¡Culpables!
Cuando Gabriela se vio involucrada en toda la aventura, un poco a regañadientes, un poco presionada por Elena, nunca imaginó que terminaría de la manera en que lo hizo. Toda aventura es como una carrera y en toda carrera pueda haber un traspié, dejándonos fuera de competencia. Sin embargo, semejante final no se lo esperaba nadie: la policía rodeaba una iglesia. Ya de por sí esa imagen era muy extraña... inusual... No obstante, verse involucrada en los eventos que lo desencadenaron resultó ser más que una caída. Más bien se sentía como un conductor a punto de chocar con una pared, y a toda velocidad.
Más temprano, exactamente cuando las tres mujeres luchaban por huir de los secuestradores robando el camión, en la casa de Dios la novia se impacientaba. Ésta pronto descubrió que su madre no estaba y el poco control que tenía sobre ella se vino abajo. Creyó que se negaba a asistir a su boda, por lo que tomó por asalto la paciencia de su padre, gritándole delante de todos, qué era lo que pasaba con su familia que la hacía pasar tanta vergüenza.
Entonces, antes de que el señor Morales pudiera siquiera abrir la boca para excusar a su mujer sin delatar la verdad, César tuvo la mala idea de intervenir.
— Nat, cariño, no vayas a alterarte... Veamos... ¿Cómo lo digo?... Hugo aún no ha aparecido por aquí y no sabemos dónde está... Nadie lo ha visto desde esta madrugada.
Todos esperaron un berrinche, no obstante la novia tuvo la reacción menos esperada... Se quedó muda. Por dos largos minutos no pudo articular palabra. Su padre, preocupado por la cordura de su hija, pensó que se desmayaría en cualquier momento. Se acercó a ella y la tomó del brazo... Entonces Natividad reaccionó, se hizo a un lado y levantó la nariz, con soberbia.
— Está retrasado, ya vendrá —dijo con voz firme—. Será mejor que todos vayan a sus lugares. No me importa esperarlo un rato aquí...
César negó con la cabeza, le daba lástima y esta era genuina. Los ojos de la novia lo fulminaron con la mirada al darse cuenta. Dijo:
— Él vendrá. ¡No hagas esa cara!...
— Pero...
— ¡Nunca me dejaría plantada! —exclamó, alzando la voz. No obstante César no iba a callarse y menos iba a fingir que todo estaba bien.
— En eso estamos de acuerdo, totalmente. Mi amigo nunca te dejaría plantada. Respondo por él... Pero... cariño... me parece que le ha ocurrido algo malo. Estoy muy preocupado... "Estamos preocupados"... Mauricio ha ido a la policía.
Aquella frase la hizo dudar unos segundos. ¿A la policía? ¿Sería posible? Se preguntaba.
— ¿Quizá lo asaltaron? —titubeó Nat, sin comprender.
— No, no... Hubiera llamado. Alguien le hizo algo —respondió César, sin querer dar más detalles. Él tenía una idea bastante buena de lo que podía haber pasado. Hugo podría haber ido a ver a aquel amigo de la aduana... aquel amigo que era un tipo peligroso... Claro que no podía decírselo y menos delante de su padre.
— No le ocurrió nada. ¡El pillo ese, huyó! —intervino el padre de la novia, poniéndose nervioso por el giro de la conversación.
— ¡Cállate, papá!... Hugo nunca me haría algo así... ¡Me pones los nervios de punta! —se quejó la novia, llevándose las manos a la cabeza.
Mientras tanto, dentro de la iglesia, comenzaba a oírse el rumor de las conversaciones. Los invitados estaban preocupados por la ausencia de los novios y el calor se hacía insoportable dentro. Una señora, que llevaba un apretado vestido azul marino, sacó un abanico de su cartera y comenzó a discutir con su marido. Quería irse... Al ver que muchos andaban con la misma idea, el bondadoso padre Miguel trató de calmar a la gente como pudo hasta que él también comenzó a alarmarse por el paso del tiempo. Abandonó su lugar y salió a ver qué pasaba en la puerta. No era habitual que se demoraran tanto.
