has tomado tu tiempo... —dice finalmente la dueña de Vince tras dar una calada a su cigarrillo.
—Tienes suerte de que esté aquí —sentencia Carter en un tono mucho menos hostil que aquel que utilizó en su último encuentro.
—¿Cómo has estado?
—¿Qué cómo he estado? ¿Estás de coña? —Nige recupera algo de su habitual disposición hostil cuando se trata de su madre biológica—. ¡Estuve en una celda por tu culpa! —le espeta a su progenitora en un tono acusador, pues lo sucedido en la investigación por el asesinato de Danny aún lo mortifica—. ¡Te marchaste! —añade, antes de percatarse de que, quizás, muy en el fondo, realmente desease tener una relación con su madre biológica.
Susan Wright desvía su mirada momentáneamente, pues ha llegado el momento de desvelarle a su hijo la razón que hay tras su vuelta a Broadchurch.
—Me muero.
—¿Qué? —Nige está incrédulo, y sonríe de forma irónica.
—Tengo cáncer —ella elabora—. Me han dado nueve meses. Mis pulmones están invadidos —añade, dejando clara que la auténtica razón tras su cáncer de pulmón, es el tabaco que sin tanta moderación consume.
El hombre con alopecia niega con la cabeza, incapaz de creer sus palabras. Seguro que es una nueva estratagema para intentar acercarse a él nuevamente. Para entrar en su vida. Para inmiscuirse en ella, cuando no tiene el derecho a hacerlo.
—No... No, estás mintiendo —sentencia el amigo de Mark en un tono incrédulo.
Susan simplemente se limita a soltar una leve risotada, como si no esperase otra cosa de él. Tampoco es que estuviera segura de que Nigel fuera a creerla, claro, pero pensaba que, al menos, merecería la oportunidad de explicarse y de que él confíe en ella.
—Vale —no dice nada más, limitándose a mirar nuevamente al océano a sus pies.
—No me creo ni una palabra que salga de tu boca.
—¡Nos vimos atrapados en la muerte de ese niño! —exclama ella, recordando aquellos aciagos días en los que se encontraron por vez primera—. No tiene por qué seguir siendo así... Podemos hacer las paces, tú y yo —intenta convencerlo, sintiendo la esperanza surgir en su interior. Solo quiere recuperar a su hijo. Hacer las paces con él. Necesita hacerlo antes de que el cáncer se la lleve por delante.
—¿Por qué? —Carter no da la negativa flagrante que ella esperaba, como si quisiera escuchar su razonamiento.
—Porque no se le da la espalda a la familia —sentencia ella con un leve tinte de dureza.
—Tú no eres mi familia.
El ultimátum de Nige es claro, y se levanta de la arena, sacudiéndose los granos de las ropas. Acaricia la cabeza de Vince de forma amigable antes de emprender el camino de regreso a su casa a través del parque de caravanas. Las esperanzas de Wright se esfuman con cada paso que su hijo da lejos de ella. Posa su mirada nuevamente en el mar, observando a los niños que retozan y corren libres, despreocupados, por la orilla. Suspira pesadamente en ese instante: si Nigel no quiere hacer las paces con ella, se asegurará de que no pueda olvidarla.
La noche ha caído en Sandbrook cuando Alec camina por la calle hacia el restaurante en el que ha quedado con Daisy y Tess. Ha pasado antes por el hospital con el fin de que le hagan un chequeo médico, pero teniendo en cuenta que la espera era de aproximadamente 7 horas, ha decidido marcharse. Ni de coña va a esperar 7 horas a que lo atiendan, y más, teniendo a Daisy esperándolo. Entra al restaurante, y la adolescente rubia, de ojos azules, que ha estado vigilando la puerta de entrada desde hace varios minutos, se apresura a recibirlo.
—¡Papá! —exclama su hija, propinándole un beso en la mejilla derecha con afecto.
—¡Hola...! —saluda él con una sonrisa enternecedora en sus labios.
—Llegas a tiempo —se sorprende la adolescente gratamente.
—Eso no es tan raro, ¿verdad? —indica él, antes de posar su mirada en Tess, quien los observa desde una de las mesas—. Eh, abrazo, abrazo, abrazo —sentencia el escocés antes de rodear a su hija con sus brazos, sujetándola contra él con cariño—. Te he echado de menos —dice tras besarle la cabeza.
Daisy se separa de su padre algo azorada. Está en esa edad en la que abrazar a un padre o una madre en público la hacen sentirse incómoda y nerviosa. No porque no lo aprecie, sino por el qué dirán.
—Suficientes abrazos en público por hoy...
—Lo siento —se disculpa el inspector en un tono avergonzado, siguiendo a su hija hasta la mesa—. Hola, Tess —saluda a su exmujer en un tono cordial, observándola con una mirada llena de arrepentimiento por su discusión de ese mediodía, algo que ella parece captar al momento, pues corresponde ese saludo con una leve sonrisa amigable.
—Hola —contempla cómo se sienta Daisy en su asiento, mirando hacia la barra. Su asiento queda cerca del de su padre. La morena le hace un gesto al camarero para que se acerque a ellos, y así, pedir su comanda—. Deberías pedir la comida, ¿no? —comenta, pues tanto ella como su hija han hecho su pedido instantes antes de que llegase él al restaurante.
—¿Tienen algo que no sea pollo? —cuestiona Alec tras leer el menú, habiéndose colocado sus gafas de cerca.
—Una hamburguesa vegetariana picante —responde el camarero en un tono suave.
—Oh, Dios, no.
—O una ensalada —ofrece el camarero al ver el rostro mortificado del hombre con vello facial.
