CAPÍTULO EXTRA: Conspiraciones
Nota de la autora: este capítulo extra fue escrito para la "Antología: un toque extra de amor", publicada en el perfil de wattpadEspanol.
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Casi había pasado un año y Bruno no se animaba a confesar sus sentimientos a Gabriela. Eran muy buenos amigos, hablaban todos los días y "casi" no había secretos entre ellos. No obstante, la palabra "amor" nunca era pronunciada y ambos sabían que estaba prohibida. Gabriela aún sanaba los efectos de su desastrosa relación anterior con Hugo, además de que la culpa por la venganza frustrada que planearon ella y sus dos amigas cómplices todavía envenenaba su cerebro. La vida de la joven estaba muy lejos de la de su ex pareja, no pensaba en él y tampoco abrigaba sentimientos amorosos pasados. Sin embargo, el sólo hecho de que alguien le indicara la simple idea de comenzar una nueva relación con otra persona, hacía que entrara en pánico.
Después de lo que había pasado su mejor amiga, que era de público conocimiento, Bruno entendía muy bien sus sentimientos y no quería presionarla. El hecho de que existía una posibilidad de perderla por cometer algún error imprudente lo había llevado a pensar que era mejor dejar las cosas como estaban. Por lo que la amistad seguía su curso normal, volviendo locos a cuantos los apreciaban y deseaban lo mejor para ellos.
Los conocidos de ambos se hicieron cómplices de nuevo, pero esta vez fue para unir a una pareja, no para separarla. Clara y Elena, mejores amigas de Gabi, comenzaron a planearlo todo. Ana se unió al dúo, con el objeto de divertirse un rato a costa de su primo Bruno. El matrimonio Morales, por otra parte, estuvo reacio a participar.
— No me gustan sus planes, Elena, ¡son pésimos! El último terminó con un cadáver en la cocina —confesó la señora Morales—. Y yo ya estoy vieja para estos trotes.
— No se preocupe, lo único que queremos es que nos consiga una mesa en el restorán "Chien affamé" para el día de San Valentín.
— No sé por qué es tan exclusivo ese lugar... Si la gente supiera el nombre vulgar que tiene... pero suena bonito en francés —comentó la mujer de manera sarcástica.
— No importa como se llame. ¿Podría conseguir un puesto? —la interrumpió la joven impaciente.
— Tendría que hacer unas llamadas y una de ella es a mi marido, y eso no me gusta. No quiero preocuparlo, sus planes nos ponen la piel de gallina.
— ¡Vamos, señora Morales! Sólo queremos que Bruno y Gabriela comiencen una relación. ¿Y qué día mejor que el mismísimo San Valentín?
Hubo un breve silencio del otro lado.
— No conocía tu lado romántico, niña.
— Fue idea de Clara —confesó Elena. Ella, por otra parte, ni siquiera había tenido en mente que dentro de unos días era San Valentín.
— Ya veo... Será difícil, a pesar de que mi esposo es amigo del dueño, no puedo prometer nada. Sólo faltan tres días.
A pesar de todo, de las resistencias de su mujer y de su insistencia de que involucrarse en uno de los planes de las chicas no era prudente, el señor Morales se entusiasmó con la idea. Apreciaba mucho a su sobrino y mientras más conocía a Gabriela más cariño le tomaba. Se había convertido en parte de la familia.
El señor Morales hizo lo que estuvo a su alcance para conseguir la preciada mesa, por supuesto que a esas alturas no quedaban reservas en el restorán. No obstante el dueño, luego de recibir veinte llamadas, un soborno y hasta una "amenaza" de parte de su queridísimo amigo, terminó cediendo. Agregó una mesa más, aunque tuviera que enviar los platos con un drone, ya que su personal difícilmente podría pasar entre la concurrencia.
El día anterior a San Valentín, Elena recibió la tan esperada llamada de la señora Morales comunicándole que estaba la reserva hecha. Ahora, pensó la joven, tenemos que conseguir que asistan. El plan en apariencia era simple. Con una excusa los citarían allí, se verían, comerían algo delicioso y se divertirían. Bruno recuperaría sus pelotas y se le declararía. Así pensaba Elena, Clara no estaba tan segura.
