Negocio sucio:

Cuando Clara llegó al hotel, Ana la estaba esperando. La tomó del brazo con impaciencia y prácticamente la arrastró dentro. En el enorme vestíbulo se pusieron detrás de una gran maseta, que contenía una enorme planta de largas hojas verdes y rojas. De esta manera quedaban un poco ocultas de ojos extraños.

— Estaba esperándote desde hace una hora —le informó.

— Nos atascamos en el tránsito, a esta hora hay demasiada gente circulando en la calle —se justificó—. ¿Qué ocurre?

En ese momento vieron a Cintia aparecer desde el pasillo de los ascensores. Las saludó distraída y sin sonreír. No se acercó a ellas sino que entró al bar-comedor. Parecía preocupada por algo. A Clara aquello le pareció un poco extraño, la joven no era de andar sola por el hotel.

— ¿Qué le pasa? —preguntó, no obstante su amiga no le prestaba atención. Esta miraba hacia la puerta del hotel e hizo un ruidito de profundo fastidio, mientras exclamaba:

— ¡Oh! Allá está el idiota de Mauricio, ese estúpido amigo de Hugo. Es el padrino y parece que se mudará al hotel en cualquier momento. ¡No comprendo por qué no se queda en casa, él vive aquí, no como nosotras!

— ¡Oh, eso es extraño! —concordó la pelirroja, comenzando a preocuparse.

Ana se puso de muy mal humor y empezó a largar insultos.

— ¿Hugo estará sospechando algo? Porque es probable que lo enviara a espiarnos —manifestó Clara, interrumpiendo su monólogo de borracho.

— No lo creo... De todos modos, tenemos problemas... ¡Oh! Será mejor que subamos, viene para acá.

Lograros deshacerse del hombre con una excusa y subieron hasta sus habitaciones. Ana abrió la suya y entraron. De inmediato Clara advirtió el problema sin que le dijera nada. De una lámpara colgante, que adornaba la habitación, estaba colgado un enorme y pesado vestido de novia.

— Oh...

— ¿Sabías esto?

Clara le comentó lo ocurrido en la iglesia con detalles. Pensó que llegaría a tiempo. Habían quedado con Gabriela de llamarle a Nat, haciéndose pasar por la dueña del lugar para clamarla.

— ¡Pues ya es tarde! —se enojó Ana.

— ¡Estaba con su madre e iban a almorzar! No me imaginé que pasarían tan rápido por la tienda de novias.

— Pues lo hicieron y... ¡Ah! Tenemos vestidos nuevos.

Fue a su ropero y lo abrió, de allí sacó un sencillo vestido corto de color rosa pálido. Clara la miró sorprendida y le pidió que le relatara lo que sabía...

La cuestión había sido esta: el vestido de novia de un talle más pequeño acababa de llegar y estaban por enviarlo esa misma tarde. Se disculparon con la novia, sin embargo ella había sido toda la causa de la demora, le dijeron, al encargar un talle aún menor. Natividad se había escandalizado y dijo que jamás lo había cambiado, que dejó bien en claro que dejaran el vestido como estaba y que solo tenían que cortarlo un poco, porque era muy largo... Al final todo se resolvió con una supuesta equivocación de la empleada nueva al confundir el apellido. De todos modos, aunque el vestido ya ni siquiera le cerraba decidió traérselo igual. Iba a salir con él, le quedara como le quedara.

— ¡Está loca! ¿Piensa acaso aparecer con el corsé abierto y toda la espalda desnuda? —se sorprendió Clara.

— Pues sí, eso mismo piensa hacer —declaró Ana y le explicó cómo pensaba modificarlo... Increíblemente funcionaba.

— No puedo creerlo —susurró molesta.

— Y como le dijeron que nunca encargó los vestidos de las damas, hizo tal escándalo que le trajeron tres muestras del único vestido de damas de honor que tenían en la tienda. Al parecer alguien canceló a último momento. Son estos... Nat me advirtió que más vale nos anduvieran.

Los vestidos no eran tan feos, solo un poco pálidos y simples. De todas formas, se veían mucho mejor que los amarillos plumosos.

— ¿O sea que tendremos que salir con ellos igual?... ¡Esa mujer! —exclamó furiosa.

