Noche de encuentros:

Los días continuaron sin novedades. Gabriela Bellini ya no era ignorada por la novia, que se mostraba más amable en las clases de gimnasia, por alguna razón que no comprendía. Clara no había tenido motivos de preocupaciones y Elena se dedicaba a contestar los mensajes que le enviaba Hugo Peña. Mensajes que comenzaron a aparecer desde muy temprano, al siguiente día del encuentro, y que se habían incrementado con el tiempo. Era patético... un pobre hombre que se divertía con el sufrimiento ajeno. Eso solían pensar.

En el almuerzo del tercer día, las cosas sin embargo cambiaron. Como si anticiparan lo que iba a ocurrir... En un almuerzo familiar, el segundo ya que forzaba la novia, llevado a cabo en un importante y caro restaurant de la ciudad, Clara tuvo la desgracia de quedar sentada junto a Hugo Peña. Este le hablaba sin parar y no se rendía a pesar de las contestaciones cortantes y mordaces de la joven mujer pelirroja. Las circunstancias parecían estar en contra de ella desde el inicio y sólo quería largarse de allí. 

— ¿Sabes? Creo que te he visto antes, Paloma...

— ¿Ah, sí? —respondió, algo alarmada por la pregunta. El tenedor que sostenía cayó sobre el impecable mantel blanco, dejando un fea mancha.

— Sí, estoy seguro... pero no puedo precisar dónde. ¿Nos conocemos? ¿En dónde estudiaste?

— No, no lo creo —respondió con firmeza y a medias, intentando que el temblor de sus manos no se notara.

Hugo Peña se la quedó mirando de forma extraña, mientras el nerviosismo de la joven mujer aumentaba. De pronto, se sobresaltó. Paloma casi se desmaya del susto, no obstante el hombre sólo sacó el celular de su bolsillo. Este pidió disculpas a todos y se levantó de la mesa, atendiendo el llamado...

Cuando Hugo se fue, recién entonces Paloma pudo respirar tranquila. Pero no iba a ser fácil. 

— Vaya, Paloma, estás muy pálida —comentó la señora Morales.

— Sí, es verdad —la acompañó su hija menor.

— Estoy un poco mal del estómago... Hemos estado comiendo muy pesado últimamente —mintió la mujer. Estaba buscando una excusa para retirarse de la mesa y fugarse al hotel.

— ¡Ah! Tienes razón, ayer Ana estaba muy mal también...

— ¿De dónde sacas eso? Me he sentido muy bien —la contradijo su amiga, con el ceño fruncido.

— ¡Pero si te oí vomitar! —contestó con ingenuidad la novia.

Ana se puso intensamente colorada y todos se quedaron mirándola, sorprendidos. Natividad siguió hablando sola sin darse cuenta de nada hasta que terminó su discurso con una pregunta:

— ¿No estarás embarazada, no?

— ¡Por supuesto que no! ¡¿De qué hablas?! —dijo Ana, asustada y sonriendo forzadamente.

— Yo creo que sí—dijo Natividad con picardía y comenzó a reír.

Su amiga pareció tener suficiente, se levantó precipitadamente de la mesa y, luego de disculparse, se retiró.

— ¡Por todos los santos, hija, qué poco tacto tienes! —la regañó su madre sin embargo, como siempre hacía, Nat sólo escuchaba lo que le convenía.

La conversación tomó otros rumbos y Paloma estuvo algo ensimismada... ¿Y si fuera real?... Se sintió mal por Ana y la siguió a la puerta, donde se había quedado fumando un cigarrillo. Antes de llegar allí se cruzó con Hugo, que no la vio y terminó atropellándola, casi derribándola. El hombre siguió su camino, como si nada hubiera pasado... mientras Paloma pensaba que podría al menos haberle pedido disculpas por pisarla.

La joven salió del lugar y se detuvo frente a un pequeño jardín, el humo del cigarrillo la hizo toser un poco. Entonces descubrió a Ana.