—Papá, es un sitio de pollo —interviene Daisy, realmente divertida al ver a su padre malhumorado por la comida. Lo echaba de menos enormemente.
—Es que no me gusta mucho —se defiende él, observando nuevamente el menú en busca de algo mínimamente decente, pues no le conviene tomar muchas grasas debido a su salud.
—¿Lo ves? —dice Tess, desviando su mirada verde a su hija.
—¿El qué? —Alec levanta la vista del menú, posándola en su antigua subinspectora.
—Mamá dijo que estarías gruñón —Daisy tiene que contener una carcajada.
—¡No lo estoy! —casi en el mismo momento en el que dice esas palabras, Alec sabe que su hija tiene razón. Aunque ha intentado por todos los medios que su molestia de esta mañana no se arraigue en su humor en la cena, lamentablemente es así—. Tráigame lo mismo que a ellas. Gracias —se decanta finalmente por la comida de su exmujer e hija, entregándole el menú al camarero, quien se apresura en cantarle la comanda al cocinero.
En ese momento, la mirada de Daisy se desvía ligeramente hacia un grupo que acaba de acercarse a la barra del restaurante, pues es también un bar: son cuatro personas: dos hombres y dos mujeres. La primera de ellas tiene el cabello corto, negro y liso, piel ligeramente cetrina, y ojos oscuros. Posee rasgos asiáticos. Su complexión delgada pero firme parece indicar que se entrena a menudo. Viste elegantemente, con una camisa holgada de tirantes color azul marino, unos vaqueros oscuros y unas botas negras. El segundo de ellos tiene el cabello tan rubio que casi parece blanco, de piel pálida y ojos azules, casi grises. Sus rasgos son claramente escandinavos. Su complexión es fornida, y es el más alto del grupo, dejando claro su estilo de vida saludable. Viste con una camisa a cuadros color fucsia, con unos vaqueros azul marino y unas deportivas blancas. El tercero de ellos tiene el cabello rizado y de color azabache, con una tonalidad de piel oscura, y ojos color chocolate. Sus rasgos dejan entrever que es, como mínimo, afroamericano. La complexión de este hombre es también atlética, y por lo visto, tiene los músculos de piernas y brazos más desarrollados que el resto. Viste con una camiseta deportiva de los Lakers, con unos pantalones holgados de color gris oscuro, y unas deportivas negras. La última del grupo tiene el cabello pelirrojo recogido en una cola de caballo, con un flequillo que oculta levemente su frente, con una tonalidad algo pálida en su piel, casi de porcelana, y con ojos azules como el cielo. Su complexión no es tan atlética como la de sus compañeros, pero parece que se mantiene en buena forma física. Viste con un top de tirantes de color blanco, y sobre éste, hay un chaleco de manga corta, que apenas cubre sus hombros, de color carmesí oscuro, lleva unos pantalones vaqueros de color marrón ligeramente claros, además de unas botas con tacón de cuero de color marrón oscuro, que cubren sus gemelos. Es esta joven la que está inclinándose sobre la barra para hablar con el barman, claramente transmitiéndole el pedido de sus compañeros y el suyo propio.
Tras recibir sus bebidas, la joven pelirroja reparte dichas consumiciones entre sus compañeros, antes de fijar su vista celeste en la mesa en la que Daisy y su familia están sentados, sonriéndole a la adolescente. La aludida de cabello rubio le hace un gesto de saludo con la mano derecha, pues cree tener una ligera de quién es. Nota cómo su padre y su madre se giran en sus asientos, posando la vista en la pelirroja de piel clara, quien los saluda con un asentimiento de la cabeza, antes de que su amiga de rasgos asiáticos enganche su brazo con el suyo, llevándosela a una mesa algo alejada de la barra y las mesas de los clientes, como si buscasen privacidad.
—Vaya, veo que tu subordinada tiene más amistades de las que creía —menciona Tess en un tono algo despectivo, lo que provoca que Alec la observe con una mirada algo severa. La jovencita de cabello rubio tampoco puede evitar el posar una mirada algo molesta en su madre: desde esta mañana ha estado bastante irascible, y ahora, tras ver esta reacción, cree saber por qué.
—¿Esa es Coraline Harper? —cuestiona Daisy entonces, realmente contenta de poder conocer al fin a la mujer con la que su padre lleva trabajando tanto tiempo, y de quien tanto le ha hablado en sus mensajes de texto. No puede evitar alegrarse por su padre—. Parece alguien muy agradable —añade, habiendo recibido un gesto de asentimiento por parte de su progenitor.
—Lo es —asiente el escocés en un tono realmente enternecido—. Seguramente estará deseando conocerte y presentarse adecuadamente, pero no ha querido molestarnos —añade, comprobando lo entusiasmada y nerviosa que parece de pronto su hija por conocer a esa mujer que la ha saludado con tanto cariño y amabilidad—. Bueno, ¿qué tal el cole? —cuestiona el hombre con vello facial castaño, antes de despojarse de sus gafas de cerca, guardándolas en el bolsillo interior de su chaqueta.
—Una mierda —responde Daisy en un tono sereno, alzando levemente la barbilla en un gesto desafiante, como si quisiera aparentar madurez.
—Ahora usamos palabras como esas, ¿eh? —sentencia el veterano agente de policía en un tono sorprendido a la par que lleno de reproche.
—A mí no me mires —se defiende Tess con una mirada mortificada—: llevo dieciocho meses intentando evitarlo...
—Papá, «mierda» no es un taco.
—Eh, sí, lo es —responde el hombre de cabello lacio, intentando desviar de su mente las preguntas que ahora le han surgido sobre Lina, como: qué hace allí, y quiénes son esas personas.
—¡Ah, gracias! —exclama Tess, aliviada—. ¿Lo ves?
