Un cadáver lo complica todo:
Gabriela no entendía nada... ¿Estaría soñando? No era la primera vez que soñaba con Bruno, aunque nada tan macabro. No obstante... ¿Qué era lo que acababa de oír?
— ¿Bruno?... ¿Qué? —balbuceó, aún medio adormilada.
— ¡¡Que está muerto!! ¡¡HUGO ESTÁ MUERTO!! —El hombre se oía desesperado, a punto de perder por completo el control de sí mismo.
La mujer se sentó en la cama, el aire de los pulmones escapó de ellos lentamente y el sueño se disipó de repente... Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¿Qué pasó qué?
— ¡¡Dios Santo!! ¿Qué hiciste, Bruno? —exclamó perpleja y aterrada al punto del desmayo—. ¡Porque si lo mataste, no me involucres! ¡No voy a ayudarte!
— ¡Yo no lo maté! —replicó el hombre sin enojo.
Hubo un breve silencio.
— ¡¿Pero... pero entonces qué pasó?!
— No lo sé... ¡Oh, no puedo creerlo!
La joven exigió más detalles y su fiel amigo le contó los sucesos que lo habían llevado a hacer tan macabro descubrimiento...
El hombre, junto a Ana y Clara, habían sido los últimos en irse de la reunión en casa de la familia Morales. Bastante más tarde que los novios y que las dos amigas. Sin embargo antes de que arrancara el auto y pudieran partir, el señor Morales había corrido hasta ellos con un paquete largo... Era el traje del novio, que usaría al día siguiente.
— Lo retiré temprano esta tarde, junto con el mío. Hugo se lo iba a llevar ahora al hotel, pero olvidé dárselo —explicó el hombre, pasándole el paquete a Clara, que iba en el asiento trasero—. ¿Puedes llevárselo, Bruno? No le va a servir de nada, sin embargo es mejor aparentar que todo... está normal.
— ¿Ya? ¿No es muy tarde? Seguramente Hugo duerme debido a las gotas...
— Sí, es muy tarde... Pero no creo que aún le haya hecho efecto el somnífero... Lo más lógico sería que mañana llamara al inútil del padrino ese que tiene, para que lo pase a buscar y se lo lleve a su habitación. Pero no es conveniente.
— No, no lo es—intervino Ana.
El hombre asintió, largando un suspiro, y puso en marcha el auto. El señor Morales se retiró hacia su casa. No hacían falta más explicaciones. Habían creado un plan perfecto para disimular la falta del novio al día siguiente. Si todo se llevaba a cabo como habían quedado, nada podía salir mal.
Bruno, muy temprano en la mañana, debía ir al hotel y esperar en el vestíbulo o en el bar-comedor. Cuando advirtiera la presencia de Mauricio que bajaba a desayunar, tenía que decirle, como un dato curioso, que vio salir al novio de traje casi al alba. El padrino no haría comentarios ya que creería que algo imprevisto ocurrió en los negocios que llevaban a las sombras... y que Hugo le había indicado que pensaba volver a última hora. Nunca se le ocurriría ir a su habitación a comprobarlo. De todos modos, si por algún otro motivo fuera, ya sea para comprobar que había vuelto o no, al no recibir respuesta al tocar la puerta, creería que el novio seguía fuera del hotel. No imaginaría jamás que Hugo se encontraba allí mismo, durmiendo como una princesa.
Los tres cómplices se dirigieron al hotel. Cuando llegaron, Bruno dejó a las dos mujeres en el piso en donde estaban las habitaciones comunes y subió hasta la suite de Hugo, que quedaba en el último piso del edificio. En el ala oeste... Al tocar la puerta con insistencia se encontró con que no respondió nadie. Se quedó allí pensando si irse y volver con el traje a la mañana siguiente... pero decidió que complicaría mucho sus planes. Pensando en cómo forzar la cerradura estaba, cuando se le ocurrió tomar el pomo de la puerta... ¡Ésta estaba abierta! Fue una gran sorpresa.
Entró a la habitación en penumbras y dejó el traje colgado en un ropero, que se encontraba a su derecha. Al ingresar, la suite se componía de una pequeña sala con unos silloncitos que daba un rodeo y, mediante un arco, comunicaba con la habitación, sin mediar puertas. En la sala todas las luces se hallaban apagadas, no obstante un resplandor llegaba desde la cama. Bruno supo entonces que Hugo había dejado prendida la luz de la lámpara, cosa que le pareció extraña... al igual que la puerta sin llave.