— Bruno sabe lo que hace. Ambas sabemos que Gabi es "complicada".
Estaban escondidas detrás de unos árboles de una plaza, conversando a hurtadillas. El secreto era fundamental para Elena, a Ana le divertía aquellas reuniones clandestinas y a Clara le parecía una reverenda estupidez...
— ¡Bruno es un debilucho! Si la ama debe dar pelea —replicó Elena, pateando el piso con su bota militar.
— No sé, Elena, forzarlos a juntarse no me parece bien —reflexionó Clara.
— Vamos, no te eches atrás, ya tengo la mesa reservada. Me salió una fortuna y un buen dolor de cabeza. Además, fue tu idea de juntarlos para San Valentín.
— Sí, es muy romántico... pero no sé si lo romántico se aplica a Gabi.
— Tendrá una verdadera sorpresa cuando vea a Bruno allí sentado, esperándola —intervino Ana y añadió riendo—: Acabo de llamarla, me prometió que iría a juntase conmigo allí. Pobrecita no tiene ni idea.
Sus dos cómplices la miraron, ojalá funcionara el plan...
— Bruno también prometió estar allí.
— ¿Qué le dijiste? —preguntó Clara, con curiosidad.
— Eso, ¿cómo lo engatusaste? —se le unió Ana, todo le parecía un juego.
— Le dije que tenía un amigo que quería hablarle por un trabajo, para contratarlo —explicó Elena, sin darle importancia—. Cayó como un tonto.
Ana borró la sonrisa de su cara, Bruno se iba a enojar cuando supiera la verdad.
— Eso fue muy poco... No me gusta esto —dudó Clara, frunciendo el ceño.
— Vamos, ¿qué puede pasar? ¿Que no se declare esa noche? Este plan no tiene errores. Es perfecto.
Clara y Ana intercambiaron una mirada, ambas habían pensado en el último plan del que fueron parte y un escalofrío había recorrido sus cuerpos. Las consecuencias de ello aún pesaban en su mente. Hablar de bodas a Ana aún la perturbaba. Clara no había podido ver nunca más un programa de crímenes. Por su parte, Elena no pensaba en ello. Imagina a Gabi rehaciendo su vida con un hombre que esta vez sí la merecía. Bruno era perfecto para ella.
El presentimiento de que algo podía salir mal no fue atendido por ninguno de los cómplices. Sólo era una cita a ciegas, con la diferencia de que los extraños esta vez eran conocidos. Un empujoncito en cierta dirección no podría causar ningún mal. ¿O sí?
El famoso día de los enamorados, Gabriela se levantó con un fuerte dolor de cabeza. Su celular, desde muy temprano, había comenzado a sonar. Su madre, como hacía todos los años, le recordaba que no tenía una cita para ese día. Había aprendido a ignorarla sin embargo ese día no podía explicar aquella sensación de decepción que experimentaba.
Cuando llegó a su trabajo, las cosas fueron de mal en peor. Su cita con un potencial cliente fue cancelada y se enteró de que lo habían perdido. Para el mediodía las llamadas de su madre habían ascendido a veinte y los mensajes de que quería que conociera al sobrino de cierta amiga, la habían molestado. Se enojó más cuando el sujeto comenzó a enviarle mensajes con demasiada confianza. Aparentemente su progenitora le había indicado que Gabriela "se moría" por conocerlo.
— ¡Por Dios! ¡Ni siquiera sabía su nombre hasta hoy! —se quejó.
Su secretaria, que estaba en ese momento en la oficina alcanzándole unos papeles, comentó:
— Podrías conocerlo...
— ¡No! ¡Sólo Dios sabe qué clase de hombre habrá buscado! —la interrumpió molesta, mientras arrojaba el celular a un cajón del escritorio que luego cerró con fuerza.
Sin embargo, la promesa del desconocido de ir a verla al trabajo, la tuvo aterrada toda la tarde. Recién cuando se hizo la hora de irse a casa, se dio cuenta de que sólo habían sido amenazas.
