La ventana en mi cabeza.

Por una semana completa tuve a mi disposición la casa de Joe.

Por su trabajo en la embajada se había ido de viaje al exterior, dejándome a cargo su hogar. Mi existencia entera se regocijaba pues "mi Joseph" ya confiaba plenamente en mi.

Fue el momento ideal para colocar las cámaras de vigilancia, de  manera tal que no fuesen descubiertas pero que lograran el objetivo que tanto deseaba: apreciar y vivenciar al hombre de mis sueños y suspiros en cada instante glorioso.

Mis intenciones de vigilarlo siempre fueron para "cuidarlo", "protegerlo" de todo aquello que está mal en este mundo; al fin de cuentas, cuando amas a alguien quieres preservarlo hasta de su sombra.

El estar en su casa fue lo más emocionante y lo más cercano a vivir con él: preparar platillos exquisitos en su cocina imaginando lo bien que él los disfrutaría; sentarme en el futón de su sala arrellanada entre los almohadones y mantas, intentado sentir cómo sería su cálido abrazo mientras veía una serie; dormir en su cama aspirando el aroma de su cuerpo, de su sudor... hasta el de su sexo.

En ese corto tiempo en el que no estuvo me adueñé de sus espacios y sus momentos; percibía cómo cada célula de mi ser pertenecía a ese lugar y, en especial, a él.

Joseph había llenado los vacíos de mi existir que  dejaron las ausencias de mi infancia y los abandonos de los que, alguna vez, dijeron llamarse "mis parejas". Pero Joe... Joe era la cara brillante de la luna, era el sol de mis jornadas que, antes de que él llegase, solo podían presentarse monótonas y opacas; trajo consigo todo el color y el calor que mi mísera vida había tomado como algo aceptable y el único modo de seguir aquí.

Todo en mi se llenaba de una poderosa energía vital y monumental cuando mis pies pisaban, tan solo, la acera de ese lugar; pero, no debía descuidar la propiedad "prestada" por mis clientes.
En algún momento del día volvía hacia allí a ordenar o limpiar lo mío.

En una de esos tantos viajes a "mi casa", fue que Joseph - sin previo aviso - había vuelto a su lugar. Me enteré porque de mera casualidad abrí la aplicación de vigilancia que instalé en el celular... y ahí lo ví... y allí fue cuando sentí cómo mi pecho se hundía bajo el peso de algo intolerable y mi alma me dejaba... fue en ese instante donde sentí los cristales de la ventana en mi cabeza quebrarse y explotar en infinitos pedazos clavándose en mis retinas, en mi garganta y en mi corazón: Joseph había regresado, pero no estaba solo, lo acompañaba una mujer.

En mi desesperación bajé casi volando las escaleras, abalanzándome hacia la puerta de entrada, para así correr alocadamente hacia el hall de su casa.

Me tomé unos segundos en componer mi respiración agitada y tratar de calmarme para poder pensar con claridad. "¡Tranquila Evelyn! Quizas solo es una pariente o alguien de su trabajo que lo acompañó hasta aquí y ya se va"- rogaba en mi conciencia... oraba a todos los dioses y a todos los cielos que existiesen que así fuera; que nada ni nadie cambiara la hermosa relación que Joe y yo habíamos construido... imploraba en mi interior que Joe tampoco me dejara como lo habían hecho todos aquellos que, en algún momento, juraron no desampararme.

Con una postura más recta e intentando parecer relajada y casual, toqué el timbre del recibidor. Al cabo de un corto tiempo, Joseph abrió la puerta sonriente y sorprendido al verme.

— ¡Querida Eve! ¡Hola! ¿Cómo has estado? ¿Me viste llegar? — me saludó con esa voz tan tierna que tiene.

— ¡Joe! ¡Mi querido Joe! ¡Ah, si! ¡Pensé que volverías dentro de dos días! ¿Surgió algún imprevisto? — traté de sonar lo más tranquila posible, cavilando a mil revoluciones y recreando en mi mente las habitaciones de su casa para recordar si había dejado algo que delatara mi estadía.

— Pasa, por favor, así charlamos más cómodos en el living — me dijo haciéndose a un lado para dejarme pasar.

Me dirigí hasta la sala y tomé asiento en el futón que ya conocía en demasía; me extrañó que Joe no ocupara el espacio de éste a mi lado. En mi cerebro, las neuronas no paraban de realizar conexiones teorizando el por qué de esa lejanía.

Mientras charlábamos de trivialidades, escuché algunos sonidos provenientes de la cocina.
— ¿Te acompañó alguien hasta aquí? — pregunté despacio y queda para no delatar el temor que iba creciendo en mi cuerpo.

— ¡Oh! ¡Si! ¡Espera un momento! Quiero que conozcas a alguien.

Las alarmas se encendieron en mi inconciente augurando algo demasiado funesto. Los vi salir a ambos mirándose de una manera cómplice, como solo los enamorados saben hacerlo. Me incorporé de donde estaba sentada y quedé petrificada allí cuando oí decir al "hombre de mi vida":
— Evelyn, te presento a Camila, mi prometida. Ella es la razón por la que volví antes de tiempo.

Sentí que el aire se helaba en mis pulmones, que mis ojos se nublaban y mi estómago se descomponía; más yo en mi exterior mantuve la compastura y extenidendo mi mano espeté:
— Es un gusto Camila.
— ¡Oh! ¡El gusto es mío Eve! ¡Gracias por ser la guardiana y amiga de mi Joe!

Esas palabras fueron las últimas que escuché luego de que mi razón se destrozara.

En ese instante, un relámpago de insania cruzó mi cordura: había tomado la decisión de que "su Joe" no iba a ser suyo... iba a ser "mi Joseph" cueste lo que cueste.

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