Capítulo 17

Unas dos horas más tarde, tras haber sido ingresada en una habitación, la analista del comportamiento está respirando acompasadamente gracias a una cánula nasal de oxígeno. Se encuentra actualmente recostada en una cama con sábanas blancas. Los aparatos, conectados a la vía en su brazo izquierdo, monitorizan su pulso. El hombre de delgada complexión se encuentra a su lado, sentado en una silla, esperando algún cambio en su estado. Aún le palpita el corazón con fuerza en el pecho. Un miedo atroz lo atenaza: nada más ingresarla, el doctor que ha atendido a Lina les ha indicado a Tara y él que, en caso de que la presión y el enfrentamiento tan directo con el trauma haya provocado daños internos en el cerebro, podría ser posible que recayese en la catatonia, y, por tanto, que no despertase en mucho tiempo. Entrelaza sus dedos frente a su boca, y por primera vez, el escocés reza. Reza porque la mujer que adora no quede inconsciente. Reza porque se recupere. Reza porque pueda volver a caminar bajo el sol a su lado.

Se sobresalta al sentir una mano en su hombro: es Tara Williams.

—Te he traído un poco de tila, cielo —comenta la mujer algo entrada en años con un tono amigable, sin dejar de lado su evidente preocupación por su hija. Ha recordado que su hija le ha mencionado en múltiples ocasiones antes que su compañero adora esa bebida.

—Gracias —Alec toma la taza en sus manos temblorosas.

—Saldrá de esta —asevera la mujer con confianza—. Lina es muy fuerte —el escocés debe admitir en su fuero interno que está de acuerdo con ella. La fuerza de voluntad que demuestra la chica es digna de admiración—. Sabía a lo que estaba exponiéndose al declarar. Pero así es ella... Tenaz hasta el final. Dispuesta a hacer lo que sea por la justicia.

—Sí... Aunque eso la meta en problemas —el hombre trajeado se permite sonreír ligeramente, provocando que la mujer con cabello canoso comparta su misma sonrisa.

—Pero la queremos igual. Por muchos problemas en los que se meta —sugiere Tara con una sonrisa enternecedora, y el hombre de delgada complexión no puede evitar estar de acuerdo con ese predicamento—. En el pasillo me he cruzado con el doctor —le confiesa, y la atención de Hardy se despega de su protegida, posando sus ojos castaños en ella—. El escáner del cerebro de Lina no indica que haya hemorragias internas o lesiones cerebrales. Sus constantes son estables, y tras un examen físico y neurológico para comprobar sus respuestas, me ha indicado que, con total seguridad, no se encuentra catatónica, y despertará en unas pocas horas.

Alec suspira aliviado, dejando caer su frente en su mano izquierda, mientras que con la otra aún sujeta la taza de plástico que contiene la tila.

—Menos mal... —es lo único que puede murmurar, sintiendo que el alivio lo recorre de pies a cabeza—. Tara, no tiene por qué permanecer aquí —comenta de pronto, y la contempla observarlo con una ceja arqueada. Se apresura en rectificar sus palabras—. Quiero decir, después de lo sucedido en el tribunal, estoy seguro de que necesitará descansar. Yo puedo quedarme aquí y vigilarla —añade, y para su sorpresa, la madre de su protegida esboza una sonrisa llena de dulzura. La reconoce al momento: es la misma sonrisa que ha visto esbozar tantas veces a Lina—. La mantendré al tanto de todo. Se lo prometo.

—Eres muy considerado, Alec —sentencia la amable mujer, suspirando pesadamente. Considera su ofrecimiento por unos minutos antes de asentir con la cabeza—. Creo que será lo mejor, dadas las circunstancias: tengo mucho en lo que pensar —admite, antes de tomar su bolso en sus manos.

"Y quién no, después de semejante sesión en el juzgado", piensa para sí mismo el hombre.

—Me aseguraré de traer el coche de Lina hasta aquí —lo informa Tara en un tono más tranquilo—. Seguramente querrá darse el alta en cuanto despierte.

