Hay que deshacerse del muerto:
Cuando el timbre sonó en la mansión oscura, desató una tormenta en su interior.
— ¡Nadie debe saber que están aquí! —susurró Gabriela, desesperada.
— Bien, vete. Nos mantendremos callados —le aseguró Elena, tomando el control de la situación. Estaba entrenada para eso, pensó, debía mantener la calma. Luego miró a su alrededor. Los demás se habían quedado paralizados por el miedo.
— ¡Vamos, Bruno, mételo en el armario! ¡Por las dudas! —ordenó, señalando al piso. El joven no lo pensó mucho y, como si hubiera estado esperando ordenes, junto al señor Morales intentaron introducir al muerto en un pequeño armario que había allí cerca.
Por otro lado, Gabriela, armándose de valor, salió al fin de la cocina. La idea que tenía era intentar que el hombre uniformado no entrara a la casa... o al menos a la cocina. Rogaba que los demás se mantuvieran quietos y callados... ¡Oh! ¡Olvidé advertirles que se escondieran! Pensó con temor pero ya era tarde para volver atrás.
Los cómplices trataron de mantenerse calmados e inmóviles para evitar a toda costa producir el más mínimo ruido, no obstante había un inconveniente: el cadáver no entraba en el armario... El señor Morales comenzó a patearlo en las piernas, debido a que no podía usar sus manos que lo sostenían, el pie de Hugo había quedado trabado por el zapato, en la punta de la puerta. De repente cayó al piso de espalda, un sonido de tela al rasgarse se oyó con claridad. Bruno tenía un jirón de la camisa en sus manos. ¡Demonios! susurró.
Luego de aquello oyeron claramente cómo una puerta se abría y pasos cercanos... Estaban en la sala... Clara saltó asustada y con el codo golpeó la ventana.
— ¡Cuidado! —advirtió Ana, un poco tarde.
Los pasos se dirigieron ahora hacia ellos y, en el más intenso pánico, comenzaron a moverse por toda la cocina. No se veía mucho y era difícil identificar el lugar que ocupaba cada uno... Elena abrió la puerta de la cocina, que daba al jardín, y les hizo señas para que salieran. Bruno y el señor Morales tomaron en vilo al muerto y salieron con él a cuestas.
Habían hecho demasiado ruido como para no saber de antemano que habían atraído al policía, quien quiera que fuera, por lo que intentaron huir. El jardín, más bien el parque, era enorme sin embargo no poseía muchos lugares donde pudieran esconderse. Era una gran extensión de césped con algunos árboles donde terminaba la propiedad, mediante una pared bastante pronunciada.
— ¡Vamos hacia allá! —exclamó Clara, en voz alta debido al ruido de la tormenta. Señalaba hacia esos mismos árboles.
— No, nos verán atravesar el jardín desde la ventana —la contradijo Elena, y les hizo a todos señas para que la siguieran, bordeando la pared de la cocina.
Por aquel lugar había plantas florales y una bonita cerca decorativa de madera. Bruno de repente resbaló con la lluvia y el muerto fue a dar contra los rosales. Quedando justamente detrás de ellos y destrozando en su caída varias rosas blancas.
— ¿Qué haces? —exclamó su tío, desesperado. No intentó ayudar a su sobrino sino que quiso sacar a Hugo de allí, no obstante como las rosas espinosas le causaron daño en los brazos, desistió.
— ¡Shhhhh!
Todos se habían quedado al lado del señor Morales y al igual que él intentaban en vano sacar a Hugo de las flores, cuando Ana les advirtió que guardaran silencio. Había voces en la cocina... El caos se desató... Bruno tomó a su tío del brazo y los empujó boca abajo detrás de unos frondosos arbustos. Ana se dio media vuelta y corrió pegada a la pared hasta perderse de vista en la cortina de agua que caía del cielo. Elena y Clara intentaron seguirla, no obstante ésta última tropezó y se lastimó el tobillo por lo que Elena corrió a ayudarla. Ambas escucharon como la puerta de la cocina que daba al patio trasero se abría, a tan sólo unos metros de ellas. Asustadas, se colocaron detrás de un par de pequeño silloncitos de jardín. Era un escondite lamentable pero no pudieron hacer más nada ya que un policía, seguido por la dueña de casa, se presentó en la escena.
— Espere un segundo, señorita, aquí hay alguien... ¿Esa no es una pantufla? —preguntó el hombre.
