Plan C:

El vestido de la novia era muy bello, tenía una enorme y pomposa falda de tul, brillo esparcido por todas partes y una cola catedral. Era un vestido tan magnífico como su precio. La señora Morales, que era la que llevaba la billetera, estuvo de muy mal humor e intentó por todos los medios conseguir que su hija lo descartara por otro más barato y menos ostentoso. Sin embargo, no pasaría así... Natividad era muy consentida y al final su madre terminó cediendo ante sus gustos.

— Es un hermoso vestido, totalmente nuevo. Llegó la semana pasada desde Paris. ¡Y te queda muy bien! ¡Parece hecho para ti! Casi no hay que modificarlo... Sólo lo abriremos un poco en la cintura. Te queda muy apretado —le dijo la modista de la tienda, mientras le marcaba el ruedo con alfileres, de rodillas en el piso.

Nat, que lucía una hermosa sonrisa, de pronto se puso muy seria. ¿Apretado? Pensó horrorizada. ¿Habría subido de peso?

— No, no... Estoy haciendo ejercicio. Debería quedarme muy bien.

— Las tallas a veces no quedan como...

— ¡No estoy gorda! —le gritó en la cara a la señora, que se quedó estupefacta y muda.

Estaban en el probador y aun así, todas sus invitadas pudieron escuchar la conversación. La madre se acercó a ella, ruborizada de vergüenza por la descortesía de la joven.

— ¿Nat, estás bien?

— ¡No! ¡El vestido no me queda y esta señora me está diciendo que estoy gorda! —sollozó como una criatura.

— ¡Yo no dije tal cosa! —intervino la mujer, ofendida y disgustada—. Solamente hay que abrir el corsé un poco... ¿Ve, señora? No cierra.

La señora Morales se introdujo en el probador, mientras observaba lo que le indicaba la modista.

— Tiene razón, sólo es un poco —concordó la mujer, al ver el calce.

Fue suficiente para que estallara de furia. ¡Todos estaban en su contra!

— ¡No lo toque! Seguiré haciendo dieta. No comeré en una semana si es necesario —exclamó de repente la novia, enojada con su madre por no ponerse de su lado. De un tirón quitó la tela del vestido de las manos de la modista, que la miró sorprendida.

— No seas terca hija, no te entra... No tenemos mucho tiempo para las modificaciones. ¿Y si cambias el modelo por otro similar? —propuso la madre, tratando de apaciguarla. No obstante, su consentida lo tomó como una insistencia de que se llevara uno menos caro.

— ¡No, mamá! ¡Déjame en paz! Es este el que quiero.

Del otro lado del probador, del cual sólo las separaba una gruesa cortina blanca, estaban sus tres amigas. Se observaban preocupadas e incómodas. Había cuatro personas extrañas cerca de ellas que miraban los probadores con sorpresa. Cintia decidió intervenir:

— Vamos, Nat, ¿no vas a salir? Queremos verte.

La novia salió unos segundos después, no muy contenta pero con una sonrisa de triunfo en su rostro. El vestido no le cerraba y estaba sujeto con ganchos. A Clara, alias Paloma, le pareció lo más precioso que había visto hasta entonces y se la quedó mirando con la boca abierta... Quizá valía la pena casarse tan sólo para usar tan magnífica prenda. Cintia la secundaba en sus pensamientos, pero éstos no eran tan puros, ya que la envidia la invadía y no hacía mucho esfuerzo para ocultarla. A la que no le gustó fue a Ana.

— ¿Qué ocurre Ana? —preguntó la novia, que había notado su seriedad—. ¿No te gusta? Es lo más caro y grande que tienen en esta tienducha pero me gusta.

La modista de la tienda, que era una de las dueñas, la miró con desprecio y su madre frunció el ceño. Ana titubeó un poco, luego dijo:

— Es demasiado grande... está terriblemente sobrecargado. Parece que el vestido te comió y luego te vomitó. Lo detesto —dijo sin andarse con vueltas.

Su amiga se la quedó mirando con la boca abierta, claramente enojada. Luego largó una fingida carcajada.

— Vamos, no te pongas tan celosa. Ya sé que tú nunca lo usarías... ni siquiera puedes pagar la mitad.

— ¡Natividad! —la retó su madre, molesta y roja de la vergüenza.