—No lo es —niega vehementemente la adolescente—. Miraros ambos: no tenéis ni idea —les espeta en un tono ligeramente indignado, aunque ambos padres advierten que no está realmente molesta, sino que es una pose—. Voy a por algo de beber. Se me ha acabado la bebida —añade, haciendo alusión a que ya no tiene nada de refresco en su vaso, levantándose de la mesa para acercarse al bar y pedir una.
Alec la observa caminar hacia la barra con una mirada ligeramente apenada: ya no es su niña pequeña. Ha crecido. Ha cambiado. Y él no ha estado ahí para verlo. Siente un leve aguijón de dolor y remordimiento que le pincha insistentemente en el corazón, pero logra sobreponerse. Suspira pesadamente para intentar calmarse.
—Oh, Dios, ya es mayor... —su tono de voz indica claramente su desazón, volviendo su mirada hacia la mujer de ojos verdes—. No solo en días, sino en sus costumbres, en su forma de vestir...
—Ya no es una niña pequeña, Alec.
"Para mí lo seguirá siendo, independientemente de la edad que tenga y lo mucho que crezca. Es mi niñita", quiere decirle él, habiéndolo pensado en su mente, pero se muerde la lengua. Ahora mismo no desea parecerle ñoño a su exmujer.
—Me he perdido su cambio... —musita, a pesar de saber que no es culpa suya, sino de las circunstancias que los envolvieron a Tess y a él en aquellos últimos años de su matrimonio.
—Sí, así es —responde la morena en un tono suave, lleno de amabilidad.
Henchard comprende lo duro que debe ser esto para el que antaño fuera su marido, y más teniendo en cuenta lo muchísimo que quiere y adora a su hija. Sabe que habría estado a su lado, si su salud y el caso de Sandbrook no se hubieran ido a pique. Conoce al escocés lo suficiente como para saber que habría removido cielo y tierra por Daisy. Por fortuna, la adolescente también lo sabe.
Por su parte, en una mesa algo alejada de la barra, Coraline Harper se ha reunido con sus amigos, Sakura, cuyo nombre en clave es Japón; Magnus, cuyo nombre en clave es Noruega; y Elroy, cuyo nombre en clave es Estados Unidos. Sakura está tomando sake, en honor a sus orígenes, mientras que Magnus y Elroy están tomando un café solo. Por su parte, Cora está tomando un cappuccino, como viene siendo costumbre. No ha podido evitar el desviar su mirada azul hacia la mesa en la que Alec y su familia están sentados, observándolos charlar animadamente. No le ha costado ni un segundo el comprobar cuál es la identidad de la adolescente rubia, pues ha encontrado rasgos que se asemejan muchísimo a su querido inspector de origen escocés, y de ahí, que le haya dedicado una sonrisa suave. Espera poder presentarse adecuadamente antes de abandonar Sandbrook.
De pronto, alguien chasquea sus dedos frente a su rostro, sacándola de su trance: es Sakura.
—¡Tierra llamando a Reino Unido! —exclama, apelando a la joven de cabello cobrizo por su nombre en clave—. ¿Estás ahí? —inquiere, antes de que los cuatro amigos estallen en una carcajada leve.
—Sí, perdona, Japón —responde la joven agente de policía, utilizando también su nombre en clave, pues han decidido llamarse por sus países de origen, para así, evitar que esas personas de su pasado puedan seguirles el rastro—. Estaba pensando en mis cosas —se disculpa en un tono amigable—. Volviendo al tema en cuestión —retoma su seriedad casi al momento—: ¿alguno tiene novedades respecto a ellos?
Elroy y Magnus asienten ligeramente antes de suspirar.
—Hace dos días, nosotros hemos recibido una nueva carta con amenazas a nuestra vida y familia —sentencia el hombre de cabello platino, entrelazando su mano izquierda con la del hombre afroamericano—. No ha habido más remedio que dejar a nuestros mellizos en casa de sus abuelos.
—Sí —asiente Elroy en un tono algo severo, realmente contrariado por la amenaza a su familia—. Son sus típicas amenazas: «Debéis volver a nosotros, o de lo contrario, encontraremos a vuestros seres queridos... Y ya sabéis lo que pasará entonces» —recita de memoria, pues las palabras de esa carta en concreto han calado a fondo en sus mentes debido al peligro que eso implica para sus hijos—. ¿Qué hay de vosotras, Japón, Reino Unido?
—Bueno, en mi caso —comienza Sakura antes de dar un nuevo sorbo a su sake—, he recibido una amenaza del estilo de Noruega y Estados Unidos, implicando que mi hija podría ser un daño colateral de no volver con ellos —la joven asiática suspira pesadamente, antes de volver a tomar un trago de su sake.
—Su amenaza no ha sido muy diferente en mi caso, aunque no han atacado a mi madre —sentencia la joven de piel de alabastro, dando un sorbo a su cappuccino—. Simplemente han intentado convencerme de que vuelva a ellos, exponiendo mi pasado a los medios de comunicación, o incluso acabando con mi vida —la muchacha de veintinueve años intercambia una mirada con sus amigos, cuyas miradas se han tornado realmente severas, casi gélidas.
—¿Cuál es el plan entonces? —sentencia Elroy en un tono serio.
—Me temo que ha llegado el momento de meterlos en vereda, como ya mencionamos, cielo —intercede Magnus, acariciando su mano con ternura—. Pero no sé por dónde podríamos empezar... Sus ramificaciones se extienden por varios países del mundo.
—Pues tendremos que desmantelar esas ramificaciones para hacer que él salga a enfrentarnos —dice Sakura antes de cruzarse de brazos, realmente determinada en seguir ese plan—. Cueste lo que cueste.