Era de Clara, perdida en la huida. El rosa chillón se veía muy claro contra el verde del césped.
— ¡Oh! Sí... Vaya, ahí está. —Y empezó a reírse, agregando, al ver la cara de sorpresa del hombre uniformado—: La había perdido y no sabía dónde estaba. Debe de haber sido obra de... de Toby.
— ¿El gato?
— No, del perro —aclaró la dueña de casa, inventando otro animal que no poseía.
— ¡Ah!... Pensé que no tenía... Como al llegar no había sentido a ningún perro ladrar... —El hombre dejó la frase incompleta. Estaba muy en claro que comenzaba a sospechar y Gabriela se preocupó.
El policía observó todo lo que se podía distinguir del terreno, debido a la copiosa lluvia, buscando señales del canino pero no las halló. No había una casita de perro por ningún lado.
— ¿Dónde duerme? —preguntó con desconfianza.
— Probablemente esté ahora debajo de alguna cama. Las tormentas lo asustan, es muy cobarde —se apresuró a decir la mujer.
El policía gruñó algo que no se entendió y fue allí cuando, debido a un relámpago repentino, Gabriela pudo ver con claridad el pie del señor Morales asomado desde los arbustos y, poco más allá, a sus dos amigas detrás de los silloncitos de plástico que decoraban su jardín. Se dio media vuelta.
— No creo que haya nadie por aquí...El pe... gato... debe de haber causado el ruido al huir. Ya estoy acostumbrada a eso, ¿sabe? Por lo que no le doy mucha importancia de corriente. La señora Martelli es muy asustadiza y siempre se preocupa por mí. Voy a llamarle para decirle que está todo en orden.
Mientras decía todo esto entró a la cocina y el policía no tuvo otra opción que seguirla, por suerte no había advertido nada más extraño. Las voces se extinguieron de repente cuando cerraron la puerta de la cocina y, al ver que el auto de la policía se retiraba por el camino poco después, los cómplices salieron de su escondite secreto. Entraron corriendo en la cocina. Allí los esperaba Gabriela.
— ¡Cielos, están... muy mal! —comentó, titubeando. Ninguno allí tenía ganas de que se burlara de ellos—. Tengo que traerles unas toallas, están arruinando el piso de mi cocina.
Bruno y el señor Morales estaban empapados en barro. El hombre mayor tenía cortes en sus brazos y el joven pétalos de flores pegados a su vestuario. Por otro lado, Clara estaba mojada hasta los calzones, sucia y descalza ¡y no dejaba de quejarse! A Elena casi le pasaba lo mismo y Ana... la pobre andaba muy alterada. Se abrazaba a sí misma y, de repente, se echó a llorar.
— ¿Qué pasó? —preguntó Clara, acercándose a ella. En pocas ocasiones la había visto perder el control de aquella forma.
— Me escondí detrás de un árbol... ese que está contra el muro y... y una araña me andaba por la cabeza... ¡Oh, que espanto! —sollozó.
— ¡¿Y por eso te asustas?! ¿Eres una endeble? —exclamó Elena, que no comprendía el porqué del escándalo.
Ana lloró más fuerte... no había sido la araña, sino el susto. Había tomado el asunto con gran fortaleza pero, al ver al policía aparecer, comprendió de pronto el peligro en que se encontraba y eso terminó por derrumbarla.
De pronto, el timbre sonó en la mansión.
— ¡Es el policía de nuevo! —exclamó Clara, asustada. Dejó de estrujarse la bata y sus manos comenzaron a temblar incontrolablemente.
— No, no... No hay ningún auto fuera —informó Elena, sorprendida, mientras miraba por la ventana.
Gabriela opinó que a lo mejor era la vecina entrometida y salió de la cocina, pensando que tendría que haberle llamado para explicarle que estaba todo bien... ¡Demonio de vieja metida! Siempre espiando a ver qué pasa en las casas de sus vecinos. Le debe parecer raro que una mujer viva sola... Recuerdo cuando me preguntó si era lesbiana...
Pero no era la vieja loca. Poco después, la dueña de casa apareció con la señora Morales, que venía muy preocupada con un paraguas en la mano. Se dirigió a su marido.
— Cuando vi pasar a la policía me asusté, Edgardo. No sabía qué estaba pasando. Gabi me dice que sólo fue una falsa alarma... ¡Oh! He pasado una noche terrible... ¿Qué les ocurrió? —manifestó la mujer, mirando a los demás.
— Nada, cariño, deberías haberte quedado en casa.
