21

Aún no comprendo lo que acabo de escuchar.

Dejamos dos botellas de champán vacías en la mesa. Las mejillas de Andrea están enrojecidas. Sus ojos brillan tanto como las esmeraldas que le acabo de obsequiar por Navidad. El mechón de cabello que cae sobre su mejilla se ve dorado con la luz de la chimenea. Su vestido verde de escote moderado sugiere su figura.

Cenamos lo que Mary dejó para nosotros antes de irse de vacaciones, como Aurelio. Dimos gracias. Bebimos, conversamos. Nos dimos obsequios.

Esta es la primera Navidad que pasamos lejos de nuestras familias. La de ella, a medio país de distancia. La mía que no existe más.

Esperaba que pudiéramos acercarnos más.

Pero junto con su cálida sonrisa, Andrea me acaba de hacer una confidencia que se me ha clavado como una daga en el pecho.

Estoy anonadado. Incrédulo.

—¿Alguien...? —respondí seco a su revelación de que acaba de conocer al hombre que la hace sonreír como nunca antes la vi hacerlo.

—Sí.

—Vaya. ¿De quién se trata? —pregunto con la mandíbula tensa.

—Es el hombre que me salvó la vida en la organización —responde trastabillando la lengua.

Esperaba algún tipo de confesión de su parte, pero no esta. Ha estado extraña varios días, con la mirada perdida, resplandeciendo a pesar del cansancio. Insistía en preguntarme sobre mi asistente, diciendo lo bella que es, que parece muy amable. Lo entendí todo distinto en mi mente.

—Trabaja en el CDA. Toca el saxofón en un club del centro —continúa ella.

Sé que algo se me ha ido de las manos. Siento la sangre abandonar mi cabeza y caer pesada hacia mis pies. Parece que realmente algo tramó esa gente para Andrea. Temores inconfesables me saturan.

—¿Él te buscó? —pregunto.

—No. Es amigo de un amigo, me dijo dónde tocaba, fui a darle las gracias.

Me debato entre el temor de que esto sea una estrategia y la posibilidad de que sea genuino, lo cual me provoca un profundo malestar.

Antes de que ella me dijera esto le sugerí que se pernoctara en una de las habitaciones de la casa. Que se quedara en la mía era una posibilidad tácita cuando le hice esa invitación. Ahora mismo desearía que Aurelio estuviera en casa para mandarla con él a la suya. Pero no la dejaré irse sola a esta hora en esas condiciones con un desconocido sea como sea.

—Debes pensar que soy una loca. Tienes razón, debería quedarme, bebí demasiado, ya estoy diciendo cosas que no debería —afirma. Se ve tan feliz que me provoca repulsión.

—La recámara azul está lista —respondo seco.

Andrea se levanta y viene hacia mí. Puede coordinar, pero sí está pasada de copas. Se acerca, me besa en la mejilla. Muevo el rostro lejos de ella de forma instintiva, pero resulta al revés. Sus labios rozan apenas los míos. No se ha dado cuenta.

—Buenas noches, amigo, fue una linda velada. ¿Ya vas a subir? —pregunta ya camino a la puerta del despacho.

—Más tarde —afirmo.

Se va.

Me quedo solo con mi furia, con mi deseo, con la oscuridad. Con la maldita duda de si al haber aceptado un trato para manipular al monstruo de mi padre he condenado a Andrea también a ser parte de un retorcido plan para controlar lo incontrolable.

Días después

Soy un terco.

A pesar de lo ocurrido en Navidad esperaba que Andrea viniera a cenar la víspera del Año Nuevo, pero no fue así. Resulta que ella tenía planes para asistir a una celebración. Me invitó. Cómo explicarle que la última fiesta en la que estuve terminó muy mal.

No la he visto en un par de días desde entonces.

A la que veo todo el tiempo es a Helena. Me cuesta mucho soportarla. Encima me dice cosas como cariño, y me dirige miradas que no quiero interpretar.

Hace dos semanas instalaron en otra habitación una caja fuerte. Tiene una cerradura biométrica justo para que ella ni siquiera me pida la clave. Tendría que sacarme un ojo y cortarme un pulgar para abrirla.

Es tarde. Hemos estado trabajando en el informe para la próxima reunión del proyecto. Ella no sabe a quién se dirige el informe. Hace los pagos de los fondos a distintas ONG y los redirige después de éstas a diversos rubros que requiere el proyecto, como pago de nómina y compra de insumos de laboratorio. Conoce los nombres de todos los científicos, pero no sabe para qué se les paga de esa forma. Parece que es su salario por el trabajo que hacen en las ONG a las que públicamente pertenecen. Guardamos los avances en la caja fuerte.

En cuanto la cierro terminamos el trabajo del día. Volvemos al salón. Nos sentamos. Ella guarda sus cosas.

—Fue un día largo, cariño. ¿Me invitas un trago?

La veo fijamente. Me pregunto si podrían tratar de incriminarme. Asiento.

Ella se sirve apenas un vaso y lo bebe. Yo ya llevo varios. Se suelta el cabello.

Trata de conversar. Apenas respondo. Se acerca sensualmente para despedirse. La tomo de la mano. Me pongo de pie.

Sus ojos grises se abren con sorpresa, sonríe con ganas. Casi alcanza mi estatura con los tacones. Sigue siendo perfecta así de cerca.

Su perfume ya no me parece tan molesto.

La tomo por la cintura. La beso en el cuello. Ella contiene el aliento. Busca los botones de mi camisa y comienza a abrirlos con destreza. Me pierdo por completo cuando me besa el pecho. Parece que no ve las cicatrices. Respiro agitado. Estoy loco. Me dejo llevar.

Nuestras manos se mueven, quitan lo que estorba, acarician, exploran.

Ella saca un preservativo no sé de dónde. Sabe qué hacer con él. La tomo sobre el escritorio, cegado por la pasión, desesperado.

En mi mente solo se repite un nombre una y otra vez.

Laura.

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