Ana no respondió, se levantó y se fue de la tienda. El silencio se extendió... el aire estaba tan denso que podrían haberlo cortado con un cuchillo. Sin embargo, la novia parecía pensativa. Habló un poco de los detalles, con regocijo y decidió comprarlo. No le modificarían la cintura, sólo el largo y lo tendría justo a tiempo para la ceremonia.

Cintia salió en primer lugar en busca de Ana. La secundaron la señora Morales y su hija, que iban discutiendo en susurros. Paloma olvidó su cartera en el sillón y tuvo que volver para recuperarla. Estaba por salir cuando una de las empleadas la detuvo.

— Disculpa, ¿puedes darle la tarjeta de Myriam a la novia? Es nuestra encargada de las modificaciones, por si se arrepiente y decide cambiar el talle del vestido por uno más —le explicó, poniendo en relieve la idea de que sería lo más sensato.

— Bueno, gracias, yo se la daré.

La pelirroja salió del local. Las demás iban media cuadra más adelante. Madre e hija discutiendo ya casi a los gritos. Ana y Cintia las seguían, también discutiendo... De pronto, se le ocurrió una idea, observó la tarjeta con el teléfono y sonrió, guardándola en el bolsillo de la camisa.

Al llegar al hotel, donde se quedó para poder bañarse e ir a comer con las otras damas de honor, notó que tenía veinte llamadas perdidas en el celular, de parte de Elena. Clara se asustó, tomó el aparato y marcó el número.

— ¡Al fin! ¿Dónde has estado todo este tiempo? Casi me he vuelto loca llamándote, Paloma —dijo Elena, en un tono de burla.

— No me digas Paloma, no es gracioso. Llámame por mi nombre.

— Bueno, "Clara", ¿dónde estabas?

— Con Natividad en la tienda de novias... Estaba probándose el vestido. ¿Qué ocurre? —susurró la aludida.

— Algo anda mal, muy mal, puedo intuirlo. Él no respondió más mis mensajes y no he sabido nada suyo desde anoche. ¿Has escuchado algo extraño? Si nos vio se va todo al demonio. ¡No debiste acercarte a nosotras!...

— Nada en lo absoluto. Por aquí está todo tranquilo... Elena ya sabes cómo es Hugo. Le gusta hacerse el importante, le agrada que le mandes mil mensajes antes de dignarse a responder. Aparte, le dijiste que ibas a estar en la ciudad unos días más. Quizás él está ocupado hoy.

Elena la interrumpió.

— Acabo de decirle que quiero verlo "urgente"... entre otras cosas. Ha visto el mensaje pero no ha respondido... ¡No sé qué ocurre!... Anoche pensamos con Gabi que al dejarlas a ustedes en el hotel volvería por aquí, pero no lo hizo. Y para colmo ni siquiera ha tenido la educación de disculparse por "faltar" a nuestra cita... ¡No sé qué le pasa! Pero ya me estoy impacientando.

— ¡Cálmate! ¿Cuándo Hugo se ha disculpado por algo? ¡Jamás! Acuérdate de esa época: siempre nos echaba la culpa por todo cada vez que algo salía mal o... cuando Gabi comenzaba a sospechar. Ya responderá. ¡No te desanimes!

— ¡Ahora tú me das órdenes a mí! —se escandalizó su amiga.

Hubo un breve silencio.

— Tengo una idea, creo que solucionará todo el asunto pero será un último recurso. Con esto aplazaremos la boda al menos unos meses.

— ¿Qué idea? —Elena esperó del otro lado de la línea, pero como su amiga no respondió, agregó—: ¿No vas a decirme qué es?

— No, ¡adiós!

Cortó la llamada con un largo suspiro. Le parecía que Elena se estaba poniendo en exceso nerviosa, ¡Hugo Peña ya respondería! De todos modos, ella había descartado ese plan en su mente... Su idea podía hacer que los tiempos se dilataran, tiempo que necesitaba Julieta para reflexionar, y para darse cuenta que Hugo no era su Romeo. El enamoramiento se pasa tarde o temprano, ella lo sabía muy bien. Natividad iba a darse cuenta de lo que realmente valía su prometido, sola. De esa manera, al menos, si bien le causarían un fuerte disgusto, no llegarían a dañarla de la forma en que pensaban hacerlo ¡con ese ridículo plan B!

Al abrir la puerta del baño, Ana la estaba mirando, sorprendida.