Alec sonríe al escucharla decir esas palabras.

—Lo tendré en cuenta.

La amable madre de su compañera se despide entonces, dándole un cariñoso beso en la frente a su estrellita, como ella la llama cariñosamente, ante de abandonar la habitación del hospital. Cuando pasa junto al inspector, sin embargo, se asegura de posar una mano en su hombro a modo de consuelo. Entonces, el agente de policía de cabello castaño se queda a solas con su protegida y amiga. Deposita la taza de tila en la mesa cercana, y acerca un poco la silla a la cama en la que se encuentra descansando la joven, con su cabello desparramado por la almohada en suaves ondas.

—Lina... ¿Por qué no me lo dijiste? —susurra Hardy en un tono desamparado, hablándole a la nada, a sabiendas de que la mujer postrada en la cama probablemente ni siquiera puede escucharlo. Toma su mano izquierda en su derecha, acariciándola suavemente.


La tercera sesión del juicio se reanuda al cabo de una hora después del desvanecimiento de la mentalista en el estrado. La sargento de cabello castaño se ha asegurado de notificarle a Alec Hardy que la declaración y las pruebas de Coraline se han considerado válidas, y, por tanto, el jurado deberá mantenerlas en cuenta a la hora de dictaminar su sentencia. Por su parte, el escocés no tiene aún noticias sobre el estado de la pelirroja, quien continúa inconsciente. Por lo visto, Tara Williams y él están esperando a los resultados de las pruebas que le han realizado. La mujer del acusado suspira pesadamente: ahora es ella quien debe subir el estrado a declarar. Aún continúa nerviosa y tensa por lo que le ha sucedido a su buena amiga. Tampoco puede olvidar su declaración, pero hace lo posible porque no le tiemblen las piernas al subir al estrado.

El personal del juzgado repite con ella lo hecho con Coraline Harper, entregándole el libro negro y la tarjeta. La mujer de piel clara y ojos castaños repite las palabras que puede leer en la tarjeta, antes de comenzar a declarar. Empieza presentándose al jurado y los asistentes, como ya lo haya hecho su buena amiga de piel de alabastro.

—Agente de policía 516, Ellie Miller, adjunta de Exeter, departamento de tráfico. Antigua sargento adjunta a la brigada de investigación criminal de Broadchurch.

Jocelyn comienza con su interrogatorio, habiéndose levantado de su asiento.

—¿Cuánto tiempo lleva casada con el acusado, agente Miller?

—Doce años —responde Ellie, notando que la mirada de Joe está fija en ella, pero la mujer de cabello rizado no se digna siquiera a reparar en él. No después de lo que le ha hecho pasar a su buena amiga.

—Tienen hijos, ¿correcto?

—Sí —afirma Ellie, con su tono de voz dulcificándose al recordar a sus pequeños—. Tom, que tiene 12 años, y Fred, que tiene casi 2 —recuerda las edades de ambos y siente que el corazón se le encoge: pensar que tendrán que continuar viviendo, posiblemente sin su padre, la destroza. Nunca quiso que a sus hijos les faltase una figura paterna.

—¿Fue una decisión mutua tener hijos?

—Puede que yo insistiera más, pero Joe siempre estuvo de acuerdo —responde la veterana policía en un tono algo nervioso. No quiere que sus palabras se malinterpreten.

Olly Stevens intercambia una mirada preocupada con Maggie Radcliffe, pues como muchos en la sala, aún continúa afectado por lo sucedido al momento de testificar la joven de cabello carmesí y ojos cerúleos. Se pregunta a dónde va a ir esta sesión en esta ocasión, con su tía como testigo.

—¿Qué tipo de relación tenía con su marido?

—Buena —responde Ellie en un tono confiado, pues hasta hace unas semanas, ella habría jurado que todo estaba perfectamente en su matrimonio—. Yo iba a trabajar, y él cuidaba de los niños —explica su dinámica, algo poco habitual en algunos matrimonios en la actualidad—. Lo quería —añade en un tono que se quiebra, y por la periferia de la visión, comprueba cómo Joe agacha el rostro, como si reflexionase.

