LA VENTANA SE VUELVE A ABRIR
¿El amor es una obsesión? ¿La obsesión es amor? Estos interrogantes asaltan mi pensamiento, mientras miro hipnotizada el techo de la celda.
- ¡López! - me llama "cortésmente" la celadora - ¡tenés visita!
- ¿Quién es? - pregunto algo fastidiada, continuando mi batería de preguntas. - ¿Tengo que ir? - digo mientras me doy vuelta en el camastro y fijo vista en la pared.
— ¡Mirá loca! ¡Te conviene! ¡Hasta te diría que se te cumplió el sueño! — decía riéndose ordinariamente la voluminosa mujer.
Acepté ver a la persona que me visitaba por el solo hecho de apaciguar mi curiosidad.
Pero, ¿quién querría verme? Con todo lo que había pasado, con todo lo que había hecho, yo estaba muerta y enterrada para media sociedad; mucho más para mis amigos y familiares... más aún para él.
Me esposaron y me llevaron al salón visitador del reclusorio. Fue tamaña mi sorpresa al ver que del otro lado del cristal se encontraba Joseph, el hombre por quien cumpliría condena más de quince eternos años.
El corazón me dió un vuelco tan espantoso que pensé que me moría (aunque esa recompensa no está contemplada por Dios para mí). La víctima de mi psicopatía estaba del otro lado de la línea de comunicación y no era un espejismo.
¿Por qué estaba allí Joseph Hung?
— Hola Evelyn — saludó temerosamente.
— ¿A qué vino Señor Hung? — pregunté fríamente.
— Vine a ver si podía enfrentarte. Si, contándome el por qué de tus acciones, puedo entenderte y perdonarte. Mi psiquiatra me dijo que es parte del proceso de sanación y aceptación — agregó aclarando su voz y tratando de parecer valiente.
Pero en su expresión se revelaba el horror que había experimentado hace unos meses atrás.
Me acerqué lo más que pude al cristal, y mirándolo fijamente le pregunté:
— ¿Estás seguro de querer saber? ¿Seguro de querer entrar en mi cabeza y tratar de comprender?
Joseph, un tanto contrariado, se irguió en su asiento, sostuvo la mirada y prosiguió:
— Si es lo necesario para poder seguir viviendo, lo haré.
— Ok... bienvenido a mi espacio. Ahora verás a través de la ventana en mi cabeza — le dije mientras aparecía en mi rostro una siniestra sonrisa.
La ventana se volvía a abrir en mi cabeza... sabrá Dios si Joseph podrá salir de allí.
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