—Tendremos que hacerlo dentro de los marcos legales del sistema judicial, como os indiqué —intercede la pelirroja de ojos azules—. Y por suerte, no he estado ociosa estos días —comenta la muchacha antes de sacar tres documentos de su bolso, entregándoselos a sus amigos—. He conseguido encontrar algo que podría sernos de ayuda —sentencia, observándose que las carpetas están tituladas con el nombre y localización de sus actuales sedes, y en su interior, están unas hojas con los nombres de las personas a cargo de dichas ramificaciones.
—Genial —sentencia Elroy en un tono claramente satisfecho—. Con esto podremos empezar a trabajar sobre el terreno... Afortunadamente, las sedes están cerca de nuestra localización —comenta tras escanear los documentos con sus ojos rápidamente.
—Sí, tienes razón, Estados Unidos —afirma la joven de ascendencia asiática, habiendo tomado en sus manos otro de los ficheros—. Nosotros nos encargaremos de esto, consiguiendo la información necesaria —sentencia Sakura con una sonrisa determinada, posando su mirada castaña en su amiga de cabello cobrizo—. Creo que lo mejor será que tú te encargues de él cuando llegue el momento.
—Estoy de acuerdo con Japón —sentencia Magnus asintiendo, tomando el tercer fichero.
—Al fin y al cabo, gracias a tu situación, Reino Unido, podrás tenerlo más fácil para acabar con todo esto —añade Elroy mientras guarda su fichero correspondiente en su bandolera, contemplando que Sakura y su marido hacen lo propio—. Te iremos contactando con nuestros progresos.
—De acuerdo —asiente la joven de ojos azules, antes de alzar su taza de cappuccino—. Por nosotros —decide brindar, deseando que su tarea resulte más fácil de lo que se les antoja.
—Por nosotros —brindan sus amigos, tomando en sus manos sus propias tazas, chocando suavemente éstas con la de la mujer británica.
En ese preciso instante, la joven analista del comportamiento desvía su mirada, percatándose de que Daisy Hardy se está acercando a la barra del bar-restaurante. Echa un vistazo a su cappuccino, comprobando que se lo ha terminado en este último sorbo del brindis, por lo que se disculpa con sus amigos, levantándose de su mesa. Se acerca a la barra con pasos ligeros, colocándose junto a la adolescente de cabello rubio.
—Perdona —hace un gesto al barman, quien le sonríe amablemente—, un licor de mora sin alcohol, por favor —le pide en un tono amigable, y casi al momento, siente los ojos inquisitivos de la hija de Alec en su persona: tiene esa mirada penetrante que el escocés tanto utiliza en su trabajo. Lentamente, gira su rostro a su izquierda—. Oh, hola —saluda a la muchacha de ojos azules con una sonrisa amable—. Tú debes de ser Daisy, ¿verdad? —inquiere, y la aludida asiente con una sonrisa igualmente amable—. Soy Coraline Harper —le extiende la mano.
—Encantada de conocerte, Coraline —responde Daisy, estrechándole la mano.
—Lo mismo digo —añade la pelirroja—. Oh, llámame, Cora.
—¿Cómo has sabido que era yo? —Daisy no se aguanta más la pregunta, pues la ha desconcertado que la compañera de su padre la haya reconocido al momento—. Quiero decir, me has saludado como si me conocieras de toda la vida y... Nunca nos hemos visto.
—Tienes rasgos que son heredados de Alec, y hay ciertos manierismos en tu forma de sonreír y comportarte que son iguales a los suyos —se explica, provocando que la jovencita de ojos azules asienta, comprendiendo un poco cómo ha logrado reconocerla—. Además, me ha hablado mucho de ti —añade, lo que provoca que a la adolescente se le ilumine el rostro por la alegría.
—¿De verdad?
—Claro —asiente con vehemencia la sargento—. Eres su tema de conversación favorito.
Daisy se mantiene silenciosa unos segundos, realmente apreciando que su padre haya considerado el hablarle de ella a esta mujer que, a todas luces, es tan especial para él. Espera que la relación de Cora con ella pueda perpetuarse, al igual que aquella que mantiene con su padre.
—¿Y cómo es que trabajas con papá?
—No es tan difícil de entender, la verdad —suspira la mujer taheña—. Supongo que tu padre te habrá explicado a qué me dedico, ¿verdad?
—No demasiado, pero tú eres experta en leer a las personas, ¿no?
—No andas desencaminada, Daisy —la alaba la mentalista con un tono suave, sintiéndose realmente dichosa por tener la oportunidad de conocer e intimar un poco con la hija del hombre que ama—. Me dedico a observar y analizar el comportamiento no-verbal de las personas, además de su tono de voz o micro expresiones —le explica en pocas palabras, contemplando con gran ternura cómo los ojos azules de Daisy se abren con pasmo, como antaño hicieran los de Alec cuando le explicó acerca de sus inusuales habilidades—. Podrías decir que soy una analista del comportamiento, en el sentido literal de la palabra... Aunque, y que esto quede entre nosotras, suelen llamarme mentalista en la comisaría —se carcajea, logrando contagiar a la adolescente, quien, de una forma tan rápida, ya empieza a ver cómo es que su padre se ha encariñado con ella.
—¿Podrías hacerme una demostración? —pide la hija del escocés—. Por favor...