—¿Cómo describiría su relación con Beth y Mark Latimer?

—Éramos buenos amigos —utiliza el tiempo pasado, pues está claro para ella que, al menos por el momento, esa relación está rota y no cree que vaya a recuperarse—. Beth y yo estábamos en el mismo grupo de ayuda a familias. Solíamos comer juntos los domingos —lucha por evitar que las lágrimas caigan de sus ojos, pues echa muchísimo de menos esa amistad que ha perdido por culpa de esta situación tan desgarradora—. Nuestros hijos, Danny y Tom, eran buenos amigos.

—¿Cuánta curiosidad mostró su marido sobre cómo iba avanzando la investigación? —es el momento de implicar que Joe Miller estaba interesado personalmente en el estado de la investigación, por el hecho de haber perpetrado el crimen.

Ellie ni siquiera tiene que pensar demasiado para recordar ese momento en concreto.

—Cuando encontramos el cuerpo de Danny, me preguntó si sabíamos quien había sido.

—¿Mostró interés en las pruebas forenses?

—Cuando encontramos el escenario del crimen, quiso saber qué habíamos descubierto.

—¿Y había mostrado interés en pruebas forenses anteriores a las de este caso? —Jocelyn continúa sembrando las semillas de la duda sobre las verdaderas intenciones del acusado, comprobando con satisfacción, que algunos de los miembros del jurado anotan con rapidez las preguntas y las respuestas.

—Sabía un poco del tema porque había sido paramédico. Le habían llamado a otros escenarios del crimen —informa al jurado, recordando su vida conjunta con el hombre que amaba—. Sabía cómo se recogían las pruebas, y qué podía facilitar o dificultar el proceso.

—¿Ha tenido algún contacto con el Sr. Miller desde el día que fue arrestado?

—No.

—¿En algún momento sospechó que su marido podía estar implicado en el asesinato de Danny? —sabe que esa pregunta va a levantar las ampollas de heridas aun intentando curarse, pero debe dejar claro al jurado la posibilidad de que Ellie Miller era completamente ignorante a las actividades de su marido.

—Nunca —no tarda en negarlo, sintiendo la mirada de los Latimer sobre ella—. No. Ojala lo hubiera hecho...

—¿Por qué atacó a su marido en la sala de interrogatorios tras su arresto? —Jocelyn decide atajar el asunto más apremiante, para así, no darle la oportunidad a Sharon de presionar a Ellie. Por la periferia de la visión nota que la mujer negra la observa momentáneamente con una ceja arqueada.

—Porque el hombre en quien más confiaba en el mundo había matado al hijo de nuestros mejores amigos —responde con una gran sinceridad, lo que provoca que el corazón de Beth empiece a llenarse de calidez, debido a lo mucho que la castaña valoraba su amistad por encima incluso, que su matrimonio y procedimientos policiales.

—¿Así que le atacó, no como una policía que ataca a un sospechoso, sino como una mujer que se enfrenta a su marido? —deja clara la pregunta para que no haya posibles dobles interpretaciones. Beth y Mark intercambian una mirada apenada, comenzando a comprender lo mucho que Ellie los quiere a todos ellos.

—Sí. La policía no tuvo nada que ver. Se trataba de él y de mí.

—Gracias, agente Miller —sentencia Knight en un tono compasivo, notando cómo Sonia Sharma parece reflexiva—. Entiendo lo difícil que es esto para usted —añade, percatándose de que Beth y Mark Latimer no apartan su vista de su testigo en el estrado.

—Lo es —afirma, quebrándosele la voz con cada palabra—. Es horrible —intenta no llorar.

Cuando Jocelyn ocupa nuevamente su asiento, es el turno de Sharon Bishop para interrogar a la testigo del estrado. Se levanta de su propio asiento, antes de dirigirse a la agente de policía en un tono sereno.

—¿Cómo era su vida sexual, agente Miller? —la pregunta es intrusiva, pero Ellie se defiende.