Hubo un breve silencio. Ana le dio su vestido, lo miró... le quedaría chico, sin duda.

— Espera un momento, tienes el vestido de novia acá. Podemos estropearlo —propuso Clara esperanzada.

— No... Nat me dijo, muy enojada, que si le pasaba algo al vestido sería mi culpa. No quiero cargar con ese peso. No puedo, lo siento. De todos modos, vendrá a buscarlo en cualquier momento.

— Bueno... al menos queda lo demás cancelado.

No quisieron esperar a la mañana siguiente, esa misma tarde fueron a cancelar la ceremonia que se llevaría a cabo en la Iglesia Santa Rosa. Era lo único que les faltaba. No obstante tuvieron mala suerte... La administradora había tenido mucho más trabajo ese día que de corriente. Al llegar la noche no recordó bien de quiénes era la boda cancelada y se le ocurrió hacer varias llamadas. Por supuesto que Nat le dijo que no era la de ellos... Entonces, una muy confundida señora cortó el teléfono y se fue a dormir tarde. Pensando si no había soñado con las dos mujeres que se aparecieron a cancelar una boda. Claro que nadie se enteró, hasta la clase de yoga del día siguiente.

A dicha clase la novia asistió sola. Gabi llegó tarde, pensaba que podía faltar cuando quisiera. No era necesario que fuera, pero pensaba que le estaba haciendo muy bien. Había bajado de peso y tenía mucha más energía que antes. Al ver a Nat sola, no se preocupó, ninguna llamada de emergencia había tenido. Ésta se acercó a ella apenas la vio.

— ¿Puedo armar pareja contigo? Ninguna de mis amigas quiso venir hoy pero yo no puedo permitirme el lujo de perder una clase. Contando hoy, faltan sólo tres días para mi boda y el vestido no me entra.

— Sí, claro.

Hubo un breve silencio, Gabriela notó que la chica estaba preocupada.

— ¿Todo en orden? Planear una boda es muy estresante...

— ¡Muchísimo! Casi no he podido dormir anoche. Encima a último momento todo parece ir mal, complicarse. Anoche mismo me alarmé cuando la administradora de la Iglesia Santa Rosa, donde será la ceremonia, me llamó para decirme si no era yo la que había cancelado la boda. Al parecer cancelaron una y no recordaba muy bien el apellido de los novios. ¡Mira si no llama y da por hecho que es la mía! Le expliqué que no era la nuestra, que habíamos ido con mi madre a ver el lugar por la decoración. No pensaba cancelar...

Gabi, que estaba en una posición incómoda, se distrajo y cayó sobre su pierna.

— ¡Ay, demonios!

— Cuidado, ¿estás bien?

Se había golpeado fuerte, sin embargo no llegó a hacerse daño. No le importaba, de todos modos, acababa de fallar otro de sus planes y estaba alarmada... Aún no sabía cuán grande era el fallo.

— Esas son las cosas por las que uno debe contratar a un organizador de bodas —comentó, cuando se repuso.

— Ya lo veo pero mamá no quiso pagarle a uno bueno y no iba a contratar a cualquiera que no supiera nada. Era muy caro pero bien podría haber sido menos tacaña —comentó Nat y añadió, luego de una breve pausa—: Tendría que haberlo hecho, de todos modos. Ayer mi novio fue a ver al hombre del salón para pagarle la última cuota y este parecía confundido. Creyó que la fiesta no se hacía... Me apreció ya muy raro...

— No es raro. Quizá la misma pareja que se casaba en la Iglesia de ustedes también canceló la fiesta que harían en el mismo salón —propuso Gabi con rapidez. ¡No vaya a ser que comience a sospechar!

— ¡Ah, tienes razón! No lo había pensado. ¡Qué coincidencia! —manifestó, muy confiada.

— Es un salón muy solicitado.

— Lo es y el más caro que pude hallar. Si vieras sus jardines, son de lo más hermoso que he visto.

La novia siguió hablando de su boda soñada, de las dificultades y de lo tacaña que era su madre, no obstante su compañera muy poca atención le prestaba. No podía creerlo. ¡Estaba saliendo todo mal!