— ¿Hugo? Soy Bruno, vine a traerte el traje. Mi tío se olvidó de dártelo —dijo, en voz alta.
No obtuvo respuesta...
Indeciso, el joven decidió acercarse al resplandor. Al llegar al arco notó que la puerta del baño privado estaba abierta, incluso con su luz encendida. Todo era muy raro... Su vista se dirigió hacia la habitación... La escena que lo esperaba, lo dejó helado. Dos escalones ascendían a lo que era la cama, allí había un cuadro corrido hacia un costado y un jarrón con flores roto en el piso. Hugo estaba tirado boca abajo en la cama, con la ropa y los zapatos que usaba esa noche en la reunión puestos. Una de sus manos se había deslizado y llegaba casi al piso.
— ¿Hugo?
Le pareció tan extraño que, aunque titubeando, se acercó a él. No era probable que las gotas que le había colocado la señora Morales en la bebida fueran a hacerle efecto tan rápido y de forma tan brusca... Era una dosis muy pequeña, al menos eso había dicho ella: sólo le había puesto al vino "unas gotas". No obstante, por lo que podía observar, el novio había tenido tiempo sólo de ir al baño y luego de dirigirse hacia la cama... llegando a chocar contra el cuadro y la mesita de luz, seguramente mareado, antes de caer duro a la cama... Era demasiado raro.
Al acercarse... Hugo estaba inmóvil, pálido y tenía los ojos abiertos. Dio un salto hacia atrás y golpeó con la espalda una ventana. La cortina azul que la cubría se movió un poco... Temblando entero, tomó el celular y llamó a la primera persona que se le vino a la mente: Gabriela.
— ¡Dios mío, Bruno! ¿Respira?
— ¡No...! ¡Creo que no!... Pero es obvio que murió poco después de llegar al hotel —opinó el hombre y le explicó los detalles.
— Bueno... bueno... Cálmate... Ahora acércate y ve si respira —le ordenó.
Bruno dio un respingo.
— ¡No voy a tocarlo! ¡¿Estás loca?! ¡La policía investigará y cuando encuentren mis huellas creerán que fui yo!... ¡Es obvio que está muerto! —le gritó al celular.
— Está bien, no me grites —replicó Gabriela. Hubo un breve silencio hasta que añadió—: Déjalo ahí y cierra la puerta con llave. Despierta a Ana y a Clara. Los espero en mi casa. Mientras tanto llamaré a Elena... Juntos veremos qué hacer.
— Bien... —asintió Bruno, cortando la comunicación.
Aún temblaba cuando llegó a las habitaciones de las dos mujeres. Clara estaba leyendo. Trataba de despejar su mente e intentar que el sueño apareciera. Ana, por su parte, solía sufrir de insomnio y aún no se dormía. Las sacó al corredor en pijama y bata para informarles de lo que pasaba. El horror apareció en ambos rostros.
— ¿¡Hugo muerto!? —exclamó Ana, en un hilo de voz.
Bruno asintió con la cabeza, pasándose una mano por el cabello sudoroso. Gesto que hacía cuando algo andaba mal.
— No puede ser... Tengo que verlo... No pude ser... —balbuceó Ana y salió corriendo por el pasillo hasta el ascensor.
— ¡No, espera! ¡Tenemos que ir a la casa de Gabriela! —le gritó Bruno, corriendo detrás de ella. Sin embargo, Ana había desaparecido tras la puerta del ascensor.
Clara reaccionó en ese momento.
— ¡Oh, no puedo creerlo!... Ella...
— ¡Vamos! —ordenó Bruno, mientras tomaba del brazo a Clara, sin escucharla. Comenzaron a subir las escaleras a toda velocidad—. Ana no puede tocar nada, ¡contaminará la escena! La policía hará una investigación, sin duda alguna. ¡Hay que planear qué vamos a decir!
— ¡¿La policía?! —chilló desesperada, Clara. No tendría que haber consentido en participar en esa locura... ¡Ahora todos sus pecados saldrían a la luz! Esta mal... ella sabía que había cometido un acto de maldad.
Llegaban al piso de la suite cuando Ana ingresaba a ésta y Bruno se daba cuenta del error propio: ¡no cerró con llave la puerta! ¡Tan alterado estaba! No obstante no había tiempo que perder en lamentarse... La siguieron. Dentro la encontraron tan inmóvil y blanca como una estatua, frente a la cama. Clara se acercó a ella, pero al ver a Hugo Peña muerto casi se desmaya.
