Capítulo 43: Trato hecho


MARATON

Capítulo 43: Trato hecho

Eva Jenell

Dudé por un segundo entre devolverme e irme hacia mi habitación o quedarme, pero ¿a quién quería engañar? desde el primer momento en que me asomé a la biblioteca, fue porque quería ver si él estaba aquí y aquí estaba, sin la mascara, sentado al lado de la ventana botando el humo del cigarro que estaba entre sus dedos con un vaso de whisky; frente a él un tablero de ajedrez intacto como parecía estar acostumbrado a pasar el rato.

Puede que los vinos que me tomé me hicieron sentir más osada o tal vez era el hecho de saber que ya mi vida estaba hecha un culo, así que no me importó, solo empujé un poco más la puerta y entré, necesitaba hablar con él así él no quisiera escucharme, cerré la puerta detrás de mí.

—Se lo dije todo a Aurora —solté.

Él no apartó la mirada de mí, solo se llevó el cigarro a su boca nuevamente, los anillos de sus dedos sobresalían, aspirando profundamente, y seguidamente botó el humo.

—¿Por qué? —preguntó.

Buena pregunta.

No debí decírselo ahora que sabía cual era su reacción.

—Porque aunque ni tu ni ella me crean lo de Carmelo —dije—, tenía que decírselo para que supiera con quién iba a casarse, y tuve que decirle lo de tu y yo para evitar que se enterara de otra boca...

Él no dijo nada, solo aspiró nuevamente de su cigarro con tranquilidad. Tragué pesadamente saliva y me abracé a mí misma.

—Ella me pidió irme —continué diciendo—, así que creo que me iré mañana.

Él botó el humo lentamente de entre sus labios y estrelló la punta del cigarro contra el cenicero de cristal para apagarlo, pareciendo pensativo hasta que murmuró:

—A Federico no creo que le guste la idea de que te vayas, no cuando tiene planes de casarse contigo.

Podía oír la amargura de su voz al decir aquello, entrecerré los ojos y aparté la mirada para decir:

—No puedo casarme con él, no después de lo que hice contigo.

Lo vi echarse hacia atrás y tomó de su whisky lentamente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó—, ¿querías una despedida?

Lo volví a mirar y negué con la cabeza.

—Quería que supieras que ya tu hija sabe lo que hicimos —suspiré— y ahora me odia.

—¿Quieres un té? —pregunta de la nada, frunzo el ceño confundida.

—¿Un té? —repetí.

Él alzó una ceja y preguntó:

—¿O Whisky?

Di un paso hacia él ligeramente confundida.

—¿Te digo que Aurora me odia y es lo que preguntas?

Eros duda por medio segundo, y veo la comisura de sus labios estirarse en una ligera sonrisa entretenida para decir:

—Sí. Creo que necesitas algo fuerte para relajarte.

Bueno, creo que él tenía razón.

—Whisky. —pedí a pesar de que nunca en mi vida había tomado whisky.

Él se levantó con su vaso de cristal hacia un pequeño locker, sacó un whisky y otro vaso de cristal.

—Escucha —dijo—, a Aurora se le pasará.

Observé como le quitó la tapa al fino whisky, se sirvió rellenando su vaso y luego me sirvió a mí.

—No lo sé —comenté—, sé que la he decepcionado y sé que tú a lo mejor tampoco me crees, pero me duele que vaya a ser infeliz al lado de ese idiota...

Eros no dijo nada, solo se volteó y se acercó tendiéndome el vaso, le agradecí y tomé un sorbo sintiendo como el liquido quemaba mi garganta y mi interior haciéndome calentar las orejas, estaba tan fuerte como el dolor que sentía por dentro.

—No lo entenderás, Eva —dijo Eros—. A veces hay que sacrificar la felicidad para algo mayor.

Él volvió a sentarse y yo lo miré estrechando los ojos.

—¿Eres feliz? —pregunté.

Eros tomó de vaso y se encogió de hombros.

—Tengo mi versión de la felicidad.

—¿Cual es? —pregunté.

Ingirió del líquido haciendo una ligera mueca y contestó:

—Estar solo.

Verlo frente al tablero de ajedrez fumando y bebiendo solo, no me parecía lo mejor del mundo, pero me imaginaba que él encontraba paz cuando no estaba rodeado de personas, ni de las cosas de las que estaba pendiente como sus negocios, al ser un príncipe me imaginaba que tenía muchísimas responsabilidades.

—¿Entonces en este momento te perturbo? —pregunté.

Él me miró fijamente, pensé que no iba a responder, pero entonces dijo:

—No, me agrada tu compañía.

Sentí mis mejillas colorarse un poco ante lo que me estaba diciendo.

—Difícil de creer considerando lo que dijiste la otra noche. —comenté ligeramente resentida recordando aquella noche del hotel cuando me dijo que me alejara de él.

Él bebió un poco más de su vaso y suspiró.

—Lucho muchas veces conmigo mismo cuando digo cosas que no quiero decir realmente —miró a través de la ventana— pensando que estaré bien con eso... cuando no es así.

Fruncí ligeramente el ceño.

—¿Entonces no estabas bien alejándome de ti? —me arriesgué a preguntar.

Eros volvió a enfocar sus ojos azules claros en mí como dardos y dándole otro trago al vaso hasta acabar su contenido respondió:

—No. Y no me agrada verte con Federico.

El rencor y la molestia de su voz era evidente, no sabía si era porque ya él había bebido de más o porque realmente estaba enojado conmigo. ¿De verdad yo pude causa algo en el señor de corazón y actitud de hierro? La idea me emocionaba a pesar de que sabía que era imposible, que se suponía que esto no debía de hacerme querer saltar como una niña pequeña ante un minúsculo asomo de un sentimiento, mucho menos después de todo lo acontecido antes, pero lo hacía, estaba conmocionada. Sí, creo que era una masoquista.

Él pasó una mano por su frente y soltó un suspiro.

—Siéntate —pidió y señaló el puesto frente a él— ¿Quieres jugar?

Fruncí el ceño, ahora al parecer cambiaba el tema, y menos mal que lo hizo porque no sabía exactamente qué responder a esto. Sonreí un poco y le obedecí arrimando la silla para sentarme.

—¿No te cansas de perder contra mi? —pregunté con odiosidad acomodándome en el asiento.

Noté como sus labios se estiraron en una ligera sonrisa entretenida y respondió:

—Estás muy segura de tu suerte.

—Tanto que soy capaz de apostar. —dije echándome hacia adelante sin ser capaz de quitar la repentina felicidad que me había invadido, dentro de todo este caos creo que era la primera vez que sonreía y me sentía relajada. Que curioso que solo con él me sintiera de esta manera...

Noté como estrechó los ojos y su sonrisa se convirtió a una perversa.

—¿Qué quieres apostar? —preguntó.

—Uhm —murmuré quitándome la máscara—, si gano otra vez, quiero que admitas que eres un idiota por lo que me dijiste aquella noche.

—Okey, vale —dijo.

—Y aunque no va a pasar —continué—, si tú ganas ¿qué quieres?

Él lo pensó por un momento y respondió como si no fuera la gran cosa:

—Voy a tatuarte en tu culo.

Me reí, sin embargo él no lo hizo, ¿era broma o no?

—¿Tienes una máquina de tatuar? —pregunté ligeramente confundida.

Se encogió de hombros.

—Según tú voy a perder—dijo—, así que no veo a qué le temes.

Sonreí y dije:

—Vale, trato hecho.

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