La clase terminó luego de esa conversación y Gabi se apresuró a salir del salón. Estaba muy nerviosa. Quería tomar el teléfono y llamar a Elena, o acaso a Bruno, para comunicarles el nuevo desastre... Se colgó la mochila al hombro y tenía el celular en la mano cuando una mano le tomó la muñeca con fuerza, impidiéndole que hiciera la llamada. Dio una brusca media vuelta y se encontró cara a cara con la señora Morales.

— No sé lo que tú y tus amigas están planeando... —comenzó.

— ¿Mis amigas? —declaró Gabriela, algo alterada.

— Sí, las vi en la Iglesia Santa Rosa. Ya me parecía conocida la cara de esa supuesta amiga de mi hija: la tal Paloma ¡que no es nada menos que Clara Keller! Me pregunto si tu otra amiga... Mmmm, ¿cómo se llamaba?... ¡Elena no sé cuántos! También anda con ustedes.

— No sé de qué me está hablando —balbuceó asustada.

— Pues yo creo que sí... Aunque jamás imaginé que también estuviera involucrado Bruno —la interrumpió la mujer. La joven se puso blanca como el papel. Luego de una breve pausa agregó—: Sé que planean algo y cuál es su objetivo... ¡Cancelar la boda de mi hija, con seguridad! A juzgar por las extrañas llamadas...

— Señora, yo creo que...

— Mi esposo se enteró que no teníamos limusina debido a algún "error"... Esta mañana recibí una extraña llamada de la florista que se encargará de la decoración. Al parecer alguien llamó para cancelar... Y por una conversación que escuché de los novios, también intentaron cancelar la ceremonia religiosa y el salón de la fiesta.

— Déjeme que le explique...

— No, no quiero enterarme de nada más. Sólo permíteme advertirte una cosa... Eso de cancelar todo no está funcionando. Pero si pretenden seguir adelante, quienes sean que estén involucrados en este juego, ¡háganlo rápido! ¡Sólo faltan tres días para la boda! ¡No quiero a ese parásito en mi familia!

Gabi, que no se esperaba aquello, la miró estupefacta y se quedó muda de la impresión, luego de este extraño giro en la conversación. Justo en ese momento, Nat apareció por la puerta del salón de yoga.

— ¿Mamá?

La señora Morales soltó de inmediato la muñeca de la joven y se dio media vuelta, con una sonrisa falsa estampada en su rostro.

— Ya voy, querida. —Luego se dirigió a Gabi—. Me alegro que tu madre esté muy bien, mándale saludos de mi parte.

La despidió y se fue con su hija, que de inmediato le preguntó de qué hablaban, con esa curiosidad que siempre tenía. La mujer le explicó que su madre y ella habían sido amigas y que deseaba tener noticias de tal señora, entre otras cosas. Gabriela, por su lado, se las quedó mirando perpleja y luego se dirigió a su auto.

Decidió llamar primero a Bruno y le contó todo. No comprendía por qué, sin embargo el hombre le inspiraba una confianza tal como nadie.

— ¿Dónde estás? ¿Podemos reunirnos en algún café cercano? —preguntó el hombre.

— Ese asunto del café... —comenzó diciendo, con un suspiro de molestia, pero Bruno la interrumpió:

— No, no... Tengo que decirte algo que escuché hace muy poco. Y no sé cómo actuar.

Gabriela, intrigada como nunca, le dio la dirección de uno que conocía y que no estaba muy lejos de allí. Luego decidió llamar a Elena para comunicarle lo ocurrido, mientras hacía tiempo. Bruno le había dicho que no vivía tan lejos de donde estaba. Poco después estaban juntos en la cafetería.

— No es hora de tomar café, quizá debamos almorzar —propuso el hombre—. Creo que aquí tienen un menú para el almuerzo. No sé qué tan bueno será pero al menos comeremos algo.

La mujer estuvo de acuerdo y así lo hicieron, hablaron de temas sin importancia hasta que terminaron. Entonces Gabi le contó que todo el maldito plan C había salido mal, como una catástrofe, encima gracias a puras casualidades. También le relató la conversación que tuvo con la señora Morales.

— ¡Más malas noticias! —exclamó Bruno, llevándose las manos a la cabeza—. De todas formas, tengo que contarte algo peor. No tiene mucho que ver con la boda pero es muy preocupante.

