Capítulo 5


El sol que se colaba por una rendija de la ventana me llegaba directo a la cara. Me cubrí la cabeza con la almohada y volví a acurrucarme, pero no logré conciliar el sueño otra vez. Me senté en la cama y tomé el celular que estaba sobre el velador. Eran las doce cuarenta y tres. Me levanté de mal humor y me dirigí al baño para lavarme la cara. 

Llevaba una semana en casa de mi madre, pero se sentía como si nunca la hubiera dejado. Todas las cosas de mi habitación se mantenían en su lugar, evocando el recuerdo de mis años de infancia. Una época de libertad absoluta: sin responsabilidades financieras, deudas, ni preocupaciones laborales. Mi única preocupación era la hora en que saldría a jugar a la calle. Los problemas con mis amigos se solucionaban, a los cinco minutos, jugando a la pelota o al pillarse. Por otro lado, los posters y los CDs en la repisa me recordaban la época en que creía sabérmelo todo. Era impulsivo y arrogante, ignoraba los consejos de los adultos, casi siempre. Me la pasaba yendo a fiestas los fines de semana, a casa de mis compañeros de liceo, a pesar de no tener dinero en los bolsillos.

Cuando bajé al living. Encontré a la abuela, Clara, sentada en el sofá mirando la televisión, como era habitual en ella, y a Patricia, en la cocina, preparando el almuerzo. Fui hasta el refrigerador para servirme un vaso de jugo.

–Pensé que pasarías todo el día durmiendo –dijo con sarcasmo.

–Que graciosa.

–Me pareció escuchar ruidos anoche ¿Eras tú, Landon?

Asentí y me fui a sentar a la mesa. Recordé la pesadilla y la charla con el abuelo. Se me apretó el estomago. Pensé en contarle, de inmediato, a Patricia lo sucedido, pero le había prometido al abuelo no hacerlo.

–¿Qué significan los restos de vidrio que encontré en la basura esta mañana?

–Fui yo, lo siento. Me levanté a beber un vaso de agua y se me resbaló de la mano.

–Landon, no nos sobra la loza para estar desperdiciándola de esa forma. Procura tener más cuidado la próxima vez.

–Descuida. Te compraré vasos nuevos –dije y me puse a revisar el celular.

–¿Vas a salir? –preguntó Patricia.

–No lo sé, no creo ¿Por qué preguntas?

–Mera curiosidad... aunque me parece que te haría bien salir por ahí a dar una vuelta, tomar un poco de aire fresco, distraerte, que se yo.

–Gracias Patricia, lo tendré en cuenta.

Lo cierto era que no tenía la menor idea de lo que haría ese día. Hasta ese momento, mi vida siempre había estado planificada como una de mis clases: terminar el liceo, estudiar en la universidad, retomar la música, la escritura y viajar con Mayra. No dejaba nada al azar, pero esta situación era diferente. Me sentía confundido y con una desagradable presión en el pecho, me sentía incompleto. Extrañaba la rutina que tenía con Mayra, su compañía y la seguridad de tenerla entre mis brazos. Los fines de semana siempre hacíamos algo juntos. Cuando no teníamos ensayo con la banda, en la que ambos participábamos, salíamos a pasear por diferentes lugares turísticos de Santiago, a veces, recorríamos las zonas comerciales, íbamos a ver una película al cine o, decidíamos quedarnos en mi casa y cocinábamos. Me pedía que le hiciera pizza, mitad vegetariana (para ella), mitad todas las carnes (para mí). Otras veces, me pedía que preparara pie de limón, le encantaba mi receta especial de masa de galletas, que había aprendido a hacer en el liceo, en el taller de repostería. Pasábamos la mayor parte del tiempo juntos. Hubo una época en que nos volvimos inseparables. Extrañaba esos momentos. 'Cuando te das cuenta de que las cosas que hacías antes con esa persona, ya no se volverán a repetir, caes en un abismo infinito de nostalgia y sientes un enorme vacío. Te abre los ojos y te das cuenta lo solo que estabas, lo dependiente que te habías vuelto a esa persona. Deambulas en un constante limbo de incertidumbre', reflexioné. No es que necesites de la presencia de otra persona para vivir, nadie debería sentirse así, mi vida continuó con Mayra y sin ella, es solo que un cambio tan drástico como terminar una relación, te desencaja y desordena todo tu mundo. Seguir después de algo así, te pone a prueba.