"Esa maldita costumbre que tiene de no tocar la puerta", alcanzó a pensar antes de que Ana pudiera reponerse de la sorpresa.

— ¡¿Qué demonios significa esto?!... ¿¡Quién eres?!

— Shhh. ¡Por favor, no grites! —le suplicó.

Desde el corredor se escuchó la voz de Cintia, buscándolas para ir a almorzar. Clara tomó del brazo a Ana y la introdujo al baño, cerrando la puerta tras ella justo a tiempo para impedir que Cintia la viera.

No le quedaba salida, así que relató a Ana todo lo que pasaba. De sus amigas, su identidad falsa y esa venganza que estaban llevando a cabo contra Hugo Peña, para salvar a su novia de una catástrofe.

— O sea... que eres amiga de su ex prometida.

— Por favor, te pido que guardes el secreto. Creo, por lo que me dijiste el otro día, que sabes muy bien qué clase de ser humano es Hugo. Sé que quieres mucho a Nat, por eso viniste a pesar de todo, y... sabes lo bueno que sería para ella separarla de él.

Hubo un largo silencio, el enojo inicial de Ana se fue diluyendo a medida que le contaba lo que pasaba. No le había agradado el famoso plan B, tanto o más que a Clara. Le parecía muy cruel. Sin embargo, no podía dejar de pensar que el objetivo era bueno.

La joven de identidad falsa la miró un tiempo, temerosa. Esperaba, rogaba, que Ana guardara el secreto. Era muy importante que nada se descubriera, sino Gabi y Elena se enojarían mucho con ella. Sin embargo, lo que dijo no se lo esperaba.

— Está bien... ni diré nada.

— Muchas gracias —exclamó Clara, largando un suspiro de alivio.

— ¿Puedo participar? —Los ojos de Ana brillaban.

— ¿En serio? ¿Estarías dispuesta a ayudarnos?

La chica asintió con la cabeza.

Este nuevo giro de los acontecimientos tenía que ser comunicado a las otras cómplices. No obstante, no lo haría por teléfono, se había dado cuenta de que era muy peligroso, así que quedaron en reunirse esa misma tarde.

Cuando Clara vio venir a Ana junto a un hombre a la cafetería, donde habían quedado en juntarse, ubicada del otro lado de la ciudad en un sector poco concurrido, quiso salir corriendo. ¡¿Qué demonios pensaba?!

— Disculpa la demora... él es Bruno, primo de Nat —lo presentó. Clara lo saludó con amabilidad pero podía notarse que estaba muy enojada.

— No debiste traer a nadie —le susurró.

— No te preocupes, él está tan interesado en deshacerse de Hugo como nosotras.

No quiso seguir discutiendo... ¡Le había dicho al primo!... ¡¿Cómo se le había ocurrido contarle de sus planes a Ana?! ¡Había sido un error! Sin embargo, ya era tarde para arrepentirse...

— Vamos, Elena y Gabi nos están esperando dentro —manifestó Clara. Ahora sí que iban a matarla, cuando les había dicho lo que pasó casi lo hacen. Se pusieron furiosas con ella.

Por otro lado, al verlos llegar, las dos mujeres se quedaron mirando al hombre con la boca abierta... no obstante, por diferentes razones. Elena descubrió en él a uno de los hombres que acompañaba a Hugo en el bar, la noche anterior. A Gabi, por su parte, le pareció extremadamente guapo.

— Ella es Ana, la chica de la que les hablé... y él es Bruno, primo de Nat. —Los presentó y todos tomaron asiento.

Una furia no expresada pareció rodear al grupo. Elena se veía muy enojada y no lo ocultaba. Pidieron las bebidas y, cuando el mozo se retiró, salió a la carga.

— Discúlpame, no te conozco, ¿pero qué demonios pretendes? —le largó a Bruno, sin demorarse en cortesías—. Te he visto con Hugo, sé que eres su amigo.

Este suspiró ruidosamente y respondió molesto.

— ¿Eres la mujer del bar, no?... Y no, no soy su amigo. Me invitaron por ser el único hombre joven de la familia por parte de Nat. Esa noche, después de presenciar su comportamiento... realmente supe quién era ese imbécil.

Elena, tan grosera, hizo un ruidito de incredulidad.