— No deberías hacerlo —dijo. Ana la miró con el ceño fruncido.

— ¡No estoy embarazada! —replicó molesta. Y añadió, lanzando un suspiro—: Sólo un poco nerviosa.

— Bueno, no te molestes.

Hubo un breve silencio.

— ¿Quieres uno? —le ofreció, mostrándole el paquete.

— No, gracias, no fumo.

Ana se veía enojada... no obstante estaba un poco ensimismada y pocas ganas tenía de hablar.

— ¿A ti te agrada ese tipo? —preguntó de repente, irritada. Paloma se sorprendió por el tono.

— ¿Quién? ¿Hugo?

— Se entiende...

— Emmmm... es un poco... No, la verdad —decidió sincerarse.

— Éramos amigos antes de que le presentara a Nat... Bueno, en realidad no se la presenté... Se presentó ella misma. ¡Y no sé qué demonios le vio! ¡Es tan... tan egoísta! ¡Tan insoportable a veces! No se queda callada ni un solo segundo.

La falsa Paloma la miró perpleja, podía adivinar los sentimientos de Ana, aunque enterarse de aquello no la sorprendía.

— ¿Eran... eran novios? —tanteó la joven.

— No exactamente... pero algo había —dijo, sin querer explicar mucho más—. Hasta que ella apareció y... bueno, me lo quitó... a pesar de que sabía que él y yo... Nos distanciamos mucho después de eso. La amistad que tenemos obviamente ya no es más la misma... Luego me dijo lo del compromiso... ¡Y le dije que no podía venir a la boda!... Fue todo un drama. Sin embargo, siempre fue mi mejor amiga. ¡No podía traicionarla justo ahora!

— Pero fue ella la que te traicionó.

Ana suspiró y negó con la cabeza.

— Nat es muy ingenua y muy inmadura para la edad que tiene, sé que en el fondo no hizo todo esto a propósito. Está muy enamorada y él se aprovecha. ¿Sabías que le prestó mucho dinero para invertir en algún tipo de emprendimiento?... No pasó nada. Nunca más volvió a verlo, ni un céntimo. Siempre le da dinero. ¡Y sigue con él! ¡Es inaudito!... No es un buen tipo... No deberían casarse, hay algo ponzoñoso en ese hombre —confesó enojada.

Clara, o Paloma, estuvo de acuerdo con la frase. Todo lo que Hugo Peña tocaba lo contaminaba. Pensó en decirle sobre sus proyectos y contarle sobre sus amigas... Sobre el pasado del novio... Sin embargo, no hubo ocasión. Indecisa estaba, cuando apareció la señora Morales detrás de ellas.

— Ya nos vamos. Natividad está esperándolas dentro —les comunicó y se despidió de ellas. Su marido apareció detrás, con el ceño fruncido.

Se perdieron por la vereda y cruzaron la calle, rumbo a su vehículo.

— Algo pasó —susurró Ana, preocupada, y de inmediato entró al restaurant.

Así había sido porque Natividad discutía con su novio, casi a los gritos (en realidad la que gritaba era la chica). Al parecer quería saber quién era la mujer que le había llamado... Él le repetía que eran sólo negocios, sin embargo la joven estaba muy enojada. Como el escándalo era vergonzoso y había llamado la atención de todos los presentes, incluso hizo la aparición el gerente del lugar, las tres amigas decidieron volver solas al hotel, caminando.

Cuando llegaron a este, casi de inmediato Clara llamó a Gabriela y le contó todo lo que había pasado. No había transcurrido ni media hora cuando le devolvió la llamada, no obstante era Elena.

— El encuentro será esta noche, en el hotel Francés. A las once de la noche. Lleva a la novia ahí, con cualquier excusa.

— ¡Espera! ¡¿Él aceptó?! Porque tuvo una discusión con ella esta mañana...

