13

Octubre

Estaba soñando.

A pesar del alcohol y las drogas para dormir, despierto en la madrugada. Con taquicardia, sudando. Veo la carretera, el árbol, el auto destrozado sobre nosotros. Escucho a Laura gritando, las sirenas de los equipos de asistencia. Es como si ese trayecto siguiera, como si no tuviera fin.

Anoche soñé con Andrea.

Abro los ojos, estoy en la cama, veo el techo. Volteo hacia la ventana. Mary está sentada junto a la mesita del dormitorio. A veces deja ahí un jarrón con flores antes del amanecer. Hoy solo está sentada. Se ve mal. Me preocupo.

Me incorporo un poco. Una idea terrible cruza mi mente.

—Joven. Su papá... —puede decir apenas. Noto su enorme esfuerzo por contenerse, pero llora. "Maldición", pienso.

—Está muerto, ¿no es cierto?

Ella asiente, mira al piso.

Recuerdo cuando murió mi madre. Algo me aprieta el pecho.

—¿Cómo pasó? —pregunto. Hay un caos adentro de mí, no logro entender lo que sucede.

—Lo encontraron en su laboratorio. Creen que fue un infarto —susurra y comienza a sollozar.

Recuerdo la conversación de la noche previa con mi padre. Se me clava un dolor en el plexo. Sospecho lo que le ha pasado. Estoy furioso. No puedo llorar. Necesito llorar. No volveré a ver mi padre. Recuerdo cómo me abrazaba cuando niño, las historias que me contaba. Sus ojos verdosos que comenzaban a nublarse por la edad, su sonrisa. No puedo respirar.

Mary llora cada vez más. Yo no puedo hacerlo.

—Alto —le exijo.

Ella gime, no se detiene.

—¡Basta, Mary, cállese!  —clamo. No lo soporto. Parece muy asustada—. Salga de aquí hasta que se tranquilice. Si veo una lágrima más, prescindiré de sus servicios —susurro con la mandíbula apretada.

María se va. Siento pena por ella. Mi padre era como su familia. Siento pena por mí. Estoy furioso. Está muerto por causa de ella. Me dijo anoche que él mismo se inyectaría su maldito suero por lo que logró con ella, altos estándares, no se qué carajo.

Maldita sea ella y su monstruosidad.

Grito. No podré llorar, pero grito. Golpeo la cama con los puños, ¡la maldigo, la odio, la odio tanto que siento que me reventará la cabeza, el corazón!

Una semana después

Resolví el funeral de mi padre desde atrás del escritorio. Se hicieron los trámites, se organizó el traslado de su cuerpo a la funeraria, se empacaron sus pertenencias en la casa de la capital. Los abogados lo hicieron, Andrea lo coordinó desde allá. Partió el día que pasó. No la he visto desde entonces. Hablamos todo el tiempo para resolver los asuntos.

No he podido llorar. He bebido más que nunca. María no se ha movido de mi puerta. Dejé de comer. Ella me ha obligado.

Laura sigue intentando llamar. Tantas veces esta semana que perdí la cuenta. No puede enviar mensajes, eliminé la aplicación.

Desde que pasó visto todo de negro. Mi padre era católico devoto. Lo sepultaron ayer, en la capital.

No hay más que pueda hacer.

He recibido docenas de cartas y llamadas. El director de la OINDAH en persona me marcó. Estaba demasiado ebrio, pero respondí algo coherente.

Estoy solo.

Andrea entra en este momento. Se ve muy seria. Me pongo de pie como es habitual  cuando llega, sosteniéndome del escritorio. Ella lo rodea como de costumbre.

Me abraza. Siento su calor, el aroma a flores de su cabello.

No me muevo.

Ella no llora. Sé que desea hacerlo. Mary debió decirle que no lo hiciera frente a mí.

Devuelvo el abrazo. Siento su cabeza en mi pecho.

Inspira profundo. Suspira.

Cierro los ojos. Una lágrima estuvo a punto de salir de ellos.

No sé cuánto tiempo pasa. No quiero que me suelte, no quiero que se vaya. Se separa de mí y va al sillón de orejas.

Estamos en silencio un rato. Me sirvo otra copa. Me la bebo. Le ofrezco, niega.

—Fue un homenaje muy bello —dice con esa dulce voz suya.

—Entonces destruyó todos sus registros antes de inyectarse —afirmo.

—Está en las grabaciones de las cámaras de seguridad. Un guardia pasó a verlo como una hora y media antes de que... dice que lo vio sudoroso, pero el doctor le dijo que todo estaba bien. Pidió que no lo molestaran.

—Se inyectó esa cosa, Andrea—. Ella hace una cara de angustia. Asiente—. Me dijo que lo haría esa noche —repito. Se lo he dicho antes.

—Sí —susurra. Su expresión es de profunda tristeza.

—Tú sanaste. A ella la hizo "magnífica". ¿Por qué a él lo mató? ¿Por qué quemó las bitácoras, por qué destruyó el equipo de cómputo?

—No lo sé —musita ella triste, frustrada.

—Supongo que todo terminó.

—Tengo que decirte algo. Quería hacerlo en persona. También me llamó esa noche. Me pidió que  siguiéramos adelante con la investigación fuera como fuera —revela.

Yo lo sé. Me lo pidió también.

Y me dijo que pasara lo que pasara, que viera por ella, el otro sujeto de pruebas. Incluso antes de morir pensó en ese maldito engendro.

Quedan unas muestras del suero. El equipo científico que él convocó y que ya había firmado su participación con la OINDAH. El laboratorio está listo. Está Andrea, que sabe lo
mínimo sobre los procesos que siguió mi padre para realizar la síntesis.

Queda ella, la aberración que él creó.

Queda el contrato con la OINDAH, que compromete el dinero, ahora mi dinero, para una investigación que está en el aire, porque no hay quien la dirija.

Conozco el contenido del contrato. Contempla que en caso de faltar mi padre, alguien más se encargue de coordinar todo el maldito asunto.

Yo.

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