— ¡Pero, Edgardo, no pude! ¡Tenía que venir!... ¿Y?... Dime, por favor, ¿es cierto? ¿Hugo está... mu... muerto? —tartamudeó.
El silencio se produjo en la cocina, nadie quería darle la mala noticia. La mujer ya se veía demasiado alterada... ¿Cómo iría a tomarla?... Sus ojos se posaron en cada rostro por un instante y terminaron en el de su marido.
— ¡Oh, conozco esa expresión! ¿Es... cierto?... No me mientas...—insistió la mujer, dirigiéndose en especial a él.
El señor Morales suspiró ruidosamente y asintió con la cabeza... Su mujer casi se desmaya. La tomó de la cintura y la obligó a sentarse en un banquito como si fuera una frágil figura de porcelana. Gabriela, por su parte, corrió a traerle agua... La señora sollozaba sin consuelo, repitiendo una y otra vez que ella no había tenido la culpa. Ella no había matado a Hugo. Ella hiso lo que le habían pedido.
— Por supuesto que no es tu culpa, cariño... Aquellas mujeres son las únicas culpables —dijo su esposo, mirando a las tres amigas.
— ¿Y nosotras por qué? —saltó Elena.
— Ustedes planearon todo esto... ¡Ustedes querían dormirlo! —se molestó el hombre.
— Y ustedes —añadió Elena— también querían deshacerse de él. Nadie los obligó a participar en nada.
— Calmémonos todos —intervino Bruno, viendo que las cosas comenzaban a tomar un rumbo indeseado—. Ahora hay que encontrar una solución a esto...
— Cómo me pides que me calme, "niño". Me meterán a la cárcel en cuanto descubran... el... el cadáver —sollozó la señora Morales.
Brevemente le explicaron las últimas noticias... No había sido el somnífero la causa de la muerte... sino otra cosa, algo que todavía no podían descubrir. Aquello la dejó anonadada.
— Entonces... ¿qué ocurrió?
— No lo sabemos, tía.
Hubo un breve silencio.
— ¿Y... "él" dónde está? —preguntó.
Un minuto después todos se encontraban bajo la lluvia, mirando los rosales, donde Hugo descansaba en una posición bastante extraña. Ahora el cadáver no solamente estaba empapado y lleno de barro, sino que presentaba rasguños en su rostro y brazos. Su camisa se había rasgado y uno de sus modernos y caros zapatos se había despegado por la punta.
— ¡Dios santo! ¿A quién se le ocurrió ponerlo ahí? —preguntó Gabi, casi molesta.
— No se ha hecho daño, ¿todavía no lo entiendes? ¡Está muerto! —replicó Ana, que había recuperado la compostura.
— No me preocupa él... ¡Destruyó mis hermosas rosas! —respondió Gabi, irritada, mientras se dirigía hacia ellas.
Por otra parte, la señora Morales, que se había quedado debajo de su paraguas, lo miró horrorizada y susurró:
— Está... está... está muy fresco —murmuró, presa de un escalofrío.
— Claro, señora, se acaba de morir —le dijo Ana, que se había quedado a su lado. ¿Qué imaginaba? ¿Encontrar un esqueleto? Pensó—. Se ve como un pollo puesto a hervir.
La mujer la miró asqueada, mientras pensaba que tenía razón y que jamás volvería a comer pollo en su vida.
Con mucho esfuerzo y varias lastimaduras en los brazos, pudieron trasladar al cadáver hacia la cocina de nuevo. Bruno y su tío, se sentaron en los bancos, totalmente exhaustos. Hugo pesaba como una maldita roca, pensaban.
— Bien, ahora hay que decidir qué hacer —suspiró Elena, tomando la toalla que le había traído su amiga y que le pasaba la señora Morales.
— Deshacernos del cadáver, obvio —expuso Ana.
La frase quedó en suspenso, como el silencio que reinaba dentro. Todos se estremecieron. Sabían que había entre ellos un muerto, no obstante parecía tan irreal la situación que por momentos no lograban ver el problema en toda su dimensión. Era una verdadera pesadilla... una pesadilla real.
De pronto, la señora Morales se echó a llorar.
— Yo no quiero participar en esto... ¿Deshacernos de Hugo como si fuera un animal?... No puedo... ¡Oh, cariño! —dijo, abrazando a su marido, que intentó calmarla. Pero, luego de un momento, exclamó—: Todo es mi culpa, no debí convencerte de participar en todo este asunto.