Cuando el cura llegó a las talladas puertas de madera, que tenían al menos un siglo de antigüedad y que habían sido testigos de numerosos matrimonios, encontró a la novia no muy lejos de ellas. Al acercarse se enteró de todo. Concordando con la idea del padre de que el novio había huido del compromiso, ya que por desgracia no era la primera vez que pasaba, intentó calmarla y razonar con ella. Mientras que el santo hombre se preguntaba qué ocurría con los jóvenes de hoy en día que eran tan inestables. Fue como echarle leña al fuego... Natividad se enfadó y negó tercamente que Hugo hubiera huido. ¡La amaba y nunca le haría algo así!
César vio su oportunidad e insistió con que a su amigo le había ocurrido algo grave. Quizá alguien lo retuvo o le hizo daño... Expuso. Pero esta vez, Nat se rió de sus ideas... ¿Secuestro? ¡César estaba loco! Hugo no tenía problemas con nadie, no tenía enemigos, ni se metería en líos el día de su boda. Era un hombre muy bueno y correcto... Además, ¿quién podría hacerle daño? ¡Era absurdo!... Jamás la dejaría plantada y probablemente estaría atascado en el tránsito de la ciudad. ¡Ya iba a llegar!
Al final, irritada con todo el mundo, decidió entrar a la iglesia donde estaban los otros invitados para buscar a sus damas de honor, que habían desaparecido de un momento a otro. No le importó el creciente murmullo, ni saludó a nadie al pasar por el centro.
Al ver a su hermana, que se había vestido de negro, sentada en un banco de adelante, se acercó a ella.
— ¿Sabes a dónde se metieron mis damas, Olivia? Hugo no aparece... No llega todavía —se corrigió— y necesito que vayan a buscarlo.
Su hermana la miró sorprendida. El programa de la boda que llevaba en una mano cayó al piso.
— ¿Hugo, no aparece?
— ¡Puedes bajar la voz!... Aún no llega, seguramente está atascado en el tránsito. ¡¡Pero necesito que alguien vaya a buscarlo porque los inútiles de sus amigos no han podido hallarlo!!
— No comprendo... —Olivia estaba algo confundida—. ¿Al menos sabes dónde está?
— ¡Sí...! ¡No!... ¡Deja de fastidiarme! ¡Eres igual a papá! —chilló la novia y más se enfureció cuando advirtió que su hermana, en vez de estar horrorizada, se encontraba realmente aliviada.
— Bueno... bueno... No te alteres. Acabo de ver a Cintia irse por aquella puerta —dijo, señalando hacia su izquierda. Sabía que su hermana estaba a punto de llorar y, si bien odiaba a Hugo y no quería que se casaran, sentía pena por ella.
Natividad recorrió toda la iglesia e ingresó por la puerta que le había indicado su hermana a un patio interior, que comunicaba con unas oficinas. Allí estaban las tres damas de honor discutiendo. Sin embargo, Hugo no era el motivo sino que Cintia, de casualidad, había descubierto la verdadera identidad de Paloma Gutiérrez. Ana intentaba convencerla de que callara, explicándole todo el asunto velozmente. Sin embargo Cintia se oponía... ¡Le habían mentido! ¡Y la dejaron de lado! No se sentía burlada, sino ofendida.
Al ver a la novia a Clara se le vino el mundo a los pies. ¿Paloma se habría acercado a ella a saludarla? ¿Había descubierto todo?... No se veía con buena cara, por lo que dedujo de que la respuesta era: sí. Comenzó a disculparse.
— Los siento mucho, Nat. ¡De veras!... Yo... —se excusó nerviosa, pero tuvo la buena suerte de que a la novia se le ocurriera interrumpirla. Esta no deseaba la misericordia de nadie. ¡Estaba harta! ¡Hugo nunca la plantaría en el altar!
— Gracias, Pichicha... Pero te equivocas, además que no necesito la lástima de nadie, lo único que necesito ¡es que encuentren a Hugo! ¡Aún no ha llegado! —Se lamentó, agregando rápidamente la idea que sólo a ella consolaba—: Debe estar atascado en el tránsito de la ciudad...
Un suspiro se le escapó a Clara... Su identidad no había sido descubierta y fue un alivio para ella, que miró a Cintia con una muda súplica. Ésta abrió la boca para hablar y temió que la pusiera en evidencia, sin embargo dijo algo muy diferente.
— No tenemos auto, Nat. Quizás tu padre pueda ir a socorrerlo...
La novia negó con la cabeza.
— No quiere saber nada.
Hubo un breve silencio.
— ¿Estás segura que está retrasado en el tránsito? —preguntó Cintia, que comenzaba a dudar, mirando a las demás.