— No creas que intento engañarlas o algo así... O que soy su espía. Ana puede dar crédito de todo... Hemos intentado separarlos desde que nos enteramos del compromiso.

— Es cierto —confirmó Ana, asintiendo con la cabeza.

— Pero, obviamente, no tuvimos éxito. Así que prácticamente nos rendimos... Nosotros no llegamos tan "lejos" —continuó Bruno, con claro reproche—. Desde lo de anoche... me he pasado todo este tiempo tratando de convencerlo de que no engañe a Nat... Es realmente cruel lo que han estado planeando.

— ¡Oye, no eres nadie para juzgarnos! ¡Ni siquiera nos conoces! —dijo molesta Elena, que se sentía algo incómoda, y añadió—. Ya veo por qué Hugo no respondió más el celular...

— ¡Pues qué bien!

— ¡¿A qué demonios has venido entonces?! ¡¿A criticarnos?!... Porque acabas de arruinar nuestro plan más seguro.

Bruno dijo que le alegraba que así fuera. La discusión siguió y empezó a subir de tono, él y Elena no congeniaban.

— Un momento, paren, por favor —intervino Gabriela, decidida. Luego se dirigió a Bruno—. Si no quieres ayudar puedes irte ya. Ahí está la puerta...

A continuación e señaló la puerta de salida del café.

— Lo único que te pedimos es que guardes el secreto —concluyó, con el ceño fruncido.

— Y si nos enteramos que le dices algo a ese parásito apestoso... —Agregó Elena, amenazante, pero calló.

Bruno se removió en el asiento, cruzándose de brazos. Su expresión arrogante se suavizó un poco.

— Quiero ayudar... Estuve hablando con Ana y me contó todo. Pensábamos que estábamos solos en esto...

Se conocían desde niños, eran inseparables. Solían jugar juntos: Ana, Bruno, Nat y un chico llamado Noel. Siempre Nat, la menor, había sido la consentida de todos y pensaron que terminaría con Noel. Sin embargo, éste falleció en un accidente muy joven... La vida había seguido para los tres restantes amigos pero cuando conocieron a Hugo fue catastrófico. Nat cayó en sus redes y no había nada que pudieran hacer.

— Hemos intentado todo, pero nada dio resultado... ¡Y ahora se casan! —exclamó Ana, con pesimismo.

Hubo un breve silencio. Elena era la única que se veía aún indecisa, molesta con aquella inesperada ayuda, ¡que encima no le agradaba! Miraba con desconfianza al primo de reojo.

— Démosles una oportunidad. Tienen el mismo objetivo, Elena, y ya sabes cómo nos ha ido a nosotras —le susurró Clara, al oído.

— Está bien... —se decidió y luego se dirigió a los intrusos—: ¿En qué piensan ayudar?

Se propusieron varias ideas, el problema era que aquello era exactamente lo mismo que mil veces habían discutido las tres amigas. La única diferencia radicaba en que ellos habían intentado separarlos y las jóvenes sólo aplazar la boda. No había nada nuevo en sus ideas y más bien eran repetitivas.

De esta manera se les pasó la tarde, logrando reconciliarse con la idea de cooperar y conociéndose mejor. Ana era una mujer enérgica y decidida, pero se daba por vencida fácilmente, no tenía confianza alguna en sí misma. Bruno, por su parte, era demasiado pesimista. Estaba acostumbrado a que nunca nada le saliera bien por lo que siempre ponía un "pero" a todo. Como compañeros habían sido una mala combinación, sin embargo les ayudaban a las tres amigas a mantenerse enfocadas y con los pies sobre la tierra.

La desconfianza que cada uno del grupo tenía en el otro fue desapareciendo junto a los rayos del sol que entraban por las ventanas. Era de noche cuando Elena recordó algo:

— ¿De qué idea me hablabas, Clara, por el celular esta mañana?

— ¡Oh, lo había olvidado por completo! —exclamó la joven y sonrió—: Podemos aplazar la boda de una manera muy fácil... Nat fue a buscar el vestido de novia a la tienda esta mañana, pero tuvo que dejarlo porque necesitaba unos arreglos de último momento. La cuestión es que también le andaba muy apretado, pero no quiso modificarlo...

— Es una tontería por su parte, no le andará. Faltan sólo quince días para la ceremonia... Sin embargo será capaz de dejar de comer, lo sé —la interrumpió, Ana.

— Quedan doce días —la corrigió Elena.