— ¡Santísima virgen del Rosario! Esto no puede estar pasando —chilló fuera de sí, colgándose del cuello de Ana. Ésta reaccionó de repente.
— ¡Basta, suéltame! —le ordenó a Clara, tratando de librarse de su agarre, que terminó cayendo al piso. Ana luego miró a Bruno—. ¿Has llamado a la policía?
— ¡Oh, no, no! —sollozó Clara.
— No, ¡claro que no! —respondió Bruno—. Si llamo ahora... ¡Todo se descubrirá! ¡Y para el mes que viene probablemente estemos desayunando con los convictos!
Clara largó un sonoro llanto desde el suelo. Las lágrimas caían por sus mejillas como un torrente imparable.
— ¿Qué hacemos, entonces? —preguntó Ana, tratando de no perder el control. Temblaba incontrolablemente.
El hombre habló:
— No sé. Le llamé a Gabi... yo... le dije todo. Nos espera en su casa. Allí veremos qué hacer y...
— ¿Qué es eso? —lo interrumpió Clara. Desde el piso señalaba la mano de Hugo, que colgaba de la cama.
Los dos miraron hacia allí... Hugo sostenía algo en la mano. Por un momento el hombre creyó que a lo mejor se hubiese suicidado y por ese motivo se acercó a él. Dudó. Estaba esperanzado, si era un suicidio había que festejar. Tomó la mano del novio con un gesto de repugnancia y un frasco cayó de esta al piso.
— ¿Este no es uno de los frascos de aceite que había en la cena? —preguntó Ana, alzándolo.
Así era... un frasquito de aceite común... Por unos momentos nadie entendió qué ocurría, hasta que Bruno largó una exclamación:
— ¡Claro! ¡Pero qué estúpidos hemos sido!
— ¿De qué hablas? —preguntó Clara, acercándose a ellos, que estaban parados al lado del cadáver con el frasquito ante sus ojos. La serenidad parecía volver a ella de a poco.
— Cuando nos sentamos a la mesa había dos frascos de aceite. Por lo que, cuando mi tía trajo un frasco de aceite idéntico a los demás de la cocina con el somnífero, debieron haber tres frascos en la mesa. Sin embargo... al concluir la cena ¡sólo había dos! ¡¿Cómo no nos dimos cuenta de ese detalle?! —explicó el hombre.
— ¡Entonces él sabía todo! Probablemente lo descubrió en la mesa al ver a la señora Morales tomar ese frasco y ponerle algo en la bebida. ¡Debió haberla visto de algún modo! Por lo que, cuando volvió a sentarse, en cuanto pudo se lo guardó para analizarlo luego —opinó Clara, más para sí misma que para los demás, siguiendo el hilo de sus ideas.
— Exacto, quizá debió verla a través del reflejo del vidrio de la ventana. Recuerdo que estaba allí hablando por teléfono —agregó Bruno.
— ¡Seguro fue así...! Pero... pero, ¿entonces, qué pasó? Si él no ingirió el somnífero...
Los tres se miraron tratando de resolver aquel misterio que se les presentaba...
— ¡Oh, oh!... ¡Tú le pusiste algo en el plato, recuerdo haberte visto! —acusó Clara a Ana, señalándola con un dedo tembloroso.
— ¡Sigues con eso! ¡Yo no le puse nada, pedazo de tonta!... ¡Es obvio que algo anda mal con su teoría! —Se enojó Ana... pero había desesperación en sus ojos—. Seguro que... Seguramente no vio a la señora Morales poner el somnífero en la copa. ¡No puede haberla visto por el reflejo del vidrio porque las ventanas estaban abiertas!... Seguro... que lo tomó y, cuando vio a la mujer actuar tan extraño... No olvidemos que manoseaba ese frasquito sin cesar... Él sospechó algo y lo guardó para investigarlo luego.
— ¿Y no te parece que esa idea tiene unas lagunas enormes? —señaló Clara, picándola con el dedo.
— ¡Es tan verosímil como la de ustedes! —chilló Ana.
— ¡Esperen, esperen! ¡Basta! —intervino Bruno, separándolas—. ¿Pueden callarse?