— Es lo más probable —respondió con soberbia.
Nadie quiso discutir con ella. Clara y Ana no quisieron ponerse en evidencia y Cintia pensó, como la mayoría allí presente, que había huido. De todas formas, le molestaba la idea de que lo hubieran convencido de abandonarla. Le acababan de anunciar que había un complot para separarlos... pero nada más. Y ahora el novio no aparecía... No obstante, no iba a herir a su amiga con preguntas.
— ¿Y sus amigos? Ellos podrían ir a auxiliarlo —expuso Ana.
— No lo encuentran. El imbécil de César está en la puerta con papá, discutiendo...
— ¿Y Mauricio?
— En la policía...
— ¡¿Qué?! —exclamaron Clara y Ana a la vez. No podían creerlo... todo estaba peor de lo que imaginaban.
— Comprendo su reacción... ¡Yo me pregunté lo mismo! ¡Pero los muy idiotas creen que le pasó algo!... ¡No tienen sesos!... ¡Hugo está retrasado y aparecerá de un momento a otro! —se quejó furiosa, levantando su pesado vestido que acababa de pisarse.
En ese momento, la puerta se abrió y apareció Olivia. Traía un vestido negro y en su cabello llevaba un tocado horrible de tul del mismo color, que caía sobre uno de sus ojos. Daba la impresión de encontrarse en un funeral, no en una boda...
— Papá te busca, Nat. Hay unos hombres en la puerta... Creo que son policías.
— ¡No puedo creerlo! ¡Esos idiotas! —exclamó la novia. Tomó su voluminoso vestido y se dirigió dentro, comenzaba a sentir el calor aplastante y estaba harta. Pensaba que todos estaban arruinando su boda, excepto el mismísimo culpable: Hugo. Aunque para ser justos hay que decir que éste no tenía realmente la culpa. ¡Estaba muerto! Y pudriéndose al sol, para colmo.
Los pensamientos de Clara andaban por ese camino, por lo que se sobresaltó cuando Ana la tomó de la mano.
— Hay que ir a ver qué pasa...
— Pero... ¿Y si...? —No continuó... estaba aterrada. ¿Y si lo habían encontrado?... Ana la miró a los ojos, tratando de infundirle coraje.
Cintia no entendía nada... Ninguna le mencionó que Hugo estaba en "modo cadáver". Preguntó:
— ¿Y si qué?
La ignoraron.
— Bien, vamos —se decidió Clara, con un largo suspiro, y ambas se dirigieron hacia dentro de la iglesia.
La otra dama de honor las siguió, corriendo tras ellas.
— ¡Esperen! ¡Nadie va a decirme qué pasa!
Dentro de la iglesia los invitados estaban murmurando entre ellos, en pequeños grupos. Algunos estaban sentados y otros parados... El calor en aquel lugar comenzaba a incomodar y fueron abiertas todas las ventanas. Las damas de honor, saludaron a todo el mundo con la cabeza, no obstante no se detuvieron a contestar sus preguntas.
Cerca de la puerta principal, que continuaba entreabierta, encontraron a Mauricio y a César junto con un oficial de policía, que se veía muy serio. Una compañera anotaba todo lo que decían... El señor Morales, un poco apartado de ellos, hablaba con Bruno en voz baja y ambos se veían muy preocupados. Por otro lado, Olivia y Nat, respondían unas preguntas de otro policía. Ésta última no parecía alarmada o nerviosa sino fastidiada con todo aquel quilombo. Su paciencia estaba llegando al límite.
El cura, el caro estilista y la maquilladora profesional habían desaparecido. Quizá por el calor... Quizá para evitarse molestias...
— ¿Nat, qué ocurre? —preguntó suavemente Cintia, interrumpiendo al oficial.
— Nada, en realidad, estos hombres creen que a Hugo le pasó algo grave... ¡Ridículo! ¡Ya vendrá! —le contestó, cruzándose de brazos.
Cintia se asustó... Si la policía creía que algo le había pasado a Hugo... por algo sería... Miró a Ana y a Clara, estupefacta. ¿Le habrían hecho algo ellas? ¿Lo tendrían encerrado en un cuarto del hotel contra su voluntad?... Comenzó a preocuparse mucho, al punto de decidir hablar. Entendía muy bien que quisieran separar a los novios, podía comprenderlo. Ella sabía muy bien que Hugo Peña era una porquería de persona, el hombre menos indicado para su amiga y un completo parásito humano... Sin embargo, de allí a hacerle daño era otro asunto...