La falsa Paloma continuó:

— Cuando iba saliendo de la tienda de novias se acercó a mí una empleada y me dio la tarjeta de la modista: "por si cambiaba de opinión la novia y decidía cambiar el talle", me dijo...

Los demás la miraron sin comprender a dónde quería llegar...

— ¿No entienden? Podemos llamar y encargar un talle aún más pequeño, con la excusa alocada de que está bajando de peso. Lo creerán, después de la discusión que hubo en la tienda... Esa es la solución... ¡No le quedará el vestido y aplazará la boda!

Las mujeres presentes sonrieron de alivio por la solución. Bruno se encogió de hombros y dijo:

— Se casara igual... La conozco bien. Eso sólo hará que aplace la ceremonia por unos días. No nos dará el tiempo suficiente para convencerla de que no se case.

Tenía razón y la sonrisa de las jóvenes se diluyó en el aire.

— Quizá si... si fueran varias cosas a la vez las que salgan mal. A ella no le quedará opción que aplazarla al menos un mes o dos... si es que tiene suerte —propuso Gabi, titubeando.

— ¿Qué quieres decir? ¿Qué anulemos el pedido de vestidos para las damas? —preguntó Ana, con entusiasmo, todavía recordaba cómo le quedaba el horroroso vestido.

— Que cancelemos varias cosas... entre ellas los vestidos de las damas, sí, ¿por qué no? —explicó Gabi, encogiéndose de hombros.

— ¡Oh! Podemos cancelar el salón, la música, la iglesia, la limusina. Ya entiendo tu punto... Es un poco extremo pero yo creo que a este punto no nos queda otra opción... ¡Todo ha salido mal! —exclamó Elena. Pensaba en que, de las opciones que hablaron al principio, quedaba sólo el secuestro de alguno de los novios pero pensó, sensatamente, que todos se negarían a hacer algo así de drástico.

Hubo un breve silencio.

— Yo conozco al dueño del salón en donde será la fiesta, puedo hablar con él y decirle que se canceló la boda —propuso Bruno.

— Está bien... queda muy poco tiempo y tomaremos medidas drásticas.

El plan C comenzó con la ayuda activa de la amiga y el primo de la novia. Ana se encargó de llamar para pedir un talle más chico del vestido de novia, haciéndose pasar por esta. Lo hicieron en un horario en que sabían que la dueña no estaba y fue una suerte del destino que justo atendiera una nueva empleada que no las conocía. Por otro lado, quedaban cancelados los vestidos de las damas. Bruno, por su parte, habló con el dueño del salón, rogándole discreción al comunicarle la cancelación de la boda. Los novios se habían peleado y la fiesta quedaba descartada. El bondadoso señor comprendió y no hizo más preguntas.

Fue una buena idea porque Hugo no volvió a responder los mensajes de Elena... Conseguir el teléfono de los demás servicios no fue fácil, les costó más de una semana cancelar todo lo referente a la boda... o al menos casi todo. Ocho días en total... Por lo que quedaban sólo cuatro días para la boda cuando lo único que faltaba era hablar con la administradora de la Iglesia Santa Rosa para postergar la ceremonia.

Nadie se había enterado de nada. Los novios estaban tan ocupados que no advirtieron los cambios. Incluso Nat, que se impacientaba porque no les entregaban los vestidos de las damas y su vestido de novia no llegaba, tomó todo a risas y estaba tan feliz que delegó el problema en sus amigas y en su madre. Algo que facilitó las cosas de los conspiradores.

Gabriela pasó a buscar a Clara a un par de cuadras del hotel y ambas se dirigieron a la Iglesia. Estacionó del lado izquierdo del edificio, lejos de la puerta principal y Clara se bajó.

— Trata de volver pronto, está haciendo mucho calor —la despidió.

Vio correr a su amiga, con su larga falda ondeando, dobló la esquina y desapareció de su visa. Gabriela suspiró... De pronto, un fuerte golpe en la ventanilla del lado del acompañante la hizo sobresaltarse. Era Bruno.

— ¡Dios, casi me da un infarto! —dijo, como saludo.

El hombre sonrió, abrió la puerta del auto y se sentó al lado de ella.

— ¿Han venido a cancelar la ceremonia religiosa?

— Sí, Clara está en ello —dijo Gabi y añadió—: ¿Han descubierto algo?