—No lo sé, normal —se muerde la lengua para no soltarle una fresca—. ¿Cómo describiría la suya?

—No muy frecuente, para serle sincera —responde Sharon, encogiéndose de hombros, mientras Abby se carcajea disimuladamente—. Pero yo no estoy en el estrado —apostilla con una sonrisa llena de sorna.

—Suficiente, Sra. Bishop —intercede la jueza, llamando al orden a la abogada, pues considera que esa pregunta y línea de interrogatorio es muy impertinente. La abogada negra asiente lentamente ante sus palabras.

—¿Les gustaba el sadomasoquismo? ¿El bondage? —cuestiona de pronto la jefa de Abby Thompson—. ¿Las fantasías de tortura? ¿Los juegos violentos? —ahora es su turno para intentar crear una duda sobre el tipo de apetito sexual del acusado, intentando dar a entender que éste nunca ha realizado algo por el estilo.

Debe hacer control de daños tras la declaración de Coraline Harper.

—No. Nada de eso.

—¿Su marido consumía pornografía? —se voltea hacia la jaula de cristal, señalando a Joe.

—No —Ellie recuerda ese momento en su vida, procediendo a explicarlo—. Salvo aquella vez que un amigo le dio un DVD. Lo vimos juntos y nos reímos todo el tiempo.

—¿Aparecía algún niño?

—No.

—¿Pornografía gay?

—No —Ellie empieza a ver por dónde quiere ir la abogada de Joe. Quiere destacar que Joe nunca ha tenido esas inclinaciones violentas o pervertidas. Pero eso no significa que no las tuviera ocultas en su interior.

—¿Mostró predilección por imágenes de niños?

—No, que yo supiera —la castaña intenta dar respuestas breves y concisas.

—¿Alguna vez como mujer o como agente de policía, alguna vez encontró imágenes de niños en posesión de su marido?

—No.

Sharon Bishop se mantiene calmada por unos instantes, tragando saliva. Es el momento de empezar a darle la vuelta a este interrogatorio. Se prepara mentalmente antes de continuar presionando a la mujer del acusado.

—¿Diría usted que es una buena agente de policía? —realiza una pregunta intrusiva.

—Hago mi trabajo.

—Creo que está siendo modesta —recalca Bishop en un tono irónico, antes de sonreír con sorna—. Hasta hace poco, su carrera había sido francamente ejemplar, ¿verdad?

—Me esforzaba —la mujer de cabello rizado esquiva las preguntas como puede. Claramente intenta que se incrimine de alguna forma.

—Y, aun así, como agente de policía, ¿no detectó ningún comportamiento sospechoso de su marido?

—Ninguno.

—No se percató de ningún comportamiento sospechoso, porque su marido no mató a Danny, ¿verdad? —lanza ese dardo envenenado, esperando que la testigo pique el anzuelo. Por desgracia para la mujer de ojos castaños, ésta entra a saco en la provocación.

—Sí que mató a Danny —asevera con un tono gélido—. Él no es la persona que creía que era —añade, lo que provoca que la mirada de Joe se torne algo apenada al escucharla.

—Quién está hablando ahora: ¿la mujer, o la agente de policía?

—Ambas.

—¿Se tomó una pastilla para dormir la noche de la muerte de Danny Latimer?

—Sí. Suelo tener un jet lag horrible. Me la recetaron.

—Y no se despertó hasta la mañana siguiente, ¿es correcto? —cuestiona, revisando sus notas.

—Así es.

—Así que, a la mañana siguiente, dio por hecho que él había estado ahí toda la noche.

—Eso fue lo que pensé, y resulto no ser cierto —se sincera con las personas presentes en la sala, antes de desviar la mirada hacia el jurado. Al fin y al cabo, ¿qué iba a pensar si no? ¿Cómo podía siquiera sospechar que Joe tenía una agenda oculta? Era imposible—. Joe sabía que había tomado unas pastillas, así que planearía su encuentro con Danny.

—¿Usted conocía dicho plan? —está intentando incriminarla.

—No.