Miraba hacia la puerta de la habitación, asustado. Ambas mujeres se quedaron mudas... ¿Esos no eran pasos los que se escuchaban por el corredor? De pronto, una vocecita aguda se hizo oír junto con el sonido de golpes en la puerta.
— ¿Hugo? Soy yo, amor. No puedo dormir.
Era la novia... Los tres se miraron estupefactos... ¿Y ahora qué hacían? Bruno comenzó a empujar a Ana hacia la puerta, mientras susurraba:
— ¡Ve y entretenla con cualquier excusa! ¡Has que vuelva a su habitación!
— ¿Por qué yo? ¡No! —se opuso.
— Porque eres su amiga...
— ¡Así es! ¿Qué haría yo en la habitación de Hugo? ¡Creerá que la engaña conmigo y hará un escándalo!
Los tres se detuvieron en seco, frente a la puerta de entrada de la suite. Tenía razón... El hombre no lo pensó más, empujó a las dos mujeres dentro del ropero donde había colgado el traje y cerró la puerta. Tomó aire y encaró a la novia.
— ¡Oh! ¿Bruno? —manifestó perpleja Nat.
— Hugo acaba de acostarse. Estábamos hablando sobre algunos detalles de la boda. ¿Por qué no estás en tu suite?
— No podía dormirme... Entraré a decirle algo —suspiró Nat, amagando con pasar.
Bruno la detuvo de un brazo. Tuvo una fugaz idea.
— ¡¿Estás loca?! ¿No sabes que verse antes de la boda es de mala suerte?
Su prima lo miró sorprendida. Luego de un breve silencio dijo:
— Bah, esas son tonterías... No me tardo.
Sin embargo Bruno no iba a soltarla. A pesar de que su mente pensaba a toda velocidad, no se le ocurrió qué decirle.
— ¡Oh, ya veo! Papá te envió, ¿no? —indagó con fastidio Nat.
— ¿De qué hablas?
— No tienes por qué fingir. Ya sé qué está pasando.
— ¿Ah, sí?
— Sí, papá te envió para que vigilaras que no venga a dormir con Hugo. ¡Qué tontería! Pero siempre ha sido tan conservador y estricto. Quizá piense que dormiremos por primera vez juntos en la noche de bodas —se burló Nat.
Bruno tomó la excusa al vuelo.
— Sí, tienes razón. Pero no le digas nada, por favor. Ya sabes cómo es... y se enojará conmigo.
Nat asintió y rió con ganas.
— Sólo le diré unas palabras a mi novio y me iré.
— No, no puedo permitirlo. Tu padre me matará —se opuso el hombre.
— ¡Oh, vamos, Bruno! No puedo dormir...
— Ve a molestar a alguien más... Aquí no puedes entrar —dijo su primo, poniéndose firme y sin pensarlo mucho.
Nat largó un suspiro y cedió.
— Bien... voy a ver si Ana está despierta. Suele usar unas pastillas para dormir que son espectaculares. Le diré que me dé una.
— Es... una buena... idea —titubeó indeciso.
La novia se alejó por el corredor hasta el ascensor y desapareció tras su puerta. Su primo entró a la habitación de Hugo rápidamente, sacando a las dos mujeres del ropero. Le explicó lo que pasaba a Ana y esta voló por las escaleras para llegar antes que Nat a su propia habitación. Tenían que entretenerla para que no volviera... Darle una pastilla para dormir no sería una mala idea. ¿Por qué no lo pensaron antes?
No obstante, cuando Ana llegó al corredor de su habitación, se encontró con que Nat estaba tocando su puerta. No supo cómo actuar y se quedó inmóvil.
— ¡¿Ana?!... ¡Vamos es una emergencia!
Insistió varias veces más...
— ¡Demonios! Iré a ver a Hugo... ¡Que se vaya al infierno mi padre!
Dio media vuelta e ingresó al ascensor. Ana corrió hasta ella desesperada, mientras exclamaba que estaba en el baño. Sin darse cuenta que las habitaciones de las damas tenían baño privado. Sin embargo no importó, de todos modos, porque la novia no la escuchó. Al llegar al hueco del ascensor, este ya había partido.
Ana tomó el celular y marcó el número de Bruno, no tenía tiempo ni aliento para seguir corriendo por las escaleras.
— ¿Sí?
— ¡Bruno, Nat va para allá! Está decidida a entrar... ¡Saquen a Hugo de allí! —ordenó agitada y colgó. Se dio media vuelta y fue hacia la escalera, emprendiendo el viaje de regreso con sus últimas fuerzas.