— No, todo sigue en orden.

Hubo un breve silencio.

— Sabes, no comprendo qué haces involucrada en todo esto. Entiendo a Elena... ella quiere vengarse de Hugo, se nota que realmente lo odia. También a Clara, que quiere salvar a Nat por misericordia, le tiene mucha lástima... Pero todavía no comprendo qué pretendes tú... ¿Todavía sientes algo por Hugo? —Al preguntar esto último, apareció en su cara una extraña expresión.

— ¡Por supuesto que no! Yo... yo... —Lo miró, sin saber si continuar, pero Bruno le inspiraba una confianza que la decidió—. Sólo quiero seguir adelante con mi vida en paz. Olvidarme de todo lo pasado. Mi absurda soledad y... el dolor de mi boda cancelada. Quiero dejar todo eso atrás... Quiero recuperar mi confianza en los demás... Creo que... es extraño pero veo algo de mí en Nat. No puedo juzgarla como ustedes, porque me pasó lo mismo. Caí tanto o peor que ella. Es como si me viera a mí misma en ella.

El hombre hizo un gesto extraño y luego sonrió.

— Ahora sí lo comprendo, quieres salvarte a ti misma.

Aquello a la joven le pareció una revelación, ni ella misma sabía qué hacía metida en aquel asunto. Al margen de todo, desde que Elena había tomado el control de las cosas y Clara llevaba a cabo sus planes, siempre se preguntaba qué era lo que hacía involucrada en ello. Bruno tenía razón... quería salvar a Nat de su propio y trágico destino... Deseaba salvarse ella misma.

Hubo un largo silencio, mientras ambos estaban sumidos en sus propios pensamientos.

— ¿Y tú, Bruno, porqué te involucraste?

— Quiero mucho a Nat, es mi pequeña prima... Quizá te parezca un poco chillona, consentida y caprichosa, pero es muy vulnerable. Toma todo lo malo de manera trágica. Siempre fui como... como un hermano mayor para ella y le evité cuanto problema se le presentaba... Como cuando su padre la echó de casa porque se le dio por estudiar insectos y no abogacía, como ellos deseaban. Yo hablé con mi tío, que al fin terminó cediendo... Ella es muy buena y podría decir que bastante inocente e ingenua. No merece que ese sujeto le arruine la vida. No merece la maldad de Hugo Peña.

Gabriela asintió con la cabeza. Hubo un breve silencio.

— Cuando pase todo este lío de la boda... ¿te gustaría salir a tomar algo conmigo?

La pregunta le sorprendió tanto a Gabi que enrojeció intensamente y se quedó mirándolo, con los ojos agrandados. Sin embargo, las heridas que le provocara su antigua relación con Hugo le habían dejado una desconfianza tan grande que de inmediato pensó mal del hombre... ¡Tan solo hacía una semana que la conocía y ya la invitaba a salir! ¡¿Qué clase de sujeto era este tipo?! ¡Pretendía aprovecharse de ella para llevarla a la cama! Imaginó con fastidio, que pronto se convirtió en exagerada furia...

Nunca se le ocurrió pensar que hablaban todos los días. Llamadas que siempre provenían de parte de Bruno... Algo que la hubiera puesto en guardia si tuviera más autoestima. Y que en su conducta hubiera algo más de lo que éste dejaba entrever. Ni siquiera se consideraba lo suficientemente atractiva para llamar la atención de alguien.

— ¿Pero qué dices? ¡Ni siquiera me conoces! —le largó, ofendida y enojada.

Bruno, aunque siempre esperaba que las cosas le salieran mal, sintió un extraño dolor en el pecho, que lo sorprendió. Por lo que se puso a la defensiva:

— Oye, no lo tomes así. No me grites. No estaba preguntando si quieres salir conmigo sino invitándote a tomar un café —dijo, frunciendo el ceño.

La mujer, al ver su expresión, dudó de sus conclusiones y se sintió terriblemente mal porque pensó que había malinterpretado todo... Cambió bruscamente de tema.

— ¿Qué hacías por aquí?

— Acompañé a Nat a ver la Iglesia, no sé qué deseaba saber Hugo...

— ¿Ambos están dentro? —preguntó Gabi horrorizada, interrumpiéndolo.

— No, Hugo ya se fue. Está Nat con su madre.

