Prólogo
Siempre me gustó la forma en que su cabello caía de lado. El estilo de Ciel reflejaba parte de su alma, era un vistazo a su ser; a ese todo formado en partes iguales por astucia, magia y corazón.
Creo que su sola imagen fue el más grande incentivo que tuve para escapar de la tortura y la esclavitud; no se puede retener (ni siquiera ellos) el alma de un mago, siempre va a hallar la forma de huir.
Dos años, dos días, doce horas. Saber con tanta exactitud, llevar la cuenta precisa de horas, minutos y segundos es parte del castigo o quizás uno adicional. Ni siquiera debo esforzarme, el conocimiento crudo y amargo está ahí, anclado en mi mente.
"Leila llevas dos años, dos días, doce horas, trece minutos y quince segundos de condena y te falta... una eternidad"
Respiro hondo, lento, pausado, si la desesperación me vence no podré disfrutar de los instantes buenos, los perderé y solo habrá para mí terror y dolor, angustia y sufrimiento.
El primer día, cuando me puse en pie luego de abrir los ojos y miré alrededor entendí que si no era capaz de encausar mi mente hacia los pequeños, casi inexistentes retasos de belleza iba a enloquecer como casi todos. Aullaría, me arrancaría la carne de los huesos y los ojos de las cuencas. Me arrastraría en aquella tierra rojiza como una culebra moribunda y me perdería, a quien fui y soy, tal vez para no hallarme nunca. Entonces, parada allí, temblando de pies a cabeza, sabiendo lo que me harían (porque lo sabemos oh, Dios lo sabemos) fijé mi mirada en la caminata lenta pero decidida de un grupo de hormigas que zigzagueaban en las paredes de piedra. Llevaban en sus bocas trocitos de pan blanco. Una, más glotona, transportaba un pedazo de bizcocho que se iba desarmando conforme avanzaba. Eran algo digno de ver entre tanto horror, un grito minúsculo de esperanza, pero un grito al fin.
Días después llegaría Ciel y su cabello azabache cayendo de lado, Ciel y sus insultos a las Maquinas, Ciel y su traje de noche; camisa, chaleco y saco. Ciel y su hermosura, deshecha cada día y cada día regenerada. Pero él no estaba ese primer día, solo estábamos Ava y yo, y ella solo tardó minutos en desmoronarse. Han pasado dos años, y ya no sé si hay algo de la mujer que fue en ella, solo sé que ha muerto demasiadas veces, y no todas ellas en manos de las Maquinas.
Cara llegó una semana más tarde que yo, rezaba mucho, todavía lo hace. Persignarse era la primero que hacía al renacer, luego lloraba, como casi todos nosotros. Ese momento, el de la comprensión, vez tras vez... que terriblemente cruel.
A Madhur y a Lukyan los trajeron juntos. Madhur era un jovencito nervioso que negaba con la cabeza todo el tiempo. Aun lo hace a veces, como si no creyera que es real lo que nos está sucediendo. Lukyan era un hombreton de dos metros de altura, el cabello del color del trigo y los ojos celestes. Creo que ha intentado de todo para escapar. Y también creo que es el que menos ruega en el momento de la purificación, solo el que menos, pues todos rogamos hasta que no nos quedan palabras ni fuerzas.
Ellos son parte de mi Uno, de mi unidad. Unidad de purificación 305. 983,022.
Esa información está en nosotros al llegar, junto a otra en la que ninguno quiere pensar.
Esta es nuestra realidad, este es nuestra condena. También la de otros millones más, aunque no se nos permita verlos. Estamos en el infierno, literalmente. Existe pero no es lo que creemos. No hay demonios con lanzas, ni azufre y fuego. Solo maquinas, destrucción, purificación y unidad. Y aunque le temo a las tres primeras con un indecible pavor es lo último, la unidad, lo que me aterra.
Yo soy Leila Loran. Yo soy yo, No seré un pedazo de algo más que sangra fluido de motor. Un revoltijo de carne, metal y piezas. Una parte cosida a muchos cuerpos.
Ciel, Ava, Luckyan, Cara, Maldhur y yo estamos sentenciados a ser uno por las Maquinas, y por el Constructor.
Pero hay tiempo, aun lo hay.
Hay tiempo y esperanza.
Hay hormigas llevando trozos de pan a su hormiguero...
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