A Bruno casi se le cae el celular al piso. Ni siquiera lo pensó... Sabía que cuando a su prima se le metía algo en la cabeza no había nadie que la detuviera. Corrió hacia la cama y tomó a Hugo por los brazos. Nat venía en camino y hasta los segundos contaban.
— ¡Agárrale las piernas y saquémoslo de aquí, Clara!
— ¡No! ¿Estás loco?... ¿Y si la policía...?
— ¡Al demonio la policía! ¡Nat viene para acá y hay que sacarlo de la habitación! —exclamó con la autoridad de una orden. La joven, de muy mala gana y refunfuñando, tomó sus pies.
Lograron trasladarlo por toda la habitación con cierto esfuerzo, ya que el cadáver pesaba mucho. Y estaban llevándolo por el corredor de las suites, cuando el ascensor llegó y sonó su pequeña campana... Bruno, en su desesperación, abrió la primera puerta que tenía al lado, que resultó ser un armario de escobas y artículos de limpieza, y lanzó a Hugo dentro. Empujó a Clara también y cerró la puerta.
Nat pisó el corredor en ese instante y cerró la puerta del elevador. No alcanzó a verlos de puro milagro.
— ¡Ah! ¿Todavía estás aquí? —refunfuñó molesta, mientras se acercaba a su primo.
— Sí... estemmm... Hugo acaba de irse al bar y... —tartamudeó Bruno, el sudor perlaba su frente.
— ¡Oh, no me mientas! ¿No era que ya se había acostado?... No te creo nada... Déjame entrar —replicó, frunciendo el ceño.
— Pero...
Intentó detenerla, sin embargo, Nat ya estaba dentro de la suite de Hugo. Fue hacia la cama, seguida de cerca por su primo. Al no ver a su novio, se quedó perpleja.
— Te dije que no estaba.
Nat se veía contrariada y de mal humor. Por suerte no advirtió las extrañas cosas que rodeaban la cama, como el florero roto... Salió de la suite discutiendo con el hombre, por prestarse a la supuesta vigilancia ridícula de su padre.
— ¡Oh, Nat! —Ana se acercaba a ellos por el corredor, a paso ligero.
— ¿Ana?
— ¿Estabas buscándome? Te oí tocar la puerta de mi habitación pero cuando salí ya estabas dentro del ascensor —mintió la mujer.
— Sí, quería saber si tenías una pastilla para dormir. No logro hacerlo y Hugo no está... Y... ¿Cómo sabías que estaba acá?
Ana se puso colorada.
— Yo... yo... Estaba yendo... hacia tu suite y... escuché tu vos por el corredor —balbuceó incómoda.
— ¡Ah! Claro...
Desde una puerta de una suite vecina (el hotel tenía cuatro) apareció un hombre mayor en pijama. Les preguntó que si no tenían algo mejor que hacer que andar a los gritos por el corredor. Se disculparon y Nat decidió bajar junto con Ana hasta la habitación de ésta última, para obtener la tan preciada pastilla. Bruno quiso quedarse, por obvios motivos... ¡Había dejado encerrada a Clara en un armario con el cadáver!... No obstante, el hombre mayor lo miraba ceñudo desde el corredor, por lo que decidió bajar también.
Ana le consiguió a Nat lo que le pedía y, junto con Bruno, decidieron acompañarla hasta su suite. La joven no había querido tomar la pastilla delante de ellos y eso les provocó cierta desconfianza. Además parecía que quería deshacerse de ellos rápido.
— ¿Y a qué vienes con nosotras? —le preguntó a su primo.
— Me aseguro de que vayan a tu suite y no a la de Hugo.
— Bah, ¡qué molesto eres! —dijo la novia y les cerró la puerta en la cara a los dos en cuanto la traspasó. Fue evidente entonces que eso era lo que pretendía hacer luego.
Ninguno se ofendió, caminaron a paso ligero por el corredor, tratando de no hacer ruido.
— ¿Y Clara? —susurró Ana.
Por toda respuesta, Bruno abrió la puerta del armario. Una muy alterada Clara saltó de él, frotándose los brazos. El cadáver estaba medio inclinado, su cabeza descansaba en un pote de cera para muebles.
— ¿Estas bien? —le preguntó Ana a la joven.
Clara asintió con la cabeza, sin embargo sus ojos seguían desorbitados.