–El almuerzo estará listo en unos minutos –dijo Patricia, sacándome de mi ensimismamiento –, ¿me ayudas a poner la mesa?

–Sí, claro.

Agarré los cubiertos de un cajón del mueble de la cocina y los coloqué sobre la mesa, luego fui avisarle al abuelo, quién acababa de llegar de la feria, que estaba listo el almuerzo. Mi madre sirvió los platos de la abuela Clara, el abuelo Manuel, el suyo y el mío. En esa pequeña mesa nos sentamos los cuatro a almorzar como una familia normal.

–Mamá –dijo mi madre a la abuela –, ¿quieres que te corte la carne?

La abuela cerró los ojos en señal de confirmación.

Mi madre se inclinó y comenzó a trocear la carne del plato de la abuela.

–¿Daniel no vendrá a almorzar? –pregunté a Patricia, mientras continuaba revisando el celular.

–No, me avisó que almorzaría en el Hipódromo –dijo, al momento que le acercaba el plato con la carne desmenuzada a la abuela y se percataba que tenía puesta toda mi atención en el teléfono celular. –¡Por el amor de Dios, Landon! deja ese teléfono a un lado, estamos almorzando.

Bloqueé el teléfono y lo puse a un costado de mi plato.

>>¿A qué se debe esa repentina preocupación por tu hermano? –quiso saber mi madre.

–Últimamente Daniel pasa mucho tiempo en las carreras. ¿No te parece extraño? –señalé.

–Es verdad, pero tú sabes cómo es él. Siempre le han gustado los caballos y ahora que el padre de Alicia se compró uno, se ha involucrado más en el tema de la preparación. Además, tu hermano trabaja toda la semana, así que no veo nada de malo, en que, por lo menos, el sábado lo pasé en ese lugar.

Patricia tenía razón. Daniel amaba los caballos. De niños íbamos al hipódromo a apostar y ver las carreras. Heredamos el amor por la hípica de nuestra familia, creo que corría por nuestras venas, incluso antes de que fuéramos conscientes de ello. Aunque después del quiebre con Mayra me había alejado de ese mundo, el gusto y amor por la hípica era lo único que Daniel y yo compartíamos. Mi hermano y yo éramos posiblemente tan diferentes como dos personas pueden serlo. Él era una persona sociable y habladora, en cambio, yo era más retraído. Daniel siempre me decía que debía hacer esfuerzos para integrarme a los demás, que siempre estaba en mi mundo, en una constante introspección. Lo cierto era que necesitaba conocer bien a la gente, cerciorarme de que eran confiables, antes de darme con ellas y entablar cualquier tipo de relación. Él detestaba la soledad. A mí, sin embargo, no me molestaba. Me la pasaba tocando guitarra, creando canciones y escribiendo historias en mi habitación. A él no le gustaban los estudios. Yo les confería un incuestionable valor.

Después de la tercera cucharada, sentí la necesidad de dejar a un lado mi plato, no tenía apetito. Miré al abuelo, sentado al otro lado de la mesa, y lo estudié por un par de segundos. No había rastros de lo que había sucedido la noche previa. Volvía a tener el semblante de siempre: duro e inexpresivo, el mismo que lo caracterizaba. El abuelo era reservado, pero cuando bebía sacaba a relucir su otra personalidad. Conversaba con todos y se ponía melancólico. Tenía la vista puesta en su plato y de vez en cuando miraba de reojo a la abuela Clara, tratando de hacer contacto visual con ella. Cuando se dio cuenta de que era una pérdida de tiempo y energía, se lamentó. 

–Abuelo ¿Cómo te fue hoy en el trabajo? –pregunté para no darle tiempo a que pensara en las cosas que me había dicho la noche anterior.