— Tengo que irme, mi amiga me espera en un restorán.
— ¿Saldrá contigo en vez de su novio? —preguntó su secretaria, sorprendida. Gabriela se encogió de hombros.
— Quizá se pelaron, hace mucho que... no la veo—dijo, balbuceando las últimas palabras. Detrás suyo había habido un fuerte sonido—. ¿Qué fue eso?
— No sé... pareció un disparo —murmuró la mujer, aterrada.
Ambas corrieron hacia el despacho de la joven. Al llegar allí recibieron en plena cara agua que salía a fuerte presión desde un lugar de la pared. El caos se desató. Gabriela comenzó a gritar a su secretaria para que trajera al encargado y le mandaran un plomero urgente, mientras tanto luchaba con el agua que salía a borbotones de la pared e inundaba alarmantemente rápido su despacho. Más personas acudieron con la intención de ayudar pero sólo contribuyeron a que el caos se intensificara.
Cuando un plomero llamado de urgencia logró que el agua parara, Gabriela se encontraba empapada, con el agua a las rodillas, y con un ataque de rabia y frustración. Todos los expedientes que tenía en el escritorio se habían arruinado y no podía pensar en nada más. Hasta que su secretaria, que llevaba un secador en la mano e intentaba sacar el agua del lugar, le recordó la cita con su amiga.
— ¡Oh! ¡Ana me matará! ¿Qué hora es? —Al recibir la información se dio cuenta de que sólo faltaba media hora para el encuentro. Tomó el celular y le llamó para cancelar.
— ¡¿Cómo que me cancelas?! ¡A último momento! —gritó una muy desesperada Ana. Gabi no podía saber la magnitud de su sentimiento.
— ¡Tengo el despacho inundado, Ana! ¡Estoy empapada... no puedo...!
— ¡No me importa cómo te veas! ¡Yo ya salí para allá! ¡Había reservado! ¡No me puedes hacer esto! ¡ME VOY A ENOJAR MUCHO SI NO VAS!
— Bueno... bueno... pero no te enojes así... —balbuceó, perpleja.
Ana cortó la llamada de golpe y Gabi no tuvo otra opción que salir del agua y secarse rápidamente. Se miró en el espejo del minúsculo baño del edificio de oficinas. Se veía terrible. Sus zapatos se habían roto en las corridas y tuvo que pedir prestados los de su secretaria, que eran dos números más de los que usaba. De muy mal humor y todavía mojada, salió a encontrarse con Ana.
Por otra parte, el día de Bruno había sido por completo normal. El único pensamiento que tenía en su cabeza era la entrevista de trabajo. No tuvo temores ni sospechas de que había algo raro en aquel encuentro, porque se había olvidado por completo de que era San Valentín.
Recién cuando entró al restorán, el hombre comenzó a ver indicios de que algo no andaba bien. Llegó a la entrevista quince minutos antes, porque odiaba llegar tarde a cualquier lugar. En la calle veía parejas por todos lados y muchos locales de venta de chucherías estaban decorados con motivos románticos. Incluso notó que el restorán estaba atestado de parejas. Al principio se sintió incómodo y luego deprimido. Aquel empalagoso ambiente lo había llevado a pensar en Gabriela. ¿Alguna vez se animaría a hablarle? ¿Lo querría?
Pasó la hora acordada y el sujeto que esperaba no había aparecido aún. Pidió un trago. Estaba por terminarlo cuando un tumulto lo sacó de su ensimismamiento. Había gente gritando en la calle...
Gabriela llegó muy tarde al restorán, sabía que Ana iba a matarla, pero al menos había acudido. Cruzó la calle despacio, los zapatos de su secretaria eran incómodos y se tropezaba con ellos a cada rato. Un conductor apurado largó un insulto, sin embargo ella no le prestó atención. Llegó a la puerta del restorán y tomó aliento. Se sentía incómoda y no podía dejar de pensar que la gente que pasaba por su lado la miraba. Con seguridad se preguntaban por qué estaría mojada. Su aspecto era repugnante.