—Pues, por favor, cíñase a los hechos, agente Miller —la amonesta, antes de revisar los papeles sobre su escritorio—. ¿Le confesó la Sargento Harper, su colega, que sufría de TEPT antes de la detención de su marido?

—Sí, lo hizo.

—¿Fue informado el Inspector Hardy del trastorno de su compañera?

—Así es. Él supo de su trastorno antes que yo.

—Qué extraño que, siendo usted su supervisora, su colega y buena amiga, no fuera la primera en enterarse sobre el trastorno que sufría la agente Harper... Pero sí en cambio lo hiciera el Inspector Hardy —comenta Bishop en un tono sarcástico—. ¿Por qué cree que fue así?

—Ambos congeniaron como compañeros —responde Ellie en un tono tirante—. No puedo hablar por la agente Harper, pero seguramente confió en la experiencia del Inspector Hardy, así como en su propia persona.

—¿Era usted consciente de la relación sentimental entre el Inspector Hardy y la Sargento Harper? —Sharon no parece siquiera reparar en la contestación por parte de la mujer de cabello castaño, continuando con su interrogatorio. Lo único que necesita es crear una duda en el jurado.

—No. Nunca han tenido esa clase de relación.

—Dígame: ¿la noche del arresto de su marido dónde estaba usted?

El cambio de tema descoloca momentáneamente a Ellie, pero se repone rápidamente.

—Nos fuimos a un hotel porque tuvimos que dejar nuestra casa. Dejé a mis hijos con mi hermana, porque fui a ver a Beth —responde, antes de corregirse—. A la Sra. Latimer.

—¿Por qué?

—Sentí que debía hacerlo.

—¿Y después qué hizo? —Ellie se mantiene silenciosa, recordando sus movimientos de aquella noche—. ¿A dónde fue, agente Miller?

—Fui a ver al Inspector Hardy y a la Sargento Harper —está mortificada. Teme lo que sus acciones de aquel entonces, motivadas por su mente confusa, les vayan a acarrear más problemas a sus amigos y a ella, además de a la acusación.

—¿A dónde? —indaga nuevamente la abogada negra, aumentando el tono de su voz—. ¿A dónde fue a ver al Inspector Hardy y la Sargento Harper?

—Al hotel Traders.

—¿A su habitación?

—Sí —responde.

—¿Estuvieron a solas?

—Sí.

—Según el registro de las cámaras de seguridad, entró al hotel sobre las 23:37h, y se marchó de allí poco después de las 01:45h. Estuvo allí durante más de dos horas —recalca, revisando las notas que tiene en su mesa—. ¿Qué es lo que hicieron los tres, solos en la habitación del hotel, durante dos horas, la noche que arrestaron y que usted atacó al acusado, su marido?

—Hablamos —responde Ellie en un tono molesto, antagonizando a esta abogada con todas las fibras de su ser, siendo consciente de que está intentando continuar con su hipótesis de que Cora y Alec estaban inculpando a Joe del asesinato de Danny. No puede creer que esté empecinada en hacer algo como esto.

—¿Dejó a sus dos hijos la noche que arrestaron a su padre, solos durante más de dos horas, para ir a ver a sus dos colegas a un hotel, para hablar?

—Necesitaba encontrarle sentido a lo que había pasado —se justifica la castaña mientras niega con la cabeza—. Pensé que la agente Harper y el Inspector Hardy podrían ayudarme a comprenderlo.

—Usted era consciente de la relación íntima que había entre ambos, y por ello, conspiraron aquella noche para incriminar al acusado, su marido, y quitárselo del medio porque encajaba con el perfil del violador de la agente Harper, ¿verdad? —este es el punto álgido de su acusación contra los tres agentes. Es el momento que esperaba para darle la vuelta a la situación y a los testimonios de ambas mujeres.

—¿Es así como cree que va a ganar? —Ellie ya ha tenido suficiente. Ha estado conteniendo su lengua por respeto a lo ocurrido a Coraline, pero no piensa permitir que se ataque a sus amigos cuando ellos no están allí para defenderse de esas injurias. Tampoco piensa permitir que Sharon Bishop continúe atacando impunemente a los Latimer—. ¿Manipulando la verdad y distorsionando nuestras vidas?