—Está bien —concede la joven de cabello cobrizo, escaneando con su mirada celeste el entorno del bar—. ¿Ves a ese trio de allí? —inquiere, señalando con un movimiento de su mentón a un grupo de tres hombres que se acercan a la barra. Daisy asiente ante sus palabras, acercándose ligeramente a la mentalista, pues hay algo en ellos que le pone los pelos de punta—. El que tiene esa barba tan descuidada es el líder del grupo. ¿Qué cómo lo sé? Fíjate en su forma de caminar: se bambolea de un lado a otro, sacando pecho, como si fuera el dueño del local —comienza a analizarlo mientras se acerca a la barra, notando cómo Daisy se ha acercado a ella, por lo que se adelanta un paso, escudándola tras ella—. Tiene el ceño fruncido y las mejillas coloradas. De igual manera, le tiemblan intermitentemente las manos. ¿Qué podemos saber gracias a ello? Que le tiemblen las manos nos dice que tiene serios problemas con la bebida. El ceño fruncido nos dice que ahora mismo está de un humor de perros. Probablemente porque acaban de despedirlo debido a su reincidencia a llegar borracho al trabajo —la mirada asombrada y maravillada de la adolescente se posa en su rostro—. Si te fijas bien, podrás ver la hoja de despido sobresaliendo del bolsillo izquierdo de su chaqueta —advierte la joven de ojos azules, antes de adoptar una actitud seria—. Será mejor que te quedes detrás de mí, Daisy: este tipo viene buscando pelea —añade, y la rubia asiente casi al momento, quedándose detrás de la compañera de su padre—. En un minuto y treinta segundos lo habré dejado inconsciente —le susurra de manera cómplice—. ¿Qué tal si controlas el tiempo? —añade, proponiéndole a la muchacha que se distraiga del conflicto—. Empieza la cuenta atrás en cuanto hable con él.
El hombre y sus acólitos se acercan a la barra. A diferencia del hombre evidentemente ebrio, sus compañeros están sobrios y algo nerviosos, pues parece que conocen de sobra el carácter difícil y conflictivo de su compañero. El jefe del trío se apoya en la barra, y cuando habla, el hedor del alcohol llega hasta las fosas nasales de la joven con piel de alabastro, quien hace un notorio esfuerzo por no poner una mueca de desagrado.
—Un Bloody Mary —pide al barman, quien lo observa con preocupación.
La analista del comportamiento ve la negativa incluso antes de que el barman abra la boca.
—Lo siento, señor —sentencia el hombre con un tono firme—. Pero me temo que no puedo servirle más alcohol esta noche.
—¿¡Cómo que no!? —exclama el hombre trajeado, logrando acallar el resto de las conversaciones del bar-restaurante—. Yo soy el consumidor, ¿no es así? ¡Yo decido si puede servirme lo que a mí me dé la gana! —vocifera, soltando la saliva sin discreción.
—Frank, anda, ¿no crees que ya has bebido bastante? —dice uno de sus acólitos.
—Sí, Carl tiene razón —asevera el otro—. Será mejor que nos vayamos antes de montar una escena...
—¡Callaros de una puta vez! ¡Yo hago lo que quiero! —exclama el hombre llamado Frank, antes de percatarse de la presencia de la mujer de veintinueve años—. Oh, hola, preciosa... Dime, ¿no te interesaría beber algo?
—Estoy servida, gracias —niega la pelirroja, habiéndose percatado de cómo Alec y Tess se han girado, observando la situación con tensión, pues Daisy está con ella.
—Oh, vamos, insisto —Frank da un paso hacia ella, antes de intentar tomar su mano derecha.
—Y yo le he dicho que no, señor —rebate ella, zafándose de su agarre, provocando que Frank la observe con evidente ira al ser rechazado—. Y ahora mismo, creo que haría bien en seguir el consejo de sus buenos amigos y marcharse —le indica en un tono serio—: está montando una escena y molestando a los demás comensales, a mi incluida... Y hay niños delante —añade mientras se cruza de brazos—. Se lo advierto, además —aparta ligeramente el pliegue de su chaqueta, dejando a la vista su placa policial—: puede que ahora mismo no esté de servicio, pero si me obliga a intervenir, no será bonito.
—¿¡Cómo te atreves a rechazarme, zorra!? —exclama Frank, cuyo rostro se ha vuelto rojo por la cólera—. ¿¡Te crees que eres importante solo por llevar una jodida placa!? ¿¡Podría hacer que te despidan, sabes!? —da un nuevo paso hacia ella, comenzando a invadir su espacio personal, pero la sargento de policía no se mueve—. ¿¡Qué pasa!? ¿¡Tan necesitada estás de que alguien te folle, que buscas sacarme de quicio!? —le espeta, y los comensales del bar empiezan a murmurar, realmente incrédulos y molestos por lo que acaban de escuchar—. ¡Te vas a callar ahora mismo, y me vas a invitar a un trago!
—Es su última advertencia, señor —la mentalista habla calmadamente, imperturbable ante sus palabras tan groseras—. Apártese de mí, y márchese con sus amigos. De lo contrario, me veré obligada a retirarlo del local por la fuerza —da su ultimátum, y finalmente parece que a Frank se le cruzan los cables, intentando sujetarla por el cuello, pero la muchacha es muchísimo más rápida, y en el mismo instante en el que siente la mano en su cuello, se zafa de ella rápidamente, sujetando ese brazo izquierdo con el suyo propio, antes de colocar su mano derecha en el cuello de Frank. Lo sujeta con fuerza, haciendo presión de modo que bloquea parcialmente sus vías respiratorias, con el hombre trajeado intentando liberarse de su agarre, sin éxito—. Se lo advertí —sentencia con serenidad, percatándose de las miradas asombradas de los clientes del bar, especialmente de Alec y Tess. El primero se ha levantado de su asiento, dispuesto a intervenir. Solo en ese momento vuelve sus ojos celestes hacia el barman—. ¿Quiere que lo eche de aquí? —él asiente, por lo que, en un movimiento rápido, Coraline lleva su garganta hacia abajo, impactando su frente con extrema fuerza contra uno de los taburetes, dejándolo fuera de combate. Lo suelta, dejando que se derrumbe en el suelo. Se dirige entonces a los acólitos de Frank—. Tendréis que disculparme... Pero vais a tener que llevároslo a cuestas —añade, contemplando cómo estos se acercan rápidamente a su inconsciente amigo, cuya frente sangra levemente.