Al levantar la vista y mirar hacia dentro Gabi divisó a Bruno. La sorpresa la paralizó en el sitio. De pronto entendió todo. ¡No podía creer que Ana... y seguramente Elena y Clara también, le habían preparado una cita con Bruno ese día! El pánico la invadió. Muchas sensaciones pasaron por su mente con velocidad. ¡No podía verla así! ¡Estaba echa un desastre! ¡Además, Bruno era su "amigo"! ¿Qué iba a pensar sobre esa extraña cita en el día de los enamorados? Sólo Dios sabía qué le habían dicho sus amigas. Aterrorizada, dio media vuelta y corrió hacia la calle. Tropezó con los zapatos y fue a caer. Oyó gritos y, en cuanto se levantó, sintió el impacto. Al aterrizar sobre el pavimento hirviendo escuchó una voz. ¿La señora Morales? Luego perdió el conocimiento.
No había alucinado, realmente los Morales estaban allí. El hombre había insistido en ir a "dar un vistazo" a la pareja, para ver cómo iba la cita. Su mujer, refunfuñando y en contra de su criterio, no tuvo opción más que la de acudir. Estaban en contra por el simple hecho de que sentía que los estaban espiando. Ya de eso se encargarían seguramente las amigas de Gabriela, ella no tenía por qué seguir participando en sus benditos planes. No obstante, su esposo insistió.
— Te dejaré conducir.
Hacía poco que su mujer había aprendido y le había tomado el gusto. Aquello acabó por decidirla y cedió. Media hora después conducía por las calles concurridas del centro de la ciudad.
— Bien, el restorán sólo está a dos cuadras. Tiene vidriado todo el frente y parte de un costado —comentó el señor Morales con entusiasmo.
— Sólo pasaremos despacio por la puerta. Seguramente están comiendo y riendo. Los veremos y nos iremos. Ni por asomo se te acurra que los vamos a saludar —estaba diciendo la mujer, mientras avanzaba y cruzaba la calle bajo la luz verde del semáforo.
Bajó la velocidad y eso fue una suerte. Estaban tan distraídos mirando el interior del restorán que no se dieron cuenta de la mujer joven que corría hacia la calle. Cuando oyeron los gritos de varios transeúntes y repentinamente vieron levantarse a Gabriela desde el medio de la calle, ya era tarde. La señora Morales clavó los frenos, mientras gritaba del susto. Al detenerse el auto se bajaron corriendo.
En aquel preciso momento, los ojos de Bruno se posaron en el tumulto que se había producido y vieron como un auto atropellaba a Gabriela. Se levantó como si tuviera un resorte y salió gritando su nombre del restorán; mientras una moza lo seguía, gritando que no podía irse, que no había pagado.
Al llegar al sitio del accidente, Bruno no pudo entender por qué sus tíos estaban allí y aún más se confundió cuando aparecieron Ana, Clara y Elena. ¿Qué estaba pasando?
— ¡Gabi! ¡Gabi! ¡Despierta, cielo santo! —gritaba el hombre, mientras se arrodillaba en el pavimento y tomaba su cabeza —. ¡Qué alguien llame a una ambulancia!
— ¡¿Está muerta?! —chillaba Clara, fuera de sí, no muy lejos de él. Su rostro estaba descompuesto por las lágrimas. Ana le gritaba a Elena de que sus planes eran dementes y la señora Morales lloraba gritando que había atropellado a Gabriela.
— ¿Qué está pasando? ¿Qué hacen aquí todos? —preguntó Bruno, perplejo.
— ¡Pues es San Valentín, idiota! —le largó Elena con toda incoherencia.
Bruno no entendió nada hasta que llegó al hospital y se enteró del complot. Por suerte Gabriela no estaba muerta, sólo había recibido un fuerte golpe en la cabeza. En la ambulancia había recuperado el conocimiento. Su cita de ese día, abandonó el hospital tan pronto como se enteró de que estaba bien y que se iba a recuperar.
