Plan B:

Al escuchar los informes de la falsa Paloma ninguna de las dos amigas pudo creer lo que ocurría. La novia era más testaruda de lo que habían imaginado en un principio... Además mucho más ciega de lo que pensaban. Era la más insensata de las personas que habían conocido en su vida... Era evidente que estaba irremediablemente enamorada de Hugo, había caído en sus poderosas redes y no habría forma de hacerle entender la verdad...

Entonces, Elena entró en el juego, si no podían hacer que Natividad comprendiera en lo que se estaba metiendo casándose con Peña, harían que "viera la verdad" con sus propios ojos.

Al día siguiente en la clase de gimnasia, Natividad estuvo muy irritable y molesta con su amiga Paloma. A Gabriela, por otra parte, ni siquiera la miró... tan convencida estaba, que creía que le había mentido sobre su relación a propósito para hacer que ella y Hugo Peña rompieran el compromiso. Al finalizar el ejercicio diario, su madre la vino a buscar para ir a la prueba de los vestidos de las damas de honor. Ana y Cintia las estaban esperando en la tienda, no habían cedido al intento que había hecho la novia para convencerlas de acompañarla a aquellas clases, que consideraban absurdas y aburridas.

En el auto de la señora Morales, el silencio se extendió entre las dos amigas de manera tensa hasta que la novia no pudo más con su genio. No había nada que contuviera su lengua por más de unos minutos. Estalló de frustración y le confesó a su madre todo lo que Gabriela le había dicho la clase anterior sobre su adorado novio perfecto.

— ¡No puedo creer que me haya dicho tamaña montaña de mentiras, ma! ¡Una detrás de otra! ¿Creerá que soy tonta?... ¡Qué odio! ¡Odio cuando me hacen eso! —declaró Nat, y agregó rápidamente, un poco ofendida—: ¿Sabías que ella había estado comprometida con Hugo?

— Sí.

— ¿Por qué nunca me lo dijiste?

— Eso fue hace mucho tiempo, querida —respondió su madre, mientras intentaba estacionar el vehículo cerca de la tienda.

— Es una envidiosa...

La señora Morales la interrumpió con un quejido de molestia. Estaba tan sorprendida como Clara (o sea Paloma) por la actitud que había adoptado su hija, que no parecía de una mujer inteligente.

— No hables así de la gente que no conoces, ¿cuántas veces has conversado con ella? —la reprendió con cierta energía, que le pareció exagerada a su hija—. Y deberías, por tu bien, reflexionar sobre todo lo que esa joven te dijo, porque me consta que es verdad.

Natividad se quedó muda de la impresión y el ceño en su rostro se intensificó.

— Vamos —ordenó la mujer mayor y se bajó del auto.

Paloma la imitó, sin saber si intervenir o no, no obstante pensaba que quizás las palabras de su progenitora pudieran hacerla entrar en razón... ¡Qué equivocada estaba!...

Poco después llegaron a la tienda de vestidos, con una novia de bastante mal humor, que estuvo enojada durante toda la cita. No había manera de que le gustara un vestido, siempre había una falla en él o era demasiado aburrido. Sus amigas desfilaban frente a ella usando uno tras otro; desde un color melocotón (por elección de la madre) pasaban a un color verde cata (elección de la novia). Sin embargo, las jóvenes tampoco ayudaban mucho a que se decidiera...

Cintia quería un vestido que mostrara sus curvas y no dejaba de salir con modelos muy cortos y escotados, que mostraban más de la cuenta sus abundantes atributos. Ana y Paloma estaban más de acuerdo con la novia, que deseaba un vestido suelto. Sin embargo, Ana no estaba de acuerdo con los colores seleccionados y no dejaba de insistir en usar un color rosado chicle, del cual estaba encantada. Paloma, por su lado, detestaba con toda su alma ese color tan llamativo, quejándose de continuo.