—Lo sentimos mucho —dice Carl en un tono lleno de remordimiento—. Nos lo llevaremos.
—Sí —afirma el otro, ayudando a Carl a sujetarlo—. No vamos a molestarlos más.
Los dos acólitos de Frank se lo llevan a rastras del bar-restaurante. Nada más esos tres hombres han salido por la puerta, los comensales empiezan a vitorear y aplaudir la actuación de la mentalista. Ésta se ruboriza levemente, antes de girarse hacia Daisy, quien la contempla con adoración.
—¡Eres increíble! —exclama la adolescente una vez se han detenido los vítores y los aplausos, retomando todos los comensales sus conversaciones—. ¡Han pasado exactamente un minuto y treinta segundos en cuanto lo han sacado de aquí!
—Quizás pueda enseñarte a hacerlo algún día —comenta la analista del comportamiento.
—¿En serio? ¡Gracias! —no se resiste a darle un abrazo, aún llena de euforia por lo que acaba de presenciar.
El barman deja entonces la bebida de Coraline en la barra con una sonrisa.
—Invita la casa —sentencia, y ambas muchachas se sonríen mutuamente.
—Gracias —la pelirroja toma su licor de mora en su mano derecha, antes de sacar un billete de cinco dólares, dejándolo en la barra—. Yo pago su consumición —indica, refiriéndose al refresco de la rubia, quien la observa con gratitud. Entonces desvía su mirada hacia sus amigos—. Será mejor que vuelva a mi mesa —anuncia, antes de despedirse de la adolescente—. Ha sido un placer conocerte, Daisy.
—Lo mismo digo, Cora —responde la jovencita, viendo cómo la pelirroja vuelve a su mensa.
Su mirada azul se posa entonces en el barman, contemplando cómo empieza a prepararle su refresco, contemplando que, además de añadirle hielo extra, le está preparando un postre especial a modo de agradecimiento, a pesar de que ella no haya hecho nada por ahuyentar a ese hombre.
Alec y Tess finalmente respiran tranquilos tras ese tenso momento con el hombre llamado Frank. Por un momento, Alec se ha temido lo peor en cuanto ha contemplado cómo Lina escudaba tras ella a Daisy, pero ha sabido gestionar perfectamente la situación: ha mantenido ocupada a la adolescente, no sabe exactamente con qué, mientras que ella se ha encargado de dejar incapacitado al borracho que estaba causando problemas. Y nuevamente, la ha visto hacer gala de unas habilidades físicas fuera de lo común, algo que no deja de provocarle fascinación y admiración. Retoma su lugar en la mesa, sentándose en su asiento con evidente alivio.
—Menos mal... Daisy está bien.
—Sí —afirma Henchard—. Me alivia que Coraline haya estado ahí para protegerla —alaba a la joven policía con genuina bondad, pues su hija es lo más importante para ella en este mundo, y el ser testigo de cómo la pelirroja ha protegido a la adolescente sin importarle los riesgos que eso implicaba para su persona, la hace empezar a verla desde otro prisma, a pesar de no ser capaz de dejar de lado su sentimiento de amenaza—. Olvídate del caso, Alec —le pide, posando una mano en su antebrazo derecho, intentando de cambie de opinión, pero conoce de buena tinta su testarudez, y lo mucho que quiere resolverlo para ayudar a las familias. Incluso si eso significa reabrir viejas heridas.
—Sabes que no puedo hacerlo —niega él, sintiendo como si el toque en su brazo le quemase, como si las viejas heridas de su corazón se abrieran poco a poco. Tess retira la mano al momento, advirtiendo su leve disgusto ante tal gesto íntimo.
—¿Ya se lo has dejado claro, o lo hago yo? —cuestiona de pronto una voz grave, haciendo que Alec se gire en su sitio, observando a un hombre corpulento, poco menos alto que él, de cabello rubios y ojos azules, vestido de traje.
—Ricky... —reconocería al marido de Cate en cualquier lugar—. ¿Le has dicho que estaba aquí? —cuestiona en un tono ligeramente dolido, habiendo posado su vista castaña en su exmujer.
—Ricky me ha llamado antes para interponer una denuncia contra ti por acoso, y...
—Deje a Cate en paz —sentencia Ricky Gillespie en un tono férreo—. Es demasiado frágil.
—Buscamos la verdad —el escocés intenta apaciguar las aguas como puede, pero sabe de buena tinta que el carácter irascible de Ricky es incontrolable. Una vez se le mete algo entre ceja y ceja, no habrá nada que pueda decirle que lo haga cambiar de idea.
—Ya teníamos la verdad y usted lo jodió todo —le espeta con evidente veneno en sus palabras—. Es un fracasado. Nunca arreglará lo que pasó.
En ese preciso instante, Daisy se acerca a la mesa con su vaso de refresco y un plato con un pequeño y apetitoso postre. Observa al hombre que está charlando con su padre con una ceja arqueada, pues no parece que estén manteniendo una conversación amistosa. Desvía su mirada hacia la mesa en la que se encuentra Cora con sus amigos, comprobando que la pelirroja los está observando, como si estuviera dispuesta a inmiscuirse para evitar un enfrentamiento. La adolescente rubia, recordando lo sucedido unos minutos atrás, y tomando como ejemplo la valentía de la compañera de trabajo de su padre, decide intervenir en la conversación.