Más temprano había ido a ver a Mauricio, el amigo de Hugo y padrino de éste, para entregarle los anillos. El encuentro fue breve, sin embargo al salir del hotel recordó que tenía que decirle algo que le había encargado el padre de la novia, por lo que volvió sobre sus pasos. Al llegar al vestíbulo alcanzó a ver a Hugo atravesando la puerta del bar-comedor, que daba hacia el otro lado. Y como poco después vio a Mauricio entrar allí se dirigió tras ellos.

En la puerta, al oír su conversación, se detuvo.

— ¿Ya se fue el idiota del primo? —preguntó Hugo a su amigo. Estaban en la barra, cerca de la puerta. Una gran maseta con una planta tapaba la mitad de esta. Bruno se colocó detrás.

— Sí, me deshice de él rápido.

— Casi me muero cuando lo vi en el vestíbulo, nadie debe saber que nos vimos hoy. Todos creen que fui a ver al hombre de la música.

— ¿El idiota que creía que la fiesta estaba cancelada?

— El mismo. Ese gordo parece que tiene caca en vez de cerebro.

Mauricio rió con ganas.

— El viejo Rogelio me llamó temprano esta mañana, ya sabes, el hombre de la aduana. Acaba de llegar el cargamento que esperábamos y quiere la parte del dinero que le toca. ¡Estoy desesperado! Sólo tendré dinero cuando me case, es el único modo de acceder a las cuentas de Natividad. Su padre le abrió una cuando cumplió la mayoría de edad y es muy mucho dinero.

— ¿Qué le respondiste? Sólo faltan tres días para la boda.

— Que lo tendría en tres días claro. Pero el viejo se está impacientando, no puedo perder ese cargamento. Si alguien más en la aduana lo ve...

— Llama a la poli y estamos fregados, junto con César. El viejo nos mandará al frente para salvar el pellejo —declaró Mauricio.

— ¡Nadie va a llamar a la policía! El cargamento de "azúcar" llegará a su destino. Después de esto, seremos millonarios —afirmó Hugo.

— Pero primero necesitas el dinero de Natividad...

— No me lo recuerdes... ¿Cómo podemos hacer que el viejo espere? —manifestó Hugo.

— Haré unas llamadas, no te preocupes —replicó el padrino.

Hubo un breve silencio.

— Siempre me pareció extraño que quisieras casarte pronto —comentó riendo Mauricio y con malicia.

Hugo hizo un chiste pasado de tono y la conversación se desvió hacia el tema que más le gustaba tocar: "mujeres".

Bruno miró a la joven que tenía sentada frente a él, muy preocupado. No sabía qué hacer con la información que poseía.

— Después de eso me fui... No sé qué hacer Gabi, este tipo es peligroso.

— ¡Por Dios! Habíamos escuchado un rumor de que andaba en algo sucio, pero nunca me imaginé que fuera de semejante gravedad. Elena estuvo tratando de averiguarlo y no sacó nada en claro.

— Porque probablemente hay más gente implicada en esto, si entiendes lo que quiero decir.

Gabriela asintió con la cabeza.

— No puedo permitir que Hugo se case con ella, es evidente que sólo quiere su dinero. ¡Pero Nat es tan terca!

— Tienes que hablar con ella. Esto es muy serio, si algo le pasa a él después de casarse, quedará involucrada en todo aquello. Debe saber a lo que se enfrenta. No creo que quiera casarse después de esto.

— No lo sé... —dudó Bruno, luego dirigió la vista hacia una mesa cercana y se puso blanco como el papel—. ¡Oh, cielos, Gabi!

— ¿Qué?

La joven miró hacia allí. Dándole la espalada a ellos parecía estar el señor Morales. ¿Pero era él?... Se quedaron callados unos minutos hasta que pudieron oír su voz... Sí, era él, concluyeron.

— ¿Nos habrá oído? —susurró Bruno, preocupado.

— No sé... no creo. Está con otras personas.

Se miraron, dudando.

— Mejor vamos...

Pidieron la cuenta a la moza, pagaron y salieron del lugar lo más rápido que pudieron. En la puerta se despidieron. Gabriela le prometió que le daría aviso a Elena por si podía hacer algo y Bruno quedó en hablar con su prima. Éste se dirigió hacia su auto, que estaba estacionado a un par de cuadras. Cuando iba a entrar, alguien tocó su hombro izquierdo, se dio la vuelta. El padre de la novia lo miraba con el ceño fruncido... tenía muy buen oído.

