14
Tercera semana de noviembre
Laura dejó de llamar.
Creo que al fin entendió que no voy a hablar con ella.
He estado pensando en mi padre.
En Navidad solo me regalaba una caja de chocolates. Gianduiotto. Artesanales, sin marca. Yo los esperaba todo el año. Eran los momentos más felices de mi vida.
Los días de asueto permanecíamos horas juntos, apenas cruzando un par de palabras, armando rompecabezas o leyendo. A veces me miraba y sonreía. De la nada me ponía sobre sus rodillas y me leía historias. Una en especial, sobre una deidad nórdica llamada Dagda, que tenía un caldero mágico. Decía que las células eran como calderos mágicos que fabrican cosas en su interior.
Usaba las historias para explicarme las cosas que me pasaban. Los primeros años de mi vida tuve muy poco contacto humano. Una enfermedad viral me provocó un problema autoinmune. Pasé mucho tiempo en espacios aislados, desinfectados.
Mi padre me trató. Me recuperé. Desde que eso sucedió, siempre estaba cerca. Después de la escuela pasaba por mí, comíamos en casa lo que preparaba Mary. Me dejaba con ella haciendo tarea mientras trabajaba en el laboratorio de la universidad estatal. Luego regresaba a casa para contarme un cuento para dormir.
No importaba lo que sucediera. Si me estaba muriendo o si me aterraba una tormenta. Todo estaba bien cuando mi padre me miraba.
Ya no me mirará jamás.
No importa si es de día o de noche. Siempre tengo un vaso entre mis dedos. El whiskey me mantiene en un estado casi catatónico. Apenas logro ponerme de pie, por la rodilla. El dolor no cesa nunca. En mayor o menor medida.
No logro sentir toda la pena que quizá debería por mi padre. Él se hizo esto a sí mismo. Como yo me destrocé, como mi madre.
Ella nunca estaba. Venía de visita y daba grandes fiestas. Cantaba para sus amistades y la veían como si fuera una deidad, la gente lloraba de emoción al oír su voz. Era alcohólica. Dejó de cantar. Comenzó a aparecer en la prensa barata. Por más que mi padre tratara de mantenerla lejos de los lobos, a la distancia, pagando para que no se publicara nada oscuro sobre ella, era inevitable. Sus escándalos eran públicos. Aparecía en situaciones cada vez más absurdas, hasta su muerte.
Es tarde. Andrea entra al despacho. Es como si hubiera amanecido un instante. Se acomoda en el sillón de orejas y me mira. Sonríe.
—¿Vamos a la cocina? —pregunta.
Me levanto. Debo quedarme un rato detenido del escritorio y del bastón. No tanto por la embriaguez, se me entume la pierna. Ella me toma del brazo, me saluda.
Si Andrea no viniera a verme quizá me habría matado hace tiempo.
La luz está apagada. Hay un pastel con una vela encendida sobre el mesón de cuarzo.
—Feliz cumpleaños —dice.
Ni siquiera recordaba que era mi cumpleaños.
Parece emocionada. Mi cara no dice absolutamente nada.
—No es un buen momento para esto, Laura —digo—. Andrea —corrijo.
Se queda fría, ya no sonríe.
—Lo siento. No quería que... —dice apenada.
No sé si fue mi falta de expresión o que la haya llamado Laura lo que la puso así. Me trago toda mi oscuridad y me acerco para apagar la vela. Mary que estaba al fondo prende la luz. Cortamos el pastel, comemos los tres. Llega Aurelio, come también.
Andrea no me mira. Está seria.
Aurelio se va primero. Luego María. Nos quedamos solos Andrea y yo en la cocina. Se escucha la lavavajillas murmurando de fondo.
—Perdóname, fue una mala idea —se disculpa.
¿Cómo podría explicarle que soy un desastre? Ella lo sabe, lo puede ver. Pero no logra comprenderlo. Perdí a mi padre y a mi pareja. Perdí mi vida, la capacidad de moverme sin dolor. Nunca podré volver a correr.
No quiero que se sienta mal por mi causa. Es como el sol, como la paz que perdí. Me acerco. Tomo su mano. Me observa algo sorprendida, se ruboriza.
Le dije hace unos días que alguien debe extrañarla mucho en la capital. Me habló de su familia. Le expliqué que me refería a su pareja. Se sonrojó igual que hoy cuando me dijo que no tiene a nadie esperándola.
Inspiro su aroma a flores, está tan cerca.
Podría besarla.
No.
Ella no merece a un hombre que no puede olvidar a otra mujer. Un criminal que marcó por siempre a su ex.
Andrea no merece a un monstruo.
—Gracias —digo seco y me alejo. Doy media vuelta para no seguir viendo su expresión contrariada. Decepción, quizá. Sé que algo en ella deseaba que lo hiciera.
¿Podría volver a ser humano gracias a ella?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top