— Ambos lo hicimos por Nat... De todas formas no es tu culpa, ya te lo he dicho... ¡Es la culpa de ellos! —replicó su esposo, comenzando una nueva discusión.
Alguien pronunció la frase: Nadie lo mató. Lo cual hizo que el hombre explotara de rabia.
— ¡¿Nadie lo mató?! ¿Quién sabe?... Pudo ser Gabriela, colocando veneno en su comida antes de que mi cocinera la sirviera... Pudo ser Elena, colocando el mismo veneno en el frasquito en vez del somnífero... Pudo ser Ana, que en vez de ponerle laxante pudo introducir perfectamente la misma sustancia letal en su comida... O pudo ser Clara, tuvo muchas oportunidades en el hotel para matarlo... —sugirió el señor Morales y todas las mujeres nombradas estallaron en furia, defendiéndose a los gritos.
— ¿Y yo cómo lo pude haber matado, tío? —indagó Bruno, tratando de tomar el comentario a chiste. Sin embargo se daba cuenta que, de todos ellos, él probablemente era el que más oportunidad de matarlo había tenido. Había encontrado el cuerpo... Y antes de llamar a las dos mujeres había pasado cierto tiempo...
Bruno creyó que no le respondería, ya que su tío se tomó cierto tiempo en exponer su opinión. Era el sobrino que más apreciaba y le costó decir las siguientes palabras:
— Pudiste estrangularlo.
— ¡Tío! —se escandalizó el hombre.
— Ya basta, esto es una locura... ¡Es obvio que nadie aquí lo hizo! —intervino Gabriela.
— No puedes estar segura —replicó Elena y continuó, mirando a los demás—: Cualquiera pudo haberlo hecho... Alguno de nosotros o no... De todas formas, ese no es el problema... porque sea lo que sea que haya sucedido, igual seremos todos cómplices y nos meterán a la cárcel.
Hubo un breve silencio.
— Por lo que tendremos que deshacernos del cuerpo, ¡y lo más pronto posible! Además de armar alguna estrategia para cuando sea encontrado. Desde ahora les propongo hacer un pacto. Nadie hablará de esto nunca más... Y cuando comiencen los interrogatorios: nadie sabe nada. Porque si alguien dice algo... —continuó, dejando la frase en el aire.
Todos se miraron con temor y asintieron con la cabeza.
— Ahora... tengo una idea... Hugo andaba en negocios sucios y eso va a salir a la luz cuando lo encuentren. Es muy probable... si es que no descubren todo este lío que armamos... que crean que los culpables de su muerte sean estas mismas personas con las que hacía negocios... Digamos que la carátula del caso sería: "Un ajuste de cuentas".
Los presentes la miraron sorprendidos... y algo aliviados. Elena tenía razón. Ésta continuó:
— A sí que lo que hay que hacer ahora es deshacernos de toda la evidencia que haya contra nosotros. Como, por ejemplo, esas hojas de rosas que tiene adheridas al pantalón... Luego lo metemos a un auto y lo largamos en el desierto cerca de las montañas, antes de que amanezca.
Miró su reloj de pulsera y dictaminó que debían apurarse. No consultó con nadie si estaban de acuerdo o no con el plan, sino que empezó a despojarlo de los pedazos de hojas y flores adheridos a su vestuario. Bruno la ayudó y también Ana, sin embargo los demás no quisieron tocarlo.
— Bien, ya está, ahora lo que falta es borrar nuestras huellas dactilares de él —manifestó Elena.
— ¿Y cómo piensas hacer eso? —preguntó Gabriela, perpleja.
— Hay que bañarlo...
— ¡¿Estás loca?! ¡No lo meterás en mi baño! —se escandalizó la dueña de casa.
— No pienso hacerlo. Lo largaremos a la lluvia —indicó Elena, señalando la ventana de la cocina. Detrás de ésta, la cortina de agua se había hecho más espesa.
— ¿No piensas que ya está lo suficientemente mojado? —se quejó Bruno, cansado ya de trasladar al sujeto de un lado a otro.
Elena titubeó un poco, silencio que decidió romper Bruno con la noticia de que en poco más de una hora amanecería y que habían de apurarse. Por suerte, propuso que lo llevaran en su auto, a la mañana siguiente iría a lavarlo para borrar la evidencia. Los demás estuvieron de acuerdo y en menos de diez minutos el muerto volvía al maletero del auto.
Sin embargo, no iba a ser un viaje tranquilo, no...
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