—¿Y no es cierto que en esta investigación perdió oportunidades clave, y se equivocó al examinar pistas, porque su buena amiga estaba comprometida por su conexión personal con el Inspector Hardy, además de estar condicionada por su Trastorno de Estrés Post Traumático? —Sharon contempla con evidente disfrute cómo el labio inferior de la mujer castaña tiembla por la ira que la invade—. ¡Juntos han sentado en el banquillo a un hombre inocente! —señala con la mano derecha al acusado.

—No. Es totalmente incierto —Miller se deja llevar finalmente por sus emociones, dando rienda suelta a su ira—. No tiene ninguna prueba de eso. Yo no soy la culpable aquí. ¡No lo soy!

La abogada del reo finalmente recupera la compostura, habiendo conseguido llevar a la agente de policía a su terreno, haciéndola perder los papeles. Con esto, el jurado deberá tomar en cuenta su declaración, así como sus reacciones ante las diversas preguntas que le ha hecho.

—Gracias, agente Miller.

La sesión termina entonces en ese preciso instante. Ellie observa desamparada a Jocelyn, quien, a pesar de las circunstancias, se asegura de sonreírle con amabilidad. Ha hecho todo lo que estaba en su mano y se ha defendido como ha podido de las acusaciones y las preguntas intrusivas por parte de Sharon. Los Latimer por su parte ahora están reflexionando sobre las palabras de Ellie, percatándose poco a poco de que han cometido un error al censurarla y desprestigiarla.


Unas seis horas más tarde, en el hospital, Coraline Harper empieza a abrir los ojos lentamente. Parpadea, dejando que sus ojos azules se acostumbren a la luz. Siente la garganta seca. El olor a líquido de limpieza y antiséptico llega a sus orificios nasales. Los oídos le pitan, y logra distinguir el sonido de un electrocardiograma. Su pulso es normal. Pero la vía en su brazo izquierdo le pica bastante. Considera quitársela, pero decide esperar a encontrarse mejor. Intenta levantarse de la cama, pero se encuentra algo mareada, por lo que decide que, lo mejor por el momento, es quedarse quieta, apoyando su espalda contra el cabezal de la cama. Desvía su mirada a su derecha, contemplando que el escocés de cabello castaño lacio entra a la estancia. Por un momento parece quedarse petrificado en el sitio al verla despierta, pero se apresura en acercarse a su cama, sentándose en la silla cercana.

—Eh, hola... —la saluda el hombre en un tono suave, sonriéndole con un gran alivio.

—Hola... —lo saluda ella con una voz algo ronca.

—¿Cómo te encuentras? ¿Necesitas algo?

—Aparte de un ligero dolor de cabeza, me encuentro bien —responde la muchacha, alargando su mano derecha hacia su sien—. Auch —nada más rozar la superficie de su cabeza, la joven de piel clara emite un sonido de dolor, cerrando sus ojos con fuerza—. Es como si el cerebro quisiera salirse por mi cráneo —musita adolorida, antes de retirar su mano—. ¿Qué es lo que ha pasado? —sus ojos azules se posan en el rostro del hombre junto a su cama—. Estaba en el estrado declarando, y de pronto me despierto en el hospital...

—¿No recuerdas nada? —Hardy la observa con preocupación, pues esa no es una buena señal. Solo espera que sea una intrascendente amnesia transitoria. Ella niega con la cabeza lentamente, provocando que su compañero y protector se cruce de brazos en un gesto tenso—. Tras testificar en el estrado, debido a la presión del interrogatorio por parte de esa... Esa... —se interrumpe, haciendo grandes esfuerzos por no apelar a la abogada de Joe como lo que realmente es—. ...Tuviste un ataque de ansiedad muy grave y perdiste el conocimiento, golpeándote la cabeza contra el estrado —continúa su relato, gesticulando con su mirada castaña hacia la frente de la joven, quien ahora comprende por qué su cabeza le palpita tanto—. Tara y yo te acompañamos hasta el hospital lo más rápido que pudimos. Estabas sangrando bastante —su voz se torna baja, temblando ligeramente al recordar lo frágil e inerte que se veía la muchacha en la camilla—. Por fortuna, no hay lesiones internas en el cerebro...