— ¿Qué hacemos con él? —alcanzó a preguntar.
— Llevarlo dentro de la suite —dijo Bruno, tratando de sacarlo del armario—. Ayúdame, Clara. Toma sus pies de nuevo. Está más gordo de lo que me imaginaba.
— ¡No, esperen! ¡No podemos devolverlo a la habitación! Es muy claro que Nat está decidida a hablar con Hugo. Volverá en cualquier momento —indicó Ana.
Fue evidente que tenía razón pero, ¿qué hacían con el cadáver?
— ¿Si lo dejamos en el armario de la limpieza? —propuso Clara, que no quería volver a tocarlo. Hugo parecía tan cómodo allí.
— ¿Estás loca? Lo encontrará la mucama tarde o temprano... Y armará un lío terrible —opinó su amiga.
Hubo un breve silencio.
— Lo bajaremos hasta alguna de sus habitaciones y... —comenzó diciendo el hombre.
Las mujeres saltaron del susto y se opusieron enérgicamente, ¡ninguna quería tener que dormir junto a un hombre muerto!
— Ni pensarlo, Bruno.
— ¡Bien! Lo llevaremos con nosotros a casa de Gabi, entonces —dijo fastidiado—. Es la única opción que nos queda... Allí decidiremos qué hacer con él.
Estuvieron de acuerdo. No obstante el problema que tenían era cómo trasladarlo hasta el auto de Bruno, que estaba del otro lado de la calle del hotel, sin que nadie los viera... Como decidieron que llevarlo por el ascensor era muy arriesgado debido a que no sabían quién estaría del otro lado al abrirse la puerta, decidieron trasladarlo por las escaleras. Nadie las usaba y menos a esa hora. Bajarlo, sin embargo, fue un trabajo lento y agotador.
Cuando llegaron al piso principal tuvieron suerte. Las escaleras desembocaban en un corto pasillo que conectaba con el enorme vestíbulo y con la recepción. El lugar estaba demasiado iluminado, sin embargo allí encontraron un carrito para trasladar equipaje. Bruno, en sus últimas fuerzas, tomó el cadáver y lo arrojó sobre él, como si fuera un saco de papas. Sacarlo con el carrito sería más fácil ahora.
— Voy a ver si hay alguien.
Ana se dirigió hacia el vestíbulo y observó el lugar. A esa hora no había persona alguna deambulando y el único que se encontraba en su puesto era el joven encargado de la hora nocturna... La mujer volvió hacia donde estaban los demás y pasó informe de su investigación.
— ¡Demonios! Hay que salir ya de aquí —dijo Bruno con frustración, mientras pasaban los minutos.
— ¡Ya sé! Tienes que entretenerlo, Ana. Mientras tanto nosotros atravesaremos el vestíbulo con... con el muerto —propuso Clara, con un escalofrío, y añadió—: En unos momentos, estamos fuera.
— No lo sé... ¿pero qué le digo? —preguntó Ana, estaba muy nerviosa.
Estuvieron discutiendo en susurros hasta que a Clara se le ocurrió una idea genial. Tenía que pedirle la cuenta de las habitaciones de las damas de honor. Eso haría que el encargado fuera hacia la gerencia donde se guardaban todos los archivos; un cuarto sin ventanas y apretado, que estaba detrás del mostrador. Así tendrían un par de minutos, al menos, para correr por el vestíbulo y salir sin ser vistos.
— Pero supuestamente el padre de Nat iba a pagar la cuenta.
— Sí, sin embargo él no sabe. Además no tienes que pagarla, soló averiguar cuanto se debe.
— Bien, yo les hago una seña cuando se retire el hombre —aseguró Ana y de inmediato salió al vestíbulo.
Escucharon cómo hablaba con el encargado y, pasado medio minuto, volvió Ana y les indicó con la mano que el lugar se encontraba libre.
— Vamos —ordenó Clara, tomó el carrito y comenzó a correr, con Bruno pisándole los talones.
No obstante, iban llegando a la mitad del lugar cuando un hombre apareció súbitamente desde la puerta del bar-comedor. Era Mauricio, el padrino... Bruno y Clara se quedaron inmóviles y ésta última, en total pánico, soltó el carrito; por lo que este, debido a la inclinación del piso, siguió su trayectoria a toda velocidad y traspasó la puerta corrediza. El cadáver, fue a parar a la calle.
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