— Vamos, Nat, al menos que sea rosa. Este es divertido, podemos bailar con él —trató de convencerla Ana, que llevaba un vestido largo de chiffon con una gran flor fucsia.

— ¿Eres ciega? ¡Eso no es rosa, es fucsia! Me empalaga con solo verlo. Pareces uno de esos pastelitos de frutilla que irán alrededor de la torta... Quiero algo más divertido, como un naranja o amarillo... y con plumas —opinó la novia, que no dejaba de pasearse por todo el local.

Paloma la miró horrorizada, ¿plumas?... Imaginó a "Paloma", de amarillo y con plumas... era bizarro. Quizás debería cambiarse el nombre a "Canario". No obstante, como las otras chicas no dijeron nada, no protestó. Natividad se volvía insoportable cuando estaba enojada.

Se retiraron hacia los probadores y luego de unos minutos salieron luciendo esos vestidos tan horribles escogidos por la novia (que probablemente estuvieran en oferta, pensó Paloma). Tenían un escote bote, con un cinto de falsas y enormes piedras, las plumas se esparcían por toda la falda... parecía un hermoso y chillón nido de pájaro. Encima a Paloma le quedaba tan feo con su cabello teñido de rojo... Daba la sensación de que el nido se había prendido fuego.

— No lo sé, mamá. ¿Crees que es demasiado común?

Su madre no le respondió pero la miró pensando en que estaba loca. Su gesto de desagrado no se había quitado de su rostro desde que vio los espantosos vestidos.

— Muéstrenme ahora el de color naranja —ordenó la novia, sin siquiera esperar a que su madre diera su opinión.

A los pocos minutos las jóvenes salieron de los probadores con el siguiente. El vestido anaranjado era de una tela brillante, ajustado en el escote y sin tirantes; lucía una espantosa rosa del mismo color en uno de los pechos, que parecía una prolongación grotesca en Cintia. La falda al menos no tenía plumas pero era amplia y les hacía una figura cuadrada. Como si ocultaran algo en sus vientres.

— Por todos los santos, querida, ¿no puedes elegir uno de color pálido? ¡Mira cómo le queda ese a Paloma... parece un licuado!

Natividad refunfuñó molesta y miró a Paloma enojada, como si ella afeara el hermoso vestido... Cintia rió con ganas y Paloma estuvo a punto de acompañarla, sin ofenderse, porque era cierto que parecía un jugo de naranja.

— No me molestes, mamá... —dijo Natividad y estuvo unos segundos en silencio, tratando de decidir cuál de los vestidos era mejor. Luego expresó—: Creo que el amarillo queda mejor con todas.

Sus amigas lanzaron un suspiro, a ninguna le había gustado el espantoso vestido anaranjado. Entre ese y el amarillo preferían mil veces el anterior, aunque ninguna se sintió particularmente bonita en él.

— Menos mal, Nat, me gusta más ese. Es moderno, chic y se ve mejor el escote —opinó Cintia, pero la novia la hizo callar con una frase ácida.

— Cierra la boca, Cintia, te recuerdo que no eres la novia. ¡Soy yo!... ¿Y podrías dejar de molestar a Hugo? Te viste muy patética en la cena.

La pobre chica se puso colorada y la miró con la boca abierta, parecía muy herida por aquello. La madre de la novia, por otro lado, se escandalizó bastante sin embargo no dijo nada para no empezar una pelea.

— Bueno... ¡Encargamos los amarillos, señora! —gritó de repente, dirigiéndose a la empleada de la tienda, que se apresuró a tomar los vestidos. Luego, Nat se levantó de repente—. ¿Ya terminamos aquí? ¡Qué fastidio!... ¡Encima Alicia no viene!... Mamá, no te conté, me ha cancelado a último momento. Tiene alguna especie de enfermedad infecciosa... ¡Podría ponerse buena y dejar de molestar tanto, así tengo otra dama de honor! Sólo tres me parece patético.