Me miró extrañado, quizás preguntándose si diría algo o derechamente lo echaría al agua con mi madre.

–He vendido bastante, incluso yo me he sorprendido. 

–Me alegro –contesté y le regalé una sonrisa.

El abuelo Manuel tenía un puesto en la feria donde vendía chocolates y dulces. Había llegado allí, después de que le cerraran todas las puertas, producto de su avanzada edad, en diversos trabajos. Fue entonces cuando decidió ir a la feria donde sabía que encontraría una oportunidad de seguir trabajando y no sé equivocó.

–Landon, ¿Me puedes ver el plato de tu abuela mientras voy a buscar algo a la cocina?

–Sí, claro –dije, mientras la seguí con la mirada. Luego, me volví al abuelo y dije en voz baja: –¿No quieres que compremos un pastel para celebrar tu aniversario con la abuela?

–¿Qué? ¡No! Gracias, muchacho. Te lo agradezco, pero no es necesario, no quiero molestar.

–Sería un lindo gesto –reconocí –. De todas maneras si cambias de opinión, no tengo problemas en ir a comprarlo o, mejor, podríamos ir los dos, así tú lo escoges.

–¿De qué están hablando? –quiso saber Patricia, cuando volvió a la mesa.

–Nada importante, solo cosas de hombres –respondí.

–Mira tú, así que cosas de hombres –dijo arqueando los ojos –. Está bien, si no me quieres contar, lo entiendo. Pero no te hagas el loco y termina tu plato.

–Patricia, no me trates como si tuviera 10 años.

–Termina tu comida, hombre.

Agarré el celular y me puse a revisarlo.

Observé que Mayra se encontraba en línea. Revisé su muro de Facebook como era costumbre en mí por esos días, me mataba la curiosidad saber que publicada y si había cambiado su foto de perfil o no, incluso revisé el resto de nuestras fotografías, solo para corroborar que no las hubiese eliminado. Por suerte, aún mantenía la foto de perfil, en la que aparecíamos fundidos en un abrazo, y su estado decía que estaba en una relación conmigo. Sentí una leve alegría. 'Quizás no todo está perdido', pensé.

Me fijé que unos minutos antes había compartido dos publicaciones en su muro. La primera era una foto, en la que aparecía junto a dos compañeros de trabajo; un hombre y una mujer, ambos parecían tener la misma edad de ella; 22 años. La imagen tenía cientos de me gustas y comentarios de amigos y personas desconocidas para mi, que comentaban con bromas internas que no logré identificar. Sus amigos no escatimaban recursos en recordarle lo bonita que estaba. Pareciera ser que cuando terminas una relación, todo el mundo te llena de elogios y mensajes condescendientes para subirte el ánimo, como si eso te fuera a ayudar a volver a la normalidad, tal vez, si lo hiciera porque no noté ningún atisbo de dolor o tristeza en su rostro. Me fijé en que la mayoría de los comentarios estaban escritos por hombres que, de pronto, aparecían como pirañas en busca de su oportunidad.

El rostro del hombre en la foto me pareció familiar. Tenía los ojos castaños y la piel aceitunada. ¿Dónde lo había visto antes? Me tomó un tiempo asimilarlo todo. Y entonces lo recordé. En una oportunidad, a principios de enero, después de haber ido a comer junto a Mayra y su familia. Su padre, John, se ofreció a ir a dejarla al trabajo. Mayra llevaba un mes trabajando para una empresa que ofrecía transporte privado en el aeropuerto. Ese domingo, Mayra tenía turno de noche y su padre no quiso que se fuera sola en el bus del aeropuerto. John me preguntó si quería ir, que de regreso me acercaba a alguna estación de metro. Le dije que sí.

Cuando llegamos al aeropuerto, John estacionó frente a una pequeña oficina, en las afueras de la terminal de pasajeros. Mayra se bajó del auto y se perdió tras una puerta metálica, donde debía registrar su ingreso y salida cada día. Al cabo de un momento, salió del lugar acompañada por un hombre que vestía la misma ropa que ella: pantalones negros y una camisa blanca con el logo de la empresa. Tenía el pelo negro, corto, y era mucho más alto que ella. Se detuvieron a mitad de camino a conversar, observé como Mayra se ofreció a llevarlo. Él contempló el auto estacionado, le dijo algo a ella y luego se despidió para irse caminando a la terminal.