—¿Qué pasa?
La mirada de Ricky se torna ligeramente vidriosa al ver a Daisy Hardy, como si un fantasma del pasado hubiera vuelto para atormentarlo. Realmente es parecida a Pippa... Puede verla en su forma de vestir, en sus ojos, en su ademán. Se vuelve hacia Tess con una mirada sorprendida y una voz que tiembla ligeramente.
—¿Esta es tu hija? —la subinspectora de cabello moreno asiente en silencio ante sus palabras, contemplando a Daisy con evidente orgullo. Por su parte, Alec tiene puesta sobre él una mirada poco amigable, llena de tensión—. ¿Qué edad tienes, cariño? —pregunta a la muchacha frente a él.
—Quince —responde Daisy en un tono lo más calmado posible, pues hay algo en el hombre frente a ella que no acaba de gustarle. La observa de forma extraña, como si estuviera viendo a alguien más en su lugar. La incomoda. Pero quiere mantenerse firme, como lo ha hecho Coraline hace unos minutos.
—Yo tenía una hija que era como tú —comienza a decir, con los ojos vidriosos. La jovencita de ojos azules se achanta mínimamente ante las siguientes palabras que salen de la boca de Ricky Gillespie—. La asesinaron... —la adolescente mira a su padre en busca de ayuda—. ...Y, gracias a tu padre, ese hombre sigue libre.
—Vale... —Alec se ve obligado a intervenir entonces, levantándose de su asiento con calma, adoptando una posición firme frente al padre de Pippa.
Está dispuesto a proteger a su Daisy del caso de Sandbrook. No busca una confrontación, pero no dudará en empezar una si este hombre continúa hostigando a su hija, haciéndola sentir incómoda. No quiere que Ricky le diga algo relacionado con el caso. Es su padre, y piensa protegerla. Por la periferia de su visión ve que Lina se ha levantado de su asiento, habiéndose acercado mínimamente a la barra, dispuesta a echarle una mano en caso de que fuera necesario. Una vez más, su novata está ahí para defenderlo y apoyarlo. No puede estar más agradecido por ello.
—Cuando se marche esta vez, no vuelva —sentencia Ricky en un tono funesto, dejando clara su amenaza: si vuelve, no dudará en ir a por él, y ambos lo saben perfectamente—. Aquí ya no hay nada para usted. Nada por lo que le merezca la pena volver —deja esas palabras como su ultimátum, antes de alejarse de la mesa, caminando en dirección hacia la salida del establecimiento.
Alec sigue con la mirada a Ricky hasta que abandona el local, lo mismo que Coraline.
Daisy desvía su mirada hacia la agente pelirroja, quien le dedica una sonrisa, antes de hacerles un gesto a sus compañeros de mesa, quienes se levantan, caminando hasta ella. La adolescente de cabello rubio reciproca la sonrisa de Cora, sintiendo que esta sargento, esta mujer que ahora parece hacer tan feliz a su padre con su presencia, es alguien a quien desea volver a ver pronto. Tras unos segundos, la Sargento Harper le dedica una sonrisa y un asentimiento de cabeza a su querido inspector, siendo un gesto que él reciproca, antes de abandonar también el local en compañía de sus amigos.
Daisy se acerca entonces a su padre, abrazándose a él, pues finalmente siente que el miedo la recorre: ese tal Ricky Gillespie la ha puesto nerviosa, y el abrazo cálido y reconfortante de su padre es lo único que consigue calmarla. Echaba de menos sus abrazos...
Las primeras horas del último día de su estancia en Sandbrook, el domingo 20 de mayo, lo pasan descansando en el hotel, o al menos Ellie lo hace, porque Lina y Alec se han dedicado a debatir y hablar largo y tendido sobre el caso, las pruebas, y los sospechosos que están manejando.
Aunque uno de los momentos más irónicos y tiernos del día, lo ha protagonizado Daisy Hardy, quien le ha pedido a su padre que, como regalo de despedida, para así tenerlo siempre consigo, le mande una fotografía de Coraline y él. La muchachita rubia se ha encariñado con la compañera de su padre, y quiere, de alguna forma, poseer algo que le recuerde que su padre, allá donde esté, siempre estará bien acompañado y feliz. La sargento de policía se ha ruborizado visiblemente ante tal petición, aunque, ha accedido a tomarse la foto por Daisy, ya que la adolescente ha conseguido enternecerla, y admite que, a pesar de solo haber charlado unos minutos, se ha encariñado con ella.
—Veamos... —Alec parece estar teniendo dificultades para cambiar el modo de la cámara de su smartphone, pero finalmente consigue hacerlo, poniendo la cámara interior del móvil—. Ya está: cámara preparada —se enorgullece por ello, lo que provoca que su subordinada de ojos celestes lo encuentre enternecedor—. Pero... ¿Dónde deberíamos hacer la foto? —cuestiona, observando a su novata taheña, quien aún tiene un rastro de rubor en sus mejillas.
—Mejor no hacerlo a contraluz —sentencia algo nerviosa—. De modo que, frente a la ventana —aconseja, abriendo las cortinas y subiendo la persiana—. La luz natural siempre es la mejor para sacar las fotografías —contempla cómo Alec asiente, haciéndole un gesto para que se acerque a él—. Aún no puedo creer que me hagas hacer esto —musita, avergonzada, notando cómo, una vez se ha acercado a él, el hombre con vello facial rodea su espalda con su brazo izquierdo, posando su mano en su hombro—. Qui-quiero decir, no es que no me guste la idea de sacarme una foto contigo —empieza a farfullar incoherencias—, de hecho, me gusta mucho, pe-pero... —él no puede evitar sonreír con ternura ante su tartamudeo. Lo encuentra ciertamente adorable—. Es una foto para tu hija... ¿No deberías salir solo tú?