— ¿Alicia? —murmuró Paloma al oído de Ana, mientras se dirigían a los vestidores para quitarse los horrendos vestidos color naranja.

— ¿No la recuerdas? Pensé que eran mejores amigas —manifestó sorprendida.

La miraba de manera extraña y Paloma tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para disimular y expresar que ya sabía a quién se refería. Añadiendo que su confusión se debía a que nunca había creído que Nat fuera a invitarla, por lo que pensó que era otra persona... Tuvo la sensación entonces de que Ana no le había creído pero esta no dijo nada. Se había salvado de un gran inconveniente y comenzó a rezar para que Alicia siguiera enferma, en contra de sus principios.

Por la tarde estuvieron en una peluquería donde las cuatro no se dirigieron mucho la palabra. Natividad seguía de muy mal humor, Cintia estaba ofendida, Ana parecía ensimismada y Paloma no quería abrir demasiado la boca para evitar equivocarse.

Esa misma noche recibió una llamada de Elena. Más temprano la falsa Paloma le había mandado un mensaje diciéndole que Hugo Peña y unos amigos irían a un bar esa noche.

— ¿Descubriste en qué lugar será? —le preguntó ansiosa.

Clara le dijo lo que le había dicho Natividad (que no se molestó porque su novio fuera a un bar), y no pudo dejar de preguntar:

— ¿Qué vas a hacer?

— Me apareceré por allí e intentaré engañar a Hugo. Su novia no estará por lo que, seguramente, estará más desinhibido... Coquetearemos un rato a ver qué pasa. Gabi me acompañará pero no se dejará ver.

La joven no quería saber nada con el nuevo paso que iban a dar, detestaba ser cómplice de un gran dolor causado a la novia. Sin embargo, reconocía que no tenían otra opción.

— ¿Es necesario?

— Vamos, Clara, no empecemos de nuevo. Sabes muy bien que lo es... Pero no te preocupes, sólo serán un par de días de coqueteo y lo citaré en un hotel. Cuando esto pase, tu deberás llevar a Nat allí con cualquier excusa... ella lo ve y... asunto resuelto.

Clara no estaba segura si se resolvería todo, Nat pertenecía a esa clase de personas de las que uno nunca sabía cómo iban a actuar. La chica parecía resuelta a cerrar los ojos a la conducta de su prometido, tanto pasada como actual.

— Está bien, manténganme al tanto.

Elena colgó el teléfono...

— Debería ser fácil. Sólo hay que aparecer cuando haya tomado bastante —le dijo Elena a su otra amiga.

Ambas estaban en la casa de Gabriela y se preparaban para una larga noche.

— Espero que todo salga bien...

— No te preocupes.

Sin embargo había mucho de qué preocuparse.

A la hora acordada una muy diferente Elena salió de esa casa. Se parecía mucho más a la antigua que a la mujer en que se había convertido. Se encontraba sumamente hermosa y atractiva con su vestido y maquillaje... no pasaría inadvertida en aquel bar.

Pronto ambas amigas llegaron al bar, un lugar bastante concurrido y popular ubicado en el centro de la ciudad, y Elena bajó del auto, dejando atrás a Gabi. Esta se moría de la ansiedad por bajarse y ver la cara que seguro pondría Hugo al verla, pero sabía que no era posible.

El bar estaba lleno de personas, la mayoría jóvenes acaudalados. Elena se puso nerviosa, hacía mucho tiempo que no concurría a uno de esos lugares y no pudo evitar ponerse incómoda. No tardó mucho en descubrir a Hugo Peña y a sus amigos. La joven mujer los reconoció al instante... el más lindo era el novio. Tuvo un escalofrío al mirarlo, por lo que apartó su mirada de él y se concentró en los demás... ¿Los conocía?... Fue a sentarse a la barra, en donde tenía mejor visibilidad.