–¿Quién era ese tipo? –preguntó John cuando Mayra volvió al auto.

–Gabriel, un compañero de trabajo.

–¿Por qué no le ofreciste llevarlo?

–Si lo hice, pero él no quiso.

John puso en marcha el auto de nuevo.

Al pasar al lado de Gabriel, contemplé que llevaba la mirada clavada en su celular, demasiado concentrado.

Nos detuvimos frente a la salida de vuelos nacionales, Mayra se despidió de sus padres, John y Bernarda, y luego me besó. Desde la parte trasera del auto, la vi cruzar por las impasibles puertas automáticas de cristal.

La segunda publicación, decía 'I'm learning to walk again' (estoy aprendiendo a caminar otra vez) y junto al pequeño párrafo adjuntaba el link del video en Youtube de la canción 'Walk' de los Foo Fighters. No tuve que escucharla para saber que aquello era una clara referencia a lo que había pasado entre nosotros. Lo sentí como un grito, un desahogo de su parte, sus palabras me refregaron la cara.

Solíamos dedicarnos canciones para expresar nuestros sentimientos, de la misma forma que la mayoría de las parejas y personas lo hacen todos los días, en cada rincón del planeta. Era una práctica habitual en nuestra relación. La música lograba expresar lo que las palabras, a veces, eran incapaces de transmitir. Nos comunicábamos a través de ella. Si algo de aquello, aún quedaba, no había duda de a quién iba dirigida la canción. Al menos eso me pareció.

Me sentí fatal. ¿Tan mala había sido nuestra relación? ¿Cómo era posible que escribiera que estaba aprendiendo a caminar otra vez? ¿Acaso no pensó en cómo me sentiría al leer eso?

Los recuerdos se agolparon en masa en mi mente y las imágenes de mí pasado con ella, se reprodujeron, una tras otra, a gran velocidad dentro de mi cabeza. 'Para, Landon', 'Detente hombre', me dije. La oscuridad se apoderó de mi cabeza y me sumergí en una vorágine de pensamientos tristes y negativos.

Sentí como me quemaban las lágrimas que pujaban por aflorar de mis ojos. Un par se aventuró, y rodaron surcando los límites de mis mejillas.

–Deja ese teléfono a... ¿Que te sucede Landon? –preguntó Patricia, extrañada.

–No es nada –dije y me llevé la mano a la cara para secarme los ojos.

–¿Por qué estás llorando? Te apuesto a que volviste a hablar con Mayra.

Negué con la cabeza.

–Ya sé. Te metiste a ver su muro –dijo y se llevó una mano a la cabeza.

Silencio.

>>Cuantas veces te he dicho que dejes de torturarte viendo que se encuentra conectada y no te habla –continuó, indignada–. Deja de ver lo que publica o leer conversaciones pasadas. ¡Por el amor de Dios, Landon! deja de lastimarte, ya se acabó. ¿Me entiendes? lo tuyo con Mayra se acabó.

El almuerzo terminó de manera abrupta. La abuela solo comió una pequeña porción, casi diminuta de su plato, a pesar de los innumerables intentos de mi madre por lograr que comiera todo, ella simplemente se reusó a hacerlo. Por mi parte, apenas fui capaz de darle un par de cucharadas más a mí plato y lo dejé a un lado. No tenía hambre. El dolor te quita el apetito, lo secuestra y lo toma como rehén. No sientes deseos de comer cuando estas sufriendo.

–¿Sabes? Lo de tu abuela lo puedo entender. Ella está enferma, pero tú Landon, tú estás bien. Solo has sufrido una desilusión amorosa. ¡Es el colmo! Te estás haciendo daño –dijo mi madre, perdiendo sus casillas otra vez.

Silencio.

