8
Junio
—Quiero irme a casa.
—Aún no se encuentra en condiciones para que lo demos de alta, señor Di Maggio. Recomiendo que se quede al menos una semana más.
"Señor", me dice, como si sintiera algo de respeto por mí estando semidesnudo con cánulas por todos lados.
Lo veo fijo. Noto cómo se incomoda.
—No debe preocuparse. La seguridad del hospital solicitará su permiso para dar acceso a todas las visitas. No volverá a ocurrir un incidente como el anterior.
"Una semana más". Como si ese tiempo sirviera para algo además de sacarme más dinero.
—Estoy en mi derecho de irme. No estoy pidiendo su consejo médico, estoy solicitando mi alta voluntaria.
—Sería bajo su propio riesgo —afirma menos valiente que antes.
—Me queda claro —repongo.
Horas después
"Irme a casa". No, no puedo irme a mi departamento. No podré subir por la escalera de caracol a la planta alta del Pent house. Y ahí todo debe tener el aroma de Laura. Desde que estoy internado mi olfato se ha hecho demasiado fino.
El abogado sentado junto a mí con su eau de toilette insoportable me explica las cuestiones legales mientras miro el techo. Presto atención cuando dice el nombre de Laura.
La imagino en una silla de ruedas. Quería ir del otro lado del mundo. Ahora no podrá hacerlo. Soy un monstruo. Por eso no viene a verme mi padre. Me conoce, sabe lo que soy. Seguro me culpa de la muerte de mi madre. Ahora también soy culpable de haber dejado a Laura inválida. El corazón me pesa como si fuera de roca. Ojalá lo fuera.
—Hemos acordado con la familia que cubriremos los costos de la hospitalización y las cirugías. No entraron en el acuerdo otros gastos, como la terapia física. Por su parte, los representantes de la parte afectada han concedido el perdón por daños a terceros en el accidente. Negociamos que retiraríamos los cargos que pesaban sobre el joven que vino a agredirlo si ellos se desistían de no dar el perdón —dijo sin la menor señal de empatía. Todos los abogados tienen algo de psicópatas.
—Le darás a Laura lo equivalente a un millón de dólares de mi fideicomiso —ordeno sin voltear a verlo.
—No es necesario, ya firmaron. Lo único que tiene que pagarse es...
—No me hagas repetirlo—. Volteo a verlo a los ojos para que comprenda que hablo en serio. Se amilana como todos los demás.
—Así será —afirma. Ahora sí parece un ser humano. Yo ya no me siento como uno. No tengo por qué vivir.
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