— Sí, sí... todo va en camino. Haz tu parte.

Cortó la llamada sin que su amiga pudiera replicar. Sin embargo, un escalofrío recorrió su espalda... intuía que nada de lo planeado iba en buen camino. Planificar qué le iba a decir a Nat le costó bastante, sus valores luchaban contra aquella traición. A pesar de todo, había ido tomándole afecto a la novia y le desagradaba mucho el paso que iba a dar. Ana tenía razón, su amiga no era mala; era egoísta, enamoradiza, ingenua, testaruda y demasiado mal criada, pero no una mala persona. La presa perfecta para un hombre como Hugo Peña.

Al fin Paloma le llamó a la novia y logró convencerla para que esa noche salieran las dos solas, sin ninguna de las otras chicas que las estorbara. Nat no quería salir, aunque normalmente le encantaba ir a fiestas, esta vez se opuso porque a la mañana siguiente debía ir temprano a la modista. Pronto le entregarían su vestido de novia y estaba muy nerviosa. Así que convencerla no fue una tarea fácil para su amiga prestada. Sin embargo, cedió.

Natividad iba muy arreglada y no parecía triste, como si la discusión que tuviera con su prometido hubiese quedado en el pasado. Llegaron a un bar concurrido del centro de la ciudad y entraron.

— Tomaremos una copa y te relajarás, Nat —le dijo, pasándole una mano por los hombros.

— Eso espero... ¡Estoy tan nerviosa! ¡¿Y si el vestido no me queda?! Ordené un talle menor porque quería adelgazar. Pero no creo que haya bajado mucho de peso.

— Saldrá todo bien.

Se sintió mal, de manera extraña. La sonrisa de Natividad y su alegría le remordió la conciencia. No había hablado con sus amigas desde aquella llamada y nada podía saber de lo que estaban haciendo. No obstante, luego de una hora, aproximadamente a las once de la noche, recibió un mensaje de Elena. Tendrían que aparecerse por el hotel.

— Vamos, ya tomaste demasiado. Si tu mamá no me ve llevarte temprano se enojará mucho conmigo —manifestó Paloma, tomando la cartera de diseñador de la novia y casi arrastrándola fuera del bar.

— ¿Ya? Pero si son las once... ¡Es muy temprano!

— Sí... sí... Mañana tenemos que ir a ver tu vestido.

En la calle, la novia que parecía querer comenzar un pelea pero no estaba muy molesta como para ello, se encogió de hombros y, rezongando, trató de detener un taxi.

— ¡Oh, no, no! La noche es hermosa y sólo estamos a unas cuantas cuadras... Caminemos.

Paloma tomó a su amiga por los hombros y casi la arrastró por la vereda camino al hotel Francés, que no quedaba muy lejos de donde ellas estaban. Sin embargo, esta vez la novia no estaba dispuesta a complacerla.

— No estamos tan cerca... ¡Espera, Pichicha, me duelen los pies! Tengo estos malditos tacos altos. Siempre me hacen ampollas.

— ¿Y por qué los usas?

— Son muy bonitos —respondió y comenzó a reírse.

Clara pensó, por primera vez, que algo tenía en común con ella. No dejó que tomara el taxi con la excusa de que salían una fortuna y que tenía que ahorrar para su casamiento. Nat, que nunca ahorraba nada, se quejó amargamente. No obstante, se dejó conducir. A las tres cuadras, andaba descalza en la calle. Pero, ¿¡qué otra opción tenía?!... Pensó su amiga.

Recién cuando llegaron al hotel Francés y Clara vio que todo estaba tranquilo y que no aparecía nadie, comenzó a preocuparse... El plan consistía en que al llegar ellas al lugar, justo de repente apareciera en ese momento Hugo con Elena... Sin embargo... no había rastros de ellos.

— ¿Por qué nos detenemos? —preguntó Nat confundida.