–Es verdad, Landon. Debes alimentarte –dijo el abuelo.

Sabía que no era buena idea discutir con ninguno de los dos, pero en especial con mi madre, pues no obtendría nada con hacerlo. Estaba triste y eso no se pasaba de la noche a la mañana. Ahora comprendo que a veces se vale estar roto y no ser siempre la persona alegre que todos quieren que seas. Te recuerda que eres humano y no el superhéroe que alguna vez creías ser.

Me levanté de la mesa, subí a la habitación y me encerré en ella. No quería hablar con nadie. Aún resonaban en mi cabeza las palabras de Patricia. Estaba cansado de escuchar sus opiniones y criticas. Esos consejos de mierda que no me ayudaban en nada a volver con Mayra. Me parecía que nadie se ponía en mi lugar. Y en ese momento, solo quería una cosa, que me escucharan, me entendieran y me dieran un abrazo. Me rehusaba a pensar que lo mío con Mayra se hubiera acabado. Si tan solo hubiera podido entender lo sucedido, comprenderlo, todo hubiera sido distinto. ¿Por qué me costaba tanto superar el quiebre? Mirando en retrospectiva lo que había sido mi vida, hasta ese momento, no recordaba otra ruptura que me hubiera afectado de esa manera.

A los 16 años conocí a Ximena y me enamoré perdidamente, o al menos, eso creí. Tuve relaciones sexuales y me emborraché por primera vez. La relación fracaso al poco tiempo, éramos jóvenes y alocados, dos adolescentes inmaduros, dejándose llevar por sus pasiones. Dos novatos en un mundo que creíamos conocer bien. Vivíamos al límite, en un constante Carpe Diem, soñando con cambiar el mundo y sus estúpidas reglas. Pero el paso del tiempo y la dura realidad nos golpeó en la cara, acabo con nuestras inocentes esperanzas, y al final, comprendimos que algunas cosas, simplemente, no se pueden cambiar. Creo que ese fue el momento en que todo acabo entre los dos.

Meses después, conocí a Nicole, pololeamos dos años, pero la rutina y la costumbre nos aniquilaron. Pronto caímos en la cuenta que ya no sentíamos lo mismo, el uno por el otro, y decidimos poner punto final a la relación de mutuo acuerdo y en buenos términos. Luego del quiebre seguimos siendo amigos, por un tiempo indefinido, hasta que pasó lo que suele ocurrir en este tipo de situaciones, ella conoció a un tipo genial -su actual esposo-, yo entré a estudiar a la universidad, dejamos de vernos y finalmente nos distanciamos.

Esas dos historias de amor no se condecían con el gran número de desilusiones amorosas que tuve en mi adolescencia y época universitaria. Ninguna de ellas había dolido tanto. Entonces, ¿Qué hacía el quiebre con Mayra tan especial? ¿Por qué me costaba trabajo dar vuelta la página? Ojala hubiera podido entenderlo en ese instante, tal vez así, seguir adelante me hubiera resultado más fácil, tal y como lo había hecho antes. 'O quizás, pensándolo bien... ¿podría ser eso? –escudriñé en mi cabeza– ya lo sabía, solo que no había querido reconocerlo hasta ese momento'. La verdad había estado frente a mis ojos todo ese tiempo. El episodio, o como lo llamaba yo, 'La noche del apagón', me dije a mí mismo. Sí, eso debía ser. Al fin y al cabo, tenía sentido. Esa noche debió ser cuando todo se acabo entre Mayra y yo. Todo había sido mi culpa. Ahora que conocía el momento en que se había estropeado nuestra relación y que todo era mi culpa, solo me quedaba reconocerlo y pedirle perdón. Sabía que si lo intentaba, me la jugaba y le demostraba que la amaba, ella me daría una nueva oportunidad. 




Nota de autor: Gracias por darle una oportunidad a esta historia. Me tiene muy contento la recepción que a tenido entre los lectores. No puedo esperar a que lean los próximos capítulos, se pone mejor ;)

¿Que opinan de la historia hasta ahora? Dejenme sus impresiones.

Abrazos,

Michael

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