— Espera, Nat... quizá tengan razón... —alcanzó a decir, pero la novia ya había tenido bastante.
— ¡Ya basta! ¡Me harté! ¡Hugo estará aquí en cualquier momento y nosotros perdiendo el tiempo!... ¡Mira cómo está mi peinado! —le gritó a su amiga, que retrocedió unos pasos. Luego se dirigió a los demás y vociferó—: Señores, no los necesitamos... No ha ocurrido nada... Mi prometido ya vendrá... ¡Ahora largo! ¡Están arruinando el momento!
— ¡Nat! —exclamó Olivia, escandalizada por la grosería. Intentó tomar a su hermana del brazo, sin embargo esta se zafó de él y se dirigió hacia la puerta de la iglesia.
— ¡Espere, señorita! Necesitamos su colaboración —suplicó uno de los uniformados. Un hombre joven y comprensivo.
La novia entró a la iglesia en ese momento. No respondió. El hombre por lo tanto, junto a sus compañeros y cuatro más que en ese momento aparecían por las escaleras, no tuvieron opción más que la de entrar a la iglesia detrás de la joven.
— Disculpe... Espere... Necesitamos preguntarle algo... —insistió el joven uniformado, siguiéndola por el pasillo principal. Uno de sus compañeros policías, un robusto hombre rubio, hizo eco de sus palabras.
— Oigan, ¡les dije que se fueran! ¡¡Esta es mi boda!! —los encaró la novia, que no se dejaba intimidar por nadie. El bello tocado repleto de brillantes y el velo que llevaba, estaban torcidos en lo alto de su cabellera—. Bruno... ¡échalos de aquí!
Bruno, que venía justo detrás de los dos oficiales, levantó los brazos y negó con la cabeza. ¡No podía hacer tal cosa! ¿Acaso estaba loca?
— Tenemos indicios de que algo pasó —informó el hombre rubio. Una mujer policía, que venía detrás, asintió con la cabeza.
Aquello hizo dudar a Nat unos segundos. El murmullo de los invitados se hizo más fuerte, comenzaban a ser testigos de algo insólito y, con morbosa curiosidad, algunos se acercaron a ellos.
— ¿Qué quiere decir? —preguntó la novia.
El hombre titubeó, fue un error.
— ¿Podemos ir a un lugar más privado?
El no querer decirle exactamente qué pensaban o cuáles eran esos supuestos indicios, provocó en Nat incredulidad. Creyó que tales sospechas sólo eran invenciones de los amigos de Hugo, invenciones que habían asustado a la policía. Y nada más serio que eso...
— ¡Tonterías! ¡No tiene nada! —se burló.
— ¡Por supuesto que sí! —se escandalizó el oficial, haciendo que su papada temblara un poco.
— ¿Sabe?... No sé qué habrá escuchado por ahí... Mauricio y César son unos idiotas, se asustan por cualquier cosa.
— ¡Nat! ¡¿Qué dices?! —enfureció el padrino, abriendo los ojos como platos.
La aludida le dio la espalda y se dirigió a los invitados. Ignorando por segunda vez a los oficiales, que no podían dar crédito a sus oídos.
— ¡Todo pueden sentarse, mi prometido tardará un poco en llegar...!
El padre Miguel, que tenía sus propias preocupaciones, vino a aguarle más el ánimo.
— Señorita Morales, no podemos esperar más. La próxima boda está prevista para comenzar en menos de media hora... La gente está comenzando a llegar y los tenemos retenidos en la vereda. Mejor sería cancelar todo...
— ¡¡Pues me va a casar antes!! —le gritó furiosa, interrumpiéndolo fuera de sí. ¡Era lo único que le faltaba, tener que aplazar todo!
El hombre de sotana retrocedió sorprendido. Nadie le había gritado así nunca. ¡Y menos en la casa de Dios!
— Hija, cálmate un poco... El padre tiene razón... Va a ser mejor que cancelemos todo... Sólo unos días, hasta saber dónde está Hugo.
— No podría ser en unos días, señor. El siguiente turno tendría que ser para el mes entrante —intervino el cura.