— ¡Por Dios, van a ver a Clara! —exclamó alarmada y añadió—: ¡¿Por qué no me lo dijiste?! Van a descubrirla cancelando todo.

— No sabía que vendrían... Estás un poco agresiva, ¿sabes? —dijo Bruno pero Gabi no lo escuchó y abrió la puerta del auto—. ¡Espera! ¿A dónde vas?

— A avisarle a Clara —dijo y cerró la puerta en sus narices.

Cruzó la calle corriendo.

Por otra parte, cuando Bruno recién descubría el auto de Gabi estacionado frente a la Iglesia, Clara entraba en ésta. La oscuridad reinante le impidió al principio ver el desastre, pero éste se presentó solo:

— ¡Pichicha, amiga! ¡Qué sorpresa verte! ¿Qué haces aquí?

Clara vio que era Nat, acompañada por su madre, y se puso blanca como el papel.

— ¡Oh!... Ehhhh... venía a rezar.

No se le ocurrió nada más que decir. Nat la miró sorprendida y comenzó a inquietarse... quizás Paloma no fuera católica, ¡qué tontería había hecho!

— Y de paso conocer la iglesia donde será tu boda. ¡Es hermosa! —agregó, tratando de disimular su temor.

— ¡Lo es! La elegí especialmente por sus vitrales... son tan bellos.

Nat la tomó del brazo y le dio un pequeño tur por dentro del lugar hasta que su madre, ocupada hasta entonces con una encargada, la llamó, recordándole que su padre las esperaba para almorzar en casa.

— ¿Quieres venir? —invitó a Clara, la señora Morales, en la puerta misma de la Iglesia, mientras iban saliendo.

— No puedo, señora, pero muchas gracias. Quedé en ver a una amiga que vive por aquí cerca.

Nat por suerte no estaba prestando atención, ya que hablaba por el celular. Si no se hubiera dado cuenta de inmediato de que algo andaba mal. En ese momento cortó.

— Mamá, tendré que ir a la tienda para ver qué pasa con los vestidos de las damas. La mujer que me atendió dijo que no había ningún pedido con mi nombre. Debe ser nueva.

— Sí, seguro es un error —opinó la señora, algo distraída.

— Si quieres yo me encargo —se ofreció Clara, alarmada.

— No, le dije a Ana que averiguara el problema pero es evidente que no lo hizo. Prefiero ir yo personalmente.

— Pero... —Clara intentó discutir con ella, con la excusa de que no tenía tiempo para perder en semejante tontería, pero la novia era muy terca y se negó.

La falsa Paloma, entonces, decidió dejar de discutir y hablar de ello con los demás, a ver si se les ocurría una forma para evitarlo. Se despidió de las dos y rodeó la Iglesia con prisa, pensando en que se había salvado por poco y en la molestia de tener que dejar todo para el día siguiente, para que no sospechara el cura. Sin embargo, no estaba tan tranquila... debían evitar a toda costa que Nat fuera a la tienda de novias.

Acababa de doblar la esquina cuando se topó con Gabriela de frente, que se alivió de verla.

— ¿Qué haces aquí? —susurró.

— Recién me entero que vendrían los novios hoy a la Iglesia, estaba preocupada.

— No te alarmes, no me descubrieron.

Ambas se dirigieron al auto y entraron apresuradamente. Gabriela puso en marcha el vehículo y arrancó rápidamente. Entonces una voz conocida habló a sus espaldas, por lo que frenó de golpe.

— ¡Esperen, que todavía estoy aquí! —Era Bruno, que las miraba desde el asiento trasero.

— ¡Bruno, que susto! ¿Qué haces aquí? —exclamó Clara, confundida.

— ¿Qué haces ahí atrás? Bájate del auto, ¿quieres? —ordenó Gabi, de mal humor, casi al mismo tiempo.

— Bueno, no seas mala —manifestó Bruno, sin molestia alguna, y se excusó—: Sólo quería enterarme de las últimas noticias.

Bajó del auto y la conductora arrancó, las ruedas chirriaron en el pavimento.

— ¡No me respondiste lo del café! —alcanzó a gritar el hombre, pero el auto ya iba por la esquina. Bruno metió las manos en los bolsillos del pantalón. Estaba desanimado—. Siempre todo me sale mal...

Ninguno advirtió que, por una columna de la Iglesia, se asomaba la señora Morales. Esta los miraba estupefacta.  

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