—Ya has leído el mensaje, Lina —le responde él, posicionando el teléfono, observándose en la pantalla—: «quiero una foto tuya en compañía de la mejor sargento del mundo» —recita de memoria el mensaje de Daisy, comprobando para su deleite, que el rubor carmesí en las mejillas de su protegida, reaparece—. Y no creo que estuviera refiriéndose a Miller...
—Vale, tú ganas —se rinde finalmente la pellirroja—. Saca la foto de una vez.
Él sonríe con genuina alegría, desviando sus ojos hacia la cámara interior, percatándose de que la mirada azul de su subordinada también está fija en la cámara. Ambos sonríen suavemente para la fotografía, y el escocés con vello facial aprieta el botón.
Los dos compañeros comprueban que la foto haya salido perfecta, y se la envían a Daisy, quien no tarda en responder a la imagen con un mensaje:
Imagen añadida 18:55
18:55 ¡Que foto más bonita! 😳
18:55 ¡Gracias, papá! 💕
18:55 ¡Dale las gracias a Cora de mi parte!
18:55 ¡Está muy guapa! 🤗
El inspector escocés, que observa cómo su compañera sonríe antes de girarse hacia su lado de la cama, comenzando a hacer la maleta que tiene sobre ésta, decide responder a su hija. Hay algo que le dice que Daisy parece haber captado más de lo que parece respecto a sus sentimientos por Coraline Harper.
Está encantada de haberte hecho feliz. 18:55
Concuerdo con eso último que has dicho. 18:56
La respuesta de Daisy no se hace esperar, y cuando la lee, Alec nota el inequívoco tono pícaro que conoce tras sus palabras.
18:56 De modo que admites que es guapa... 😏
No te hagas una idea equivocada, Daisy. 18:56
Solo somos compañeros de trabajo. 18:56
18:56 ¡Es obvio que estás colado por ella! 😙
18:56 ¡Y ella está coladita por ti! 😚
Daisy... 18:56
18:56 ¡Hablo en serio, papá! 🙄
18:56 He notado cómo os miráis cuando creéis que el otro no os ve... 😉
18:56 Deberías decirle lo que sientes. 👍🏻
Creo que es el momento idóneo para dejar esta conversación. 18:57
18:57 Oh, ¡venga ya! 😫
18:57 ¡Te mereces ser feliz, y con ella lo eres! 😊
18:57 ¡Me he dado cuenta! 😎
Voy a hacer la maleta. 18:57
Te quiero, cariño. 18:57
18:57 ¡No te atrevas a dejarme en visto! 😡
18:57 ¿Papá? ¡Papá! 😱
18:57 ¡Tienes que decírselo! ¡O perderás tu oportunidad! 😞
El escocés de cabello lacio y vello facial finalmente bloquea su teléfono móvil, guardándoselo en el interior de la chaqueta, tras leer aquellos últimos mensajes por parte de su hija. Sí, puede que Daisy tenga razón, pero, aunque quisiera confesarle lo que siente por ella, la duda sobre si correspondería o no a sus afectos, es algo que no quiere experimentar. Le rompería el corazón saber que Lina no siente lo mismo que él, y no cree que pudiera soportar un dolor así nuevamente. Perdería su amistad de golpe, y eso es algo que tampoco quiere experimentar. La necesita en su vida, pero no quiere perderla por dejarse llevar por unos sentimientos que no pueden ser correspondidos... ¿Pero y si dijera que sí? Si Daisy ha percibido que la pelirroja siente lo mismo por él, y su hija suele ser muy perspicaz en estos casos, quizás haya una mínima esperanza para ambos. Pero ahora mismo no es el momento de tomar riesgos.
Con un suspiro agotado, el escocés trajeado empieza a hacer su maleta, pues deben salir de Sandbrook cuanto antes, ya que llegarán a Broadchurch apenas haya anochecido, y tampoco es cuestión de que Miller y Lina vayan conduciendo cuando la visibilidad es tan mala.
Cuando finalmente llega la noche, los tres compañeros y amigos están en el coche de Ellie, volviendo a Broadchurch por la autopista. Es Ellie quien conduce en esta ocasión, y por el espejo retrovisor comprueba que su buena amiga y compañera se ha dormido en el asiento trasero del vehículo.
—Pobrecilla, debe estar agotada —es lo único que musita, haciendo un gesto hacia la parte trasera del coche, provocando que Alec gire su torso para observarla.
En cuanto el hombre de mirada castaña posa sus ojos en ella, una sonrisa enternecida aparece en sus labios, pero no dice nada al respecto. Retoma su postura en el asiento del copiloto tras asegurarse de tapar a Lina con una manta que Miller tiene en el coche para emergencias. De esa forma, la chica de veintinueve años no cogerá frío en el coche.
Nada más observar ese gesto tan tierno del testarudo inspector con su amiga, Ellie no puede evitar sonreír. Espera que él le cuente algo sobre la cena con su familia la noche del sábado, o incluso cómo es que Cora y él acabaron por encontrarse en el mismo bar-restaurante, pero el escocés de vello facial y cabello lacio no dice ni una sola palabra. Se mantiene perdido en sus pensamientos, como si su visita a Sandbrook hubiera abierto una Caja de Pandora que llevaba tiempo cerrada, escapándose de ella todos sus peores recuerdos y vivencias.
La controladora de tráfico de cabello castaño respeta su silencio, pero espera que pueda llegar el día en el que su amigo confíe plenamente en ella como para hablarle de todo aquello que lo preocupa.
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