En la habitación, con la cabeza vendada y acostada en una cama de sábanas blancas, Gabriela recibió a sus llorosas amigas. Los Morales acababan de salir de la pieza. Estaba furiosa con ellas por haberle tendido aquella trampa. No quiso escuchar sus excusas. No quería oír las razones de su plan, sin embargo se enteró de los detalles. Su amigo tampoco sabía que aquello era una cita.
— ¿Dónde está Bruno?
Las tres se miraron.
— No sabemos, al enterarse... de todo, se fue.
Gabriela experimento una sensación de decepción y las lágrimas aparecieron en su rostro. Intentó contenerlas pero no pudo. Ni siquiera se había quedado a ver que estaba bien. Simplemente se había ido. En ese momento se dio cuenta de lo importante que era él en su vida, de lo mucho que lo necesitaba en ese momento...
— Quiero estar sola.
Sus amigas abandonaron la habitación, estaban tan deprimidas y desilusionadas como ella. Era evidente que todos habían malinterpretado los sentimientos de ambos amigos. No obstante, ellos mismos los estaban descubriendo en toda su magnitud. Antes de quedarse dormida, Gabriela aceptó que amaba a su amigo y que perderlo, porque era esa consecuencia la que esperaba de aquella cita, le iba a doler muchísimo.
Se despertó con un fuerte olor a flores y un empujón. Al abrir los ojos vio a Bruno frente a ella. De sus manos se asomaba un gran ramo de flores.
— ¡Oh! Menos mal que despiertas, Gabi. Llevo un buen rato acá. Salí a buscar un regalo —Parecía alterado, nervioso e incoherente con lo que decía —. Había olvidado qué día era hoy. ¡Qué idiota he sido! ¡Lo siento mucho! ¡No me acordé!
La joven lo miró sin comprender.
— ¿Eres un sueño?
— ¿Qué? No, no... debés estar aún confundida por el golpe. ¡No puedo creer que mi tía te atropellara! ¡Y todo por andar fisgoneando! —dijo precipitadamente Bruno, mientras le alcanzaba el ramo de flores—. Me fui a buscar un regalo, espero que te gusten. No encontré una florería abierta a esta hora pero supongo que las del cementerio son iguales —añadió riendo y luego se detuvo, una súbita idea borró su sonrisa—. No quiero decir que esperaba llevarlas a tu tumba. No me malinterpretes. No quería que murieras... ¿Qué estoy diciendo? ¡Claro que no estás muerta! ¡Pero pensé que lo estabas y me asusté mucho!
— Bruno...
— ¿Sí?
— Estás gritando —le dijo mientras se llevaba las manos a la cabeza.
— ¡Oh! Lo siento... lo siento. Estoy un poco... extraño. ¿Te gustan las flores? No pensé en traerlas porque casi te mueres sólo que... es mi regalo de San Valentín —dijo, ruborizándose.
Gabriela lanzó una exclamación de sorpresa, que hizo que Bruno repentinamente tuviera un ataque de timidez.
— ¿Te gustan?
— Son muy lindas, gracias —dijo Gabriela, sonriendo y sin poder creer aún que aquella escena fuera real. Se daba cuenta de que su amigo estaba un poco fuera de sí y empezaba a comprender sus razones.
— Yo no sé cómo decir esto pero... Yo... yo... no creo que pueda vivir sin ti.
Aquella revelación hizo que Gabriela comenzara a llorar. Bruno, sin comprenderla, se alteró.
— Yo... no quiero que te sientas mal. Yo comprendo por lo que pasaste... yo... si si tu no no quieres... salir conmigo, está bien —tartamudeó con tristeza.
Gabriela, no se sentía bien como para andar dando explicaciones, dejó el ramo al lado y abrazó impulsivamente a Bruno. Un largo y romántico beso fue a coronar la escena de los enamorados.
Desde entonces ya no hubo más secretos entre ellos y su primera cita terminó como una graciosa anécdota en su memoria. Sin embargo, no podían estar enojados con los planes de sus amigos, gracias a ellos se habían entendido al final.
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