Sí, a dos de ellos los conocía. Uno era muy amigo de Hugo y se llamaba Mauricio. Era un tipo tan despreciable como él, mujeriego y bebedor empedernido. No era guapo y a esa edad ya se estaba quedando pelado. ¿Cuántos tendría? Probablemente ya llegaba a los cuarenta, recordaba que era mucho mayor que Hugo. Al otro acompañante lo había visto pocas veces pero aún recordaba su nombre: César. Era un hombre se estatura media y robusto, con una barba bastante cuidada. Junto a estos tres había un hombre más que nunca había visto. Era el más alto de los cuatro, de cabello oscuro y ojos claros. No era tan lindo como Hugo pero no podía decir que fuera feo.

Sus pensamientos estaban en ese punto cuando, al brindar los tres por algo, los ojos de Hugo se dirigieron hasta donde estaba ella. Elena los retiró del grupo de inmediato, concentrándose en su trago. Todo transcurría como planeara... la mirada de halcón del novio se había posado sobre ella, podía sentirla. Podía sentir la maldad cerca...

— Vaya, no pensé verte por aquí —le dijo de pronto un hombre al oído.

Elena se sorprendió y dio vuelta la cabeza. Era Hugo que, como el animal que era, había olido la sangre fresca.

— Lo mismo digo —comentó Elena, tratando de ocultar el desagrado que le producía, forzando una sonrisa.

La joven supo que no se había equivocado, tanta maldad por parte del hombre durante años la había convertido inmune a él.

— Disculpa, ¿podrías venderme otra cerveza? —le dijo Hugo al chico del bar, que asintió y rápidamente le trajo una botella. Luego continuó mirando a la mujer—. ¿Has venido sola?

— Estoy esperando a alguien —le respondió, con una sonrisa falsa y empalagosa, que competía con la suya en brillo.

— ¿Un... un amigo?

— Una amiga.

— ¡Oh!

Se quedó callado, como debatiéndose interiormente si preguntar qué amiga era y si él la conocía. Seguramente pensaba en Gabriela. La mujer lo miró con regocijo... el nerviosismo de él la divertía.

— ¿Una de tus... antiguas amigas?

— No.

— Ah, bueno.

El barman los interrumpió y Hugo no tuvo otra opción que retirarse. Al ir hacia la mesa donde estaban sus acompañantes, la joven escuchó cómo el joven sin nombre le preguntaba al novio quién era ella, pero no llegó a oír desgraciadamente su respuesta. Los cuatro la examinaron sonriendo, excepto, quizá, éste último. Hugo estaba en su elemento... mientras más tomaba alcohol más la miraba. Y Elena no se quedaba atrás. Le lanzaba furtivas miradas y le dedicaba las mejores sonrisas. Cualquiera que los viera descubriría que la atracción entre ellos era intensa.

En un momento la joven policía suspiró... todo iba como deseaba. Su celular sonó en ese entonces, era un mensaje de Gabriela, que esperaba aburrida en el auto. Le contestó que todo iba mejor de lo esperado y se dedicó a perder el tiempo. Poco después sonó música y hubo algunas parejas que se levantaron para bailar. Comenzó a planear entonces cómo acercarse a Hugo, para obtener su teléfono, que era todo lo que se había propuesto hacer esa noche pero, como siempre, éste le llevaba ventaja y pronto estuvo de nuevo a su lado. Elena, al verlo, le sonrió, pero no podía dejar de sentir la repugnancia que le causaba su juego... ¡Iba a casarse, por todos los cielos!

— ¿No vino tu amiga?

— No, me dejó plantada. ¿Puedes creerlo?... Pero no tenía ganas de irme y me quedé un rato —le explicó, sonriéndole.

Hugo se sintió halagado, era claro que se había quedado por él y nada más.

— ¿Quieres bailar?

— ¡Oh, no lo sé! Ese antipático amigo tuyo no deja de mirarnos con mala cara —le dijo la joven, mirando de reojo al hombre que lo acompañaba y del cual no sabía el nombre.