—...Y por ello no he permanecido inconsciente, ¿me equivoco? —finaliza la analista del comportamiento por él, provocando que asienta lentamente—. Sí. Tiene sentido: al haberme expuesto de esta forma tan brusca a mi propio trauma, a pesar de haberlo recordado metódicamente, podría haberme generado tal shock emocional que habría sido capaz de volver a entrar en estado catatónico —analiza rápidamente, contemplando para su sorpresa, que el escocés se carcajea ligeramente, intentando disimularlo con evidente fracaso—. ¿Qué? ¿Qué he dicho? —se sorprende, no pudiendo evitar que la carcajada de su protector la haga reír también.

—No, no me malinterpretes —Alec detiene su risa, aunque no deja de sonreír, ahora con un gesto mucho más sosegado—. Me alegra ver que sigues siendo tú, con tu brillante mente, Lina.

Ella se ruboriza sutilmente, pero le dedica una sonrisa dulce, antes de percatarse de las tazas de plástico que hay en la papelera de la habitación. Arquea una ceja: ¿cuánto tiempo lleva inconsciente? Posa sus ojos marinos en el rostro del hombre de cabello castaño, contemplando que está algo más pálido de lo habitual, y unas oscuras ojeras han empezado a hacer acto de presencia bajo sus orbes color chocolate.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

El aludido mira el reloj de muñeca que ella le regalase hace tiempo.

—Unas ocho horas.

—¿¡Qué!? —la muchacha se sorprende, elevando un poco su tono de voz—. ¡Deberías haberte ido a casa a descansar, Alec! —lo amonesta ella en un tono afectuoso.

—No podía irme de aquí, ni dormir tranquilo, sin saber si despertarías.

Esta simple frase la hace estremecerse ligeramente, haciendo a su corazón latir con rapidez en su pecho. De nueva cuenta, y no sabe cómo es posible, se ha enamorado de este hombre. Este hombre amable, algo tosco en algunas ocasiones, pero con un corazón de oro.

—Gracias por quedarte a mi lado.

—Tu habrías hecho lo mismo por mí —responde él, antes de recibir un mensaje en su teléfono móvil, sacándolo de su chaqueta—. Es Tara: quiere saber cómo estás —le indica, y nota cómo la pelirroja arquea una ceja, confusa, pues no entiende cómo es que tiene el número de su madre—. Cuando le he dicho hace unas horas que yo me quedaría para vigilarte, me ha dejado su número de teléfono para poder estar al tanto de tu estado —se explica mientras teclea rápidamente una respuesta—. He pensado que sería lo mejor, puesto que después de lo sucedido en el juzgado, necesitaría descansar —finalmente bloquea el teléfono, guardándoselo en el interior de la chaqueta.

—Realmente estás intentando ganar puntos con mi madre, ¿eh? —bromea la taheña, logrando que el hombre de cabello castaño se ruborice tenuemente, desviando su mirada de ella—. Me alegro de que la hayas convencido para que descanse: mi primer pensamiento al despertar ha sido ella —se sincera, antes de bajar la mirada a sus manos—. Después de un día así, es indudable que necesita procesar todo con calma.

Un breve silencio invade la habitación, hasta que la voz algo temerosa de Harper lo rompe, dotando a la estancia de un ambiente algo pesimista.

—Espero no haberla hecho sentirse culpable...

—¿Por qué dices eso?

—Nunca le dije lo que me había sucedido —se explica con calma la chica de veintinueve años—. Creo que, en el fondo de su corazón, se culpa porque yo no fuera sincera con ella.