Nat al escucharlos chilló fuera de sí:
— ¡¡No vas a decirme qué hacer, papá!! ¡¡No voy a cancelar nada!! ¡¡Hugo ya vendrá!!... ¡¡Y usted nos casará!!
Tomó su bello ramo de flores cubierto de cintas, que cargaba Ana por ella, y lo lanzó contra una de las ventanas... Hubo un breve silencio, en el cual nadie se atrevió a intervenir.
— Nat, cariño, hermosura... Hugo no vendrá, le ocurrió algo grave... ¿Comprendes?... ¿Quieres calmarte y aceptar el consejo de tu padre? —intervino el padrino, con una voz falsa y dulzona.
— ¡No me hables así, Mauricio, pareces idiota!... ¡A Hugo no le ocurrió nada!... Debe estar atascado en el tránsito —exclamó tercamente, de sus ojos cayeron unas lágrimas de furia.
Cintia se acercó a ella y le pasó las manos por los hombros.
— Tienen razón, Nat, hay algo que no sabes... Yo sé lo que pasó.
Todos los presentes la miraron, perplejos. Clara quiso detenerla, sin embargo Ana le apretó el brazo para que guardar silencio. Cintia no lo sabía todo...
— ¿Usted sabe algo? —intervino el policía más joven.
— Sí, lo sé todo —afirmó Cintia. Desviando su mirada hacia las otras damas añadió—: Lo siento chicas, pero todo llegó muy lejos.
La novia las miró, estupefacta, con la boca abierta. ¿Qué demonios pasaba?
— No sé de qué hablas —se defendió Ana, sus manos temblaban.
— ¡Lo sabes muy bien!... Ellas dos, junto a tus padres y a Bruno, Nat... ¡Han estado intentando cancelar la boda desde un principio! ¡Seguramente hicieron algo para que Hugo no apareciera hoy!
Un sonido de exclamación general se escuchó en la iglesia. La novia apenas podía creerlo... Los policías se unieron y comenzaron a murmurar entre sí.
— ¿Eso es cierto?
— Nat... no... —comenzó diciendo Ana.
— ¡¡Cállate!!... ¡Papá! ¿Es cierto? ¿Por eso mamá no vino?
Su padre balbuceó algo incoherente.
— ¡Oh, Dios Santo! ¡No puedo creerlo! ¡Mi propia familia! —sollozó Nat, después sus ojos se dirigieron a Clara—. ¿Y tú también, Paloma? ¿Por qué? ¿Qué mal te he hecho?
Una chica robusta de pelo rojizo, que estaba detrás de ella junto a otros invitados, intervino sorprendida.
— ¡No, Nat, yo jamás te haría algo así!
La novia se dio vuelta y la miró perpleja, no entendía nada.
— ¿Disculpa?
— ¡Ella no es Paloma! ¡Es una impostora! —intervino Cintia, enojada, señalando a Clara.
La invitada se quedó con la boca abierta, negando aún que tuviera que ver ella con algo de lo que ocurría, no obstante nadie la escuchaba.
— ¿Es cierto? —preguntó Nat, acercándose a Clara, que retrocedió unos pasos.
— Yo... estemmm...
— ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué haces aquí?! —gritó la novia agresiva, picándola con un dedo en el cuello.
Clara retrocedió y terminó cayendo sentada en un banco de madera. No sabía qué decir... estaba en blanco. Ana fue a su rescate.
— Espera, Nat, te estás precipitando...
— ¡Suéltame! ¡Eras mi amiga!... ¡¿Qué pasó con Hugo?! ¡¿Qué le hiciste?! —gritó furiosa. Luego la empujó.
Ana, tropezó con un invitado y cayó de espalda al piso.
— ¡¿Qué haces, tonta?! —alcanzó a gritar antes de dar contra el piso. Luego agregó—: ¡Yo no le hice nada a tu estúpido novio! ¡Seguramente huyó!
El insulto fue lo que necesitaba para explotar. Nat chilló furiosa y se lanzó encima de ella, golpeándola. Se escucharon gritos y fue Bruno el primero en llegar a ellas. Tomó a Nat de la cintura y la sacó de encima de Ana. Gritaba y se movía como una loca, por lo que unos de los policías, un morocho alto y de brazos enormes, fue en su ayuda.
— Cálmese, señorita... ¡Por favor! ¡Este no es un lugar para peleas! —exclamó el cura, horrorizado, haciendo aspavientos con las manos. Pero nadie le hacía caso.