— Me duelen los pies, creo que me doblé el tobillo —Explicó Paloma y se sentó en una pequeña saliente de un cantero de flores, justo frente a la puerta del lugar.

— Tendríamos que haber tomado el taxi —comentó la novia.

Como su amiga pensó que seguro la pareja se demoraba, su confianza aumentó de golpe... Sin embargo, al pasar unos minutos sin que sucediera nada, la perdió...

— Deberíamos tomar el taxi ahora —propuso Nat, con el ceño fruncido. Parecía preocupada por su amiga.

— ¡No!... Creo que ya estoy mejor, Nat —exclamó con exageración.

En ese preciso momento, un auto que pasaba por la calle con las luces en alto, la encandiló. Dobló de repente y pasó cerca, metiéndose al estacionamiento del hotel. No obstante, no era Hugo Peña... sino Elena ¡con Gabi! ¡¿Qué demonios había pasado?!... Miró a Nat, por si las había reconocido, pero ésta estaba distraída mirando sus pies.

— Me salió una ampolla enorme —comentó.

— ¡Oh, lo siento mucho! No debimos caminar... pensé que estaba más cerca.

— No, te preocupes —dijo la novia, luego de una breve pausa, siguió—. Sabes, estoy muy feliz de que hayas venido. No sé si te lo dije antes... Esta fiesta es muy importante para mí y Hugo. ¡Lo amo tanto! ¡Y él me ama a mí! Se esfuerza realmente por agradarle a mi familia, puedo verlo. Y ellos son... muy difíciles. No comprenden lo mucho que nos amamos. Somos felices juntos.

— ¿Y te... casarás aunque no lo quieran?

— Sí, porque sé que con el tiempo lo aceptarán —respondió la novia sonriendo. Luego miró a Clara, con sus enormes ojos dulces—. Sin él... sería muy desgraciada. Sin él, dejaría de existir... Mi vida no tendría sentido. ¡Lo amo demasiado y no comprendo por qué es tan difícil que los demás lo entiendan!

Algo en el alma de Clara se removió y por algún motivo recordó a Romeo y Julieta. Natividad tenía un poco de Julieta. ¿Y Julieta sería capaz de vivir sin Romeo? No...

— Vaya creo que no podré caminar con esta ampolla. Terminará por infectarse, ¡y sólo estamos a unas cuadras de tu hotel! Qué lástima.

— ¡Mira, allá hay un kiosco abierto, voy a comprarte una curita! —manifestó de pronto, parándose de un salto.

Nat la miró sorprendida y gritó al verla partir:

— ¡Espera, te acompaño!

— No, no, se reventará.

Clara casi corrió hasta la esquina, donde estaba el kiosco. Como se ubicaba justo detrás de un gran árbol y daba a la calle, su amiga prestada no podía verla. Eso la decidió... No podía seguir con aquella mentira. ¡No podía hacerlo! Tenía que parar aquella locura. Todavía estaban a tiempo.

Rodeó el kiosco y una parte del hotel, y se introdujo en el estacionamiento abierto, donde había visto detenido el auto de Gabriela. Con las manos en alto se acercó a ellas.

Ambas se bajaron, sorprendidas y nerviosas.

— ¡No puedo hacerlo! ¡Esto le dolerá muchísimo! ¡No puedo traicionarla! —les dijo en voz alta.

— ¡¿De qué hablas?! ¡Hugo está por llegar, íbamos a juntarnos aquí!... ¡Vuelve con ella! ¡Arruinarás todo! —exclamó furiosa Elena.

— ¿Te has encariñado con ella? —preguntó Gabi.

— ¡Basta, no es un perro! Esta mujer... esta "niña" es muy sensible. Le haremos un daño irreparable.

— ¡No la estamos dañando, le estamos haciendo un gran favor! —protestó Elena, con el ceño fruncido.

— No lo creo... ¡Piénsenlo! ¿Y si ella al verlos... se pone muy mal y...?—dijo Clara, pero se detuvo.