—Hiciste lo que creías que era correcto —argumenta el hombre con vello facial, alargando su mano izquierda, posándola sobre el dorso de la mano derecha de Coraline—. No solo querías protegerte a ti misma, sino a ella —añade, y la contempla posar sus ojos celestes en él—, y a todos los demás que son cercanos a ti, porque sabías cómo podríamos reaccionar de haberlo sabido —se incluye a sí mismo entre ellos, pues coincide con sus propias palabras—. Y tenías razón en ser discreta sobre ello: te aseguro que Miller y yo nos habríamos abalanzado sobre Joe en la sesión de hoy, de no haber habido un cristal que nos lo impidiese —bromea en un tono sarcástico, logrando disipar el ligero ambiente deprimente que se había formado hacía unos instantes, carcajeándose ambos al unísono.

—Ahora que lo dices, aunque a la larga no sería bueno para la acusación, admito que habría sido algo digno de ver... —se quita las lágrimas que caen de sus ojos debido a la risa, realmente dichosa por tener a tantas personas a su alrededor que se preocupan y cuidan de ella. Solo en ese instante posa sus ojos en la mesa que hay junto a su cama. No se había percatado de los enormes ramos de rosas que hay en ella. Uno de rosas rojas, y otro de rosas blancas—. ¿Qué es todo esto?

—Este lo han mandado los Latimer —le cuenta el veterano inspector, señalando con su mirada el ramo de rosas rojas—. Se han acercado al hospital hace una hora para dejártelo. Querían darte las gracias personalmente por todo lo que has hecho por ellos y por Danny, por cómo te has arriesgado de esa forma tal altruista que te caracteriza —la observa hacer un puchero ante su apreciación—, pero al no estar consciente, me han pedido que te lo hiciera saber en cuanto despertases —ve cómo los ojos cerúleos de la mentalista se tornan vidriosos—. Y este de aquí —señala el ramo de rosas blancas—, es de parte de Jocelyn Knight y Ben Haywood. Un agradecimiento, supongo, por tu desempeño en el juicio. Al fin y al cabo, has hecho, como me ha dicho esa abogada, «un buen boquete en su defensa» —recita con evidente orgullo—. Las pruebas y tu testimonio son válidas, y el jurado deberá tomarlas en cuenta a la hora de emitir el veredicto.

Harper se despoja lentamente de la cánula nasal que le suministra oxígeno. La joven aspira la fragancia de las rosas, la cual es capaz de captar ahora a través de sus orificios nasales, deleitándose en su frescura. Una sensación de calidez llena su pecho, sintiendo que ha hecho lo correcto. Siente alivio al saber que su esfuerzo no ha sido en vano, y que, al menos por ahora, ha conseguido ayudar a aquellos afectados colateral y directamente por Joe Miller.

—Por mi parte —la voz del hombre la saca de sus pensamientos—, quería decirte que... Lo has hecho muy bien en el tribunal. Has hecho lo que debías, y has sido de gran ayuda para todos —la alaba, notando cómo su querida protegida parece a punto de echarse a llorar. Coraline está segura de que Alec no es consciente de lo mucho que sus palabras hacen mella en ella—. Estoy orgulloso de todo lo que has logrado, novata.

Esas simples palabras, dichas con tanto cariño, son la gota que termina por colmar el vaso emocional de la analista del comportamiento. Empieza a sollozar en ese instante, con las lágrimas creando surcos rojizos en sus pálidas mejillas. No está llorando solo por la ternura que su jefe, confidente, amigo y protector está demostrando con ella, sino por el estrés y el agotamiento que finalmente le están rindiendo cuentas. Hunde la cabeza en sus manos, intentando ahogar su llanto, cuando siente cómo una indescriptible calidez la rodea, encontrándose de pronto con la cabeza presionada contra una firme superficie. Escucha entonces el rítmico latir de un corazón, y una agradable sensación de seguridad la invade al comprender que su inspector está abrazándola, consolándola, como antaño hiciera. Como siempre lo hace. La invita a desahogarse en ese momento. A dar rienda suelta a sus emociones. No tiene por qué contenerse. No con él. Va a quedarse allí, con ella, hasta que lo necesite.

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