El hombre estaba alarmado en extremo, mucho más que su sobrino. Luego de una breve entrevista, decidieron exponerle todo el grave asunto a la novia, esa tarde. Así lo hicieron, durante más de dos horas le hablaron de todo, y del peligro que corría al casarse con semejante sujeto.

— ¿Que Hugo está involucrado en el narcotráfico provincial? ¡Están locos! ¡Él nunca haría algo como eso! —exclamó Nat, riendo, para colmo.

— Es algo grave y muy peligroso, hija —se enojó su padre.

Era obvio que la chica no le daba la misma importancia.

— Pero papá, Bruno sólo escuchó algo referente a un cargamento de azúcar y "eso" es lo que debe ser. Yo sabía que, junto con César y Mauricio, estaba planeando un negocio muy bueno. Lo que no comprendo es por qué no me pidió a mi dinero si lo necesitaba, se lo daría con todo gusto. Debe tener vergüenza, el pobrecito.

"¡El pobrecito!", pensó Bruno horrorizado.

— No seas ingenua, Nat, sabes que no podían nombrarlo de esa forma. No estaban solos allí y cualquiera pudo haber escuchado su conversación —intervino, con claro reproche.

Nat lo miró molesta:

— Pues no creo nada de todo esto... ¡Es una locura! Estás exagerando y encima vienes y se lo cuentas a papá.

El hombre mayor la tomó de los hombros, tratando de parecer calmo.

— Piensa, cariño, ¿qué más puede ser? Si Hugo no tuviera nada que ocultar, no hablarían de esa forma y, sobre todo, te lo hubiera dicho. Hablar de un negocio que no lo avergüenza hubiera sido su conducta más sensata —le aseguró, tratando de convencerla.

— Quizá no quieran pagar un impuesto o algo así... Hugo evitaría hablarme de eso debido a su temor de que yo no lo apruebe —declaró la novia.

— ¡Vamos, Nat, eres inteligente! Esto es muy peligroso —la interrumpió Bruno, ya enojado.

— ¡No me trates de tonta! ¡No conoces a Hugo! ¡Nunca haría algo así! Es el hombre más amable y generoso que he conocido en mi vida. ¡Y me ama!... Suele meterse en problemas a veces, pero no es su culpa, los demás lo estafan. Es como un niño de inocente... Y ahora vienen ustedes con esto... ¡Ya sé lo que pretenden y sé que todo es una mentira! ¡Desde el principio tú y mamá intentaron separarnos! ... ¡¡Pues igual me voy a casar con él!!

Su padre perdió el control y comenzó a gritarle que era una burra irresponsable. Bruno intentó calmarlo, sin embargo fue en vano. Con más tacto y suavidad, se dirigió a Nat para ver si podía hacer que entrara en razón... A la novia le dio un berrinche. Se puso a gritar como endemoniada y por poco no le salió espuma por la boca... El señor Morales se fue con un portazo y Bruno le dijo que se arrepentiría.

Cuando llamó a Gabi para comunicarle lo que ocurría, la encontró junto con Elena, en casa. Discutiendo sobre los negocios sucios de Hugo.

— Ella se casará igual. ¡Qué mujer más terca y caprichosa!... ¡Le arruinará la vida!... ¿Puedes hacer algo? —exclamó Gabi, con impotencia.

— Sí, tengo un conocido en la parte de narcóticos. Pero lo veré recién el domingo, cuando la boda ya haya pasado. No hay tiempo. Claro que podría pasar la información de la llegada de un cargamento extraño, pero nada más puedo hacer, hasta no verlo... Y cuando descubran todo, Nat estará casada y caerá con Hugo. Van a usar su dinero, nadie va a pensar que no sabía nada del asunto... Irá a la cárcel, junto con él —suspiró Elena.

— ¡Dios mío, esto es terrible! ¡No sé qué hacer, va a hundirla!

— Queda una sola opción, pero no creo que te guste.

Elena sacó del bolsillo de su saco oscuro un pequeño frasquito y se lo mostró.  

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