— ¡¡Hija, no, no!! —gritaba su padre. Su hermana estaba a su lado, inmóvil como una estatua por la impresión.
— ¡¿Qué le hicieron a Hugo?! —vociferó Mauricio en un momento, se acercó a Bruno y lo golpeó en el rostro. Éste fue a dar contra un banco, con la nariz rota y sangrando. El banco se desplazó y provocó que el oficial tropezara y se estampara contra el piso. La novia cayó al suelo.
Uno de los hombres uniformados, un hombre canoso que parecía ser el mayor de todos, sacó un arma e intentó calmar las cosas.
— ¡¿Alguien quiere decirnos qué ocurre?!
— Nada... —balbuceó Bruno, con la boca llena de sangre. Tomó a Mauricio de la camisa y le devolvió el golpe.
— ¡Basta, caballeros! ¡Basta! —vociferó el policía canoso.
El robusto policía rubio gritó también y tomó del brazo a Mauricio para que no continuara con la pelea. El cura hizo lo propio con Bruno. A pesar de su bondadoso rostro, era un hombre fuerte.
— ¡¿Pero qué pasa aquí?! —dijo la única mujer uniformada. Sorprendida... estaba cerca del padre de la novia.
— Nosotros no lo matamos. —Se le escapó al señor Morales sin darse ni cuenta, estaba nervioso y fuera de sí. Intentaba levantar a su hija del suelo, que se había enredado con el enorme vestido y aún insultaba a todo el mundo.
El sonido de la exclamación general hizo que volviera en sí y advirtiera lo que había dicho. Se incorporó, horrorizado por semejante traspié. Mientras que Nat, resbalando, volvió a caer al piso.
— Un momento... ¿Qué acaba de decir? —intervino el policía canoso que llevaba el arma.
La novia, cansada, se sacó los zapatos de taco alto y se incorporó sola. Tomó uno en su mano y amenazó a su padre con él.
— ¡¿Qué demonios dijiste, papá?! —chilló descompuesta.
— Nada... No pasa nada, niña.
— ¿El hombre está muerto? —preguntó el policía morocho.
— ¡Hable ahora mismo, señor! —gritó el oficial mayor, al advertir que no respondía.
Un breve silencio acompañó a esa pregunta... Luego el caos se desató.
— ¡Están todos detenidos! —gritó de nuevo, parecía que era el que estaba a cargo.
Como era de esperarse, nadie de los presentes quería verse involucrado en semejante asunto tan turbio, por lo que los invitados comenzaron a disculparse y a correr hacia la puerta de la iglesia. Los policías que estaban presentes intentaron detenerlos, no obstante eran demasiados y pronto se vieron desbordados.
— ¡Vuelvan todos aquí! ¡¡Quietos!! —El oficial estaba desesperado y la gente simplemente lo atropellaba. Entonces levantó el arma y apuntó al techo. Tres detonaciones se oyeron.
Los invitados, sin haber cumplido con su objetivo, se tiraron al suelo y un grito general retumbó en las paredes de la iglesia. Un policía que ya estaba cerca de la puerta, salió y la trabó. Llamando luego por refuerzos, que no tardaron en aparecer.
Poco hacía que habían llegados dichos refuerzos, cuando apareció el camión robado con sus tres ocupantes. Gabriela trató de frenar pero chocó contra el cordón. Elena, antes de que se detuviera, bajó con agilidad y corrió hacia sus compañeros uniformados para averiguar qué pasaba dentro del edificio. Sus acompañantes las siguieron luego.
— Dentro están unos sospechosos de asesinato —explicó un hombre joven de cabello ondulado. Era el amigo de la joven, especialista en informática, que la había estado ayudando. Nunca asistía cuando había problemas, sin embargo esta vez necesitaban a todo el personal allí. Porque los "sospechosos" eran demasiados.
— ¿Ah, sí? —murmuró la joven, alterada.
— Al parecer intentaron huir... Quizá haya rehenes, pero no estoy seguro.
— ¿Podría pasar?
— No, Elena, no nos permiten entrar bajo ningún concepto... El jefe está como loco. Se ha encerrado dentro de la iglesia con otro puñado de compañeros.
Elena asintió con la cabeza y se alejó un poco. Fue junto a las otras mujeres y les explicó la situación. Las cosas habían llegado muy lejos porque, al parecer, todo indicaba que acababan de encontrar el cadáver... ¡Muy rápido! ¡Eso nunca lo previeron!... Encima alguien había hablado.