— Ah, ese es Bruno. No le hagas caso... es primo de... —se detuvo de repente y agregó—: Es familiar.

— Ah, ya comprendo... hay una mujer.

— Nada serio.

Elena lo miró con asco, que por suerte el hombre no advirtió, ya que miraba a la mesa en donde había estado sentado.

— Me alegro oírlo —manifestó la joven, entrando a la carga—. Sabes, estaré unos días en la ciudad. ¿Te parece si nos vemos y... hablamos de antiguos tiempos?

Hugo sonrió complacido, evidentemente era lo que deseaba. Miró a su antigua amante de arriba abajo.

— Sí, por supuesto.

Intercambiaron números y, como Hugo seguía intentando pasarle un brazo por los hombros y no dejaba de acariciarle la pierna, Elena no pudo aguantar más.

— Tengo que irme.

— Pero la noche recién empieza... ¿No te gusta la música?

— No puedo quedarme más. Lo siento... De todas formas espero pronto tu llamada —manifestó Elena, mientras le hacía una seña con el celular. Tomó su cartera y empezó a caminar hacia la puerta.

El novio de Nat no parecía dispuesto a separarse de su lado, no obstante al llegar a la puerta tuvo que hacerlo. Elena vio como volvía a su mesa, envuelto en vítores de sus repugnantes amigos que ya estaban borrachos... y el ceño fruncido del primo de la novia.

En el auto la esperaba una Gabi dormida. Su amiga le golpeó la ventana y ésta casi saltó hasta el techo.

— ¡Por Dios, te tardaste mucho! —dijo al verla, mientras bostezaba.

Le abrió la puerta y Elena entró. Su expresión no era de triunfo sino de molestia, lo que confundió a su amiga.

— ¿Qué pasó? ¿Qué salió mal?

— Nada, todo fue bien. Aquí tengo su teléfono —respondió, mostrándole el número.

— ¿Y entonces, por qué esa cara? —se sorprendió.

— Es un tipo asqueroso, realmente no entiendo cómo pudo gustarme.

Y le contó todo lo que había pasado y dicho. Prácticamente se había lanzado sobre ella, sin importarle que sus amigos lo viesen y que el primo de la novia fuera testigo. Era el mismo ser repugnante de antes. El mismo animal alzado.

— Bueno... todo para él es igual. Nada ha cambiado. Vamos.

Ya en la casa de Gabriela llamaron a Clara, que aún estaba despierta y la pusieron al tanto de todo. Ésta les tenía una mala noticia, Ana comenzaba a sospechar de ella y se estaba poniendo nerviosa. Elena le dijo que se aguantara un poco, en un par de días tendrían resuelto el problema y Clara, aunque quejándose, decidió ceder como siempre.

— ¿Averiguaste si él anda en negocios sucios? No he podido quitar de mi cabeza esa frase que dijo Natividad —preguntó Clara.

— Todavía no he sabido nada. Se dedica a la venta de inmuebles pero parece no tener un céntimo. Su novia hasta le paga el alquiler del departamento lujoso en donde vive. No ejerce como abogado y no he podido saber si llegó a recibirse o no... Quizá sea toda una farsa. El padre de la novia tiene razón, es como para sospechar pero no sé más nada... Sigo investigando, sin embargo.

— Bien, eso podría hacerle ver la verdad —opinó Gabi, pero pensaba: "Si es que no nos descubre antes".

— No lo creo —opinó Clara, que la había escuchado desde el otro lado de la línea—. Está muy enamorada y creo que lo único que la hará entrar en razón es si descubre que él ya no la ama.

¿Tendría razón, Clara?


N/A: Para el vestido de las damas me imaginé algo parecido al de la foto, sólo que sin sombrero y con un cinto de falsas piedras. Lo dejo a la imaginación de ustedes. :) 

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