— ¿Y...? —preguntó Gabi.

— ¡Y se suicida! —exclamó Clara.

Gabriela retrocedió, preocupada, nunca se le había ocurrido esa posibilidad. Elena, por otra parte, se echó a reír y dijo:

— No se va a suicidar. Nadie hace eso...

— Ella no es como nosotras. Ella es muy... sensible, ¡en extremo! —la interrumpió Clara.

— Quizá esté en lo cierto, Elena, ella es muy sensible e inmadura. Tú eres la única que no la conoce —intervino Gabi, que comenzaba a dudar del plan.

— ¡Exacto! No puedo hacerle esto...

Elena protestó y la discusión entre las amigas se prolongó. Estaba preocupada, quería terminar con todo ya. Odiaba a Hugo y sabía, al igual que las demás, que no era un buen hombre para nadie. Nat estaría mejor sin él... cuando entendiera todo. Sin embargo, ¿realmente lo comprendería?... Ella no la conocía, ni quería hacerlo. Veía como sus dos amigas se estaban echando atrás gracias a su influencia.

Mientras discutían, Hugo, que estaba apareciendo a la cita con bastante retraso gracias a un desperfecto mecánico sufrido en su coche, disminuyó la velocidad. Su llegada fue una desgracia... al ver a dos mujeres discutiendo con Elena, titubeó perplejo y casi detuvo el auto, un poco alejado de la entrada del hotel.

¿Qué demonios estaba pasando? Pensó sorprendido. Desde donde estaba no se podía ver muy bien por la sombra de un gran árbol pero, la luz de una farola dio de pronto sobre las mujeres, que se habían movido y claramente peleaban, y entonces pudo verlas claramente. Perplejo se quedó observando a Gabriela Bellini...

— ¡Mierda! —susurró asustado. ¿Qué hacía su ex prometida allí y a esa hora?

Luego se fijó en la otra joven y su sorpresa aumentó. ¡¿Paloma?!... ¿Qué hacía la amiga de su novia allí?... No comprendía nada... hasta que...

— ¡¡Clara...!! ¡Sabía que había visto a esa mujer en algún lado! ¡¡Es una trampa!! —le gritó al silencio, golpeando con el puño el volante.

Debía huir, había tenido un golpe de suerte y sabía, por experiencia, que nunca duraba. Puso en marcha el auto y pasó frente al hotel Francés, no obstante una mujer descalza se apareció por el medio de la calle y tuvo que frenar de golpe. Casi la atropella.

— ¡¿Nat?! —exclamó estupefacto. Empalideció como un muerto... ¡¡Su rica prometida!!

Desde el otro lado del hotel Francés, las tres amigas se sobresaltaron al escuchar la frenada producida por el vehículo. La cara de Hugo Peña era fácilmente identificable, al igual que su auto deportivo.

— ¡Es Hugo, no puede vernos juntas! —exclamó Elena y se introdujo rápidamente en el auto de Gabriela, seguida de cerca por ésta.

— ¡Lo vio, Nat! —informó Clara en voz alta y salió corriendo por donde había venido.

La falsa Paloma llegó al kiosco, con la respiración muy agitada y pidió un par de curitas. Cuando las estaba pagando, el auto de Hugo dobló por la esquina y se detuvo a su espalda.

— ¡Te tardaste mucho! ¡Pero tuvimos suerte! ¡Mira a quién encontré! —manifestó la chica, riendo y señalando a su prometido.

— Yo las llevaré —indicó Hugo con una sonrisa, muy amablemente, desde el asiento del conductor y Nat le abrió la puerta.

La actitud de los novios llevó a pensar a Clara que ninguno sospechaba nada. Ni por uno ni por otro lado... Nat estaba risueña y agradecida por verlo, Hugo se veía sorprendido pero amable...

¡Qué equivocada estaba! La sonrisa de Hugo Peña anticipaba venganza.

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