— ¡Bruno tendría que haberlo escondido mejor! ¡Sólo Dios sabe dónde lo dejaron! —se quejó Elena.
— ¡Oye, él no tuvo la culpa! —lo defendió su fiel amiga.
— ¿Y ahora qué haremos? ¡Mi hija está dentro! —sollozó la señora Morales.
Hubo un breve silencio.
— Tengo una idea... Conozco una puerta que da a las oficinas, se encuentra justo del otro lado. Con suerte no habrá nadie allí. Podemos atravesarla y entrar por una puerta lateral —propuso Gabi.
— La suerte nunca nos acompaña —anunció fatalmente la madre de la novia. Ninguna le prestó atención.
— Bien... —asintió Elena casi al mismo tiempo, pero les hizo una seña de que la esperaran cerca. Fue a hablar con un oficial. Vieron cómo le señalaba el camión, que acababan de abandonar con una rueda metida en el cordón.
Gabriela y la señora Morales pasaron por el frente de la iglesia, como si fueran peatones normales, y rodearon el edificio. Nadie reparó en ellas ni les prestó atención. Del otro lado de la iglesia no había policías uniformados y tampoco curiosos. La madre de la novia suspiró de alivio.
— Está todo despejado —murmuró la joven.
— ¿Y si nos detienen? —preguntó la señora, nerviosa. Tenía los ojos desorbitados por el terror—. Al parecer ya encontraron el... a... a Hugo.
— Todos diremos lo que planeamos, no se preocupe. —Trató de consolarla, Gabriela—. Dudo mucho que hayan averiguado qué pasó en realidad. Es muy pronto.
— Pero entonces, ¿por qué está todo repleto de policías? ¡No tiene sentido!
Gabriela susurró: "no lo sé", con desánimo. Sabía que tenía razón y ella tampoco comprendía nada. Poco después de estas palabras volvió Elena.
— ¿Qué le dijiste a tu amigo?
— Le conté toda nuestra aventura... Desde que subimos al camión, claro, no lo otro —aclaró rápidamente al ver los ojos desorbitados de horror de la señora Morales—. No sé si se dieron cuenta pero nos robamos un camión lleno de merca.
— ¡Oh, Dios mío! —exclamó asustada Gabriela... ¿Un camión repleto de cocaína? Eso podría mandarlas a la cárcel... o a la tumba, si las encontraban sus anteriores captores.
La otra mujer pareció no entender de qué hablaban... sin embargo, Elena no la dejó hablar. Era mejor así... que no supiera nada. Temía que se pusiera histérica como en el secuestro. Necesitaba una madre dueña de sí misma. Si estaba involucrada la policía seguramente alguien tarde o temprano le haría preguntas.
— Vamos, hay que entrar.
Ingresaron por la puerta y recorrieron los pulcros jardines repletos de margaritas. El patio estaba vacío y las oficinas cerradas, nadie advirtió su presencia. Entrando luego por la puerta lateral que tan sólo hacía unos minutos utilizaran las damas de honor de la novia. Entre tanto, la joven oficial les explicó que tenía sospechas de que era el camión por el cual Hugo cobraría un buen dinero. Un dinero sucio y manchado de sangre, que le daría realce a su insaciable vanidad.
Dentro de la iglesia el caos continuaba. No obstante, al menos la mayoría de las personas estaban sentadas y en calma. Muchos se quejaban y una señora se sonaba la nariz, mientras decía: "¡No hemos hecho nada! ¿Por qué no nos dejan ir?" sollozaba. Su marido se encogió de hombros.
En ese momento un oficial canoso hablaba:
— Le conviene, señor, comenzar a hablar ahora mismo. Acaba de decir que el señor Hugo Peña está ¿muerto?
El señor Morales, blanco como la tiza, temblaba entero y no podía articular palabra. Evidentemente bajo presión no era tan buen actor. Al ver a su mujer llegar de reojo, se derrumbó... La creía muerta.
— ¡Oh, Sonia! ¡Oh, cariño! —exclamó sollozando y alcanzó a abrazarla. Sin embargo, el oficial lo apuraba. Aún no se daba cuenta que aquellas tres mujeres no formaban parte de los invitados—. Mi mujer no lo hizo... no lo hizo... No tuvo la culpa.
— ¿Mamá?... ¿Qué ocurre? —indagó Nat, sorprendida. Su maquillaje estaba corrido por las lágrimas vertidas y había terminado perdiendo el velo.
— ¿De qué habla, hombre? ¿Señora? —preguntó otro más joven oficial, confuso.
— ¡Usted lo mató! —exclamó su compañero rubio, apuntándola con el arma, sin intención.
Fue suficiente para que la mujer estallara en llanto.
— Yo no lo maté... No hice nada malo... Pero fue ese salero.
Nadie entendía nada. A esa frase llovieron preguntas que no pudo responder debido a su alteración.
Por otro lado, al ver que Gabriela entraba en la iglesia, Bruno se colgó de su cuello, susurrándole que se había asustado mucho de no verla, entre otras cosas. Aquello puso en guardia a la chica sobre los sentimientos del primo de la novia. No obstante, no había tiempo de analizar los propios.
— Yo estoy bien... ¿Qué te pasó en la cara? —preguntó preocupada.
Antes de que Bruno respondiera, hubo un chillido de angustia por parte de su tía, acompañado por la siguiente frase:
— ¡Ellas planearon todos! ¡Ellas tuvieron la culpa!... Y ahora Hugo está muerto. ¡Muerto!
Señaló a las tres amigas. Lo sentía mucho, sin embargo ella no iba a pagar por pecados ajenos. Su marido intentó callarla, no obstante ya era tarde... Había expresado la verdad... Ahora todos se habían enterado.
Las amigas fueron el foco de atención.
— ¿Pero quiénes son? —preguntó la novia, mirando a Elena y a Gabriela, entonces reconoció a ésta última y enfureció—. ¡Tú! ¡Yo te conozco! ¡Viniste a contarme un montón de mentiras sobre Hugo!... ¡Ya veo qué estabas buscando!... ¡¡Querías que lo dejara!!... ¡Y como no conseguiste tu objetivo viniste a arruinar mi boda!... ¡¡Y todo porque Hugo no se casó contigo!!
Mauricio y César miraron a Gabriela estupefactos, no la habían reconocido. Natividad gritaba fuera de sí, se acercó a Gabi con el puño levantado, pero Bruno se interpuso entre ellas.
— No es lo que parece, prima. ¡Cálmate por favor! —le suplicó. Sin embargo la novia no quiso escuchar, se puso a perseguir a su supuesta rival corriendo alrededor del púlpito.
— ¡Basta, Nat! ¡Basta! ¡No seas infantil! —intervino Ana, que intentó detenerla.
En un momento la tomó del brazo, la novia se dio media vuelta y la golpeó en la cara con tanta fuerza que cayó estrepitosamente al piso. El padre Miguel, angustiado, corrió a ayudarla... Un joven oficial intentó calmarlas, gritando "señorita esto... señorita lo otro" y persiguiendo a la novia, pero ésta era rápida... y no lograba alcanzarla. Mientras que el oficial canoso discutía con Elena furioso e intentaba ponerle las esposas. Un tercero, el morocho alto, gritaba: "¿Dónde escondieron el cadáver?", sacando el arma y apuntando a los Morales. Y el padre de la novia decía que eso no les tocó a "ellos".
En el medio del caos, Nat logró atrapar a Gabriela por detrás y se colgó de su cuello, chillando como un animal endemoniado. "¡Maldita puta, me las pagarás!", decía... Gabriela, que casi cae al piso, comenzó a ahogarse e intentó desprender sus manos del cuello... Bruno corrió a ayudarla, no obstante lo detuvo César que gritaba como loco: "¡¿Dónde está Hugo?!..." Lo golpeó en las rodillas y el primo cayó al piso, derribando un señor que formaba parte de los invitados; que servían sólo como inútiles espectadores.
En ese instante se abrió la puerta principal de la iglesia. El sol entró, iluminando la escena. Parado en el umbral, con la ropa rota, sin un zapato, luciendo rasguños en la cara y brazos, y tan colorado como un tomate por la insolación... estaba el muerto.
— Ca... cariño, tu... tuve un pe... pequeño retraso... ¿Todavía po... podemos casarnos? —tartamudeó en sus últimas fuerzas. Había caminado mucho para llegar allí.
— ¡¡Está vivo!! —gritó Nat y se desmayó.
Y sí, el cadáver estaba vivito y coleando.
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